03/05/2024 12:57
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Capitalsocialismo es enclaustrar a la sociedad durante meses, inyectarla vacunas que no vacunan, congelar la Sanidad, o sea encerrar a los viejitos y enfermitos en los rincones de sus residencias, atiborrándolos de morfina, para que no den guerra. Capitalsocialismo es abortar, pervertir a la infancia y fantasear con la realidad adversa, negándola. Capitalsocialismo es destruir a la excelencia, a la nación y a sus ciudadanos.

Pero pese al insoportable deterioro de la sanidad y el mal funcionamiento de los servicios públicos; pese a que se nos «atraca» fiscalmente y el coste de la vida no deja de mantenerse al alza; pese a que despilfarran a favor de sus lóbis, oenegés y restante clientela lo que previamente han rapiñado al ciudadano trabajador; pese a que sólo a éste se le exige austeridad, no a los ministerios y asesores creados artificialmente, con intenciones doctrinarias e ideológicas; pese a los cotidianos escándalos de abusos y corrupción, digo, una mitad de españoles no han renunciado hasta ahora y probablemente no renunciarán a votar al PSOE y a sus aliados.

Los dirigentes frentepopulistas en general y socialistas en particular, han demostrado con creces que actúan sabiéndose impunes, que sus saqueos no los llevarán a la cárcel, ni siquiera les supondrán repercusiones electorales negativas, y que por eso se ríen de las huelgas, las críticas y de cualquier denuncia de sus nepotismos, ventajas o impudicias efectuadas a plena luz o descubiertas y «publicadas» por sus oponentes. Las protestas serán inútiles mientras media España vote y defienda a la canalla que aún se denomina demócrata, y obrera y española.

Este engaño, más el útil montaje antifranquista, impiden que la patria pueda caminar en libertad y progreso, con la mirada puesta en el futuro. La muerte de Montesquieu, acompañada por la famosa «pasada por la izquierda» han dejado a España irreconocible: una nación extremadamente débil y corrupta, un Estado regresivo y sojuzgado por los intereses capitalsocialistas, interiores y exteriores.

Sólo un Estado absolutista, dominado por el PSOE y sus socios (plutócratas, derechistas, separatistas y terroristas) podía atreverse a reprivatizar Rumasa o a resolver la crisis bancaria a costa de muchos millones del erario público; sólo ellos podían atreverse a desmantelar la industria española -la octava potencia mundial- y entregársela a las multinacionales, a los financieros y empresarios especuladores, y hasta a Marruecos, la OTAN o Anglosajonia

Lo lamentable, más allá de la función y de la inercia sociológica de los clichés políticos -partido de izquierdas, obrero, socialista y democrático– que suelen ser difíciles de desmontar; lo lamentable, digo, es que se haya dejado a los totalitarios el campo libre para secuestrar las instituciones, patrimonializando el Estado. Ahora, en su puño ya la justicia, la cultura, las FF. AA y la propaganda, será mucho más difícil conseguir la obligada regeneración.

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Porque España no puede sobrevivir sin el respeto al esfuerzo personal en el trabajo; ni gravada por una mitad social, una red clientelar mentalizada para una existencia basada en la sopa boba, a base de subsidios y demás sinecuras. España no puede soportar una política favorecedora del fraude, de la economía sumergida, del paro endémico y de la picaresca en todas sus fórmulas, empezando por una siniestra política inmigratoria al servicio de un modelo de sociedad demencial y delirante.

España no puede subsistir en manos de sus enemigos, externos e internos, que utilizan nuestros ejércitos y nuestras riquezas en su provecho, impidiendo que nos reindustrialicemos, y humillándonos a una función de mero servicio recreativo y sanitario, de cubo de basura para el divertimento y el ocio de los amos y sus huestes. Porque el caso es que poco a poco se ha reducido la industria, la agricultura y la flota pesquera -que fue la tercera más poderosa del mundo durante el franquismo-, desertizándolas, y de nada han servido las sucesivas movilizaciones para impedirlo. Y ahora España es un erial, gracias a la nefanda Transición y a las cuatro décadas de gobierno socialista.

Hace mucho tiempo que sabemos que el PSOE es el partido político, no ya sólo de la burguesía financiera española más voraz, sino de la plutocracia globalista. Un peón de aquellos que, tras la muerte de Franco, comprendieron que la única doctrina oligárquica posible sería la que lograra disimularse bajo una sólida etiqueta de legitimidad democrática. Y el PSOE, bien publicitado y financiado por los amos, se avino al engaño, como no podía ser menos, dada su falaz naturaleza.

Y ahora, junto al socialismo fiduciario, junto a los hispanófobos y promarroquíes, y junto a sus cómplices separatistas y terroristas de primera hora, también nos encontramos a esa marabunta de militares, jueces, monárquicos a la violeta, tertulianos ambiguos y demás intelectuales áulicos, propagandistas orgánicos, magos de la bolsa y genios de las finanzas. Frente a ellos, en la otra orilla, la mala gente socialmente peligrosa de la «caverna crítica», descontentos, fachas, conspiranoicos, jóvenes concienciados, trabajadores esforzados, parados honrados y oprimidos múltiples.

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El caso es que perdimos la oportunidad histórica que se abría al futuro tras el período franquista, para haber seguido desarrollando nuestra economía, con el apoyo de la potente clase media de entonces. Pero los socialistas, y sus cómplices de derechas e izquierdas, vendieron la patria entregándosela a nuestros peores enemigos, que se mantenían al acecho. Aquí, para nuestra casta partidocrática, lo esencial era ganar elecciones y obtener un poder desleal y miserable, aunque para ello se devastara a la nación y se degradara a la ciudadanía.

Aquí lo importante ha consistido en tener entretenida a la muchedumbre, divertirla y embrutecerla, para seguir gobernando. Y la plebe ha aceptado su papel esclavo, queriendo creer que el «pan y circo» ofrecido por sus dirigentes le retribuía los excesos de éstos.

Ahora, con el año 2022 moribundo, y volviendo la vista atrás, algunos nos preguntamos, ante tanta oportunidad perdida a lo largo de la Transición, ante tantísimos errores cometidos y tanta vileza -institucional y personal- ejercida y consentida, cómo aún no plantea VOX el futuro como una denuncia nacional y absoluta, un desligarse radicalmente de este pozo putrefacto que es el Sistema; cómo, sobre todo, no detalla al pueblo la mefítica realidad institucional y le enfrenta a su responsabilidad, en vez de seguir tratando a los ciudadanos como unos hombres y mujeres de mentalidad lactante.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Geppetto

Lo que vd llama benévolamente lepra socialista no es ni mas ni menos que el gobierno que eligieron los españoles, fulanos estos que tienen metida dicha lepra hasta la medula de los huesos.
Y de seguir asi España morira de dicha lepra

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