21/05/2024 06:53
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Continuamos con el libro Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general, de Ana Quevedo & Queipo de Llano, nieta suya. Los episodios anteriores están aquí.

Queipo, golpista republicano, tenía todas las cartas para medrar en aquella República. Llegó a consuego del presidente Alcalá Zamora, pero era un culo de mal asiento. Una curiosidad; podremos leer unas andanadas contra el gobierno radical-cedista que podrían haber sido escritas por cualquier maestro Ciruela progresista.

CAPÍTULO X. La República

 

«La situación de España hizo que, aunque mi padre no había sido nunca republicano, se uniera a todos aquellos hombres que pretendían, de buena fe, salvar al país de la situación de decadencia, violencia y desbarajuste en que se hallaba. Hizo, efectivamente, todo lo que pudo por ayudar al advenimiento de la República».

Triunfante la República en las urnas, el día 14 fue un ejemplo de orden y civismo. Guardias populares custodiaron el palacio real para que no se turbara el descanso de la reina y de los infantes.

Ni se había puesto a votación la monarquía ni ganaron. Y ¿por qué hacía falta custodiar a nadie en medio de tanto orden y civismo?

Entrada triunfal en la España republicana:

Al llegar a esta estación, se encontraba en ella aquél en que acababan de pasar la frontera la reina y los infantes. Al dejar el vagón y reconocerme la multitud, se produjeron una serie de actitudes encontradas. La Policía había impedido la entrada de aquélla en el andén, pero desde las puertas y desde las verjas cercanas a la estación empezaron algunos a vitorear a D.ª Victoria, y otros a la República y a mí. Pedí a éstos un momento de silencio y les dije que aquellos vivas eran un insulto para quien, por ser madre y mujer desgraciada, merecía todos nuestros respetos y que dejasen aquellos vítores para cuando estuviésemos al otro lado de la frontera. La masa republicana dio muestras de civismo, enmudeciendo de inmediato.

nuestra entrada en Irún fue triunfal: era la explosión del espíritu democrático de aquella ciudad del que conservaré siempre gratísimo recuerdo.

En todas partes nos fueron dando cuenta de la forma tan extraordinaria en que se había operado el cambio de régimen y de la marcha del rey, que, he de confesarlo, me sorprendió grandemente, pues yo esperaba que se jugara la vida en defensa de la corona. La actitud ejemplar del pueblo me llenó de satisfacción. Su disciplina y su prudencia, a pesar del frenesí de su entusiasmo, eran para todos un timbre de gloria.

Cierto de toda certeza, pero creo que el pueblo es lo mejor que tenemos: que es una masa maleable que espera al artífice que habrá de disponerle en líneas armónicas, en las que imprima el sello de su genio que ha de valorizarla y hacerla grata a sí misma y a todos.

 

¡Menudos topicazos con que nos regala el Generá!

soñábamos en aquellos días históricos en una democracia en la que no hubiese otras clases que las que delimitasen las inteligencias y en las que las leyes dictadas por los verdaderos representantes del pueblo igualasen ante ellas a todos los ciudadanos, extendiendo sobre éstos su manto protector o castigando severamente a quienes las infringiesen, con arreglo al recto criterio de jueces impecables e independientes.

Premiado por la República, tiene que cooperar con Azaña en la destrucción del ejército.

Acaba la redacción de este libro sobre el alzamiento de Cuatro Vientos en el Puerto de Navacerrada, donde pasaban los veraneos anteriormente y al que volverán durante los años de la República. Gonzalo dedica los días de descanso a vivir con intensidad la relación familiar, dañada por los amargos tiempos transcurridos. Hace reír a Genoveva y se aproxima a sus hijos. Establece nuevamente la intimidad con su hija Maruja, con la que entabla una correspondencia secreta; ella le contará sus deseos, ilusiones y sueños, y él contestará con consejos, llenos de buen criterio, de optimismo, en los que se trasluce el padre orgulloso y mediante los que insufla continuos ánimos a las pretensiones que aquélla concibe para su futuro como escritora, vocación que nunca cumplirá.

Se le concedió el empleo de general de división y el mando de la Primera División Orgánica de Madrid, lo que equivalía a lo que fueron durante la monarquía los capitanes generales; la única diferencia era que carecía de jurisdicción territorial.

En este empleo se vio en la necesidad de cumplir, aunque a regañadientes, las órdenes que recibía de Azaña, no sin manifestarle los serios escrúpulos que ante ellas sentía, relativas al cese de los oficiales no adictos a la República.

Es importante reseñar que, pese a la trayectoria emprendida, siempre fue monárquico y a sus íntimos les decía que lo continuaba siendo. Las circunstancias lo habían llevado a la República al situarlo frente a Primo de Rivera, frente al rey y frente a la política que se había seguido en los años anteriores; pero no podía olvidar la educación recibida ni el respeto a la institución monárquica que, visceralmente, sentía.

Comienzan los desórdenes y la quema de conventos:

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Recuerdo como si fuese ayer la desesperación de mi padre, porque aunque lo pedía al gobierno en todos los tonos, éste no le dejaba sacar las tropas a la calle ni declarar el estado de guerra, para evitar todo aquel vandalismo. Entonces, para tratar de salvar lo que pudiera, se lanzó él mismo a la calle, acompañado de un ayudante y, en el coche oficial, fue de convento en convento, allí donde le notificaban que había alguno asediado y en peligro, y de iglesia en iglesia, hablando a los incendiarios para, haciendo uso de su simpatía innegable y popularidad, convencerles de que desistieran de sus propósitos. Lo consiguió en muchos lugares, recuerdo entre otros, las iglesias de la Milagrosa y Jesús de Medinaceli, cuyo Prior fue a nuestra casa unos días después para darle las gracias por la salvación del templo y regalarle una imagen del Sagrado Cristo.

Yo me quedé dentro del coche y le vi atravesar la masa de gente, bromeando y riendo con los que iba dejando atrás, hasta llegar a la puerta de la iglesia, ante la cual, erguido cuan alto era, comenzó a arengar a la muchedumbre, sin que yo pudiera alcanzar a oír lo que les dijo. Habló durante un rato. Luego se calló; serio y en silencio empezó a andar hacia el coche, mirando de frente y a los ojos a los que le rodeaban, que iban enmudeciendo y abriéndole paso. Cuando llegó al coche se sentó y se quedó quieto viendo cómo la gente se iba marchando sin hacer nada. Entonces, se volvió hacia mí y me dijo sonriendo:

  —Maruja, la Virgen misma ha estado a mi lado, porque con uno solo que hubiera tirado una piedra o hubiera pegado un grito contra mí, me linchan. Venga, vámonos a casa y a tu madre ni una palabra».

 

Al final el Gobierno cede, “a condición de que no se disparara un tiro ni se hiciera nada contra el pueblo”. Pura hipocresía.

Informaciones (edición de la mañana, Madrid):

  «El estado de guerra fue proclamado por el propio capitán general Queipo de Llano, al frente de una compañía de Infantería en la calle Mayor.

  Antes de leer el bando, el general pronunció unas palabras exhortando a todos a que procurasen la consolidación de la República española.

  Un obrero se adelantó hacia el general y le ofreció su mano.

  Queipo de Llano, sonriente, se adelantó y le dijo:

  —La mano, no; un abrazo.

  El pueblo allí congregado tributó al bravo general una formidable ovación».

 

Entrevista para la prensa. Se le ve eufórico con la República, un auténtico “progre de derechas”, como su compadre Alcalá Zamora:

 

  —Después del triunfo revolucionario, ¿cómo ve usted el porvenir de España?

  —Con la República —contesta el capitán general—, España empieza a ser respetada y querida por las naciones hermanas. Todos los grandes problemas que dejaron en suspenso por negligencia Gobiernos anteriores de la Monarquía, se acometen rápidamente. Hay uno importantísimo para el porvenir de España: escuelas. Con sólo nombrar al ministro de Instrucción Pública, don Marcelino Domingo, queda todo dicho.

  —¿Y del estatuto que Cataluña presentará a las Cortes?

  —Todos los catalanes pueden estar bien tranquilos de que saldrá aprobado en forma de República federal.

 

La familia empieza a vivir acomodadamente después de tanto sobresalto:

Tras los años de sufrimiento pasados, la familia se siente feliz y vive tranquila. No es sólo el final de las penurias económicas soportadas durante el tiempo en que el padre fue separado del ejército y el del exilio, es tenerle de nuevo a su lado, tranquilo y entusiasmado ante la obra que le espera por hacer.

Recuerda mi madre aquella época como de renacimiento del espíritu familiar. Cuando entra en casa, entra con él una ráfaga de entusiasmo que los vitaliza a todos. Han vuelto las buenas épocas…, aunque sea por poco tiempo. Los dos primeros años de la República, los que corresponden al bienio progresista, lo verán entusiasmado; si algún error se comete, encuentra la disculpa o la forma de afrontarlo. Son muchos los logros que se van obteniendo, y esto le hace olvidar todo lo demás que pudiera parecerle negativo. ¡Que España progrese!

Jefe del Cuarto Militar del Presidente de la República:

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Visitó España el jalifa Muley Hassan, y en la reunión protocolaria con el presidente de la República hubo de actuar como traductor, ya que hablaba correctamente el árabe.

Otra de las fotografías, realmente curiosa, es aquella en la que aparece con el embajador del Japón en el despacho del presidente. El embajador era minúsculo y feísimo, y junto a él, los casi dos metros de Queipo de Llano dan a la imagen una gran comicidad.

palacio de La Granja, nombrada residencia veraniega del presidente de la República. Por cierto que las condiciones en que el palacio se encontraban lo hacían bastante incómodo, al haber sido despojado prácticamente de todo su mobiliario, ya que lo habían requisado Azaña y Ramos para las residencias oficiales que les correspondían en la Presidencia del Consejo y en el Ministerio de la Guerra; en La Granja, tan sólo dejaron los muebles viejos, sin valor, los pertenecientes a las habitaciones de servicio o los rotos. Esto haría exclamar a Alcalá-Zamora que era inaudito que altos cargos de la República consideraran insuficientemente alhajadas residencias dadas por bien amuebladas por los jefes de gobierno y ministros de la monarquía.

Pues sí, les gustaba mucho vivir bien a aquellos republicanos… a cuenta del presupuesto:

Consuegro del Presidente de la República:

 

Es normal que, con el trato tan íntimo que mantenían ambas familias, Niceto, el hijo mayor de Alcalá-Zamora, fuera poco a poco enamorándose de Tina. Esta, recién salida de un desengaño amoroso que le había costado una auténtica enfermedad, se ilusionó en principio con las atenciones de que era objeto, y acabó correspondiendo a los sentimientos de aquél. ¿No era este posible matrimonio lo más parecido a “ser princesa” que pretendía en su infancia? Fue, como no cabía dudar, objeto de innumerables chanzas por parte de sus hermanos. Era guapa y… presumida. Al ser su pretendiente cuatro años más joven que ella, mintió la primera vez que éste le preguntó su edad, y se quitó dos años. Pero la relación se fue haciendo más fuerte, hasta que empezó a hablarse de ella seriamente, y el presidente, siempre protocolario, se dirigió a su padre pidiéndole el visto bueno para el noviazgo. Un día, tras hablarlo de manera larga y extensa con sus hermanas, entró en el despacho del padre, llorando.

El sábado 29 de diciembre de 1934, a las once y media de la mañana, se casaron Niceto y Tina en la iglesia de los Paúles, en la más absoluta intimidad, ya que los cabezas de familia consideraron que dada la posición que ocupaban, podía darse lugar a un “concurso” de regalos, absolutamente contrario a la idea política en la que pretendían vivir.

Esta boda fue aprovechada por la prensa para darle un aire revolucionario y anticlerical, y se aseguró que se había celebrado tan sólo civilmente. Demasiado buenos católicos y padres a la antigua eran el presidente y su consuegro para consentirlo. Hubo que publicar un desmentido en los periódicos en el que se afirmaba que el matrimonio había sido bendecido por la Iglesia.

 

Queda la segunda parte del capítulo X, La República, en el que se empiezan a agriar las cosas.

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