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La primera obra que leí a César González-Ruano fue un artículo en la Red sobre el escritor vizcaíno Luis Antonio de Vega. Era un texto maravilloso, evocador, profundo, de impecable factura estilística. Me pregunté cómo era posible que un articulista así estuviera prácticamente proscrito del panorama editorial español —no es el único, naturalmente; ahí están esperando su turno autores como Francisco de Cossío, Eugenio Montes, Agustín de Foxá, Antonio Tovar—. Lamentablemente, salvo alguna antología poética y de cuentos, su Baudelaire y sus Diarios Memorias es imposible acceder en la actualidad a las obras que dieron más fama en vida a González-Ruano, esto es, a sus artículos y crónicas incluidos en algunos libros y que constituyen verdaderas cimas del género. Por suerte, la editorial madrileña SND Editores acaba de recoger en un amplio volumen una magnífica antología de su obra periodística que lleva el hermoso y descriptivo título de Melancolía, mundanidad y belleza.

El que llegara a ser el escritor más famoso de España se encontraba hasta hace apenas unos años en el más absoluto olvido. Naturalmente, solamente las fobias ideológicas y personales explican esta anomalía, motivada posiblemente porque la percepción del escritor madrileño ha quedado empañada por su actuación durante la Segunda Guerra Mundial (nuestro autor pasó plácidamente la Guerra Civil española como corresponsal en Roma). Lo explico. César González Ruano saltó de nuevo a la actualidad con la publicación del libro El marqués y la esvástica (Anagrama, 2014), de Sala Rose y García-Planas. En este voluminoso ensayo los autores pretendían demostrar que la detención en París de Ruano por la Gestapo fue por traficar con salvoconductos para judíos que pretendían huir de Francia, a los que además estafó sus bienes y cuyas casas ocupó. El caso es que en junio de 1942 fue detenido e interrogado durante setenta y ocho días en cárcel militar de Cherche-Midi, siendo finalmente liberado y devueltos sus bienes. Lo que sí se demuestra es que fue condenado (en ausencia) en 1948 en Francia a 20 años de trabajos forzados exclusivamente por espionaje (“inteligencia con el enemigo”). Esa sentencia fue la razón de que Ruano no pisara más Francia. Sirva este turbio episodio de la vida de Ruano como ejemplo de una biografía plagada de claroscuros, malentendidos y oscuridades propias de un personaje tan contradictorio, sinuoso, refractario, estrafalario y egoísta como González-Ruano. Sin necesidad recurrir al episodio de su detención, al abandono de su esposa e hija o a sus continuos problemas económicos que lo convirtieron en un auténtico sablista, hay otros muchos acontecimientos esenciales de su vida que dan una idea bastante desfavorable de Ruano. Solamente lo salva ante el lector su incansable y tenaz trabajo como articulista durante décadas (hasta cuatro o cinco diarios, y siempre escritos en un Café) y la tremenda ingeniosidad e inteligencia, usualmente maliciosa, de que la que hacía gala en tertulias y con sus relaciones sociales.

EL SOLITARIO DEL PALACE (ABC, 2 de Marzo de 1962)

No es demasiado fácil escribir unas líneas de exigente precisión, dictadas, además, por una triste urgencia, sobre la desaparición terrena de Julio Camba. Unas líneas dignas de él y también de mí, que para escribir que ya “se nos fue el maestro del periodismo”, o que “descanse en paz el ilustre finado”, preferiría dejar la pluma quieta. Porque ni merece eso su desnacer ni esta vida que aún le queda a uno cada día –no sé si eso es bueno o es malo– más cuidadosa en su aparente descuido.

Supongo que la muerte de Julio Camba motivará muchos y muy diferentes artículos. Aquí mismo, en este periódico, que era su periódico, hay excelentes escritores que tuvieron con él una amistad más asidua, más íntima que la mía. Yo voy a parcializar mucho mi recuerdo del gran escritor. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo para sentirme, sin sonrojo, indicado, en cierto modo, a poner una hoja verde –o muestra– a la corona fúnebre que lleven a las rotativas plurales y acreditados ingenios.

Mi relación con Julio Camba fue siempre muy esporádica, pero en los últimos años lo veía, si bien sólo un rato, en la gran rotonda del Palace Hotel, donde él vivía. Había entre nosotros una especie de simpatía, creo que mutua, que no pertenecía muy claramente a la razón. Porque si se hubieran buscado con candil dos tipos humanos con menos relación aparente y seguramente íntima, esos dos tipos éramos precisamente nosotros. En mí funciona hoy, como en los años juveniles, una mística literaria, y a Julio la literatura le importaba un pimiento. No he conocido jamás un ateo de las letras tan firmemente desdeñoso como él.

En su conversación misma, Julio Camba, que había escrito invenciones admirables, páginas de observación verdaderamente prodigiosas, en las que ni su permanente actitud de humorista oficial deformaba un costumbrismo de la mejor genealogía, era una criatura decididamente aliteraria. No hablaba nunca de literatura ni se expresaba como un profesional de ella, tal vez porque, en realidad, pensando que profesión viene de fe, no era un profesional.

–Prefiero morirme de hambre a escribir –me dijo en una ocasión.

[…]

Lo que interesa al lector actual por lo menos a mí, más allá de juzgar ahora las trayectorias vitales de cada escritor, es la calidad y trascendencia de su obra. El el caso de González-Ruano, la belleza de su prosa, la variedad de sus intereses, el ingenio y la inteligencia de la que hace gala en cualquiera de sus textos, es más que suficiente para considerarlo uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. Por lo que he leído del autor este libro y Madrid, entrevisto (1934) no hay mayor disparidad entre la imagen (negativa) que se ha proyectado del autor madrileño y el interés y perfección de sus artículos. Es como si se tratara de dos personas diferentes: como escritor, culto, sensible y profundo; como hombre, interesado, falso y desleal. C’est la vie.

Pero yendo al contenido del libro hay que admitir que elegir entre los 30.000 artículos escritos por Ruano no ha debido ser tarea fácil para César Abelenda, editor de este volumen. Ha escogido 127 y los ha repartido en cuatro amplias secciones temáticas (divididas a su vez en dos o tres apartados): La vida de prisa. Crónicas periodísticasLa vida detenida. Crónicas líricasArtículos sobre temas abstractos y literarios, y Los hombre s de ayer. La mayoría de las piezas fueron publicadas en ABC (el periódico donde trabajó más años), pero también se han incluido textos que provienen de cabeceras como CrónicaHeraldo de MadridPuebloInformacionesEl Alcázar y Nuevo Mundo.

Nada escapa al interés de González-Ruano, que convierte en materia de sus artículos («unas crónicas divagatorias, en que lo trascendental se trata en un tono ligero y amable, intrascendente, en suma») lo que ve y acontece a su alrededor. Ya sea el obituario o aniversario de una personalidad conocida, una estampa costumbrista, una crónica social, una semblanza literaria, una nota autobiográfica, una entrevista, o la información de un viaje, todo lo trata con idéntica maestría, perfectos como un mecanismo de relojería. Desde luego si toda la producción periodística es de parecida calidad a la seleccionada aquí naturalmente, con un porcentaje de textos repetitivos, olvidables o circunstanciales estaríamos ante un escandaloso caso de negligencia editorial, un delito que debería estar penado en un país donde se inunda el mercado de autores extranjeros mediocres sin interés alguno.

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Por último, decir que las antologías de artículos periodísticos, ya sean realizadas por el propio autor o por un editor, no están pensadas para su lectura continua, sino más bien demandan una lectura pausada, intermitente e incluso anárquica. De lo contrario es inevitable que la fatiga llegue pronto al lector, impidiéndole disfrutar al máximo de cada texto, que es, lo recordaremos, individual y autónomo en su origen. A Melancolía, mundanidad y belleza le sucede lo mismo; se puede leer por temas de interés, por periodos temporales o sin plan alguno. Es sólo una de las casi infinitas antologías posibles de González-Ruano, que tiene el mérito de ser la primera —ojalá que lleguen otras— que permite disfrutar de este maestro irrepetible del articulismo literario español en una amplia edición moderna. De todo lo dicho se desprende que estamos ante un título absolutamente indispensable.

Puntuación: (de 5)
SND Editores (2023)
Colección: Pensamiento Hispánico
390 págs.

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El presente volumen pretende bosquejar un museo esencial de la millonaria catedral de artículos que erigió la mano de Ruano, con la vista puesta en apresar la poética fragmentaria, latente y de larga distancia que calentó su obra periodística, caracterizada por la clarividencia superdotada para el retrato humano o social, la disección sentimental sobre el paso del tiempo y la divagación melancólica ante la decadencia, tanto de la época como del propio yo. Poética enguantada en una prosa que ambiciona, con pleno éxito, la captura de la belleza en el fondo y en la forma. (Sinopsis de la editorial)

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César González-Ruano (1903-1965) fue un escritor total: novelista, poeta, biógrafo y periodista, alcanzó la celebridad literaria como maestro del artículo diario. Elevado a mito por su dandismo, grafomanía y vida bohemia y «pericolosa», señalado su magisterio por múltiples y egregias plumas de la literatura española del último medio siglo, la extraordinaria producción que acaudaló ha sido recientemente víctima de la «cultura de la cancelación» que arrasa, allá por donde pasa, la memoria de la gran cultura, actualmente intervenida por aquellos que, ya en época victoriana, denunciaba Óscar Wilde como «fariseos del arte».

FUENTE:

{Reseña} César González-Ruano: Melancolía, mundanidad y belleza (SND Editores)

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Aliena

Buen artículo sobre el gran González-Ruano. No obstante ¿de verdad existe la palabra «mundanidad»? Pues yo conozco «mundanalidad», «mundanería» e, incluso ( matices ), mundanismo. Pero «mundanidad», decididamente, no.

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