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Artículo de opinión de Mariann Őry, en el diario Magyar Hírlap, sobre lo que podemos esperar del nuevo gobierno alemán.
Guy Verhofstadt está contento con el nuevo gobierno alemán. Eso, en sí mismo, es motivo suficiente para preocuparse, sobre todo si observamos las razones que hay detrás de su entusiasmo, que esbozó en un artículo para Politico el lunes.
En primer lugar, según el político liberal belga, Alemania tiene por fin un gobierno que está preparado para liderar Europa. Aquí ya nos preguntamos por qué esto es tan bueno y por qué los alemanes deberían “liderar” Europa. Por supuesto, continúa Verhofstadt, se alegran de que por fin se levante el “freno de Merkel”, ya que, con la salida de la canciller, no habrá nadie que frene la acción alemana -y por tanto de la UE- contra Viktor Orbán y Jaroslaw Kaczynski. Un discurso claro.
En Bruselas, los liberales están contentos con el gobierno alemán porque ven que el programa de gobierno confirma todas sus peores ideas. Quieren hacer de la Unión Europea un superestado y que el concepto de familia se amplíe a las comunidades de más de dos adultos, que son sólo dos ejemplos claros de hacia dónde quiere ir Bruselas en un futuro próximo. En realidad, se trata de objetivos interrelacionados, sobre todo si se tiene en cuenta la postura extrema con la inmigración tanto del nuevo gobierno alemán como de la UE. Para lograr un superestado europeo, hay que abolir la soberanía nacional y diluir y luego disolver las comunidades nacionales. Este objetivo se fomenta relativizando hasta el absurdo todo el concepto de familia.
El programa del nuevo gobierno alemán supone una amenaza para toda Europa porque quiere volver a abrir las puertas de la inmigración, que en realidad no estaban cerradas, pero al menos se hablaba de ello. Alemania quiere volver a reforzar los factores que impulsan y atraen a los inmigrantes a Europa.
Es una actitud completamente irresponsable, y resulta extremadamente frustrante que, a pesar de todas las experiencias de los últimos seis años, los partidos liberales de izquierda hayan llegado a la conclusión de que éste es el único camino a seguir.
Nos interesa el programa del Gobierno alemán porque -aunque las voces de los italianos, los franceses y los centroeuropeos son cada vez más fuertes- la línea alemana está definida de tal manera que se considera válida en toda Europa. Esperamos que no sea así, pero si Verhofstadt tiene razón y, sin los esfuerzos de Merkel por encontrar un compromiso, el nuevo liderazgo alemán dará paso a toda la locura que está destruyendo y dividiendo a Europa, y por ese motivo los líderes de los Estados-nación deben estar más atentos que nunca.
En el próximo período, debemos esperar que la sigilosa erosión del poder de los Estados-nación y de su capacidad para controlar su destino sea sustituida por un impulso de centralización aún más abierto, lo que significa que sin duda se producirán esfuerzos aún más audaces para arrebatar el poder de decisión a los restantes. Los tribunales constitucionales nacionales también están despertando en toda Europa. Ahora debemos aferrarnos a la soberanía que nos queda, o podemos perderla para siempre.
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