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Esta es la tercera parte del repaso al libro Dípticos de historia de España, de Claudio Sánchez Albornoz. Las partes anteriores están aquí.

El díptico Del ayer cercano se compone de La retirada de Maura en 1913 y No debemos olvidar la guerra civil. La retirada de Maura en 1913 consiste en una serie de artículos publicados en el diario de Ávila en marzo de ese mismo año. Trata naturalmente de ese hecho, que sacudiría al Partido Conservador español y es el pistoletazo de salida del declive de la Restauración. Se trata de un trabajo de sus años universitarios.

Las politiquerías de los regímenes liberales no me interesan gran cosa. En todo caso, tras amagar la retirada, Maura vuelve, aunque tiró la toalla definitivamente a finales de año. Eso no lo podía saber Sánchez Albornoz, por supuesto, cuando escribió el texto. Ejemplo de esa politiquería liberal:

Los liberales que habían dicho antes que sentían la retirada de Maura, dijeron ahora que se congratulaban de su vuelta; los conservadores y sus afines que vieron aquella con pesar sincero, se regocijaron al conocer su reintegración a la Jefatura; y las extremas derechas siguieron hablando del fracaso del régimen liberal.

En efecto, tenían razón las “extremas derechas”, porque el episodio marcó el comienzo del declive de aquel régimen.

El artículo No debemos olvidar la guerra civil es el prólogo del tomo cuarto de La Guerra Civil española, de ediciones Urbión, publicado en 1980. A Sánchez Albornoz, aunque pertenece a una de las dos Españas (la “Tercera España” no existe), no lo duelen prendas al señalar la culpa de los suyos:

La sublevación socialista de Asturias y el alzamiento de la Generalidad de Cataluña en octubre de 1934 crearon el clima de discordia civil en que iban a naufragar la República. Ambos movimientos, que Azaña no logró evitar – ante mí intentó detener a los primeros -, y la lógica pero dura represión de los mismos alzaron montañas de odios entre los españoles… La desarmonía con el presidente de la República, del Gobierno del Frente Popular triunfante en 1936, desarmonía que llevó a la injusta destitución de don Niceto, agravó la difícil situación, aumentando la alarma de las clases conservadoras. La estulta actitud de Largo Caballero – le habían convencido de que iba a ser el Lenin español – provocando revueltas con la esperanza de hacer la revolución – me consta que anunció a sus aliados electorales republicanos su decisión de hacerla cuando le fuera dable – asustó terriblemente a las derechas, que se decidieron a dar un golpe militar para barrernos a los republicanos…

¿Y no iban a asustarse la derechas ante un Lenin? Por lo demás, yerra Sánchez Albornoz -y su sectarismo le impide verlo- al decir que las derechas quisieran barrer a los republicanos. Se alzaron por la república.

Después, son muy conocidos los sucesos que llevaron a la guerra civil. Fracasaron los alzamientos de Madrid y Barcelona. Fanjul era una mula, y no supo sino encerrarse en el cuartel de la montaña. Vivía enfrente, y me consta, por relatos familiares – yo estaba en Lisboa -, que durante muchas, muchas horas no tuvo nadie enfrente y pudo apoderarse del Palacio y de Madrid casi sin disparar un tiro. Y Goded llegó tarde a Barcelona, y sus hombres tuvieron que enfrentarse con la Guardia Civil, fiel a la República.

En efecto, es inexplicable que se encerrara en vez de ocupar la ciudad.

Durante los 40 años de la dictadura franquista he lamentado a veces que no triunfara inicialmente el alzamiento. Nos habrían fusilado a unos centenares de republicanos, pero España no habría sufrido los desastres de la guerra civil, y los vencedores habrían durado en el poder mucho menos de lo que hubimos de padecerles en verdad.

Yo dudo mucho de que hubieran fusilado a Sánchez Albornoz los jefes del Alzamiento triunfador, salvo quizás en los primeros días de río revuelto

Interesante refutación de la invención “las dos Españas” que se inventara un poeta metido a visionario:

Se ha hablado con alguna frecuencia de la existencia perdurable a través de los siglos de dos Españas hermanas enemigas. Estulta afirmación. En todas las comunidades históricas se han enfrentado sucesivamente, a través de los siglos, grupos adversos y a veces hostiles… y nadie ha hablado de la existencia de dos Italias, dos Francias, dos Inglaterras, dos Alemanias enemigas a través de los tiempos.

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Al afirmar la existencia perdurable de dos Españas se pretende que siempre han existido entre nosotros dos comunidades eternamente incompatibles y enemigas y eso es históricamente erróneo e indemostrable. No vaciló al afirmarlo rotundamente.

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Solo ciegos a las relieve de histórica puedo el luego hablarse de la existencia de dos Españas durante los siglos XVI, XVII y XVIII. No; no hubo sino una España heredera del ancestral explosivo yo hispano. Una España que conquistó América y que señoreó Europa siglo y medio, y que luego vivió en paz sus problemas dinásticos hasta la francesada. Una España que no conoció las guerras religiosas que ensangrentaron a Alemania, Inglaterra, Francia…, ni las revoluciones políticas que llevaron al patíbulo a dos reyes en Londres y en París…

Las dos Españas aparecieron en el curso del siglo XIX. Estábamos en Europa; no podíamos sustraernos a sus tempestades. Y padecimos dos guerras civiles, dos revoluciones, muchos choques y violencias…

La división civil y política de España fue obra y desgracia de los liberales a sueldo de Inglaterra y sus logias. Que los liberales se lamenten después de esa división solo pone en evidencia su mala fe y su desfachatez; dejemos al lado los ignorantes que solo repiten consignas.

He reprochado muchas veces a Franco no haber sabido hacer la paz. No rectifico mis acusaciones pero escribo hoy como historiador y como próximo a la eternal vida futura. Había sido tan brutal y sangrienta la batalla en los frentes y tan despiadada y cruel la vida de las retaguardias, que era difícil llegar a la reconciliación. Se habrían necesitado dotes angélicas en los vencedores para pensar en el olvido del ayer, y no concibieron siquiera la idea de la fraternización y menos aún la del restablecimiento de un régimen demoliberal.

La idea de fraternización la concibieron y pusieron en práctica los franquistas muy pronto, pero los antifranquistas viscerales no podían aceptarla. El “régimen demoliberal” tardó más en llegar, afortunadamente, pero el caso es que lo tenemos ya desde 1978. Esto era lo que decía por aquel entonces nuestro historiador sobre el olvidar o no olvidar la Guerra Civil:

Los viejos no podemos olvidarla, pero empieza de dibujarse su silueta y comienza a recomendarse arrancar sus recuerdos de la memoria y del corazón de los españoles. Suscribiría tal empeño si mis hermanos de la piel de toro vivieran hoy bien avenidos, arrepentidos del bárbaro ayer en fecunda paz. Si no hubiesen surgido los movimientos secesionistas, odios, rencores…, si no ensangrentaran las ciudades españolas frecuentes asesinatos traidores… Yo mismo, tras la restauración del régimen constitucional en España, pensé a veces, y a veces escribí, que debíamos olvidar la guerra civil para reconciliarnos fraternos y defender en paz y en libertad nuestros ideales políticos…

Pero no está muy convencido de que haya que olvidar:

Sí, no debemos olvidar la guerra civil, porque se han desarrollado fuerzas disolventes, enemistades y ambiciones, retos terroristas -ora separatistas, o no- y múltiples violencias que pueden llegar a provocar un golpe de Estado -en parte se han realizado tales violencias para incitar a darlo- o que pueden provocar una revolución, golpe o revuelta que pueden llevar de nuevo a la guerra civil.

Por eso lo que recomienda es recordar para no repetir:

¿Olvidar la guerra civil? No, mil veces no. Yo aleccionaría a los españoles, desde las escuelas a las universidades, en el recuerdo de la barbara y sangrienta contienda que todavía deshonra y debe avergonzar a los españoles.

Y explica la guerra civil como la superposición de tres revoluciones, una política, otra social y otra religiosa:

Lo he dicho y repetido otrora. España no había conocido, en el curso de los tiempos nuevos, las tres enfermedades -quizá podremos calificarlas de dolencias juveniles o de crecimiento- que padecieron los pueblos hermanos de Occidente. He señalado el principio de estas páginas que no habíamos sufrido las crueles horas de las guerras religiosas que en los albores de la modernidad ensangrentaron a Alemania, a Inglaterra, a Francia, a Suiza… Es notoria la unidad católica de la España de los Austrias. Que no habíamos padecido revoluciones políticas equiparables a la inglesa del siglo XVII ni a la francesa del XVIII. Las cabezas de nuestros reyes -muchas veces poco inteligentes, desde Felipe III a Fernando VII- habían seguido firmes sobre sus hombros hasta su muerte por dolencias humanas, sin que ninguno hubiese subido al patíbulo como Carlos I de Inglaterra y Luis XVI de Francia… Nuestras revoluciones decimonónicas fueron cuartelazos sin gran relieve histórico.

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Y que, por nuestro retraso económico y por nuestra peculiar estructura social, tampoco habíamos sufrido revoluciones sociales lejanamente equiparables a otras que habían padecido las hermanas naciones de Occidente en el curso de los últimos tiempos.

Ahora bien, he afirmado asimismo que, durante nuestra barbara guerra civil, España padeció simultáneamente las tres revoluciones aludidas. En la zona franquista fueron ejecutados cuantos eran sospechosos de masones y de hostiles al catolicismo e incluso muchos liberales. Y en la roja ardieron centenares de iglesias y cayeron asesinados alrededor de quince mil entre obispos sacerdotes religiosos y religiosas, y muchos, muchos miles de seglares de confesión y de credo católicos.

Hace trampas, porque no es cierto que “fueran ejecutados cuantos eran sospechosos de masones y de hostiles al catolicismo”. La “tercera España” no tiene remedio.


Sánchez Albornoz se refiere después al aspecto político y social de la revolución, pero con argumentos flojos, y reproduce de nuevo a las palabras que le dijera Azaña en Valencia en agosto del 37: “La guerra está perdida, pero si por azar se ganarse, tendríamos que salir de España los republicanos, si nos dejaban”. Y añade esto que pocas veces veremos comentado entre quienes aplauden la Segunda República (yo me acabo de enterar):

En enero de 1938 fuimos destituidos los profesores universitarios republicanos por el ministro comunista de Instrucción Pública.

Lo que nos lleva a esta consecuencia lógica: ¿por qué se quejan los republicanos de la depuración franquista de la universidad y del profesorado si habían sido ya destituidos antes por la República frentepopulista que apoyaron?

Sánchez Albornoz acaba concluyendo, como se podía esperar, que debemos recordar la guerra civil para no repetirla. Es una conclusión bastante obvia. Yo le añado que también deberíamos recordar los manejos de las fuerzas destructivas de la revolución que lleveaon al Alzamiento, para atajarlos en cuanto los veamos surgir. Sin embargo ahí están desde hace años campando por sus respetos. Y, desgraciadamente, esta vez no hay fuerzas sociales ni políticas que les hagan frente.

Tampoco me parece acertada esta conclusión:

al cabo, padecimos las tres enfermedades históricas, las tres crueles revoluciones que los pueblos hermanos de Occidente sucesivamente padecieron y que nosotros hubimos de enfrentar sincrónicamente por no haberlas sufrido al correr de los siglos, como consecuencia de nuestra historia singular

con ella pagamos, al cabo, nuestra deuda con la historia de Europa. Con la historia de la gran patria a la que pertenecemos para nuestra gloria y la de los otros pueblos de Occidente. De la gran patria que no hemos integrado nunca como turbio y pobre corolario. A cuya formación contribuimos, primero, con nuestro sacrificio de ocho siglos, constituidos en rodela de la Europa naciente, y, además, sirviéndola de maestra al transmitirle la civilización arábigo-hispana. Y a cuya expansión y afianzamiento colaboramos con nuestras hazañas, al convertir al Atlántico en el nuevo mar interior de la nueva civilización y el incorporar a ella a América.


Con esta explicación Sánchez Albornoz cae en un determinismo histórico bastante ramplón. No había ninguna razón para esas “revoluciones”. La revolución política se había hecho con la República. La revolución social es un trampantojo. El comunismo no es ninguna revolución social. Y la “revolución religiosa” se había pagado con la desamortización, que quitó a las instituciones católicas todos sus activos ¿era necesario también asesinar miles y miles de religiosos y destruir cientos y cientos de iglesias?

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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