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Primeros de noviembre de 1939, la Guerra Civil ha finalizado hace unos meses, la antigua Falange, ahora a las órdenes del General Franco, cuya cabeza visible es Ramón Serrano Suñer (antiguo amigo personal de José Antonio y ex Diputado de la CEDA), prepara un homenaje a su primer Jefe Nacional, «José Antonio Primo de Rivera.»
Se reúnen Serrano Suñer, Dionisio Ridruejo, el Conde de Mayalde y Miguel, el hermano de José Antonio. Entre todos deciden que se trasladen los restos del Fundador desde el cementerio de Alicante hasta el Monasterio de El Escorial en Madrid, donde reposan los restos de los Reyes de España, decisión que es aprobada por la Junta Política de la nueva y distinta FET y de las JONS.
Entre los camaradas más allegados a José Antonio, se prepara el traslado de sus restos a hombros de falangistas como si se tratara del cortejo fúnebre de un legendario Caudillo hispano.
Toda la organización se realiza en la Dirección General de Propaganda de la nueva Falange franquista, Ridruejo se encuentra al mando de todas las operaciones.
Por fin, se diseña el traslado de los restos de José Antonio desde el nicho que ocupa hace unos pocos meses en el cementerio de Alicante hasta El Escorial, mediante relevos que se efectuarán cada diez kilómetros por las diferentes Jefaturas Provinciales, a su paso por Madrid Capital se dará a José Antonio honores de «Capitán General», y sus restos serán llevados por soldados de las tres armas, y a la salida de Madrid en la Ciudad Universitaria recogerá el féretro el SEU, sus estudiantes incondicionales, la flor y nata de la Falange, al mando de José Miguel Guitarte.
Desde el inicio del trayecto, honrarán y darán escolta a los restos de José Antonio la Centuria «Ramón Laguna» (formada por los falangistas supervivientes presos en Alicante), así como por la Centuria «José Antonio», de la Falange alicantina.
El féretro donde irán los restos del Jefe pesaba más de 300 kilos, iba cubierto por un paño negro bordado por las camaradas de la Falange femenina de Madrid (que casi no llegó a Alicante al inicio del traslado), y una bandera de Falange, y era portado por doce camaradas que sujetaban las correspondientes andas, si bien a los pocos días se cambiaron las andas para hacerlas mayores y que pudieran llevarlas un número más elevado de porteadores, hasta llegar a dieciséis.
El cortejo fúnebre iría formado por una larga comitiva que encabezaría de forma alzada una gran Cruz y miembros del clero de cada provincia que realizaba el relevo cada diez kilómetros.
Detrás de la Cruz irían integrantes de órdenes religiosas junto con sacerdotes que portarían la «Cruz de las Navas».
Justo detrás , el féretro conteniendo los restos de José Antonio, portado por doce camaradas y escoltado a sus lados por otros doce falangistas, con armas largas a la funerala.
Detrás del féretro iría el Jefe Provincial y las jerarquías acompañados de todos los camaradas de la provincia que realizarían los relevos parciales. Hay que aclarar que si bien cada provincia portaba el cuerpo de José Antonio durante diez kilómetros, en esa distancia se realizaban relevos parciales de los porteadores del féretro para conseguir que la mayor parte de los camaradas, pudieran tener el honor de llevar a sus hombros a su idolatrado Jefe Nacional.
Por último, el cortejo lo cerrarían milicias armadas de cada provincia, y los servicios auxiliares, tales como ambulancias, camiones y aprovisionamiento. Se dieron órdenes tajantes de que durante todo el trayecto el cortejo no fuera adelantado por ningún tipo de vehículo y que toda la carretera desde Alicante hasta El Escorial estuviera absolutamente libre en ambos sentidos.
Como hemos dicho, cada diez kilómetros se produciría un relevo de una Jefatura Provincial a otra, en absoluto silencio y únicamente el Jefe Provincial que finalizara el relevo al grito de «José Antonio Primo de Rivera», le pasaba el mando de la marcha y el féretro al nuevo Jefe Provincial que se hacía cargo del nuevo relevo, gritando la palabra «Presente».
En el momento de cada relevo, repicarían las campanas de las iglesias de las poblaciones más cercanas y si en alguna de estas existieran cuarteles del Ejército, se realizaría un disparo de cañón, al igual que sonarían las sirenas en las fábricas y en las escuelas y Universidades se suspenderían las clases ,y cada relevo se repetiría la frase «José Antonio» contestada con un «Presente».
La marcha no cesaría nunca, incluso se tuvo que rebajar el paso porque se adelantaban los horarios establecidos, además se realizarían jornadas nocturnas y en ese momento el trayecto debería estar jalonado de grandes hogueras.
Dadas las fechas del traslado y las amplias y abiertas llanuras manchegas, el frío nocturno fue indescriptible, llegando a darse casos de desmayos y pérdidas de conocimiento, pero el honor de acompañar a «José Antonio» a su entonces última morada, superó todas las adversidades.
Después de que se produjera cada relevo, en el punto exacto de la carretera se implantaría un monolito de mármol, en el que junto al «yugo y las flechas: se grabó la fecha exacta en que se efectuó el relevo y las Jefaturas Provinciales que intervinieron en el mismo (hoy en día, todavía queda alguno de estos monolitos al borde de la carretera).
Al llegar el féretro al Monasterio de El Escorial, allí le esperaba el General Franco, la Junta Política y el Consejo Nacional de FET, así como representantes del Gobierno, del Ejército y de la Iglesia, el cortejo fue recibido en la puerta del Monasterio donde figuraban las 50 Banderas de las Jefaturas Provinciales de FET y milicias del partido. En la sierra más próxima se prendieron inmensas hogueras y sonaron salvas de cañón y de ametralladora.
El ataúd fue depositado frente al altar mayor del Monasterio y el General Franco gritó las palabras que José Antonio dijera en el entierro de Matías Montero, la última guardia la hicieron los «Palmas de Plata» supervivientes de Falange.
De esta manera, se inició el culto al mito de «José Antonio», propiciado por sus más íntimos amigos y camaradas, aceptado y permitido por el Régimen del General Franco, que ayudó a crear el mito de una figura cuasi religiosa sobre José Antonio, para que de esa manera se olvidara lo más importante, su mensaje revolucionario de instaurar una nueva Patria Española a la que amaba porque no le gustaba.
Desde entonces el nombre y el rostro de José Antonio estuvieron presentes en todas las iglesias, escuelas e instituciones del Estado, sus yugos y flechas empezaron a verse a la entrada de todos los pueblos de España, incluso su Cara al Sol, su himno de amor y de guerra se cantaba por todos los rincones del suelo patrio, como ya predijera en su Juicio en Alicante, en la nueva España solo se conservó su coreografía azul, aquello que no molestaba a los grandes terratenientes, a los banqueros, a las grandes fortunas, al gran capitalismo y, en definitiva, los españoles siguieron con hambre y sed de justicia pero la Revolución quedó «pendiente», por los siglos de los siglos.
Los cientos de camaradas, en su mayor parte humildes labriegos de los pueblos por los que transitó el cortejo fúnebre, desafiando al frío, al cansancio y a la manipulación, caminaron orgullosos, kilómetro tras kilómetro, con las caras encendidas por la alegría de portar sobre sus hombros a su Jefe «José Antonio», en un último servicio a la segura voz del Capitán.
José Antonio dentro de su féretro, seguro que percibió en sus huesos, los miles de pasos de los camaradas que le acompañaban en un continuo y uniforme sonido hueco de ansias revolucionarias que pronto verían cercenadas.
Desde ese momento, «José Antonio» dejó de ser el Jefe, el líder, el hombre valiente, el revolucionario que quería una nueva España, el primero entre sus camaradas, el que gritaba los «Presentes» ante sus jóvenes Caídos, el que les hablaba de una Nueva España más justa, sin lucha de clases, heredera de su Historia, el que quería una Patria joven en la que no hubiera españoles que no tuvieran pan ni justicia, el que siempre caminó al frente de los suyos para convertirse en MITO, ARQUETIPO, FIGURA CUASI CELESTIAL, ÁNGEL ASEXUADO, en definitiva, volvieron a matar al «JOSÉ ANTONIO HOMBRE» iniciando el camino del «JOSÉ ANTONIO MITO.»
Pero a pesar de todo ello, de las falsificaciones, de las manipulaciones, de las mentiras, de los odios y de las interpretaciones erróneas sobre la figura de «José Antonio», a pesar de todo, hoy una vez más volvemos a recordar al hombre, al joven Jefe de la Falange, con sus dudas e imperfecciones, y por eso volvemos una vez más a gritar:
¡¡¡ JOSÉ ANTONIO !!!
¡¡¡ PRESENTE SIEMPRE !!!

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REDACCIÓN
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