09/05/2024 07:45
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Como todos los derechos, implican necesariamente el cumplimiento de ineludibles deberes, salvo el  derecho del feto humano a nacer y el derecho a la desconfianza.

En el  primero está la categoría específica del humano, y en el segundo,  el instinto de la debida autodefensa.

Fuera de estas excepciones está el  triple deber a la hora de manifestar nuestros pensamientos, conocimientos y juicios críticos, cara a los públicos medios de información, o audiovisuales.

La libertad de expresión es un derecho natural del individuo intelectivo, racional, que aporta sus conocimientos al resto social en función de perfeccionar el bien común en todos los ámbitos del ser: conocimientos científicos, filosóficos, religiosos, históricos o meramente informativos sobre temas nacionales o internacionales, más o menos trascendentes.

Otros fines apartados de esa intencionalidad edificante, constructiva, enriquecedora en el  mundo del saber y del actuar, sería una estrategia desviada de la verdadera justificación comunicativa.

El primero de esos deberes está en la documentación consagrada, objetiva, demostrada y alejada de cualquier fantasía imaginativa y subjetivista. A este respecto. Está la cita bíblica del Eclesiastés, 32, 9: “Escucha en silencio y con tu respeto, te ganarás la simpatía”. Aduce el amor a la verdad, al verdadero saber.

El  segundo deber está en la crítica regida por la lógica racional, propia la sublime facultad del alma, creada a imagen y semejanza de Dios. No hay expresión ética fuera de las conclusiones lógicas previas a las premisas antepuestas. Lo contrario, sería una fantasía o fruto de ilusiones ensoñadoras. Al respecto, la cita bíblica de Proverbios, 15, 1-2: “La boca del sabio hace amable la sabiduría; la del necio, solo profiere sandeces”.

El tercer deber justificatorio de la libre expresión está en las formas educadas de la lingüística, que hagan más creíbles las ideas y más asimilables para la razón. “El que ama la corrección, ama la sabiduría; el que odia la corrección, se embrutece” (Proverbios, 12, 1).

De poco serviría una gran tesis filosófica, teológica o de evidencia cotidiana, si las formas lingüísticas fuesen soeces, insultantes o usasen cualquier técnica de grosería repelente por sí misma.

Expresarse, es además de colaborar con buen conocimiento en los distintos capítulos del saber y del obrar, demostrar el alma y el ser de quien lo expresa. “Hay caminos que al  hombre le parecen derechos, pero a su fin, son caminos de muerte” (Proverbios, 16, 25).

Lo que no se puede tolerar tras el paralelo del derecho a la libre expresión, es meter gato por liebre, usando la calumnia, la blasfemia, la tergiversación de las glorias de la verdadera historia, o de la ocultación de esas glorias, denigrando los méritos conquistados por los héroes y los genios, por no contrariar a los sistemas ateos, comunistas o liberales-libertarios.

El peligro actual de las libertades expresivas, está en convertirlas en la herramienta de la ley del más fuerte, de acabar en la razón de la fuerza, frente a la fuerza de la razón.

Aquí está el peligro de la mayor potencia política: el control de los medios de comunicación en manos de los enemigos de Dios y de las patrias; esos que “son invencibles, porque son invisibles”, como ellos mismos han anunciado.

“Por sus frutos los conoceréis”. “La Verdad os hará Libres”. (Jn. 8).

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Las citas bíblicas, las ha dicho Dios; no  las ha dicho Sánchez.

A ver quién es más creíble.

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