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Continuamos con el repaso del libro Etiquetas, de Evelyn Waugh.  Las partes anteriores están aquí.

Capítulo sexto (continuación)

Después de Atenas el crucero proa a Venecia. Pasan por Corfú, de la que se dice que tiene un paisaje y clima excelentes, pero apenas atracciones turísticas. De Venecia prefiere no decir casi nada, por archiconocida:

… los venecianos fueron en el pasado una raza virtuosa y muy rica que había «aprendido el cristianismo de los griegos, la caballerosidad de los normandos y las leyes de la vida y el esfuerzo humanos del mismo mar»; (…) hoy son menos virtuosos y menos ricos y que, de hecho, subsisten únicamente gracias a los extranjeros que acuden a admirar las obras de sus antepasados… una señora en cuya compañía me encontraba sacó una pitillera de oro que había robado para ella un gondolero…

Ragusa

Ahora se llama Dubrovnik, un cambio que no resulta muy útil, a la manera de las nuevas nacionalidades, que coincidió con el cambio de nombre de Cattaro por Kotor y Spalato por Split. … fue una de las ciudades-estado libres de Occidente que, una generación tras otra, por medio del valor, la astucia y la fortuna, pudo mantener su integridad contra la influencia bárbara. Sus fundadores fueron fugitivos empujados por la invasión pagana desde Salona y Epidauro, los cuales establecieron una administración aristocrática de cuarenta y cinco familias senatoriales y un rector electo, más o menos análogo al consejo presidido por el dogo en Venecia. Debieron lealtad nominal al emperador de Bizancio hasta la cuarta cruzada, y luego a Venecia, pero en todos los aspectos prácticos eran autónomos. … a mediados del siglo XVII tenían una población de 33 000 habitantes, con 360 buques y un ejército permanente de 4000 hombres. … En 1667 Ragusa sufrió una epidemia de peste y un terremoto, una catástrofe que la hizo pasar de ciudad próspera a pequeño pueblo costero. Se recuperó lentamente y de manera incompleta, y a finales del siglo XVIII pasó a manos de los austríacos, pero, aunque ya no tenía importancia política, siguió siendo católica, aristocrática y culta, inmensamente distanciada de sus salvajes vecinos. Correspondió a los estadistas aliados de la Conferencia de Paz la sencilla tarea de deshacer la obra de mil años y entregar la ciudad a sus enemigos tradicionales, el reino mestizo de los yugoslavos.

Cattaro

Desde 1420 a 1918 la ciudad estuvo totalmente bajo la influencia occidental, hasta que, con Ragusa y el resto de la costa dálmata, pasó a formar parte de Yugoslavia.

Cattaro está llena de iglesias (dicen que en cierta época llegaron a ser treinta), todas ellas católicas romanas, excepto dos. Una de estas es la repulsiva catedral moderna serbo-ortodoxa de San Nicolás, y la otra, la hermosa iglesia de San Lucas, del siglo XII, que los católicos entregaron a los ortodoxos refugiados de la persecución turca a mediados del siglo XVII.

Montenegro

Era entonces un pequeño reino aislado entre las montañas, rural y pobre. Visitan Cetinje, la pequeña capital de entonces. Un ciudad minúscula de hecho.

El palacio tiene, más o menos, el tamaño de una rectoría inglesa normal; en la sala más amplia hay una mesa de billar, un mueble que, para los campesinos del entorno eclipsaba de tal modo a los demás elementos lujosos del palacio que este llegó a ser conocido no como la casa del rey sino como la Biljarda, la casa de la mesa de billar. La mesa en cuestión contribuyó mucho al prestigio de la familia real, pero tenía la desventaja de que llenaba por completo la única sala disponible para las recepciones oficiales. Cierto que estas se producían tan raramente que el inconveniente era mínimo. Sin embargo, cuando alguien visitaba al rey de Montenegro, o debía celebrarse algún acontecimiento nacional de importancia, como el bautizo o la boda de un hijo, solía pedirse en préstamo para la fiesta la legación alemana, que era más cómoda en todos los aspectos.

Con ocasión de la primera gira organizada que llegaba a Cetinje, hace unos treinta años, el rey en persona acudió a saludarlos, al frente de la caballería real, y asustaron tanto a los turistas con salvas de postas, disparadas de un modo bastante salvaje, con el arma apoyada en la cadera, que los guías se las vieron y desearon para persuadirlos de que entraran en la ciudad y asistieran al banquete preparado en su honor.

Como he observado, el hotel había sido totalmente destruido, por lo que nos sirvieron el almuerzo en mesas de caballete en el Parlamento. Es justo decir que ese acto no supuso ninguna degradación para el edificio, pues desde la época del reino había tenido siempre una doble finalidad: de día acogía al cuerpo político y deliberante, mientras que de noche era un teatro.

Capítulo Siete

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El crucero regresa a Monte Carlo, pasando por Nápoles. Waugh tenía pensado volver a Londres por tren, pero decide continuar el viaje en el mismo barco, aprovechando que después de hacer cruceros por el Mediterráneo en primavera se iba ahora a hacerlos por los fiordos noruegos en verano, pasando por España. Así, cualquiera.

Pensé desalentado en el detestable viaje en ferrocarril que me aguardaba, las comidas en el coche restaurante, el traqueteo que salpicaría el mantel de sopa y vino, el tintineo de los cubiertos, los camareros empujándose en los pasillos; pensé en la noche de insomnio en el carísimo coche cama o sentado y apoyado en la pared de la plataforma de un vagón; en la fetidez de la atmósfera del tren cuando amaneciera, en la sensación de tener la cara sucia y sin afeitar; pensé en las vueltas que daría por París en el autobús de circunvalación, en el desolador muelle de Calais y el más desolador todavía muelle de Dover, en la suciedad y la indignidad de viajar en tren. Entonces volví a meter el baúl bajo la cama.

Mientras paseaba por aquellas calles serenas y soleadas o permanecía sentado y soñoliento a la sombra de los jardines del casino, pensaba con curiosidad en la estipulación del destino que ha hecho de los ricos unos seres tan rígidamente litúrgicos en sus movimientos que acudirán a Monte Carlo cuando nieva porque es la época decretada para su llegada por las reglas y el calendario, y abandonarán la ciudad en cuanto sea habitable para regresar a sus grandes, mugrientas y confusas ciudades del norte, y pensaba también en lo distintos que son los ricos de los lirios del campo, que no dividen el tiempo por algún sistema métrico, sino que sus brotes surgen alegremente al primer atisbo de la primavera, y los pierden casi de inmediato, en cuanto sobreviene la helada.

Barcelona

Faltaba una semana para que inauguraran la Exposición Universal de Barcelona, pero era mucho lo que había para ver.

Hay una catedral de estilo gótico español, cuyas ventanas han sido reducidas a pequeñas hendiduras y mirillas de vidrio coloreado. La oscuridad del interior es casi impenetrable, y la escasa luz que hay es tan poco natural que el templo no parecía en absoluto un edificio sino un decorado teatral, tal vez para la tentación de Margarita en Fausto o para El jorobado de Notre Dame o el último acto de algún drama histórico cuya heroína, arrepentida, renuncia al mundo y se hace monja, la caricatura imbuida de sentimiento del gótico de Chartres o Beauvais.

Comí dos veces en tierra, en unos restaurantes tranquilos; los precios me parecieron elevados y la cocina execrable. El vino, sin embargo, era muy bueno. En uno de los restaurantes, un local muy humilde, poco más que una fonda de cocheros, vi a un soldado muy joven que bebía de un frasco provisto de un pitorro, con el extremo puntiagudo, que le sobresalía del lado. El muchacho lo sostenía con el brazo extendido, inclinándolo de manera que un chorro muy delicado de vino brotaba con cierta fuerza del pitorro, y lo recogía en la boca, sacando afuera con un gesto informal el labio inferior. El vino le salpicaba los dientes y se deslizaba por su gaznate sin que se derramara una sola gota. Entonces, con un diestro giro de la muñeca, interrumpía el flujo, recogía las últimas gotas y pasaba el frasco por encima de la mesa a su compañero, el cual bebía de la misma manera, pero con cierta torpeza, dirigiendo el chorro primero a un ojo y luego mentón abajo, lo cual causaba la hilaridad de todos los parroquianos.

Pero la gloria y el encanto de Barcelona, que no puede ofrecer ninguna otra ciudad del mundo, es la arquitectura de Gaudí. … El Art Nouveau les llegó en una época de expansión comercial y conflictividad política, y ellos lo tomaron e hicieron suyo, incluso lo bautizaron y exportaron a Florida con su propio nombre, como el estilo neocatalán. De esta nueva guisa, en los últimos años incluso ha vuelto a Inglaterra.

En sus últimos años hizo muy poca labor creativa y dedicó sus escasas energías a supervisar la construcción del gran templo de la Sagrada Familia...

La fachada del edificio [Nota: No puedo identificarlo, se trata de una casa modernista, probablemente de Gaudí], hasta el nivel de la segunda hilera de ventanas, mostraba el mosaico de fragmentos de loza al que antes me he referido, pero planteado cuidadosamente, de modo que los colores se mezclaban en delicadas gradaciones desde violeta y azul hasta verde de pavo real y dorado. Los aleros sobresalían en oleadas irregulares y amorfas, y en algunos lugares se atenuaban formando estalactitas de porcelana de color. El efecto era el de un pastel toscamente alcorzado. No puedo describirlo con más precisión porque, deslumbrado y cegado por lo que vi luego, mi impresión de esa primera experiencia, aunque profunda, es un tanto confusa.

Hasta la fecha solo se ha construido una pequeña parte del templo de la Sagrada Familia, que sería el logro supremo de Gaudí, y a menos que se convenza a algún millonario excéntrico para que intervenga en el próximo futuro, a pesar de las grandes sumas que ya se han derrochado, habrá que abandonar el proyecto. La gran empresa comenzó con un capital muy exiguo y confió por entero en las contribuciones voluntarias para su progreso. El hecho de que haya avanzado hasta su situación actual es una muestra del gran entusiasmo que ha despertado entre las gentes del país, pero el entusiasmo y las contribuciones han disminuido en el transcurso de los últimos veinte años, hasta el punto de que solo hay diez hombres empleados con regularidad, los cuales dedican la mayor parte de su tiempo a reparar los daños caudados a la obra por la intemperie. Ya han aparecido unas grietas amenazantes en las torres. Serían necesarias unas sumas enormes para terminar el edificio a la escala que se planeó, y las porciones ya construidas dificultan fatalmente todo intento de modificación. Tengo la certeza de que siempre será una ruina, y muy peligrosa, a menos que se desmonten las torres antes de que se derrumben.

Hay un sacristán empleado para mostrar el edificio a los visitantes, que son la única fuente de ingresos para la continuación de las obras. El hombre me dijo que el templo inacabado es muy atractivo para los campesinos de los alrededores, los cuales acuden en gran número y se maravillan ante la pericia de las tallas. Añadió que a la mayoría de los turistas les desagrada, y expresan su impaciencia ante las excentricidades del «arte moderno».

 

Es sabido que es muy difícil hacer predicciones. Es este caso vemos que fallo estrepitosamente.

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Colaboraciones de Carlos Andrés
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