02/05/2024 02:13
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Sólo leer el título de esta artículo me hace sonrojarme por su coincidencia con la encíclica de Benedicto XVI, “Fides et ratio”, pero aparte de recomendar su lectura a quien quiera conocer la relación entre la fe y la razón, lo que quiero comentar tiene el mismo objeto, y nace de la evidente verdad de que sólo tienen fe los seres racionales. Entonces ¿cómo se puede afirmar que hay conflicto entre fe y razón si la fe sólo se da en seres con razón?

Sin embargo es cierto que el problema de la relación entre la fe y la razón existe al menos en nuestra cultura occidental moderna y tras releer el ensayo “tres reformadores” de Jacques Maritain, he llegado a la conclusión de que el problema no es de la razón, sino del modo con que se usa la razón.

Los tres reformadores que estudia Maritain, son Lutero, Descartes y Rousseau. Lutero centra su vida religiosa en el hombre en lugar de en Dios, y en esta actitud antropocéntrica no se arredra al imponer hábilmente y poco a poco su voluntad e instinto, llegando a admitir la licitud de la mentira e introduciendo las variaciones litúrgicas que le facilitaban los brotes de su voluntad y de esa forma fue debilitando la fe en la doctrina de la Iglesia Católica. Esa deriva implicaba el abandono progresivo de la razón y su sustitución por el sentimiento, el impulso y la subjetividad radical, lo cual anticipaba el inicio del romanticismo y cuyas consecuencias duran hasta nuestros días. Maritain afirma que finalmente el “reformador”  no solo declara la guerra a la filosofía sino, esencialmente, a la razón, llegando a considerarla contraria a la fe.

Descartes, recibió la inspiración que le llevó a establecer las famosas “coordenadas cartesianas”, método que ha permitido desarrollar el pensamiento matemático. Ese pensamiento que le permitía plasmar ordenadamente las ideas orientó su pensamiento hacia un mundo ideal, desligado de lo real, como expresa su sentencia “pienso luego existo”, que en última instancia nos podría llevar a afirmar que cuando no pienso, no existo. Su forma racionalista de usar la razón le llevaba a la exclusión absoluta de cuanto no sea matemáticamente evidente. Por tanto no admite la deducción del silogismo, ya que no se capta inmediatamente. Sólo admite usar la razón en lo que se capta con evidencia, de forma clara e inmediata, es decir por “intuición”. Esta forma de pensar limita aquello sobre lo que se puede pensar y lo circunscribe a la matemática y a la ciencia empírica. En definitiva el uso de la razón que hacía Descartes no era aplicable a las cosas reales, objetivas, sacaba del mundo del pensamiento todos los factores y todos los conocimientos a los que llegamos por deducción lógica o por experiencia, con lo que sembró la exclusión de la fe del mundo de la razón racionalista.

Maritain analiza a Rousseau, tercer reformador. cuya obra fundamentalmente se circunscribió al plano moral, replegándose hacia el fondo sensible y animal del ser humano. Es pues la filosofía del sentimiento que considera el estado natal como un ideal que se pervierte al vivir en sociedad, pues ésta lesiona sacrílegamente la naturaleza humana, la bondad y la inocencia natural que debe quedar intacta porque le lleva a esa especie de beatitud que Rousseau reconoce en el instinto. De hecho cree que el hombre sólo sería bueno si viviera solo, como Robinsón Crusoe. Con este planteamiento y por un desmedido amor sentimental a sí mismo le resultó imposible realizar un juicio de la razón  considerando perjudicial a la bondad innata cualquier esfuerzo de la voluntad para la construcción de la personalidad, al no admitir nada que modifique el punto de partida natural y la complacencia en nosotros mismos. El antropocentrismo es absoluto, y cuando se plantea el problema del orden en la sociedad, idea el principio de la “voluntad general” que no es la de la mayoría, sino que existe independientemente de las voluntades humanas, siendo una creación ideal que no tiene absolutamente nada de real. Es consecuente y sincero cuando afirma: “renuncio a cuestiones ociosas que podrían inquietar mi amor propio, que son inútiles para mi conducta y superiores a mi razón”, es decir omite afrontar la realidad con el uso de la razón y con ella de todos los factores que esa misma realidad proporciona.

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Esta forma reducida de usar la razón y la sobrevaloración del sentimiento se ha impuesto en Occidente durante la edad moderna, y sin embargo, también en Occidente  nadie piensa que la forma natural y real de usar la razón no fuera correcta, como por ejemplo la que usaron los filósofos griegos, ni los que organizaron el Imperio Romano, ni la forma de razonar de la escolástica que fue un brillante desarrollo de la razón, así como los debates en el seno de la Iglesia que son encomiables. En las primeras universidades se formaban intelectualmente con el trívium y el quadrivium  y no usaron la razón reducida al estilo moderno, y también usaban correctamente la razón los que cuidaban enfermos en los hospitales, levantaban catedrales o cultivaban la escultura, la pintura o la literatura. El hecho de que el universo no se pueda ni medir, contar o pesar, no implica que salga del campo de aplicación de la razón porque sobre él y los aspectos misteriosos que presenta se ha usado y se usará la razón tradicional atendiendo a todos los factores.

En un mundo que da predominio al sentimiento y restringe el uso de la razón a lo que es empírico, contable, medible, y ponderable, es normal que el hombre piense que existe una radical separación entre fe y razón, porque la combinación de ambos errores, por un lado reducir el uso de la razón al estrecho marco de lo experimentable físicamente y, por el otro, desbocar el sentimiento, desligándolo de la razón dejándolo al albur de los impulsos, es lo que dificulta la vivencia de la fe. Si usamos correctamente la razón, veremos cómo fe y razón se complementan sin dejar fuera nada y la conjunción de ambas nos indicará el camino para responder a las preguntas esenciales que la realidad plantea.

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