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Tras su enorme victoria contra los protestantes en Mühlberg, en 1547, el Emperador y rey de España, Carlos I, tuvo en su mano profanar la tumba de Lutero, como le pedían algunos exaltados. Sin embargo, el Emperador se negó: “Ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos”. Así, el cadáver de Lutero, el gran enemigo del Emperador, pudo seguir descansando en paz. Han pasado casi cinco siglos, y hoy no podemos encontrar nada de la nobleza y la dignidad del Emperador en la izquierda revanchista de socialistas, comunistas e independentistas, que hoy gobierna en España. Ante la imposibilidad de ganar una guerra a los vivos, los herederos políticos de los que perdieron la guerra hace más de 80 años han iniciado una guerra contra los muertos. Hace unos días se produjo la “exhumación” de Queipo de Llano, y ya se ha anunciado que quieren sacar al general Moscardó y a Jaime Milans del Bosch del Alcázar de Toledo. Pretenden conseguir lo que no lograron durante la guerra, expulsar a los defensores del Alcázar, bajo una ley orwelliana como es la de la “Memoria Democrática”, que no tiene nada que ver con la memoria, puesto que quiere borrar la historia y reescribirla a su gusto, y menos aún con la democracia.

Muchos creen que esto sólo sucede en España, pero lo cierto es que los países en los que sí triunfó el comunismo también hay una guerra contra los muertos por parte de los herederos políticos del socialismo.  Un buen ejemplo lo constituye Eslovenia, que ahora mismo está gobernado por una coalición ecologista, liberal y de izquierdas, donde no se quiere dar sepultura a las 4.000 víctimas asesinadas por los comunistas yugoslavos después de la guerra en Macesnova Gorica, en Kočevski Rog. La víspera del Día de Todos los Santos, se celebró una santa misa en la iglesia de Kočevje dirigida por monseñor Andrej Saje, presidente de la Conferencia Episcopal Eslovena y obispo de Novo mesto. Macesnova Gorica es el último lugar que se ha añadido a la lista de los horrores de los crímenes cometidos por Tito después de la Segunda Guerra Mundial. En los últimos meses, los arqueólogos han excavado alrededor de 4.000 restos de hombres y niños, sí, también hay niños, eslovenos que fueron traídos aquí en junio de 1945 desde el campo de Škofovi zavodi en Šentvid, cerca de Liubliana, y fueron brutalmente asesinados en los bosques de Kočevski Rog. “Macesnova gorica es peor que la cueva de Santa Bárbara, peor que Huda jama”, estiman los expertos. Al menos cincuenta personas sobrevivieron a los disparos y al lanzamiento al abismo. Se encontraron unos treinta cuerpos en nichos de la cueva, lo que significa que murieron más tarde. Unos pocos escaparon, y se conocen los testimonios de Milan Zajec, France Dejak, France Kozina y Janez Janša (padre del ex primer ministro esloveno Janez Janša). France Kozina señaló los nombres de algunos de los asesinos, todos ellos fallecidos hoy, pero que estaban vivos cuando se hicieron públicos, hace treinta años, y que nunca fueron perseguidos por la policía o la justicia.

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Monseñor Saje rezando por los 4.000 asesinados por los partisanos.

Monseñor Saje subrayó: “Rezaremos por ellos y por todas las demás víctimas de la violencia que descansan en suelo esloveno con una petición de reconciliación y paz y un sincero deseo de que algo así no vuelva a suceder. Muchos de los asesinados se aferraban a un rosario o al santuario de la Madre de Dios de Brezjanska, lo que es un signo de que vivieron en la esperanza cristiana y en la fe viva en Dios hasta el final”. Como en España, los católicos eslovenos sufrieron una brutal persecución a manos de los comunistas, una represión que se prolongó después de la guerra. “La mayoría murió con una oración en los labios y en el corazón, con amor a Dios y al prójimo, incluso a sus opresores y verdugos. Su fuerza se la dio su fe viva en la resurrección de Cristo. Valoraban la verdad y la justicia más que sus propias vidas, por lo que se enfrentaron a la violencia injusta y, al igual que los ucranianos de hoy, para defender su hogar y su familia”. También destacó que los asesinatos físicos durante y después de la guerra fueron seguidos por la difamación del buen nombre de los asesinados. Se sembró injustificadamente la duda de que debían haber hecho algo malo para merecer ese destino. “Observamos con pesar que este tipo de propaganda y rumores malintencionados no han cesado hasta hoy”, dijo el obispo de Novo mesto.

Sin embargo, el odio contra las víctimas no murió con el fin del régimen de Tito, y los muertos no merecen ser enterrados en un lugar cercano a sus familiares. El alcalde de Liubliana, el social liberal Zoran Janković, aseguró públicamente que no habría tumbas de “traidores” en Liubliana. También ha negado el cementerio a los restos de los gitanos que fueron asesinados por los partisanos comunistas en Iška el 17 de mayo de 1942, es decir, se es víctima o no en función de quién te haya asesinado. Hay muertos de primera y de segunda clase.

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Como recordó monseñor Saje, el derecho a una tumba es un derecho humano fundamental y representa el verdadero valor del ethos humano universal: “Es nuestro deber humano enterrar a los muertos y mostrarles respeto. El derecho a una tumba se deriva de la dignidad inalienable de todo ser humano. Impedir el entierro respetuoso de los brutalmente asesinados es un crimen contra la humanidad y representa una falta de respeto a las normas fundamentales de la civilización. ¿Qué clase de país y sociedad somos si los individuos pueden permitirse prohibir el entierro de víctimas inocentes, entre las que se encuentran los gitanos asesinados u otros compatriotas nuestros, enterrados en Kočevski Rog y otros lugares de asesinato en toda Eslovenia? El entierro de los muertos en las tumbas ha sido una de las peculiaridades de la raza humana desde sus inicios. No habrá paz en nuestra nación ni se superarán las divisiones destructivas hasta que superemos las interpretaciones ideológicas del pasado, lleguemos a un consenso sobre los hechos históricos y enterremos respetuosamente a toda nuestra gente”, subrayó el obispo de Novo mesto.

Las palabras de monseñor Saje sirven para describir lo que está pasando en España, ¿qué clase de país somos si ni siquiera los muertos pueden descansar en paz? ¿Cómo se puede superar una división destructiva cuando absolutamente todo se impregna de ideología? Desgraciadamente, parece que ese es el objetivo de los que profanan tumbas o impiden entierros, dividir para que no haya paz en nuestra nación. Y todo ello acompañado por el silencio atronador y cómplice de demasiadas voces que no se atreven a decir lo que proclama monseñor Saje en voz alta: el respeto a los muertos es una norma fundamental de la civilización, es lo que nos diferencia de las bestias.

Autor

Álvaro Peñas