24/11/2024 08:10
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Sólo cuando los últimos “negadores de medidas” hayan recuperado sus puestos de trabajo, sólo cuando se pueda hacer una clara distinción entre los culpables y los seguidores, es decir, cuando se haya hecho verdadera justicia, podremos siquiera empezar a hablar de perdón y olvido.

“Declaremos una amnistía pandémica. Tenemos que perdonarnos unos a otros por lo que hicimos y dijimos cuando no sabíamos nada del COVID”, es lo que se lee en todas partes desde hace unos días. ¿Y no suena hogareño y filantrópico, con la cantidad justa de olores cristianos para atrapar incluso a los “contrarios” más recalcitrantes justo a tiempo para el Adviento? ¿Quién podría resistirse a un llamamiento de este tipo al perdón general, sobre todo si además está formulado de forma tan poco partidista? Yo, por mi parte, no pienso en absoluto en “perdonar” a nadie tan fácilmente. Porque lo que está ocurriendo aquí no es otra cosa que darle la vuelta a los hechos (y a la teología), y desplazar la verdadera responsabilidad de los responsables políticos y farmacéuticos hacia el conjunto de la población: divide et impera.

Primero, los hechos. El llamamiento sugiere una paridad de ambos bandos, es decir, tanto los “partidarios de las medidas” como los “opositores a las medidas” – “lo pasado, pasado está”. Yo, por mi parte, no recuerdo que ningún partidario de las medidas haya perdido nunca su trabajo por su postura en el tema Covid, que le hayan censurado sus perfiles y publicaciones en las redes sociales, que le hayan negado el acceso a las instituciones públicas, que le hayan obligado a someterse a un procedimiento médico en contra de su voluntad, que le hayan amenazado con retirarle la custodia de sus hijos, o que haya sufrido una discriminación en todo su entorno social por ser una “plaga del pueblo” que continúa hasta hoy. Y como, por otra parte, el mito de la supuesta “responsabilidad” de los no vacunados en la propagación del virus se ha llenado entretanto de agujeros, la carga de la necesidad de perdón me parece que se distribuye de forma bastante unilateral. Y teniendo en cuenta las absurdas restricciones, trabas y limitaciones de opinión y libertad que se han producido en esos dos años, sí que habría mucho que “perdonar”.

El perdón, sin embargo, requiere algo más que una apelación bastante benigna a la conciencia de que “todos hemos cometido errores”, y aquí entramos en el terreno de la teología. Porque, al menos en la doctrina católica, el perdón no se concede sólo porque alguien agite un papel en su mano y murmure “todos somos pecadores de alguna manera”. Más bien, se requieren dos condiciones esenciales: Primero, la confesión honesta, luego el arrepentimiento significativo. Uno busca ambas cosas en vano. Sin embargo, si no se aceptan las numerosas medidas antidemocráticas y probablemente también anticonstitucionales de la era Covid, no puede haber un verdadero “perdón”, ya que dicho perdón debe depender lógicamente de una reparación de esos crímenes. Sólo cuando las últimas responsabilidades políticas (y farmacéuticas) hayan sido completamente descubiertas, sólo cuando los últimos daños de la vacunación hayan sido investigados y compensados adecuadamente, sólo cuando los últimos “resistentes a la medida” hayan recuperado sus puestos de trabajo, sólo cuando se pueda hacer una clara distinción entre los culpables y los seguidores – sólo entonces, es decir, cuando se haya hecho verdadera justicia, podremos siquiera empezar a hablar de perdón y olvido.

Publicado en Tychiseinblick.

Autor

Álvaro Peñas