20/05/2024 07:26
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Tras el vistazo al libro Madrid rojo y negro: milicias confederales, del cenetista Eduardo de Guzmán, repasaremos El final de la esperanza, primero de la trilogía de sus memorias de la Guerra Civil. La trilogía fue escrita, como aclara su breve aclaración preliminar, mucho antes de ser publicada, poco después de que sucedieran los hechos. Cabe suponer que tras salir el autor de la cárcel, donde estuvo menos de 5 años a pesar de haber sido condenado inicialmente a muerte (un exceso tratándose de un simple plumilla). Esto nos dicen en la breve aclaración preliminar, que no parece ser del propio autor, aunque no se dice explícitamente:

 

«… fue escrito hace muchos años. Tantos, que el autor no había cumplido todavía la mitad de los que ahora tiene y no necesitó forzar su memoria»

 

«Las circunstancias hicieron que las cuartillas quedasen arrinconadas, olvidadas en la vorágine de la guerra primero y, después, en las dolorosos incertidumbres que la posguerra representó para cuantos no lograron triunfar en la sangrienta contienda.»

 

«… el relato evoca —cree que con fiel exactitud— el clima tenso de Madrid en un momento crucial de su historia; el ambiente enrarecido y violento que se respiraba y el generoso desinterés con que jóvenes de todos los matices ideológicos asumían voluntaria y gozosamente su papel de protagonistas y mártires de una guerra fratricida»

 

«… amplio reportaje directo y veraz de cuanto aconteció en la capital de España durante las febriles jornadas de julio de 1936″

 

«… retablo grandioso y bárbaro a un tiempo de una gran ciudad aprestándose para intervenir en la contienda que se inicia o participando de lleno en ella. El cuadro alucinante en que luchan, triunfan, fracasan o mueren muchos millares de personas, cuyos nombres, hazañas, heroísmos o cobardías no recogerá nadie, tiene mayor importancia que los sucesos que son consecuencia lógica de su manera de pensar y sentir en una hora crítica»

 

«Ha dejado hoy el relato en la forma en que fue escrito —sin más modificación que algunas precisiones acerca de la suerte corrida por varios de los personajes que cruzan por la escena»

 

El Final de la Esperanza tiene dos partes. La primera está dedicada a los días del Alzamiento; la última a los de la debacle republicana a final de marzo del 39. De Guzmán cuenta los sucesos en primera persona, con un estilo directo, periodístico, y muy natural, que pinta el heroísmo como si fuera un rasgo corriente de los «antifascistas»:

 

«David Antona —albañil, treinta y dos años, hombre de fuerte complexión, aire decidido, mandíbula voluntariosa y palabra fácil— es el secretario del Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo»

 

De Guzmán era en los días del Alzamiento periodista de La Libertad, un periódico que define así:

 

«La Libertad, ahora uno de los diarios de mayor circulación de todo el país. Políticamente es, como su periódico, republicano de izquierda; con un izquierdismo moderado que no sobrepasa los límites de un socialismo reformista y gubernamental.»

 

De Guzmán presenta al anarquismo, en esta primera parte, como víctima de esos republicanos. No parece que tergiverse lo que vivió directamente, pero trascribe sin empacho algunos rumores delirantes, y sus análisis políticos son de una ingenuidad casi abochornante:

 

«La guarnición de Melilla se ha sublevado esta tarde. Los trabajadores están siendo pasados a cuchillo.»

 

«En general, los elementos gubernamentales temen, más que a los militares sublevados, a las organizaciones obreras.

 

¡Habrá que tener mucho cuidado —advierten seriamente— con la CNT y los comunistas, que pretenderán aprovecharse del río revuelto!»

 

«Para muchos de los seguidores entusiastas de Azaña, Martínez Barrio, Casares, Sánchez Román o Maura, el verdadero peligro para el régimen está a la izquierda. La República puede defenderse de los generales levantiscos sin grandes dificultades»

 

» —Es un doble chantaje en que utiliza el fantasma de la revolución social para amedrentar a las derechas y la amenaza de un golpe fascista apoyado por los militares para asustar a los trabajadores.»

 

Naturalmente, los republicanos querían gobernar cabalgando esas contradicciones. Azaña les dijo claramente a las derechas tras las elecciones de febrero que la derecha era él. Su sueño era que Prieto pudiera haberles dicho a los comunistas y anarquistas que la izquierda era él. Pero las cosas salieron de forma muy diferente.

 

Este comentario de abajo y otros similares me resulta muy interesante porque puede estirarse de muchas maneras. Por ejemplo razonando que si la lucha contra los alzados en el 36 era la continuación de la revolución de Asturias en el 34, la lucha de los alzados debería también considerarse la continuación de la represión de aquella revolución, que fue el alzamiento primero contra la República (descontando la de Sanjurjo). Era también lo que pensaban los Alzados, al menos al dar el golpe inicial:

 

«Como en Asturias hace dos años, todos los trabajadores pelearemos ahora codo con codo.»

 

Una de las cosas más interesantes del libro son las pinceladas del ambiente de Madrid en aquello días:

 

«A las cuatro y media continúan abiertos casi todos los cafés»

 

«Los huelguistas de la construcción, los agitadores políticos y los simples curiosos han sido sustituidos por bohemios, cómicos, músicos y artistas»

 

«Entramos un rato en el café Colonial, que acaba de abrir de nuevo sus puertas, luego del cuarto de hora de cierre simbólico con todos los clientes dentro»

 

«Repentinamente han desaparecido corbatas y chaquetas. Hay mucha gente en mangas de camisa y más aún vistiendo monos proletarios, que muchos no saben llevar ni se han puesto nunca. Están cerrados la mayoría de los comercios y apenas circulan los tranvías.»

 

«No se cobra en ningún sitio. Ni siquiera en los bares y los hoteles servidos por grupos reducidos de camareros —la mayoría está peleando en las calles—, a quienes entran a mitigar la sed de un día caluroso. De momento, la moneda ha perdido todo su valor.»

 

Aunque hay bastante tópicos:

 

«Ciudad de empleados, burgueses, dependientes y burócratas, Madrid no gusta de madrugar en ninguna época del año. Tanto en invierno como en verano, a las seis de la mañana no suelen estar levantados más que los traperos, barrenderos que riegan las calles, serenos medio dormidos que se retiran a descansar y algunos juerguistas retrasados que por efectos del alcohol ingerido no aciertan a encontrar el camino de regreso a sus hogares.

 

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Independientemente de la absoluta parcialidad del autor y de algunas tonterías, la narración y el ambiente descrito son entretenidos.

 

Una advertencia sobre lo entregados que estaban los servicios públicos de comunicaciones y transporte a la revolución:

 

«De acuerdo con los elementos de la UGT tienen establecidos un sistema de comunicación rápida con todas las líneas de la Compañía MZA, que extiende sus redes ferroviarias por más de la mitad de la nación. Si algo sucede en cualquier punto de Andalucía, Levante, Aragón o Cataluña, lo sabrán un minuto después los telegrafistas de la estación madrileña.»

 

El intento de conciliación de Martínez Barrio tras el golpe de estado fracasa:

 

«Pasadas las cinco de la madrugada, Martínez Barrio anuncia a los periodistas la formación del nuevo gobierno, cuya lista ha sido previamente remitida a la Gaceta para su publicación en el número de este 19 de julio

 

(…)

 

¡Nos han vendido…! ¡Hay que colgar a todos los traidores…!»

 

«Algunos exaltados rompen airados sus carnets y se los tiran a la cara del ministro.

 

¡Fuera…! ¡Fuera…! ¡Qué se vayan…! ¡Cobardes…

 

«Traidores…! ¡Traidores…! ¡A colgarles, a colgarles…!

 

Oradores improvisados arengan a las multitudes. Son discursos violentos, tajantes, incendiarios. Martínez Barrio quiere entregar el país a los enemigos del régimen»

 

«Advertido de lo que sucede, Martínez Barrio trata de contener la marejada popular que amenaza llevárselo por delante. Empieza a dar órdenes y pronto comprueba que nadie las cumple. Los guardias de asalto se han retirado de las calles céntricas o no hacen nada por disolver a los manifestantes.»

 

«Una hora después de anunciar la formación del nuevo gabinete y una hora antes de que los nombres de los ministros recién nombrados aparezcan en la Gaceta, Martínez Barrio presenta su dimisión al presidente de la República»

Sigue la comparación de la lucha contra el Alzamiento en el 36 con la revolución del 34:

 

«… a diferencia de lo sucedido en 1934, los militares no triunfan en un abrir y cerrar de ojos y sin encontrar prácticamente resistencia».

 

Como indicado, sacando las últimas consecuencias a estos argumentos se obtiene la mejor justificación del Alzamiento: si el gobierno frentepopulista era la continuación de la revolución de Asturias por otros medios, el Alzamiento fue la decisión de proteger «la legalidad republicana» con los mismos medios. De hecho, eso es lo que fue inicialmente.

 

Nos cuenta de Guzmán la llegada de los mineros asturianos a la capital de España:

 

«Son los mineros asturianos que acaban de llegar a Madrid y cuya presencia en el centro de la capital constituye una inyección de fe y optimismo para los trabajadores.»

 

Esto es mayormente ficción; la historia es muy otra: Los mineros asturianos pararon el León, donde los entretuvieron. No pudieron pasar de Valladolid y dieron la vuelta por Ponferrada. La tragicomedia de los mineros asturianos es una deliciosa muestra de la desorganización de un ejército panchovillista: https://es.wikipedia.org/wiki/Columna_de_mineros_asturianos

 

De Guzmán tiene también algún detalle, como la condena de la masacre de prisioneros en el Cuartel de la Montaña:

 

«… grupos de energúmenos, prevaliéndose de las circunstancias y dando rienda suelta a sus instintos de fieras sedientas de sangre, han asesinado en uno de los patios a muchos de los sublevados, una vez hechos prisioneros. Sólo la enérgica intervención de unos guardias y de los elementos responsables de distintos partidos pudo poner coto a la barbarie desatada.

 

Matar a prisioneros indefensos es una canallada, lo haga quien lo haga.»

 

El grado de postureo de estas condenas en quien vio todo lo que pasaba a continuación sin oponerse de forma declarada debe de ser considerable, porque también leemos cosas como estas:

 

«el primer tercio del XX es continuación clara y consecuencia inevitable de los problemas que no se resolvieron en España en momento adecuado.»

 

«Confía, sin embargo, en que el pueblo triunfará, pero a base de mucho pelear y dejarse millares de cadáveres en el camino de su victoria. Sólo alienta una esperanza: que en la hora de su triunfo el pueblo o sus dirigentes no sean tan ingenuos y generosos como lo fueron en tantas ocasiones.»

 

En fin, tras el fracaso del Alzamiento, las izquierdas respiran tranquilas:

 

«Triunfantes los trabajadores en Madrid y Barcelona, fracasada la intentona en otros puntos claves y colocada la escuadra al lado de la República, los facciosos están definitivamente perdidos.»

 

«Pero si ni contando con el factor sorpresa y auxiliados por la ceguera incomprensible y la cerrazón mental de Casares Quiroga, Moles y Alonso Mallol, lograron derrocar al régimen, no existe ya el menor peligro de que puedan conseguirlo en los días próximos en que los conjurados habrán de entregarse»

 

«—Pudo y debió triunfar el sábado o el domingo en toda España. Al no lograrlo ni ayer ni hoy, especialmente al vencer la República, tanto en Madrid como en Barcelona, la intentona está condenada irremisiblemente al fracaso.»

 

«A plazo largo, la victoria de la República no ofrece la menor sombra. No obstante, existen algunos peligros inmediatos, cuya gravedad sería suicida desconocer»

 

Así acaba la primera parte: «¡La guerra ha comenzado…!». En efecto, tras el fracaso del golpe de estado empieza la guerra. De Guzmán no trata de ella en la trilogía, y sería interesante que siguiera contando. El Madrid rojo y negro trata de lo que sigue hasta la muerte de Durruti en la Batalla de Madrid, pero el tono es propio de un ejercicio de propaganda más que de unas memoria, como quedó dicho.

 

Marzo del 39, el rally Madrid-Alicante

 

La segunda parte resulta mucho más interesante, porque narra la desbandada de los mandos frentepopulistas al final de marzo de 1939. Es el primer testimonio que leo al respecto y me parece un testimonio humano de primer orden; políticamente no tiene la menor importancia. Lo que piensen (en muchos casos, fantasean) los mandos intermedios cuando los jefes están ya huidos es irrelevante.

 

En la zona roja, todo se viene abajo cuando a finales de marzo el Consejo Nacional de Defensa ordena a los soldados levantar la bandera blanca en caso de ataques. Se especula con un acuerdo tácito que permitiría la huida de cuantos quieran expatriarse, con que habría barcos para todos, con que la ocupación de la zona republicana se haría por etapas y los nacionales no llegarían a los puertos de Levante antes de quince días, etc.

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De Guzmán cuenta su huida de Madrid a Valencia y después a Alicante, y como esas esperanzas se desvanecen una tras otra. No hay barcos; alguno que se acerca a puerto se detiene y se da la vuelta. Los nacionales llegan en unos pocos días, etc.

 

Algunos detalles de los sucesos:

 

«Los coches forman una interminable caravana. Avanzamos en dos filas y cuando de tarde en tarde quiere marchar un vehículo en dirección contraria se producen terribles embotellamientos.»

 

«Aunque dada la trágica situación porque pasamos todo el mundo debería ir silencioso y cariacontecido en automóviles y camiones, muchos van cantando alegremente. Son generalmente canciones populares con letras alusivas a los frentes y unidades en que han combatido. A veces la canción y la letra son conocidas y las corean quienes marchan delante y detrás. De vez en cuando algunos entonan la Marsellesa, la Internacional o las Barricadas.»

 

«Pero ¿qué ha sido del Marítima?

 

Se fue al amanecer, hora y media antes de que llegáramos nosotros. Y creo que se fue casi vacío.

 

Da la explicación, anticipándose a nuestras preguntas, un hombre de mediana edad y estatura, con claro aire de campesino manchego, que se acerca seguido de otros tres o cuatro de parecido aspecto que deambulan con aire cariacontecido por el ancho muelle. El Marítima se marchó medio vacío de madrugada por un repentino ataque de pánico del individuo que lo mandaba, tanto Casado desde Valencia por teléfono, como directamente los integrantes de la Comisión Internacional de Evacuación trasladados a Alicante, aseguran que dentro de unas horas habrá barcos de sobra.»

 

«Todavía sigo dudando cuando encima de la masa oscura se encienden unas luces, cuya aparición provoca una explosión de entusiasmo.

 

¡Ya lo tenemos ahí mismo…! ¡Y menudo barco…!»

 

«Tras un minuto de parada la masa, ahora gris, del buque entra de nuevo en movimiento. Con asombro sin límites advertimos que, lejos de seguir acercándose, está virando. Muchos se restriegan los ojos incrédulos mientras guardan un sepulcral silencio. Al cabo es preciso rendirse a la evidencia: en vez de acercarse más, el buque empieza a alejarse.»

 

«Parece que sí, lo que explicaría que todavía no haya entrado ninguno de los barcos prometidos.

 

¿Pero entrarán?

 

¡Naturalmente! Mucho antes del amanecer embarcaremos todos.

 

El optimismo general sube de golpe varios grados hasta borrar casi por completo la sensación desoladora del buque que dio media vuelta en la bocana del puerto.»

 

«Que mandasen los barcos, pero con la orden terminante de mantenerse en permanente contacto con la compañía por medio de la radio para darles en cada caso las instrucciones pertinentes. Lo que explicaría que unos barcos como el Marítima zarpasen de madrugada sin llevarse a nadie. Y que otros, como los de esta noche, hayan llegado a nuestra vista para dar media vuelta rápida, dejándonos hundidos y desmoralizados.»

 

«Ha habido ya siete u ocho suicidios y probablemente habrá muchos más cuando amanezca si continuamos en la misma situación.»

 

En estos tres libros veremos desfilar a una serie de monstruosos criminales rojos con muy pocas referencias a su currículo, y ningún detalle. Ángel Pedrero es uno de los principales:

 

«… pasa por nuestro lado Ángel Pedrero, al que rodean medio centenar de individuos. Pedrero ha sido largo tiempo jefe del SIM. Catedrático de instituto de filiación socialista, ha procurado estar a bien con todos los sectores antifascistas sin conseguirlo casi nunca.»

 

O se proporciona alguna justificación:

 

«Para defenderla de sus enemigos es preciso mancharse las manos. En nuestro caso, he tenido que manchármelas yo. Mi papel era menos heroico del que peleaba en las trincheras y menos brillante del que hablaba en las tribunas; pero tan necesario como el primero y más eficaz que el segundo. ¿Comprendes lo que quiero decir?»

 

Aquí hay un pequeño artículo sobre este señorito, que antes del SIM hizo sus labores en la brigada de Atadell: https://labibliotecafantasma.es/cartadebatalla/desmemoria-de-garcia-atadell-paracuellos-y-amor-nuno-iv/

 

La escena del puerto acaba así:

 

«… el Vulcano. La cubierta está atestada de soldados vestidos de caqui; en la popa han desplegado una gran bandera bicolor; apuntando hacia el muelle en que nos apiñamos vemos emplazadas una serie de ametralladoras.»

 

«Estoy yo, y me figuro que a los demás les sucede lo mismo, en un estado de ánimo extraño y sorprendente. Repentinamente parece que ha dejado de interesarme cuanto suceda o pueda suceder.»

 

«En contraste con la ansiedad y zozobra de los días precedentes, me siento invadido por una inexplicable paz interior. Acaso la esperanza, por remota que sea, constituya la más insoportable de las torturas y al perderla por completo renace la tranquilidad del espíritu.»

 

«Cuando ya no se espera nada, deja uno de agitarse y sufrir. Debe ser algo parecido lo que expresa el gesto sereno de muchos muertos cuando, tras muchas horas de agónica lucha, dejan de aferrarse a la vida con desesperadas energías.»

 

Es el sábado 1 de abril. Al día siguiente serán trasladados al campo de concentración de Los Almendros. Lo cuenta en el siguiente libro de la trilogía. En resumen, muy interesante testimonio personal, aunque muy sesgado, pero de muy poco interés político.