08/05/2024 03:39
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Estamos dirigidos por enfermos. Enfermos del alma y de la mente.

Acerca del desaforado amor a sí mismo de la mayoría de los gobernantes, es oportuno decir que la afectación es lo contrario de la grandeza. Quien necesita adoptar actitudes afectadas es falso. Toda egolatría es patética. ¡Pero ojo con los figurines presuntuosos! Arrasarían la tierra si pudieran con tal de realizar sus desenfrenadas vanidades.

Estos seres perniciosos constantemente desprecian el Bien y la Verdad, pero no dejan de decir: «¿En qué hemos despreciado el Bien y la Verdad, si somos nosotros precisamente quienes las forjamos?». Mientras gritan: «¡Al incendiario, al incendiario!», se pertrechan con fuego y con bencina, porque no conocen otra cosa que el incendio para iluminar el templo de la excelencia, a la que odian con todas sus fuerzas.

Contemplad a los frentepopulistas y a sus amos y cómplices. ¿Quién es aquél al que más aborrecen? Al que quebranta sus agendas, su índice de imposiciones y sus ideologías. El intelectual puro y, más allá, toda aquella persona que no sabe ni quiere disimular, subleva a los instalados e incluso a su cohorte de pusilánimes y borregos. Por eso odian la desnudez. Aquellos, los que se atreven a proclamar que el rey está desnudo, obligan a muchas personas a enfrentarse a sus conciencias y a la verdad. De ahí que los serviles y acomodaticios siempre estén resentidos contra los indómitos.

Los rebeldes auténticos se les acercan para mostrarles la realidad que niegan, y luego siguen de largo. Esto nunca se lo perdonarán. Y cuanto más se elevan los independientes más pequeños parecen a los ojos de los envidiosos. ¡Cómo éstos podrían ser justos con quienes les cuestionan! Los indóciles bien pueden decir: «Hemos elegido para nosotros vuestra injusticia como la parte que, según vuestra índole, nos es debida».

El cielo y la tierra, es decir, el universo, aunque lleno de armonía, carece de benevolencia. Los hombres no deben esperar de él justicia, sólo fatalidad, fuerza inercial. Los hombres sabios comprenden que cuantas más cosas conocen los seres humanos, más pobres se hacen.

Dice Lao Zi que la armonía es lo permanente, y que a la consciencia de lo permanente se llama clarividencia. Pero la clarividencia obliga a vivir la vida con intensidad, lo cual hace infelices a quienes la poseen. Contra esa infelicidad sólo cabe la fortaleza de espíritu, las nobles convicciones. Algo muy necesario en esta época oscura, en la que las fuerzas del mal dominan el paisaje.

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Yo amo a quien quiere crear algo más elevado que él y que en ello perece, escribió Nietzsche en su Así hablaba Zaratustra. También Ganivet -junto a tantos otros sabios- sentía que por encima de la vida ha de ponerse el ideal. Pero no todos los seres humanos son capaces de elevarse hasta él, sacrificando aquella.

Contemplad la televisión y oíd las informaciones mediáticas; caminad por las calles y plazas de vuestros pueblos y ciudades y preguntaros luego a cuántos hombres y mujeres habéis encontrado que sean conscientes del mal que les oprime y degrada; a cuántos que practiquen la justicia, busquen la verdad y estén dispuestos a rebelarse contra la sinrazón, la brutalidad o el abuso. ¿Cómo no habrá de perderse, pues, una sociedad descuidada y confundida?

Los gobernantes deberían proteger a sus gobernados, pero, como diabólicos pastores que son, se aprovechan del rebaño, en vez de cuidarlo. Se beben su leche, se visten con su lana, matan a las ovejas gordas; todo menos apacentar el hato. No alimentan a las reses flacas, ni curan a las enfermas, ni buscan a las perdidas o reúnen a las descarriadas, sino que las dominan con crueldad y violencia y las dejan a merced de las alimañas.

Pero el caso es que, a pesar de esto, la muchedumbre les ampara y reelige, tal vez porque se ve reflejada en ellos y, haciéndoles el trabajo sucio, permite que azucen, o azuza ella misma, a sus perros más feroces contra el espíritu libre, y llama «sentido de la justicia o del orden» a expulsarle de su cobijo, destruyendo todas las libertades. No todos los actos son adecuados para todas las almas, ni todas las palabras son adecuadas para todas las bocas. Hay cosas sutiles y lejanas que son ininteligibles para ciertas naturalezas.

La turba no tiene rostro. Sólo suciedad, polvo y pasiones desencadenadas. Y acepta e incluso admira el fuego de los incendiarios. La multitud conforma un montón de habitantes anónimos, que ignoran la fraternidad y se empeñan en una lucha de todos contra todos. En España siempre es preciso estar ardiendo o helándose. Y, más allá de España, el mundo es grande y al mismo tiempo pequeño. Los malvados levantan tormentas contra los espíritus razonables, y Satán se ríe al contemplar el sufrimiento de los libres.

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El mal es una fuerza terrible, tal vez la mejor o más necesaria fuerza del hombre, porque el mayor mal es imprescindible para el mayor bien. Sin embargo, no cabe duda de que las aberrantes agendas plutocráticas serán totalmente destruidas, y sus jactanciosos mentores acabarán siendo ceniza miserable. Así los malvados se esfuerzan finalmente para nada; pero ¿cuánto dolor y cuánta sangre habrán causado y seguirán causando sus delirios?

A los frentepopulistas y a sus amos y cómplices no se les puede tratar razonablemente. A estas hordas satánicas hay que aplastarlas; ese es, por desgracia, el único medio de salvación, la única posibilidad de mantener una España fuerte, neutral, libre y unida, de raíces cristianas y cultura humanista, occidental. Y, por supuesto, el único medio para conservar el albedrío individual.

Hasta que ese aplastamiento no se produzca seguiremos padeciendo a los especiosos, a los pervertidos y a toda clase de bestias con figura humana. Porque, si no se construyen diques, ¿quién puede obligar al río a que se pare?

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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