02/05/2024 10:56
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Una vez abandonado junio, mes del Sagrado Corazón de Jesús, y habiendo dejado atrás las grandes blasfemias que se profieren en estos señalados días, especialmente el 28, puede hacerse un análisis más pausado. Con ese objetivo siempre en mente, es cuestión importante señalar varios aspectos de ese tan terrible Día del Orgullo, que clama al Cielo y provoca un daño en muchos casos irreparables. Porque todo lo que envuelve a ese horroroso y orgulloso día es el mal en sí mismo.

Hasta las cuestiones que parecen secundarias encierran una burla al bien y un guiño al mal. Sin ir más lejos que el concepto de orgullo, hermano gemelo de la soberbia, introduce que algo no va bien. Cuando hay un día del orgullo de cualquier cosa, no puede traer nada bueno. España, cuna de la cristiandad abanderada por Zaragoza, nunca tuvo esa concepción para honrar a sus santos o a sus patronos; emana vanidad y soberbia, el pecado inherente que lleva a caer al ser humano; el que se alza como el primer pecado de la historia con Lucifer a la cabeza.

Y para hacerlo más doloroso puede hablarse del motivo de su orgullo, cuestión más que trillada en los viejos catecismos. Pero hay otro matiz que destaca en toda la parafernalia política. Cuando – orgullosos – enarbolan la bandera con el arco iris, afirman que lo hacen en defensa de las personas, más allá de religiones y de pensamientos políticos. Pues bien, la bandera es una ofensa a la religión cristiana (por cierto, la única que no tiene un solo derecho), y tienta a Dios cada vez que se alza.

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Cuando terminó el diluvio y Dios hizo aparecer el arco iris, lo dio como seña de que no volvería a castigar a todo el mundo con agua. Y es en el presente siglo cuando han aparecido aquellos que se ríen de Dios, tentando Su poder de las formas más burdas, probando la paciencia (que siempre tiene un límite) y desafiando con su “no nos vas a castigar”. La mala noticia para ellos es que sí llegará, y previsiblemente, más pronto que tarde.

España muestra una vez más una sociedad decadente a la que precisamente solo Dios puede poner fin. Mientras tanto, no puede darse nadie por vencido. “Actúa como si todo dependiera de ti sabiendo que en realidad todo depende de Dios”, afirmaba San Ignacio. Eso nos toca a los disidentes.

Autor

Luis Maria Palomar
Luis Maria Palomar
Joven periodista zaragozano nacido en 1996 y profesional desde 2019.

Defensor de lo bueno, lo bello y lo justo; de Dios y de la auténtica España.

Solo la verdad puede hacer libre a la persona, y para ello escribo.

No te preocupes por el mañana, que mañana seguirá reinando Dios.
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