12/05/2024 11:29
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Debido al impresionante desarrollo tecnológico, acaecido con particular intensidad en la última década, la humanidad en su conjunto ha entrado de lleno en la “era de la información”. Junto a este fenómeno la “globalización” ha provocado, particularmente en los países desarrollado, una sociedad hiperconectada a través de las redes sociales. Ambos hechos han dado lugar a que los individuos recibamos una cantidad ingente de información procedente de las más diversas fuentes. Si bien en un principio esta situación puede parecer sumamente positiva, lo cierto es que también trae consigo efectos nocivos para la generación de conocimiento. Así, la información recibida es en no pocas ocasiones falsa, sesgada o errónea, razón por la cual es necesario realizar un enorme esfuerzo de contrastación de las fuentes y valoración de la información. Tanto la dificultad que conlleva la realización de dichos procesos como la tendencia innata de los individuos a permanecer en su zona de confort, determinan que buena parte de los individuos acaben optando por seleccionar las fuentes informativas que más y mejor se adapten a su propia ideología, la cual, la mayoría de las veces, carece de rigor intelectual y está minada por prejuicios de base. Este hecho trae indefectiblemente consigo el desarrollo de una sociedad en la que la ausencia de “pensamiento crítico” es la nota predominante, lo cual, a su vez, determina el que un importante sector de la ciudadanía muestre una adhesión incondicional e irreflexiva a determinados constructos ideológicos establecidos por las élites dominantes, por más que la realidad haya demostrado de forma fehaciente que sus postulados son absolutamente falaces.

A todo ello es necesario añadir que, como señala el sociólogo Zygmunt Bauman, actualmente vivimos en una “sociedad líquida”, básicamente caracterizada por una vertiginosa sucesión de acontecimientos, de tal forma que cuando no hemos terminado de procesar un determinado evento ya nos vemos involucrados en el siguiente. En consecuencia, nos hallamos inmersos en una “vida líquida” que “no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”, razón por la cual los individuos terminan por desarrollar planteamientos intelectuales mínimamente elaborados, escasamente consistentes y sumamente frágiles.

Para completar el corrosivo cóctel social, la postmodernidad ha traído consigo un “relativismo moral” que impide al individuo pisar la tierra firme constituida por ese conjunto de principios y valores eternos cuya salvaguarda permite orientar nuestra vida, marcando el camino a seguir en medio de la incertidumbre y proporcionando el ancla salvadora cuando la tormenta arrecia. De esta forma la postmodernidad ha dado lugar a una “sociedad decadente”, conformada por individuos incapaces de rebelarse ante cualquier proposición por absurda que ésta sea, siempre que esté avalada por los sumos pontífices del pensamiento políticamente correcto, cómodamente instalados en la cúpula de un poder cada vez más globalista, mientras sus terminales mediáticas jalean sus proclamas hasta hacerlas hegemónicas en el imaginario colectivo. Y esto es así porque, como señala Pedro Baños en su obra “La encrucijada mundial”, “Tenemos una sociedad conformista y acrítica que ha perdido la fe, empezando por la fe en sí misma”.

Esta situación en su conjunto ha generado el necesario caldo de cultivo para la definitiva eclosión de la mediocridad, encarnada en lo que Ortega y Gasset denominó “hombre masa”, el cual viene a caracterizarse por deambular a lo largo de su periplo existencial sin rumbo preciso debido a la carencia de un proyecto vital propio. En consecuencia, el hombre-masa es presa fácil de la manipulación, ya que, perdido en su mar de dudas, necesita de un discurso ajeno que le proporcione las imprescindibles certidumbres que le permitan orientarse en su insulso viaje a ninguna parte. De esta forma, el hombre-masa se adhiere de forma incondicional a un determinado grupo sociopolítico, asumiendo, sin prácticamente análisis previo, todos y cada uno de los postulados del discurso tribal, adquiriendo de esta forma un sentimiento de pertenencia a un determinado colectivo y una identidad ideológica concreta, permitiéndole ambos hechos fijar su posición en el entramado social.

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En definitiva, estamos asistiendo a un proceso de “alienación social” controlado por fuerzas ajenas al conjunto de la ciudadanía, que da lugar a la pérdida de autonomía individual y colectiva, a la imposición de un “pensamiento único” en el seno de la sociedad y al desarrollo de una “cultura de la cancelación” que condena al ostracismo social a todo disidente intelectual.

La izquierda en general y el sanchismo en particular, si bien no han logrado dejar de mostrar su carácter totalitario en el ámbito político y su incompetencia gestora en la esfera económica, han entendido a la perfección el degradado escenario social imperante en la actualidad, como se acaba de poner de manifiesto en las pasadas elecciones generales del 23J. Así, como maestros que son en el arte de la agitación y la propaganda, el Partido Socialista con Pedro Sánchez a la cabeza ha recurrido durante toda la campaña electoral a un discurso que, dejando a un lado cualquier tipo de argumentación mínimamente fundamentada, se centró en avivar las pasiones más elementales de su electorado, sustituyendo el logos por el pathos, esto es, la razón por la emoción. Así P. Sánchez, siguiendo el sistema binario amigo-enemigo propuesto por Carl Schmitt, estableció una perversa dicotomía consistente en confrontar dos bloques a los que asignó un carácter antagónico e irreconciliable, de tal forma que, por un lado, tendríamos al bloque de la izquierda progresista representado por el PSOE y, por otro lado, estaría el bloque de la ultraderecha involucionista constituido por el PP y Vox. Dicho relato, desarrollado con la clara intención de polarizar y enfrentar a la ciudadanía, adolece de una falsedad palmaria y una omisión relevante. La falsedad no ha sido otra que denominar progresistas a unas políticas como las suyas que han supuesto la degradación de la democracia, la conculcación del Estado de Derecho, el asalto al Poder Judicial, la colonización de las instituciones del Estado, la depauperación económica de los españoles, la promulgación de leyes esencialmente aberrantes y la humillante sumisión al permanente chantaje de sus socios comunistas, golpistas y filoterroristas, todo lo cual constituye la manifestación evidente de que, muy al contrario de lo que predican, es precisamente el involucionismo achacado al centroderecha la seña de identidad propia del socialcomunismo. La omisión consistió en ocultar que sus aspiraciones de gobierno solo podían ser satisfechas mediante el mantenimiento de su asociación con la extrema izquierda y el independentismo irredento, con la consiguiente concreción de una nueva versión de lo que acertadamente se ha dado en llamar Gobierno Frankenstein.

En cualquier caso, el objetivo perseguido por el psicópata monclovita era demonizar a Vox sin justificación alguna, para acto seguido unir su suerte al PP, para con todo ello desviar el foco de atención y tapar sus perversos pactos de gobierno, su deplorable actividad legislativa y su deficiente gestión socioeconómica. En este punto es necesario señalar que el PP, inmerso en esa inveterada ambigüedad a la que sus múltiples complejos le conducen, contribuyó notablemente a la estrategia socialista. Así, mientras a nivel regional el PP era incapaz de establecer una política concreta de pactos con Vox que especificara las líneas maestras que habrían de regir su acción de gobierno, a nivel nacional Núñez Feijóo y Cuca Gamarra, intentando poner tierra de por medio con Vox, alardeaban de que el PP estaba más cerca ideológicamente de P. Sánchez que de Santiago Abascal, sin darse cuenta de que lo que se supone que el PP pretendía en estas elecciones era derogar el sanchismo y revertir su deriva totalitaria, para lo cual, según todas las encuestas, la ayuda de Vox resultaba imprescindible.

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Finalmente, la maniquea estrategia del PSOE unida a la suicida campaña del PP tuvo la virtud de confundir al electorado de centroderecha y movilizar masivamente a un electorado de izquierdas que se mostró inmune en las urnas a las mentiras, desmanes y fechorías perpetradas por el Gobierno socialcomunista. Dicha situación provocó que los resultados electorales dictaran, por un lado, una victoria pírrica del PP, que solo puede satisfacer a la mediocre cúpula que actualmente dirige los destinos de los populares, y, por otro lado, una derrota estimulante del socialismo amoral y ventajista, siempre dispuesto a no escatimar esfuerzo alguno a la hora de conceder todo tipo de prerrogativas a ese entramado antiespañol, populista y racista conformado por comunistas e independentistas de toda laya y condición.

Ante este siniestro escenario solo cabe concluir señalando que la democracia española ha completado su descenso a los infiernos para convertirse definitivamente en una oclocracia, al tiempo que la nación española “en un tiempo fuerte, ya desmoronada”, se enfrenta a la consumación de un proceso de demolición programada.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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Geppetto

NO hay proyecto Sanchez que valga
Sanchez sigue la politica de los que le precedieron y esta haciendo lo que el sistema le dice que haga

JCrespo

Muy de acuerdo con que no existe el proyecto Sánchez. Éste es sólo una marioneta y un «mandado». Un ser muy mediocre. Sin embargo le sobra el atrevimiento y la ambición.
Por todo ello fue elegido por sus protectores que le guían como un autómata.

Ramiro

Y es un ignorante jurídico, lo que le permite hacer las mayores ABERRACIONES JURÍDICAS, tranquilamente…
Zapatero era licenciado en Derecho, y hasta fue profesor asociado de la Universidad de León durante 5 meses.
Rajoy era y es Registrador de la Propiedad, una dura oaaposición jurídica.
Aznar era inspector fiscal del Estado, otra oposición dura.
Felipe González era Abogado laboralista, pero EL MEMO ACTUAL, jurídicamente hablando, NO SABE HACER UNA O CON UN CANUTO, y confunde la velocidad con el tocino.Y, encima, se rodea de un montón de pelotas, absolutamente inútiles y bastardos, que solo buscan su propio beneficio.
Con estos mimbres, ¿Qué podría salir bien…?

Aliena

Bueno, tienes razón, pero o me parece a mí que el currículum de Zapatero o el Felipe González ( por limitarme ahora a hacer paralelismos entre socialistas, no porque el PP tenga defensa alguna ) no habla precisamente a su favor, pues bien que asaltaron la Justicia e incumplieron todas las leyes – y hasta artículos de la mal llamada Constitución – cuando les vino en gana, amén de dictar todos sus propias leyes ad hoc. ¿Y ocurrió algo? Pues lo mismo que hoy con Sánchez, NADA de NADA.

Aliena

Vaya, tan florido verbo para tan escasos resultados. Aunque el autor crea haber descubierto el Mediterráneo a estas alturas, TODO lo que achaca a Sánchez, ya estaba inventado y aplicado a fondo, como poco desde la época de Felipe González, ese «hombre de estado». Así que, para hacer su programada propaganda voxera, trabájenselo un poco, hagan el favor.

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