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Alberto Buela (*)

Si existe un texto breve, ideal para nuestros días de prisa y rapidez, que se ocupa desde la profundidad de la filosofía, del hombre, el mundo y sus problemas, ese es: El hombre en la etapa de la nivelación. Texto de una conferencia dictada en la Escuela superior de política de Berlín, el 5/11/47.

Se trata de un corto texto de 34 páginas para leer y releer; escrito por un gran filósofo que a su muerte hizo decir a Heidegger: con la muerte de Scheler se cierra un camino de la filosofía.

De este texto salió para nosotros el primer enunciado contemporáneo de lo que es hacer metapolítica: “Y aunque pasen muchos años aún, hasta que esta elite incipiente, hoy todavía demasiado restringida a la crítica de la cultura esté madura para la realidad de la vida, de manera que sea capaz también de aparecer en el espíritu de nuestra política, a fin de suplantar a los gobernantes y mantenedores de la presente conducción alemana».[1]

Con esto nos está diciendo que la metapolítica es una pluridisciplina que estudia las grandes categorías que condicionan la acción política – homogeneización, pensamiento único, decrecimiento, derechos de los pueblos, etc.- pero que tiene por objetivo, no solo la crítica de la cultura sino, más bien, el reemplazo de los gobernantes y mantenedores de la presente situación política.

Ahora queremos destacar otra gran enseñanza, cuando afirma hablando de los grandes períodos de la historia como edades, eras, épocas, ciclos, eónes, etc.: “que no se debe subestimar frívolamente el orden de las magnitudes.”[2] Hoy la pandemia del coronavirus ha despertado en una infinita cantidad de sedicentes pensadores- lo que confirma que cuando no se puede hacer nada, se habla- que nos asustan con el final de un ciclo, el comienzo de una nueva era, el fin de una época y el principio de una nueva edad.

Es cierto que la ambición por conocer el futuro es una tendencia natural del hombre, pero es más cierto aún, que la predicción no nos está permitida. Es una carencia del sujeto que ya fue entendida como un mal desde los tiempos de Prometeo, pues en la caja de Pandora queda encerrada la elpis, que no es la esperanza según los traductores vulgares, sino la espera, por algo que aún no tenemos, por una carencia y que nosotros proponemos entender como prognosis; como conocimiento previo.

En esto de la desmesura en subestimar, frívolamente, el orden de las magnitudes han caído también grandes filósofos: Hegel y su visión de Nuestra América; Marx y su fin del capitalismo; nuestro querido de Anquín con el fin del eón cristiano y tantos otros. Lo que confirma esa vocación por conocer el futuro que posee todo hombre sin darse cuenta que es su carencia esencial.

Y si no podemos conocer el futuro, qué podemos conocer? Con esfuerzo, los hechos del pasado y algo del presente. Pero en esto mismo nos encontramos hoy con que el pasado es manipulado por las ideologías y el presente por las falsas noticias. Este doble ataque a la conciencia cognoscente la obliga a un doble esfuerzo en el conocimiento de la verdad.

Aquel que quiera, no tanto hacer filosofía, sino simplemente pensar con cabeza propia, enfrenta este doble desafío de desmitificar los relatos históricos-ideológicos y descubrir aquello que está debajo de la postverdad contemporánea. Para ello el método es uno y el mismo para todos: ir a los fenómenos mismos y describirlos de la manera más acabada, sin prejuicios ni preconceptos. Sabiendo que los hechos son absolutos y las interpretaciones relativas.

El intento de describir las cosas y las acciones de los hombres en lo que son, ofrece al sujeto la ventaja de un anclaje en el ser, lo que lo libera del capricho subjetivo y lo eleva a la verdadera categoría de ánthropos= el que contempla.

Platón en Cratilo (399 c 1 a 6) se pregunta por la etimología del término hombre: “¿Por qué reciben los hombres el nombre de ánthropoi?  Este nombre de ánthropos significa que los demás animales no observan ni reflexionan ni examinan (anathrei) nada de lo que ven; en cambio el hombre, al tiempo que ve- y esto significa opópe- también examina y razona todo lo que ha visto. De aquí que sólo el hombre, entre los animales, ha recibido correctamente el nombre de ánthropos porque “examina lo que ha visto (anathrón ha opópe)”.    

Todo lo que es y existe busca preservar en su ser y si el sujeto contemporáneo no permanece en su ser, en su carácter de ánthropos desaparece en las alienantes figuras del homo consumans, cuya razón de ser es consumir o en la del homo festivus, de Philippe Muray, que festeja la fiesta por la fiesta misma, en una frivolidad aterradora, borrando su fundamento teológico que es el culto, como lo mostraron Joseph Pieper y Otto Bollnow, entre otros.

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Es que la raíz de la fiesta está en el culto, que también es el principio de la espiritualidad. Este principio nos enseña que, en ese orden, quien no avanza retrocede. Pues lo que viene del espíritu no viene por sí mismo ni obra automáticamente sino que es fruto del trabajo. Hay que tomarlo en la mano como un don y hay que trabajarlo toda la vida de manera constante. Y así se puede llegar al núcleo del espíritu que se define por la autoconciencia y la libertad.

El término espíritu proviene del latín spiritus que significa: soplo de aire, aliento, emanación. Los griegos tenían el vocablo nous) que se tradujo por mens-mentis = mente, inteligencia, pero también el de lógos). Esta palabra presenta tantos problemas que se han encontrado setenta y dos acepciones distintas.

El término empleado en las sagradas escrituras fue pneuma) viento leve, hálito. A diferencia con (nous), más vinculado al mundo del sujeto, (pneuma) posee una connotación cósmica

Vemos entonces como ya en la aproximación etimológica espíritu quiere significar dos cosas: tanto soplo vivaz, vigoroso, despierto; como inteligencia, mente o inspiración.

Según la más antigua tradición filosófica, el espíritu es caracterizado como el portador del yo, entendido este en dos niveles: como yo primordial=Dios y como yo personal. El espíritu fue interpretado, a su vez, como reflexión, como conocerse a sí mismo. Así el yo primordial, no creador como en la cosmovisión cristiana posterior, pero sí causa motriz del mundo, fue definido como pensamiento que se piensa a sí mismo; hé nóesis noéseos nóesis)[3]. Mientras que a nivel del yo individual se manifestó en el precepto del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo= gnosti seautón.

Tenemos así el primer rasgo del espíritu: la conciencia o conocimiento de sí y esto lo logra por la reflexión, por su capacidad de poder reflejarse= reflexio a sí mismo. Y también lo logra a través de la especulación speculum = espejo que es la función de la inteligencia=intus legere, cuando ejercita toda su capacidad: lee adentro, como indica su etimología. Vemos como se imbrican los dos significados de espíritu en la descripción de su naturaleza y actividad.

 

El segundo rasgo del espíritu, a nivel del yo primordial, es la libertad, que está implicada originariamente en la conciencia de sí y la autodeterminación del espíritu. Mientras que a nivel del yo individual va a estar definida por los actos determinados de querer del individuo, el libre albedrío.

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El espíritu definido como portador del yo, (teológicamente definido como: ego sum qui sum) o mejor aún, cuya centralidad es el Yo, tiene dos rasgos fundamentales: la conciencia de sí y la libertad. Ahora bien, lo característico del espíritu es que se contrapone al mundo, aun cuando éste es un producto transformado por el espíritu. En primer lugar el espíritu rompe con el mundo de los sentidos y desdeña las comidas, las bebidas, lo erótico. Se opone, estrictamente hablando, no al mundo sino a la mundanidad del mundo, pues: el reino del espíritu no es de este mundo.

En un segundo momento el espíritu se eleva sobre el mundo, o mejor, sobre su mundanidad. Entra acá a jugar el concepto de inhabitación= Inhabitatio-onis: morada de Dios por acción del Espíritu Santo en el alma del justo. San Pablo en carta a los Romanos 8 10-11 afirma: “El que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su espíritu que habita en vosotros (enoikoúntos)” ¿Qué quiere decir San Pablo, que Dios está realmente en nosotros cuando estamos en estado de gracia y que por ello los cristianos en ese momento estamos divinizados. Experiencia exclusiva de la santidad, en el momento en que se produce su éxtasis espiritual, luego de haber pasado por la noche oscura según cuenta San Juan de la Cruz. De ese modo se eleva, se abre a todos los vientos y despega de las cosas del mundo en el fenómeno de la levitación tomado habitualmente como muestra sensible de santidad.

El espíritu no debe confundirse con el yo individual, pero cuando éste se liga al espíritu se produce el verdadero desapego de los intereses personales y de las cosas de este mundo, de la mundanidad del mundo. Ello explica que históricamente haya sido la ascesis monástica, con sus reglas, la que le ha brindado al hombre el mejor camino a la vida del espíritu. Todos los otros métodos de acceso a la vida del espíritu son espurios, al menos si tenemos en cuenta sus frutos. Aun cuando los Beatles busquen en los gurús de la India, que Madonna lo haga en la Cábala hebrea, que Victoria Ocampo lo busque en Rabindranat Tagore o que los ricachones occidentales lo hallen en el Dalai Lama, todo esto lo único que muestra, es que también el espíritu se puede mundanizar y se puede perder. Entre las cosas valiosas que Occidente ha olvidado y el mundo ha perdido, una de ellas es la ascética católica en su versión medieval. Así los pocos monjes que hay, han quedado reducidos – merced al turismo cultural- a la exterioridad del canto gregoriano, ignorándose por completo que dicho canto nace de la mayor y más profunda ascesis monacal. Sin esto por debajo, hasta el canto gregoriano nos ata a los sentidos y viene a cumplir una función contraria a la propuesta.

¿Hay salida hoy? Sí que hay salida. Que consiste en el esfuerzo constante y permanente del sujeto en hacerse hombre, sabiendo que de nada le sirve una inteligencia tecnocrática y calculadora sin sabiduría. Solo así evitará ser transformado en un homúnculo.

(*) arkegueta, aprendiz constante

[1] Scheleer, Max: Metafísica de la libertad, Ed. Nova, Buenos Aires, 1969, p. 189

[2] Op.cit. ut supra, p. 190

[3] Aristóteles: Metafísica 1074 b 33.-

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REDACCIÓN