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En el año 2009, con los últimos coletazos del nefasto zapaterismo,  publiqué el segundo de un montante hasta la fecha de hoy de 17 libros intitulado: La afilada navaja de Ockham II. Usar el sentido común ante la evidencia criminal.

En aquella obra de investigación sobre el 11-M lejos de abismarme en las laberínticas exposiciones de los defensores de las dos versiones que contendían en un pulso inacabable por la búsqueda de la verdad, sugerí la observación de la evidencia ante el impulso criminal de la matanza, con especial análisis sobre las consecuencias que beneficiaron el abrupto cambio sociopolítico presidido por el gobierno de Zapatero. Con el examen de la España actual es fácil verificar que el desorden institucional y el ariete contra los orígenes de nuestra reciente democracia estaban vinculados a aquellos días en que una estrategia de asalto al poder fue aprovechada hasta sus últimas posibilidades, convirtiéndose el asesinato de 192 personas en un punto de inflexión radical que ha marcado el devenir crítico de estos últimos años.

Una obra examinada por miles de lectores que sigue en boga y forma parte de numerosos listados con referencia a aquel día aciago  en la memoria desangelada de España. De haberlo titulado 11-M, usar el sentido común ante la evidencia criminal, su impacto editorial habría sido mayor. Ese título que no fue, directo y sin ambages, resumía la realidad de lo acontecido según la premisa de que ante varias hipótesis la más sencilla es la verdadera. Y según esto con un despliegue de reflexiones ceñidas a la realidad, atinadas y lógicas sobre lo acontecido, había que preguntarse sobre quiénes eran los beneficiados de esta desalmada matanza. Cui prodest scelus, is fecit.

El tiempo corroboró que Zapatero, ETA, el nacionalismo latente que se trasformó en crónico; medios de comunicación y lobbies en las sombras fueron los que sacaron tajada de un crimen que en sus posteriores investigaciones estuvo cuajado de inexactitudes evidentes, chivos expiatorios, falsas pruebas y testigos, declaraciones públicas basadas en la mentira rastrera; chapuzas manipuladas y prevaricaciones de jueces que supeditaron vergonzosas sentencias al estímulo y la coacción de un gobierno sospechoso de muchos amaños, muy pendiente de las resoluciones en lo que resultó un macro juicio como lavado de cara y blanqueo de circunstancias que iniciaron sus retorcidos despropósitos cuando fueron destruidos, a los dos días de perpetrarse la masacre, los vagones de la muerte conculcando la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Asimismo, desaparecieron los objetos personales y enseres de las víctimas con el deliberado propósito  de que no se pudiera investigar el tipo de explosivo usado que muchos expertos militares –al ver los efectos en las fotografías-achacaron al de tipo C4.

Se dio por cierta la versión de que estalló Goma 2 Eco cuando se probó la existencia de Titadine e, incluso por las pruebas periciales, la existencia de otro tipo de explosivo. Inaudita por absurda pero dada por veraz fue la mochila encontrada en la Comisaría de Vallecas con el móvil con tarjeta que fue la excusa para efectuar las redadas y detenciones de numerosos sospechosos que después quedaron en libertad sin cargos. Por no mencionar como torpeza criminal cargar de tornillería aquella mochila cuando en ningún cuerpo de las víctimas fue encontrada esa metralla, o la aparición de la furgoneta Kangoo inspeccionada por perros sin encontrar nada y que, después de su paso por la Comisaría de Canillas, da lugar al descubrimiento con-milagro será- todas las pruebas que implicaban a  los supuestos islamistas; los que después se suicidaron encontrando a uno de ellos con los pantalones puestos al revés en un piso pared con pared a la casa de un experto en escuchas policiales. O la aparición súbita de un Skoda para refutar que todos los terroristas no entraban en la Renault Kangoo. Prueba que se demostró falsa pero que el juez Bermúdez no se molestó en saber quién estaba interesado en poner otra prueba falsa y con qué fin. Y así, demostradamente, una tras otra.

El mismo Zapatero parecía saber previamente,  durante la comparecencia de la comisión de investigación-el paripé público para afianzar las confusiones y justificar al islamismo como autor del acto terrorista-, la importancia de indagar sobre el explosivo utilizado, toda vez que tiempo después se intentaron lavar las trazas con agua y acetona incluso en el laboratorio donde se encontraban. Los mismos investigadores se llamaron a sorpresa cuando descubrieron el gran engaño, estupefactos y escandalizados,  al examinar algunas pruebas con un insospechado tipo de explosivo que echaba abajo la versión oficial y con ello la supuesta autoría de islamistas.

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La trama fue compleja por superponerse varias vías conducentes al posterior 11-M. Un plan perpetrado con anterioridad que conllevaba una maniobra de confusión y que en paralelo apuntaba a un intento de ETA por atentar contra una estación de tren en Madrid, además de transportar media tonelada de explosivos incautada en una furgoneta accidentada que facilitó la detención de etarras sin que ofrecieran ninguna resistencia. Un cebo nada casual que alertaba sobre un posible macro atentado en espacios ferroviarios. En tanto, simultáneamente, ese mismo día los otros de la trama, supuestamente islamista, transportaban explosivos procedentes Mina Conchita. Confidentes de la Policía, para más inri. Un coche lanzadera y otro con explosivos que a pesar de ser parados por la Guardia Civil siguieron su camino sin obstaculizaciones.

Casualidades no existen. Tampoco maestría en un demoníaco plan de chapuceros que fueron cambiando las manipulaciones de forma improvisada y exponencialmente torpe, pero al amparo de una influencia mayor que solapó el descaro incluso con rúbrica de sentencia judicial.

Una vicisitud oscurantista, una más,  de la dolorida Historia de España en esta democracia manipulada por hilos invisibles que disponen la tragedia y su ocultación con el libre albedrío de una profunda corrupción a espaldas de los más que engañados ciudadanos.

En esta España de la estafa sanchista es fácil comprender su presente cuando se revisan los exordios oscurantistas del 2004 que han devengado tiempos de desorden y el reverdecimiento de los rencores guerra civilistas que hasta la llegada de ZP estaban olvidados por la mayor parte de los españoles. No existe la casualidad en la resurrección de los odios ni en la deriva secesionista. No fue fruto de la crisis el profundo hundimiento económico del país, ni los drásticos cambios de recorte de libertades contra los ciudadanos.  La victoria del terrorismo contra sus víctimas tampoco corresponde a un espontáneo devenir de negociaciones sino a una planificación orquestada desde las sombras con reuniones secretas que  desembocó en la masacre del 11-M que marcó el gobierno de Zapatero y con él un declive propiciado contra el equilibrio institucional y económico.

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Solo el desinterés y la indiferencia permiten que los canallas se salgan con la suya. España está dominada por el relativismo moral y el engaño de las sombras que realmente nos dirigen influyendo con el temor y la coacción sobre los dirigentes políticos y los jueces. No hay democracia limpia ni libertad sin subterfugios. No existe justicia terrena que damnifique a las víctimas, pero seguro que hay una que espera a los confiados depredadores del alma que sonríen por el plan maestro de sus malignidades. Deberían tener terror por la siembra de sus obras temporales.

Rubalcaba, verbigracia, ya debe de estar tostado vuelta y vuelta con los secretos que se llevó al Infierno.

Millones de españoles no olvidan ni perdonan.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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