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Tal vez parezca chocante que en la España actual, donde tan a menudo se invocan “razones históricas” para resucitar agravios, justificar rencores y reclamar subvenciones, haya poco interés real por conocer la Historia y casi ninguno por buscar la verdad.

Aunque, seguramente, no resultará tan extraño si se advierte que, ligado a la reivindicación de “deudas históricas”, existe un interés político en avivar la división y el odio; un interés económico para vivir del cuento sin trabajar; y, no menos importante, un obstáculo natural, ya que conocer bien la Historia exige un esfuerzo que muy pocos están dispuestos a hacer.

Si a todo esto añadimos la complicidad de unas instituciones docentes homogeneizadas –desde la Escuela a la Universidad–, la concentración y uniformidad de los medios editoriales y de comunicación, y, finalmente, un “ministerio de la verdad” que promueve “leyes de memoria”, ¿quién se arriesgaría a buscar la verdad? ¿Qué anhelo sincero por conocer podría sobrevivir a un “relato oficial” que está prohibido contradecir? ¿Cuántos se atreverían a salirse del carril marcado por el Partido? ¿Cuántos osarían pensar contra corriente si se penalizan los pensamientos “incorrectos”?

En este contexto contaminado e iletrado se entiende mejor la dificultad para acceder a determinadas fuentes y autores, y por qué algunos libros están descatalogados sin que se espere su reedición. Precisamente por ello, a despecho de nuestra propia y definitiva “cancelación”, rescataremos, una vez más, a otro autor olvidado.

Hoy hablaremos de un testigo directo del estalinismo, el disidente soviético Alexander Grigory Barmine (1899-1987), y de su obra autobiográfica “Soy un superviviente”, publicada originalmente en los Estados Unidos en 1945 con el título “One who survived” y hoy prácticamente imposible de encontrar en español.

Lo primero que debemos destacar es que ni el texto citado es uno más, ni su autor es un tipo corriente. Desde luego, no se trata de un sujeto vulgar con una experiencia y perspectiva limitadas, como tampoco el mencionado libro es un simple testimonio personal de los padecimientos e injusticias bajo el régimen soviético. Sin restarle valor a la sinceridad que puedan encerrar otros relatos autobiográficos más sentimentales o lacrimógenos, Barmine no se limita a apelar a la empatía del lector, sino a su razón, aportando un texto enjundioso, con reflexiones de calado y un indudable valor histórico.

Alexander Barmine fue un miembro notable del Partido y ejerció numerosos cargos de responsabilidad a lo largo de su carrera; lo que sin duda es un factor relevante, pues su recorrido abarca un período muy amplio y su posición le permitió conocer a fondo y desde dentro los motivos, la orientación y los entresijos de muchos sucesos que, deformados por la propaganda y sin la distancia adecuada, con frecuencia han sido malinterpretados tanto dentro como fuera de la Unión Soviética.

Barmine vivió la Revolución de 1917 en el Ejército Rojo; se formó en la Escuela de Oficiales de Infantería en Gómel (Bielorrusia) y, más tarde, en el Colegio Militar de la Estrella Roja en Moscú; estudió lenguas orientales simultaneando sus estudios en el Colegio de Estado Mayor con un empleo en la Comisaría de Negocios Extranjeros; ejerció como consejero y agente de enlace en Bokhara (Uzbekistán); fue representante del Ejército en la delegación de compras en París, Bruselas y Milán entre 1929 y 1934; y, como él mismo recuerda, a finales de 1933: “Fui el primer presidente del remozado Trust de Exportación de Automóviles (Auto-Moto-Export), cuya principal finalidad era […] el tráfico de armas”[1]. En 1935 fue nombrado Primer Secretario de la Legación soviética en Atenas, cargo que ejerció hasta su huida a París en 1937.

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Es decir, que nos hallamos ante un tipo sobresaliente; con una formación por encima de la media; que asistió a la toma del poder por los bolcheviques; que participó con ellos en la guerra civil[2], y que fue testigo de todo el proceso de implantación y afianzamiento del sistema soviético bajo el terror estalinista. Un alto cargo tanto en el ejército como en el cuerpo diplomático, que conoció de primera mano las directrices del Partido y que fue testigo de la enorme discrepancia existente entre la realidad de la URSS y su percepción deformada a través de la propaganda. Circunstancia, esta última, sin duda esencial para entender algunos sucesos aparentemente inexplicables, intencionadamente inexplicados y a menudo oscurecidos y tergiversados.

Especialmente esclarecedor es el testimonio de Barmine respecto a las purgas estalinistas –los tristemente famosos “procesos de Moscú”– entre 1936 y 1938, y, de hecho, el mismo título del libro “Soy un superviviente” alude de forma elocuente al alcance de la represión bajo Stalin. No en vano, casi todos los personajes que aparecen en sus páginas murieron en las mencionadas purgas. Entre los diplomáticos purgados, por ejemplo: el que fue embajador en Madrid, Marcel Rosemberg; León Mijailovic Karakhan, embajador en Turquía; Ustinov, ministro en Tallín; Ignace Reiss, embajador en Suiza; Constantin Yurenev, embajador en Berlín y Japón; Davtian en Varsovia; Boris Podolsky, en Kaunas; Eric Asmus, en Helsingfors (Finlandia); Bekzadian, en Budapest; Yakubovich, en Oslo; Ostrovsky, en Bucarest; Boris Shumiantsky y Pastukhov, embajadores en Persia; Slavutsky, en Japón; Karin Khatimov, en Arabia… Sucediéndose más y más nombres: Khassis, Jacob Blumkin, Tomsky, Rudzukat… o Raskolnikov, ministro en Sofía, envenenado en Francia en 1939[3].

Es más, el propio Barmine, que vio desaparecer a decenas de amigos y conocidos del ejército y cuerpo diplomático, habría seguido idéntico y fatal destino de no haberse anticipado y huido a tiempo.

Alexander Barmine expuso con nitidez que la razón de las purgas fue impedir cualquier oposición a Stalin. Para lo que éste se aseguró de eliminar a los antiguos bolcheviques, responsables del éxito de la Revolución y testigos incómodos del inapelable fracaso del socialismo real[4]: “Una cosa poco divulgada es que el alto personal de todos los departamentos de la GPU[5] fue eliminado por fusilamiento, con su jefe supremo, Yagoda, en el año 1938. Esto se hizo, sin duda, para que nadie pudiese descubrir cómo se obtenían aquellas famosas confesiones de los procesos[6]. […] En los países occidentales la opinión pública y muchos estadistas se tragaron incautamente el anzuelo de aquellas historias de complots entre los altos jefes y los nazis. Sin duda, Stalin posee grandes medios de propaganda en todo el mundo, y así se explica la facilidad con que se difundió el engaño”[7].

Mientras, de forma simultánea a la instauración del terror, Stalin afianzó su poder apoyado en una generación nueva, sin memoria, criada en la obediencia ciega al líder: “Al mismo tiempo que destruía el Partido, Stalin creaba una masa de nuevos partidarios, dependientes de él […]”[8].

Una idea reafirmada más adelante cuando se refiere al “primer proceso de Moscú”, en 1936, tras el asesinato de Kirov. En dicha farsa de juicio se condenó a Kamenev y Zinoviev, y tras la sentencia se desterró a Trotsky: “a los antiguos miembros del Partido […] las pretendidas confesiones no nos engañaban. […] Una nueva generación, sin embargo, que desconocía el pasado, llenaba la sala de audiencia y sus componentes creían lo que negábamos nosotros. Sus únicos elementos de información eran las confesiones publicadas. Ningún juicio sereno se permitía en los periódicos, como tampoco ninguna discusión pública, ni aun la crítica en conversaciones privadas. […] No es de extrañar, por tanto, que una gran parte de la joven generación soviética diese crédito a la infame novela”[9].

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En este sentido, Barmine aporta no sólo su conocimiento directo de los hechos narrados, sino la conexión cronológica entre ellos y relaciones causa-efecto que permiten entenderlos. Así, la firma del pacto germano-soviético en 1939, fraguado durante los mismos “procesos de Moscú”, evidenció la falsedad de los cargos por “traición” y “colaboracionismo con los nazis” que sirvieron para condenar a muchos acusados. Pero el testimonio de Barmine permite extraer también otra consecuencia de las purgas, la responsabilidad criminal de Stalin por haber eliminado a sus generales más experimentados cuando Hitler atacó la URSS en 1941: “El pueblo ruso tuvo que pagar esta política con millones de muertos”. […] Esta es la verdad que se quiere ocultar en la fábula de Joseph E. Davies[10], según la cual, al fusilar Stalin a los jefes del ejército rojo, eliminó a la quinta columna que se hubiera opuesto a la guerra con Hitler”[11].

Como puede apreciarse en los pasajes citados, Alexander Barmine fue muy consciente de la desinformación en Occidente y del peligro real de la amenaza comunista, y no tuvo reparo en desenmascarar a sus propagandistas en los EEUU y a los ingenuos o “tontos útiles” que, de forma más o menos inconsciente, daban pábulo a su relato disolvente. Una cuestión, por cierto, sobre la que insistieron invariablemente otros destacados supervivientes como Víctor Krávchenko, Alexander Solzhenitsin o Yuri Bezmenov[12]. Pero de esto hablaremos con más detenimiento en un próximo artículo.

[1] “Soy un superviviente”. Editorial Atlas, Madrid, 1946, p. 319.

[2] La guerra civil rusa, inmediata a la revolución de noviembre de 1917, finalizó en 1922.

[3] Op. Cit., ver pp. 32-33.

[4] Véase: los planes quinquenales, la colectivización forzosa, el exterminio del campesinado por hambre, las deportaciones, la absoluta falta de libertad, la represión, etcétera.

[5] Gosudárstvennoye Politícheskoye Upravlénie (Directorio Político del Estado). Policía política encargada de la represión, sucesora de la Cheká.

[6] Los procesos o juicios de Moscú. Se desarrollaron entre 1936 y 1938. En ellos Stalin purgó a fondo el partido y el ejército.

[7] Op. Cit., p. 325.

[8] Ibíd., p. 367.

[9] Ibíd., 404.

[10] Embajador estadounidense en Moscú desde 1936 a 1938; es decir, durante los “procesos de Moscú”. Nombrado por el presidente F. D. Roosevelt, justificó en diferentes ocasiones las purgas de Stalin. Por ejemplo, en su libro: “Mission to Moscow” (1941), al que seguramente se refiere Barmine.

[11] Op. Cit., 328.

[12] Recuérdese, por ejemplo, la entrevista a Yuri Bezmenov en 1984, donde aborda el proceso de “subversión ideológica” y “desmoralización”: https://www.youtube.com/watch?v=OmsDN0i4tm8
O léase, en español, la recopilación de conferencias de Solzhenitsin bajo el título “Alerta a Occidente”.

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