17/05/2024 05:22
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Ponemos punto final al repaso al libro Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general, de Ana Quevedo & Queipo de Llano, nieta suya. Los episodios anteriores están aquí.

 

Último año de vida. Queipo enferma y se prepara para morir. La familia impide que su hija preferida, Maruja, que se había casado con un ayudante suyo contra su voluntad le visite. Simplemente, una triste historia familiar:

 

En un viaje a Valencia, en marzo de 1950, vuelve a manifestarse la antigua dolencia coronaria del abuelo. En un almuerzo en su honor, le sirvieron paella, plato que le entusiasmaba y del que comió cuanto quiso. Al terminar el mismo se sintió repentinamente enfermo. De allí marchó a Sevilla, y ya vivió tan sólo un año, durante el cual la muerte le rondó a diario.

Procedente de Madrid, llegó la hija del enfermo, María».

  Allí fue recibida por una comisión familiar: no podía ver al abuelo, bajo el pretexto de que la sorpresa y la emoción del reencuentro podrían acabar con su vida. Consiguieron asustarla hasta el punto de que pasó seis meses sin que su padre supiera de su presencia al otro lado de la puerta de su dormitorio. Allí transcurrían los días, apostada en el pasillo, escuchando la voz del padre adorado o su respiración, por si se volvía intranquila mientras dormía. A veces le oía decir:

  —¿No llama Maruja para preguntar por mí?

  —Sí, de vez en cuando.

 

Rechaza el título de marqués de Queipo de Llano, que la izquierda la hubiera quitado ahora en todo caso:

 

Viéndole ya moribundo, sin nada que temer de él, el 1 de abril de 1950, Franco otorgó al abuelo el título de marqués de Queipo de Llano. Al coincidir esta concesión con una notable mejoría, experimentada tras el primer susto, se recibieron infinidad de cartas, telegramas y llamadas telefónicas felicitándole por una o por otra y en ocasiones por ambas.

Todo se resolvió cuando una cocinera, recién llegada a la casa, pues todo el servicio estaba avisado de no mencionar el título bajo ningún concepto, entró en su habitación para preguntarle qué deseaba desayunar, y lo saludó con estas palabras:

  —¿Cómo ha pasado la noche el señor marqués?

  De pronto, se le despejaron todas las incógnitas. Tras contestar con un cortés «bien, bien», llamó a gritos a la familia, y todos acudieron desalados, sin saber qué ocurría.

  —A ver, ¿qué quiere decir esa loca que me ha llamado señor marqués?

  Se lo explicaron. Se quitaban la palabra como podían intentando calmarle, pero era inútil empresa.

  —Que venga mi escribiente, que tengo que dictar una carta.

  La carta en cuestión levantaba chispas. Tras dirigirla al jefe del Estado con la mayor corrección, desató el torrente de sus iras y de sus palabras:

  «No reconozco ni reconoceré nunca otras ejecutorias de nobleza que las concedidas por Su Majestad el Rey, siendo inválidas las otorgadas por cualquier otra persona, que se convierte así en un advenedizo que se arroga funciones y honores que están muy lejos de corresponderle. Bastantes títulos hay en mi familia y más en la de mi mujer para poder reivindicar cualquiera de ellos si lo deseara, sin tener que recurrir a otros que por su propia carta de concesión, no lo son».

 

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Pide que le entierren en la Macarena, voluntad no respetada por quines ya sabemos:

 

  —No, Carlos, gracias. Quiero morir en Sevilla y que me entierren en la Macarena.

El 22 de marzo de 1951, la Virgen de la Esperanza Macarena llevaba en el paso la vara insignia de hermano mayor honorario del general con crespones de luto. La virgen llevaba también el fajín del general Queipo de Llano.

Ayer descansaba para siempre al pie de la Macarena. Sus amigos le ofrecían una Misa, a las once en la capilla de su tumba. Eran pocos y estaban devotos y silenciosos.

El general muerto ya no nos pertenece ni a los que le quisieron ni a los que aún le amamos, porque ha pasado a ser propiedad de la historia.

Y si la historia la escriben los vencedores, el general Queipo de Llano no lo fue. Él, que como militar ganó todas sus batallas, perdió su propia guerra, la de sus afanes y esperanzas, en todos los frentes, incluso en el de la memoria de las gentes.

 

Esto se publica en 2001… aún le quedaba sufrir la revancha de los desenterradores de cadáveres frentepopulistas.

 

* * * * *

 

Unas reflexiones para acabar. Queipo fue un auténtico personaje. Tenía corazón y cojones para dar y regalar, quizás debió de tener la cabeza algo más fría. Está claro que se metió en todos los charcos que se le presentaron. Es de suponer que en no todos ellos llevaba la razón.

 

La toma de Sevilla con un puñado de hombres es algo portentoso. El asunto más controvertido es el de la represión realizada en Andalucía. Esto dice su hija:

 

En los pueblos de la provincia, el número de asesinatos alcanzó las 476 personas, que fueron torturadas de la manera más terrible, y la cantidad de incendios, saqueos y obras de arte destruidas, contabilizados también por el señor Salas, enorme, y no fueron más sin duda por la rapidez con que Queipo de Llano se hizo dueño de la ciudad, evitando así más matanzas. La represión nacionalista, en contra de lo que siempre se ha dicho y se sigue diciendo, no fue en Sevilla tan sangrienta como en otras ciudades de España. Es al ser desterrado Queipo cuando comienzan las medias verdades y después las mentiras sobre la represión en Sevilla (¿para qué?, ¿por qué?), y amén de esto, todos los escritores que tanto se han referido a ella olvidan o descaradamente omiten el antecedente inmediato de la represión cometida por el Frente Popular, que tantos ánimos encendió, al contemplar las monstruosas muertes de que habían sido objeto tantas personas inocentes, sin distinción de edad ni sexo. Y hay que ponerse en el lugar de los supervivientes que clamaban ante las fuerzas y las gestoras nacionalistas nombradas para restaurar la vida normal en los pueblos. Qué duda cabe que las muertes causadas por la represión del Frente Popular fueron infinitamente inferiores en número a las causadas por el bando nacional, que el señor Salas, redondeando por alto ha cifrado en ocho mil, pero mientras aquéllas fueron precedidos de injurias, vejámenes y horribles torturas, los fusilamientos, incluidos los realizados durante las primeras semanas sin juicios con garantías, nunca fueron precedidos de tortura alguna, como ha quedado probado por documentos y testimonios. ¡Y cuántas otras muertes de las que no fue responsable se le han atribuido!

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Las penas de muerte de la represión habrían sido entonces veinte veces más que el número de asesinatos. Los números apuntan a una represión verdaderamente desproporcionada, pero hay que tener en cuenta lo dicho: no es lo mismo pasar por las armas a una persona que matarla sádicamente torturárndola antes de asesinarla. En todo caso, una revolución socialista como la que estaba en marcha hubiera causado un número de victimas mucho mayor. Muchísimo mayor.

 

A este respecto, reproduzco las palabras del fino penalista del PSOE, Jiménez de Asúa (abogado que fue de los pistoleros del PSOE), que despacha los asesinatos masivos de los enemigos de la revolución socialista con estas elegantes palabras:

 

Soy abolicionista convencido y me parece que esa pena irreparable debe desterrarse de los códigos. Menos doy mi beneplácito a los fusilamientos ejecutados por orden de organismos administrativos cuyo menester es la lucha revolucionaria. Mas el juicio sobre tales procedimientos es de difícil logro en la paz de un gabinete de trabajo. En horas de revolución la serenidad no puede exigirse. En suma, creo que las copiosas sentencias de muerte que se pronuncian y ejecutan en Rusia nada tienen que ver con un régimen jurídico y han de cargarse a la cuenta de las vicisitudes políticas por que el país atraviesa.

 

Según estos señoritos canallas, la tortilla de la revolución no se puede hacer sin romper los huevos, pero la contrarrevolución tiene que tratar a los asesinos rojos como si fueran de porcelana.

 

Pues eso.

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