02/05/2024 00:38

La Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de hacer público un documento relacionado con la dignidad de la persona en el que, con el título ‘Dignidad infinita’ se condena sin paliativos tanto el aborto y la eutanasia como la ideología de género y la maternidad subrogada.

Sin embargo lo que figura en primer término en el título de esta nota es la cuestión del divorcio, y conviene explicar por qué. Y es que es importante precisar que la naturaleza humana sólo tiene dignidad infinita –lo que implica algo absoluto y sin vinculación alguna— por participación, tal y como Monseñor Lefebvre defendió con ocasión de una polémica mantenida con el P. Henry de Lubac a propósito de la declaración conciliar sobre la libertad religiosa.

La libertad del hombre es una libertad moral y hace siempre referencia a los vínculos entre la voluntad del hombre y la voluntad de Dios. Es claro que el documento trata de reiterar la doctrina que la Iglesia tiene obligación de mantener; sin embargo no lo consigue, ya que ignora la referencia a la participación a través de la cual el hombre logra la infinitud de su dignidad.

Y hay que empezar precisando que como ha escrito Charles De Koninck en su libro sobre “La primacía del bien común contra los personalistas” es obvio que la dignidad de la persona no está exenta de vínculos y que por tanto nuestra libertad no tiene por fin romper esos lazos, ya que son precisamente esos lazos los que nos fortalecen. Esos vínculos son la causa de nuestra dignidad. La libertad por sí misma no es garantía de dignidad ni de verdad práctica. Es posible afirmar la dignidad de la persona y estar a la vez en muy mala compañía. Y tampoco basta con afirmar la primacía del bien común. También la afirman los totalitarismos para los que la conciencia humana es la más alta divinidad por encima de todo bien común. Es por su subordinación personal al bien común por lo que el hombre recibe una dignidad superior y cuando tal subordinación se niega se desemboca en la negación de toda dignidad humana.

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Por tanto, lo que revela que la noción de dignidad ‘infinita’ a la que se refiere el documento no lo es en realidad, ya que implícitamente ignora la participación que en la ley eterna de Dios tiene nuestra ley natural origen de la infinitud de nuestra dignidad, es que no menciona en absoluto el divorcio, que sin embargo es la puerta de entrada para las demás perversiones que nos hacen perder nuestra dignidad. Porque es el divorcio el punto de partida del camino que lentamente nos ha llevado hasta las actuales manipulaciones genéticas. Porque el divorcio no es otra cosa que la proclamación de la soberanía absoluta del propio corazón, del ‘yo’, de eso que según Feuerbach es lo que el hombre tiene que conquistar.

El divorcio no es el mero el protagonismo del yo, sino que implica la soberanía absoluta de ese yo, es decir, la no admisión de vínculos. Proclamar la soberanía de ese ‘yo’ negando la ley natural para de este modo no someterse a Dios, desemboca en la negación de toda dignidad humana y es pues el origen de todas esas perversiones a las que el documento se refiere y que están capitaneadas por el divorcio. Quizás es el divorcio además el caso más claro y más común en el que el ‘yo’ endiosado afirma su propia dignidad a base de desconocer los lazos que le vinculan al otro y que son los que en definitiva le fortalecen.

Es pues el momento de recordar a Benedicto XVI quien siendo Cardenal Ratzinger dejó aclarado que en la historia, la idea de la conciencia no es separable de la de la responsabilidad del hombre ante Dios y expresa ampliamente la idea de un saber compartido por el hombre y la divinidad, y precisamente de ahí deriva la exigencia del carácter absoluto con que la conciencia se pone frente a otras instancias. La historia de la moral está indisolublemente unida a la historia de la idea de Dios. Frente a la necesidad de las leyes naturales, la actuación moral significa el libre sí de una voluntad a otra voluntad, la unión del hombre con la voluntad de Dios y de este modo la recta percepción de las cosas de este mundo.

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Tras la Redención pues ya no hay excusa ante la ruptura de los lazos que como es el caso de la sociedad conyugal, nos fortalecen. Y a esa ‘dignidad infinita’ remite precisamente Cristo cuando al rechazar el libelo de repudio nos enseña que “en el principio no fue así”.

Las personas que como el que escribe cuenten ya muchos años recordarán el incalificable ataque de los EEUU a Irak con el pretexto de las armas de destrucción masiva, operación que inicialmente se tituló precisamente como ‘justicia infinita’; sin embargo los dirigentes de dicha operación cambiaron inmediatamente el nombre por el de libertad duradera, porque hasta ellos se daban cuenta de que el hombre nunca alcanza por sí solo el infinito.

 Francisco Javier Montero Casado de Amezúa

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La dignidad del hombre y de la mujer es un don de Dios ganada al ser elevado en la Cruz Jesucristo Nuestro Señor. La dignidad, pues, nos la da Dios en exclusiva por su Santísima Pasión redentora y salvadora frente a nuestro pecado, por su Bondad y Misericordia infinita, porque nos ama incondicionalmente hasta el extremo, no una ley, una constitución, una declaración de «derechos humanos», una manifa «feminista», ni un grupo de teólogos, papas, cardenales, obispos, empresarios o políticos que nos prometen el «cielo» si somos sus clientes o votantes. La dignidad SOLO la da Dios. Los otros, si acaso, tratarán de destruirla por todos los medios con sus falsas doctrinas y con sus errores. Por desgracia, la dignidad es despreciada por parte del propio sujeto que desprecia con soberbia (la del «yo») a Dios, el único en el que puede confiar plenamente (incluso sobre sí mismo), que murió por él en la Cruz. Tal cual.
Infinito es Dios, no nosotros, que somos mortales por nuestros pecados. Y si vivimos eternamente es por la gracia misericordiosa de Dios, no por otra cosa. Infinita es la Bondad y Misericordia de Dios, no la de Benedicto XVI, ni la de Charles De Konick, ni la de ningún otro papa o teólogo, por muy sabio que sea. Que quede bien claro para los que gustan de las disquisiciones sofistas en todo medio, incluido los religiosos.
No hay justicia «infinita» salvo la de Dios, no la de USA y su ejército. Ni hay dignidad «infinita» fuera de la Santísima Trinidad del único Dios verdadero.

El divorcio, muy bien por recordarlo y por recordar sus incontables males a la humanidad presentes y eternos (por desgracia para los que no se arrepienten y hacen penitencia), en efecto, es adulterio, algo propio de soberbios que solo se buscan a sí mismos sin importarles en absoluto el daño causado y que se causan, sin importarles de que algún día tendrán que dar cuenta ante Dios mismo de su proceder presente. El divorcio es una declaración de guerra eterna a Dios mismo, un pasaporte al infierno (1 Co 6, 9-11, en relación a los impuros y adúlteros), una declaración solemne de soberbia y de insensato rechazo de Dios. Los divorciados, por adúlteros, no heredarán el Reino de Dios, así se expresó el Espíritu Santo por medio de su apóstol San Pablo. Con eso queda establecida la pena eterna para los que transgreden y enseñan la indisolubilidad del santo sacramento del matrimonio.

Ahora bien, que nadie se lleve a engaño respecto a calificar de matrimonio la unión simple de un hombre y una mujer, como pretende tanto falso profeta y doctor. Como el autor del artículo cita a un papa (Benedicto XVI, teólogo excepcional y sabio) y a otro autor, citemos también las palabras de la Santísima Virgen María, para todos los católicos a los que lo que la Santísima e Inmaculada Madre de Dios revele, tenga alguna importancia y no la honren solo con los labios si alguna vez rezan algún Ave María. A la beata Jacinta de Fátima, mal que le pese a quien le pese dentro de la Iglesia Católica, le declaró que hay matrimonios que no son de Dios. Esto da que meditar muchísimo. HAY MATRIMONIOS QUE NO SON DE DIOS. Que no agradan a Dios.

Veamos.
Un hombre y una mujer, independientemente de lo que uno sienta en su corazón por la otra y recíprocamente la otra por el uno, que solo Dios conoce a fondo aparte de ellos parcialmente, ¿son un matrimonio porque así lo establezca un documento público de un registro civil (de parejas de hecho, por ejemplo) o más bien son un concubinato (modo de apuñalar a Dios en su Sacratísimo Corazón) si no han pasado antes por los altares?

¿Son un matrimonio aquellos que sin pasar por los altares consagrando su unión a Dios, que es el que une a hombre y mujer, han celebrado su «unión» en un restaurante, una sala de fiestas, una finca con jardines hermosos, etc., presidiendo su «unión» un concejal de un partido político a conveniencia, o esto no es más que una burla demoníaca de lo que es el santo sacramento del matrimonio, aparte de un ultraje al Sacratísimo Corazón de Jesús y al santísimo matrimonio de la Santísima Virgen María y el castísimo San José?

¿Son matrimonio los que se «unen» en una sinagoga (los judíos pro divorcio), un templo budista, hinduista, una mezquita (incluso una «unión» polígama), un templo ortodoxo, un templo protestante, un templo anglicano, un templo de testigos de geová, un templo mormón, un templo de cualquier secta, etc., donde se ultraja el santo sacramento del matrimonio y se hace uso blasfemo de Dios por parte de herejes y cismáticos, además de otros anticristos (en terminología del apóstol amado San Juan)?

¿Fue un matrimonio el que «unió» a príncipes y princesas herederos, nobles, aristócratas, etc., por la voluntad de conveniencia de padres y madres emperadores, reyes, nobles, aristócratas, que no por la natural unión y Santísima Voluntad de Dios previo cortejo y enamoramiento mutuo sincero y puro? (por cierto, vergonzosamente admitidos en muchos casos por papas, cardenales y obispos, que lejos de prohibir terminantemente esos matrimonios, por muy emperadores y reyes que fuesen los que los promoviesen contra Dios mismo y su Santísima Voluntad, especialmente cuando había consanguinidad de por medio (causa de tantas extinciones de casas reales y taras de reyes, aparte del mal ejemplo dado a la población de los reinos), ultrajaron también a Dios por permitir en no pocos casos, y presidir incluso ante los altares, incestos o farsas de bodas, con gran daño a la fe y la conversión de los que aún no conocen a Dios)

¿Es matrimonio ese que «une» a un hombre y una mujer, en los altares (mucho más grave, pues a Dios nadie le engaña) o fuera de ellos (concubinato), poco temerosos de Dios, de ultrajar a Dios, de apuñalar a Dios en su Sacratísimo Corazón, de declararle la guerra eterna, para que uno de los dos obtenga la nacionalidad española, para legarle una herencia porque no se quiere que los hijos hereden (desavenencias familiares), por lograr «desgravaciones fiscales», porque quieren subvenciones que obtienen los casados con hijos y por toda una lista de platos de lentejas o minutos de gloria vana, como si a Dios todo esto le diera igual?

¿Es un matrimonio aquel que tiene lugar entre personas claramente inmaduras espiritualmente (que, obviamente, no físicamente), ligeras de espíritu, que se toman a broma las cosas sagradas, que no entienden que no se puede ultrajar a Dios con una farsa en un sacramento tan importante y vital, que no entienden que el matrimonio implica aceptación de la cruz del otro u otra, que el que se casa no es solo para el gozo y la «felicidad», sino también para hacer propio el dolor, el sufrimiento y las cruces del cónyuge al que Dios nos ha unido por su Bondad Infinita, que amar implica sufrir por la persona a la que se ama (por eso tan pocos quieren casarse, pues entienden el «amor» como algo exento de dolor, menudo engaño demoníaco), y no pocas veces, muchísimo sufrimiento y dolor, porque no hay amor sin sufrimiento, como con un infinito sufrimiento en la Cruz nos amó Dios a pesar de nuestros horribles pecados? ¿Es posible que constituya matrimonio la «unión» de un hombre y una mujer que no estén dispuestos a sufrir el uno por la otra hasta la muerte, que no entiendan que la vida no tiene sentido sin amor, y que el amor conyugal, regalo invalorable de Dios, no es diferente del amor verdadero, del que está dispuesto a todo por la persona amada, incluso a morir, porque no entiende la vida sin ella?

Desde luego que si el matrimonio se quiere reducir por parte de contrayentes, falsos doctores y enemigos de Dios a una especie de «unión» con fecha de caducidad solo para el placer, la compañía agradable a conveniencia, el hedonismo de los planes de gozo, la apariencia y la temporalidad, es decir, con el subterfugio del divorcio cuando uno «se canse» del otro, como uno se puede cansar de su automóvil o su ropa, si eso a eso quieren reducir el «matrimonio», no es de extrañar que cada vez queden menos hombres y mujeres dignos de contraerlo. Mejor es que queden solteros y solteras de por vida, a que formen esos concubinatos farsa de «matrimonios» que no hacen sino ofender a Dios y condenar a ambos contrayentes a los ojos justos de Dios, aparte de propagar su egolatría a la posible descendencia, víctima siempre de sus padres divorciados o falsamente «unidos».

Geppeto

Y si te casas por la Iglesia Católica y al cabo del tiempo esa relación se torna en el infierno en la tierra Que haces? Te aguantas o sales corriendo? El divorcio es decir salir de una situación horrorosa es algo positivo La unión entre un hombre y una mujer no tiene nada de sagrado y sólo es eso algo deseado en un momento pero las personas cambian y nadie se merece estar con alguien que le hace la vida imposible de por vida El divorcio o la disolución legal de una relación que le está destrozando la vida a alguien es deseable justo y positivo

Carmen

No vivimos en los mundos de Yupi El matrimonio puede ser algo terrible es cierto que a muchas parejas les puede ir bien pero para otras es algo malo Muchos se casan jóvenes porque es lo que hay que hacer cómo hicieron nuestros padres y abuelos y es cierto que hoy en día y afortunadamente somos más hedonistas y amantes de nuestra libertad El ser humano no debe de sacrificarse pues eso es injusto y por tanto nadie debe de estar obligado a estar ligado a nadie hasta que la muerte los separe No puedes vivir una vida asquerosa con quien no quieres y ya no hablo de maltrato ni de violencia sino simplemente de libertad En este mundo estamos cuatro días y no merece la pena vivir con quién no quieres La relación matrimonial es sólo un contrato y cuando una o las dos partes quieran disolverlo el estado y la legislación debe hacerlo

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