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Probablemente, si realizásemos una encuesta preguntando por los mejores pintores españoles de todos los tiempos, o por aragoneses ilustres, pocos se acordarían de citar entre ellos al extraordinario Francisco Pradilla Ortiz (1848-1921). Y, sin embargo, su nombre merece incluirse con letras de oro en el Parnaso de nuestras glorias, junto a sus más preclaros coterráneos: el poeta Marcial, Miguel Servet, Baltasar Gracián, Francisco de Goya, Ponciano Ponzano o Santiago Ramón y Cajal.

Francisco Pradilla destacó precozmente como dibujante, formándose en su juventud con los pintores de escenografías Mariano Pescador –en su Zaragoza natal– y Augusto Ferri[1], Jorge Busato y Bernardo Bonardi en Madrid. Pronto abandonó aquel duro trabajo, centrándose en mejorar su técnica como copista en el Museo del Prado; asistiendo a las sesiones nocturnas de dibujo del natural y de estatua en la Real Academia de San Fernando; y ejercitándose en la técnica de la acuarela. Cabe recordar que la primera Sociedad Española de Acuarelistas se fundó en 1866 en Madrid por Raimundo de Madrazo, José Tapiró, Tomás Moragas[2], José Villegas y Joaquín Agrasot; y que en 1869 Casado del Alisal, Vicente Palmaroli, Alejandro Ferrant, Domingo Valdivieso y Eduardo Rosales crearon otra Agrupación de Acuarelistas a cuyas clases nos consta asistió Francisco Pradilla.

Su talento como dibujante se vio reconocido pronto, y en 1872 empezó a colaborar con la prestigiosa revista La Ilustración Española y Americana[3]. Pero el hecho decisivo que marcaría definitivamente su trayectoria como artista fue la obtención, en 1874, de la plaza de pensionado en Roma[4], con un tema clásico, “El rapto de las sabinas”[5]. Dicho premio, tan buscado como merecido, recompensó sus esfuerzos y cambió su vida, pues la experiencia romana le permitió ejecutar las grandes obras de temática histórica que le darían fama y renombre. De hecho, Pradilla residió en la capital del Lacio más de veinte años –hasta 1897, en que se asentó definitivamente en Madrid–, y fue nombrado director de la Academia de España en Roma en 1881; aunque no ocuparía el cargo mucho tiempo porque tal responsabilidad le impedía dedicarse a la pintura.

Pradilla abordó multitud de temas, en diferentes formatos –desde enormes murales[6] a diminutas tablitas– con idéntica destreza, y se desenvolvió con singular maestría tanto con la técnica del óleo como con la difícil acuarela.

Por supuesto, más allá de su formación académica y del tema exigido para la prueba de acceso a la plaza de pensionado, Pradilla siempre halló inspiración en la Antigüedad Clásica, pintando obras como: “Joven tocando el aulós” (1880); “Bajo el árbol consagrado a Ceres” (1903); “Lectura de Anacreonte” (1904); “Junto al arroyo. Grecia clásica”[7] (1906); o “El retiro de las Musas” (1908); y participando, así mismo, en la ilustración de las Odas de Horacio, publicadas en 1883 en la “Biblioteca Arte y Letras”[8]. Aunque también fue un excelente retratista, paisajista y autor de escenas costumbristas.

Entre sus retratos, destacan los realizados a Juana Jiménez Vázquez, marquesa de Encinares (1917); a los marqueses de Linares, José María de Mura y Reolid y Raimunda Ossorio y Ortega (1888); sus propios autorretratos (1869, 1887, 1918), o los de Consuelo Carrete, mujer que le sirvió de modelo para “Juana la Loca en Tordesillas” (1906) y “El Viernes Santo” (1907). Sin olvidar otros realizados a personajes anónimos de fuerza excepcional; véanse: “Retrato de anciano (1896); “Anciana Napolitana”[9] (1901), o las acuarelas tituladas “La vejez” (1901) y “El día del Corpus Christi en Italia” (1909). Obra esta última de la que su mismo autor afirmó: “es mi favorita y, vanidad aparte, no tiene par hasta el día de hoy en el mundo, en su género”[10].

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De las obras llamadas de género o de costumbres, a menudo complejas composiciones de nutridos grupos humanos, destacan con luz propia: “Lavanderas gallegas”[11] (1887); “La Ribera de Vigo” (1889); “Misa al aire libre en la romería de La Guía en Vigo” (1891);  “Día de mercado en Noya” (1895); “Carnaval en Roma” (1898); “Mercado en Vigo” (1902); “Fiesta de la vendimia en las Lagunas Pontinas”[12] (1905); “Deshoje del maíz en Terracina” (1897) y 1913); “Lavanderas en el río”[13] (1913), o la magnífica “Venta de pescado en la playa de Vigo” (1916). Sin olvidar escenas aparentemente más sencillas, protagonizadas por muy pocas personas o una sola, que nos atrapan y emocionan. Así: “El día del apóstol” (1889); “Viernes Santo en Madrid. Paseo de mantillas” (1914); “¡Para mi boda! Encajera de bolillos” (1915); “La copla en la romería” (1918-19) o “Viento juguetón. Semana Santa en Madrid” (1921).

Entre sus numerosos paisajes[14], merecen citarse: “Cráter del Vesubio” (1887); sus preciosas tablitas de los contornos de Capri –véanse “Marina de Capri” ( 1874); o la titulada “Paisaje de Capri” (1878) –; la serie que realizó en 1912 en las inmediaciones de la localidad abulense de Guisando[15] (1912); la acuarela “Puerta de Bisagra” (1879); las magníficas naturalezas en el entorno del Monasterio de Piedra (Zaragoza) en 1904, o “Últimas nieves en Terracina”; una obra que nos recuerda sus numerosos encuadres de las Lagunas Pontinas, al sudeste de Roma. Así: “Lagunas” (1895); “Pobre pescador” (1898); “Niebla de Primavera”[16] (1907) o “La mañana” (1916); todas ellas ambientadas en aquel extraño paraje de la marisma, del que afirmaría: “una tierra triste y misteriosa, a veces de aspecto desolado, en la que no existen pueblos, sino pobres y pintorescas cabañas de paja repartidas en la inmensa e insalubre palude[17]”. Y es que Pradilla extraería de aquel lugar pantanoso numerosas y sugerentes pinturas, a pesar de contraer él mismo la malaria en un entorno infestado de mosquitos portadores del mencionado mal[18].

Italia fue una inagotable fuente de inspiración para don Francisco, y no podemos olvidar sus escenas venecianas como “Rapto en Venecia” (1877); “Palacio Ducal” (1877) o “Atardecer en la plaza de San Marcos” (1884). Motivos que a su vez nos remiten a otros de carácter intimista, bucólico o amoroso, ambientados en una edad remota: “Así transcurre la vida” (1908); “Dulce despertar”[19] (1911); “Mal de amores”[20] (1912);  “Anhelos” (1916) o “Joven Dama” (1916)… Y que a su vez podemos inscribir o relacionar con otros retratos femeninos como: “Amparito” (1915); “Indecisión” (1916); “Retrato de mujer joven”[21] (1917); “Bailarina en el día de su debut” (1918); “Voluptuosa” (1919) o “Mujer mirándose al espejo” (1920).

[1] Augusto Antonio Ferri (1829-1895) fue un pintor de escenografías boloñés, activo en Madrid entre 1856 y 1870. Fundador, junto al veneciano Giorgio Bussato (1836-1916) y Bernardo Bonardi, de la empresa “Ferri, Busato y Bonardi”, situada en la calle Atocha de Madrid. N. del A.

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[2] Tomás Moragas fundó en 1883 en Barcelona el Centro de Acuarelistas.

[3] Esta magnífica revista, profusamente ilustrada, se publicó entre 1869 y 1921, siendo muestrario sin par de las artes del período. Dejó de editarse el mismo año del fallecimiento de Pradilla. N. del A.

[4] Instaurada aquel mismo año 1874, esta codiciada beca estaba destinada a la formación y perfeccionamiento de los artistas y tenía una duración de tres años. Tanto en la categoría de pintura como en la de escultura, los aspirantes debían ejecutar una obra inspirada en un hito dado de la Antigüedad.

[5] Este asunto resultaba muy sugestivo para los artistas porque ofrecía infinitas posibilidades en la composición y tratamiento de figuras en movimiento. Véanse las versiones de Pietro da Cortona (c. 1630) en los Museos Capitolinos; de Nicolas Poussin (1630) y Jacques-Louis David (1799) expuestas en el Louvre; o la de Rubens (1635-40) en la National Gallery de Londres. N. del A.

[6] Aparte los grandes cuadros de Historia, cabe citar, por ejemplo, los quince murales para el Palacio de Linares, en Madrid, realizados entre 1885 y 1886.

[7] La versión definitiva de este motivo, en formato mucho mayor que el apunte de 1906, fue realizada en 1920, y se encuentra actualmente expuesto en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.

[8] La llamada “Biblioteca Arte y Letras” fue una colección de libros ilustrados publicada por la editorial Domènech y Montaner en Barcelona entre 1881 y 1898.

[9] Colección Art Global Club.

[10] Carta de Pradilla a Ramón de Aburto, 13 de mayo de 1909.

[11] En el Museo Carmen Thyssen, en Málaga.

[12] Expuesto en el Museo del Romanticismo de Madrid.

[13] En el Museo Carmen Thyssen, en Málaga.

[14] Debe decirse que Pradilla se servía de estos paisajes –con frecuencia apuntes de pequeño formato– para la ambientación de sus obras.

[15] Entre ellos, una acuarela titulada “Guisando”, que regaló a Antonio Maura, y un pequeño cuadro “Entre los Toros del Guisando”, sito en la  Hispanic Society of America, Nueva York.

[16] Museo de Zaragoza.

[17] En italiano en el original, pantano o ciénaga en español.

[18] Pradilla pasó el verano con su familia en las Lagunas Pontinas en 1895.

[19] Museo Carmen Thyssen, en Málaga.

[20] Pradilla se documentaba exhaustivamente para la ambientación de sus obras, prestando atención a todos los elementos. Entre los objetos representados, a menudo incluía instrumentos musicales; algunos ciertamente exóticos. Véase el kissar en “El suspiro del moro” (1892), o el chitarrone que porta el trovador en “Mal de amores” (1912), y que puede verse también en uno de los lunetos del techo del salón de baile del Palacio de Linares.

[21] Museo de Zaragoza.

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