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Lituania, como sus naciones hermanas bálticas Letonia y Estonia, es un hermoso país con una historia muy dura y poco conocida durante el siglo pasado. En mayo de 1940, en virtud del pacto Ribbentrop-Molotov, los países bálticos fueron ocupados por la Unión Soviética y anexionados un mes después. Como en el resto de los territorios ocupados por la URSS, el aparato represor soviético inició una campaña de eliminación de supuestos “oponentes políticos” y miles de bálticos fueron asesinados y deportados. Así fue como nacieron los primeros movimientos partisanos para luchar contra la ocupación, los “hermanos del bosque”. Tras la invasión alemana en junio de 1941, muchos de estos partisanos se unieron al nuevo ocupante para combatir a los soviéticos, mientras que otros permanecieron en los bosques. La victoria del Ejército Rojo y la nueva ocupación reactivaron el movimiento partisano que se mantendría en activo hasta la década de los 50. La URSS implantó un sistema de “sovietización” de los países bálticos con deportaciones mucho mayores que las acaecidas durante la primera ocupación y la llegada a los países bálticos de ciudadanos rusos (según el museo de la ocupación de Riga, en un plazo de 10 años 800.000 rusos se instalaron en Letonia). El número total de deportados entre 1944 y 1953 se calcula en más de medio millón de personas: 124.000 en Estonia, 136.000 en Letonia y 245.000 en Lituania. Veinte mil lituanos, incluidos 5.000 niños, morirían a causa de estas deportaciones. 

La semana pasada, vi unas fotos del político lituano Vytautas Sinica con un anciano en una casa en el campo. Un hombre sencillo que rezaba delante de unas tumbas. Le pregunté a Sinica quién era ese hombre y me contestó que era una leyenda dentro del movimiento partisano, Jonas Kadžionis, cuyo nombre de guerra era “Bėda”, que significa “Problema”, un nombre muy adecuado vista su historia. Kadžionis nació el 29 de enero de 1928, tiene 93 años y es uno de los pocos hermanos del bosque que aún siguen con vida: “He vivido tanto tiempo probablemente porque, como dice el monseñor Svarinskas, Dios no ha contado los años que pasé en el gulag”.

Jonas y su mujer en 1959

Jonas Kadžionis se unió a los partisanos el 25 de mayo de 1948 después de ser llamado a filas por las autoridades soviéticas, sus padres habían sido deportados y él no estaba dispuesto a servir en el ejército de ocupación. Entre 1948 y 1949 fue miembro del Movimiento de Lucha por la Libertad de Lituania, en la compañía Butageidis en el distrito de Algimantas. Desde principios de noviembre de 1949 (cuando cesó la lucha partisana activa en la zona), fue el comandante de la compañía Butageidis. Entre 1949 y 1953, Kadžionis estuvo oculto en los búnkeres del bosque en la zona de Kavarskas-Dabužis-Traupis. Allí conoció a su esposa, también partisana desde mayo de 1948, M. Gedžiūnaitė-Kadžioniene-Sesute, y en 1953 nació su hijo. El 22 de mayo de 1953 ambos fueron capturados en una emboscada cerca del pueblo de Putriškiai y condenados por el Tribunal Militar del Báltico, el 12 de septiembre, a 25 años de prisión a cada uno. El 2 de febrero fue deportado a Siberia para cumplir su condena.

Petras Plumpa, uno de sus compañeros del campo, señaló que Kadžionis podría haber acortado su encarcelamiento en una década completa: “Sólo tenía que escribir una petición de clemencia y arrepentirse de su resistencia a la ocupación soviética, pero Jonas no estaba dispuesto a mentir. Para él la verdad era más importante que la vida”. Tras negarse a pedir el indulto y a arrepentirse, Kadžionis fue enviado a Kamyshlag (región de Omsk, Siberia) de 1954 a 1958, donde trabajó en una fábrica de madera. El 1 de febrero de 1958 fue trasladado a la construcción de una refinería de petróleo en Taishet donde estuvo hasta noviembre de 1961, pasando posteriormente por los campos de Dubravlag 11, 7 y 17 de Mordovia de 1961 a 1972, y por el campo de los Urales Kurchin 36 (Chiusovoy, región de Perm) de 1972 a 1978, trabajando en un aserradero.

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Kadžionis siempre ha señalado que pudo resistir el encarcelamiento gracias a la oración: “Los partisanos hicieron un gran sacrificio por Lituania y por la Iglesia Católica. ¿Qué me daba fuerzas? La oración. Esa oración que me acompaña desde que era un bebé. Todos los días veía a mis padres arrodillarse para rezar, antes y después de las comidas. Al igual que no se puede empezar la sopa sin una cuchara, no se puede comer sin rezar”. Entre los prisioneros lituanos había muchos sacerdotes, lo que, en palabras del partisano, permitió que “llevásemos una verdadera vida religiosa”. Esto no pasó desapercibido para los guardianes del campo y separaron a los sacerdotes (católicos y ortodoxos) de los demás presos, “porque eran perjudiciales para el pueblo”.

Jonas en la actualidad, rezando ante las tumbas de sus camaradas

Los 25 años en los campos soviéticos no sometieron el espíritu de Kadžionis como quedó patente en su regreso a casa según explica Eugenijus Peikštenis, director del Museo de las Víctimas del Genocidio: “Tras su liberación, Jonas se negó a ponerse ropa civil y recorrió medio imperio soviético con su uniforme de prisionero. Cuando los guardias trataron de objetar, Jonas les respondió que ninguna ley prohibía viajar con ese uniforme. Lo mismo respondió a los policías que intentaron detenerlo en Moscú”. No obstante, a su regreso a Lituania las autoridades no le dejaron en paz y le obligaron a exiliarse en 1983 a la región de Kaliningrado. No pudo regresar a su patria hasta 1989.

En 1998, Kadžionis fue ascendido al grado de teniente, y recibió distintos honores y conmemoraciones. En el verano de 2009, encontró la ubicación de su antiguo búnker en el bosque de Dabužiai y lo restauró. También fue localizando donde se encontraban los restos de sus antiguos compañeros de armas que cayeron en el bosque y talló una cruz para cada uno de ellos. El año pasado publicó sus memorias “Per skausmo pelkes” (A través de los pantanos del dolor). Jonas Kadžionis sigue siendo un hombre sencillo y humilde, bajo el que habita el espíritu inquebrantable de un verdadero héroe: “Si apreciamos la honestidad, la justicia, el amor y la verdad, alcanzaremos la felicidad personal, cumpliremos con nuestro deber para con Dios y nuestra Patria, y adquiriremos una prenda de gracia con la que iremos a la eternidad. Que Dios bendiga a Lituania y a su Iglesia católica”.