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Bien, pues en su recuerdo y en su honor me complace reproducir algunas de las respuestas que iban incluidas en el libro, entre ellas la mía.

Pero antes déjenme que les diga que en 1979 cuando aparece “100 Españoles y Franco” José María Gironella era ya el escritor más vendido de la Historia en lengua española. De su trilogía sobre la Guerra Civil (“Los cipreses creen en Dios” “Un millón de muertos”, “Ha estallado la paz” y “Condenados a vivir”) se habían vendido más de 5 millones de ejemplares. ¡Lo nunca visto en España!

De ahí que cuando se planteó hacer un libro sobre Franco y los españoles hubo colas para participar. Que Gironella te incluyera en uno de sus libros era como recibir tú mismo el Premio Planeta o el Nacional de Literatura.

De ahí que para mí sea un honor reproducir mis respuestas (y tras la mía, si la dirección de este numantino “´ÑtvEspaña”, lo acepta, iré recuperando otras, entre ellas, por ejemplo, las de Antonio Aradillas, Manuel Fraga, Amando de Miguel, Jordi Pujol, Emilio Romero, Eduardo Sotillos, Ramón Tamames, Josep Tarradellas o Félix Rodríguez de la Fuente). Así que pasen y lean:

Nació en Nueva Carteya, provincia de Córdoba, en 1940, estudió magisterio en la Normal de Córdoba y posteriormente se dedicó al periodismo. Ha sido redactor del diario Arriba, redactor-jefe del semanario Servicio y del diario SP, redactor-jefe y subdirector de Pueblo, director de la agencia Pyresa y profesor y jefe de estudios de la Escuela Oficial de Periodismo.

En la actualidad dirige el diario madrileño El Imparcial. Ha escrito también una veintena de obras teatrales (Premio Nacional de Teatro Juan del Encina 1973) y diversos libros como Los pecados del poder (1974), Los pecados de la monarquía (1976), Séneca, víctima del tirano (1977) y Las cuatro columnas de Córdoba (1977).

“Franco fue una personalidad fuera de lo común”

  1. ¿Cómo definiría la personalidad del general? 

     Naturalmente no es tarea fácil definir en pocas palabras la personalidad del general Franco. Tendrá que pasar bastante tiempo antes de que la figura de este hombre quede en su justo punto, puesto que ahora, es decir, a los tres años de su muerte, todavía están sobre la palestra tanto las alabanzas de sus seguidores más fieles como los ataques de sus más furibundos enemigos. Tratando de ponerme en la perspectiva de! tiempo y con la óptica desapasionada del historiador, tengo que decir que, indudablemente, el general Franco fue una personalidad fuera de lo común. Con los defectos, los vicios y las virtudes de los grandes hombres. De esos hombres que han llenado los momentos estelares de la historia de España.

Recuerdo ahora que cuando escribí mi libro Los pecados de la Monarquía, al referirme a los sucesos del Alzamiento Nacional de 1868 y del general Prim, me causó sorpresa encontrar tanta similitud entre aquellos acontecimientos y los que más tarde, en 1936, se produjeron. Hasta el punto de que con cierta malicia inicié así un capítulo:

«Desde que comenzó el verano de aquel año se respiraba en el ambiente algo anormal. De Norte a Sur y de Este a Oeste se había ido extendiendo una calma rara que presagiaba tormenta inminente. Los periódicos de la oposición no ocultaban sus preparativos de ataque. En los cuarteles se manejaban, abiertamente, las listas de los generales que estaban a favor, las de los que estaban en contra y las de los “indecisos”… Era como si todo el país se hubiese convencido de que el choque era inevitable, de que todo lo que se tenía que hablar ya se había hablado y de que había llegado el momento de las armas. Ni siquiera los monárquicos más fervorosos apuestan ya un real por la permanencia de la Corona… La propia reina, la de los tristes destinos, no sabe ya qué hacer ni qué medidas tomar…, aunque sabe, eso sí, como todos, que allí enfrente, invisible, está el enemigo, Ese enemigo que ha sabido recoger y encauzar los ánimos de un pueblo cansado de guerras, de luchas fratricidas, de politiquerías y de escándalos palaciegos… Ese enemigo que, dispuesto a salvar la Patria en ruinas, ha lanzado ya el ¡basta! que hace limitar la dignidad con la humillación.

»Y así, en ese clima de angustia y de tensión, resuenan en Cádiz los redobles del tambor y las salvas de los cañones al amanecer del día 18 de septiembre de…: la Revolución está en marcha. “¡Viva España con honra…!” (exclaman los sublevados), y el grito corre de boca en boca por todo el país como un reguero de pólvora… Es la España nueva que nace.

»Pero, allí, como impuesto por el destino, hay un hombre que es el alma de ese afán reformador. Un hombre que ganó su gran prestigio militar en el ejército de África, y que sabe desde tiempo atrás qué quiere y adónde va. Un militar que une a sus dotes de mando el arte de saber gobernar (incluida la intriga). Un hombre que por no saber callar ante las torpezas de quienes ostentaban el Poder y hacen imposible la concordia nacional, no ha tenido más remedio que soportar el ostracismo. Es el general Prim. Y Prim, clarividente desde que suena el primer cañonazo, recuerda a los generales que se han sublevado con él que por encima de los intereses de partido están los intereses de España, y que “aquello” no podía ser —no iba a ser— un pronunciamiento más, ni un cuartelazo para quitar y poner rey. “Peleamos por la existencia y el decoro de España —dice—, por la justicia y la libertad, por la paz y el orden, pero, antes, antes tenemos que ganar la guerra…”

»Y llega la victoria. En pocos días, el «alzamiento nacional» es general y rotundo…

»Pero, ¡ay!, en el carro de la victoria va subido el germen de la discordia. Las fuerzas que se han integrado para hacer el “Alzamiento” son heterogéneas y dispares…, tanto, que sólo las une accidentalmente el ansia del triunfo…»

Es decir, que la figura de Franco no es única en la historia de España. Este país es así y así hay que tomarlo. Mi juicio personal, por tanto, sobre Franco, está bien claro: Franco es el hombre providencial que surge en el momento justo y más oportuno. ¿Cualidades personales? Sería absurdo y tonto negarle el pan y la sal a un General con su biografía o a un político que se mantiene en la cúspide del poder durante 40 años. Como sería absurdo y tonto creer que, como Dios, tenía todos los atributos de la divinidad. Franco fue un hombre, no un dios, y por tanto con los defectos propios de un ser humano.

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  1. ¿Cuáles serían, en su opinión, los aspectos positivos de la labor del general? ¿Cuáles los negativos? En ese período «España ha cambiado de piel». ¿Ha cambiado también de alma? 

 

Para enjuiciar la labor política del Generalísimo Franco no hay más remedio que situarlo en el tiempo y en el espacio. Franco surge a la vida política como consecuencia de su actividad militar. Es decir, como consecuencia del choque brutal de las dos Españas que fue la guerra civil de 1936: cuando en 1939 termina la guerra y se hace público el parte de la victoria, España está destrozada físicamente y, me atrevería a decir, moralmente, puesto que si bien en el campo de batalla ha habido vencedores y vencidos, no ocurre igual en el campo de las ideas, ya que las banderas de uno y otro bando se mantienen en alto. Pero es que además el mundo también está en guerra: en una guerra total y absoluta, en la que mantenerse neutral es exponerse a recibir los palos de una y otra parte.

Pues en ese ambiente es en el que Franco ha de iniciar su labor de gobernante. Y curiosamente se le plantea la misma disyuntiva que se le planteó años atrás al propio Lenin: «¿Qué es más importante para mi pueblo: resolverle los problemas vitales o darle libertad?» Y Franco se responde igual que Lenin, aunque desde posiciones totalmente distintas. Hay que reconstruir la España deshecha de los tres años de guerra y hay que mantenerse al margen del conflicto mundial. Es decir, que Franco tuvo que pagar lo que alguien ha llamado el precio de la libertad. Un precio, quizá para algunos, excesivamente alto. Pero la cuestión es que durante los 40 años del régimen de Franco, España vuelve a encontrarse a sí misma y los españoles remontan la miseria casi endémica que se arrastraba desde el siglo XIX.

¿Cambió también el alma de los españoles? Indudablemente, no. El español siguió siendo español. O sea, un pueblo difícil de gobernar por su anarquismo individualista y por su incultura, también endémica.

Franco resolvió los problemas materiales, y eso creo que es indiscutible. Franco cambió la faz de España y consiguió lo que bien pensado era un milagro: avanzar hasta situarse casi en cabeza por el camino de la industrialización. Pero eso tuvo, como decía antes, un precio: la libertad. Y de ahí vienen probablemente todos los males que se le achacan a su largo mandato de casi 40 años.

Pero un estadista que ha de dedicarse casi por entero a la reconstrucción física difícilmente podía afrontar en toda su magnitud el más grande de los problemas de España a lo largo de la historia: el de la incultura. Este país padece ya desde los últimos tiempos del Califato de Córdoba un sempiterno pecado de incultura. Ningún régimen, ningún gobierno ni ningún partido han resuelto, tal vez por falta de tiempo, el problema de la formación cultural.

De ahí que a mi parecer el problema más grave que siga teniendo planteado España sea el problema de la educación. De ahí que esté firmemente convencido de que mientras «alguien» no afronte de verdad este problema y se dedique por entero a la reeducación del pueblo español, vamos a seguir siendo «diferentes».

Porque un pueblo sin cultura será siempre un pueblo, difícil de gobernar… y menos democráticamente.

  1. Invita a reflexión que Franco se mantuviera en el poder durante casi cuatro décadas. ¿A qué atribuiría que tan larga permanencia fuera posible? 

Indudablemente responder a esta pregunta sería tema de un libro. Mejor dicho, de varios libros. Incluso algunos ya están publicados. Por lo tanto, y de acuerdo con la limitación de estas respuestas, voy a dar mi versión resumida.

Franco se mantuvo casi durante cuatro décadas en el poder porque en la España de su tiempo coinciden varios factores determinantes. El primero, sin duda, es que un país, cualquier país, de cualquier continente, que ha padecido una guerra de exterminio como fue la de 1936-1939 difícilmente queda con arrestos para tomar nuevas iniciativas. En segundo lugar, no hay que perder de vista el cansancio y el enfrentamiento de las «dos Españas» que arranca en 1808 y que se mantiene a lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX. No hay que olvidar tampoco que en esos ciento y pico de años España sufre varias guerras civiles y un centenar largo de «pronunciamientos» y el vaivén continuo de un péndulo que ha perdido su norte.

Tampoco hay que desechar, naturalmente, la personalidad del Caudillo. Franco es un hombre que sabe actuar de árbitro y mantener el equilibrio de las distintas fuerzas que compiten en la palestra política. Franco tiene, sin duda, el carisma de los genios militares que han podido realizarse —como se dice ahora— en el campo de batalla (les pasó igual a Espartero, a Narváez, a O’Donnell, a Serrano, a Prim, a Martínez Campos y a Primo de Rivera).

Tampoco hay que desdeñar la influencia popular de la Iglesia en esos años y el apoyo moral y físico que presta al régimen de Franco la Iglesia triunfante en 1939, la de la Cruzada de Liberación Nacional. Indudablemente, y frente a lo que pueda decirse hoy o mañana contra el régimen de Franco, otro hecho es innegable: Franco eleva el nivel de vida del pueblo español hasta cotas impensables. Bien es verdad que sus detractores le apuntan, tal vez con razón, que las circunstancias externas le ayudaron a conseguir ese bien material. Pero, los hechos son los hechos y la verdad es la verdad: jamás el Pueblo español había vivido como vivió durante los mejores años de esas décadas del franquismo.

Por tanto, a la hora de un juicio desapasionado y frío, no queda más remedio que aceptar y reconocer que la larga permanencia de Franco en el Poder fue satisfactoria para España y que su «reinado» será una página brillante de la historia general de este zarandeado país.

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  1. ¿Cree que Franco respetó los «derechos humanos», o que los violó de forma sistemática, implacable y cruenta? 

Depende desde el lado que se plantee el tema. Depende del patrón con que se quiera medir o enjuiciar la actuación de Franco. Tal vez por aquello que dice el refrán popular: cada cual cuenta la feria según le va. No cabe duda de que para el sector de la vida española que quedó del lado de los vencedores e incluso para aquellos que por encima de las libertades pusieron la justicia y el orden, el régimen de Franco fue complaciente y protector. Ni ese sector ni aquellos que aceptaron las reglas del juego del Generalísimo tuvieron nunca problemas de «derechos humanos». Sin embargo, el sector minoritario, residuo del bando vencido o aquellos que querían poner las libertades por encima de lo demás, indudablemente tuvieron «problemas» con la Justicia y los Organismos defensores del régimen. En cualquier caso hay algo que está fuera de toda duda: la mayoría del pueblo español vivió a gusto durante el largo mandato del general Franco. Es algo así como lo que ocurre actualmente, y lo que viene ocurriendo en las Democracias Populares desde la implantación de los regímenes comunistas.

  1. ¿Cree que los españoles estamos ahora más unidos que en 1936, o detecta indicios de divisiones igualmente profundas? 

Es muy difícil saber si los españoles de hoy estamos más unidos que los de 1936. También depende desde la orilla que se enjuicie el tema. Una cosa está clara: y es que en la Constitución aprobada en el Referéndum del día 6 de diciembre figura el término de las «nacionalidades». Y eso, a mi juicio, es sin duda un germen de división entre los españoles. Creo que otra vez han resurgido «las dos Españas» de antes de la guerra. Y han resurgido con el mismo ímpetu con que se enfrentaron a lo largo de más de un siglo. Porque ni la derecha española aprendió su lección, ni la izquierda ha sabido adaptarse al ritmo de la etapa de transición. En consecuencia, todos quieren tener razón y nadie acepta que el contrario pueda tener parte de esa razón. Y en este sentido yo soy particularmente pesimista. Porque un pueblo que no quiera aceptar la parte de razón que pueda tener el adversario es un pueblo predispuesto al enfrentamiento y a los radicalismos.

  1. ¿Cómo le fue a usted, como periodista, durante el régimen de Franco y cómo le va en esta etapa de predemocracia? 

Sin entrar demasiado en el terreno personal, puedo decir y digo que no ha sido la etapa de Franco, precisamente en el campo de la libertad de expresión, un modelo paradisiaco. Sobre todo hasta la promulgación de la Ley de Prensa de 1966. Puesto que las limitaciones eran muchas y escasas las libertades. Sin embargo, y especialmente a partir de 1966, las reglas del juego estaban muy claras: había libertad plena para unos temas, había tolerancia para otros y había prohibiciones rotundas y manifiestas.

Pero no han mejorado las cosas en esta etapa de transición a la democracia. Quizá porque los hombres que ostentan el Poder tienen aún los resabios de la etapa anterior. Desgraciadamente, al menos para mí, la libertad de expresión es todavía el sueño de una noche de verano (y lo dice quien en dos meses ha tenido que pasar 23 veces por los Juzgados). No obstante, habría que esperar al desarrollo del texto constitucional en esta materia para formular un juicio definitivo. Hoy por hoy, siguen imperando las «censuras», aunque sean encubiertas.

  1. ¿Y cómo le ha ido a usted en otros campos o en otras actividades, si es que las tiene, al margen del periodismo? 

Bueno, también fuera del periodismo, como diría un castizo madrileño, cuecen habas. Sólo puedo decirle que en 1973 fui Premio Nacional de Teatro con La tragedia de Séneca y que aún no ha podido ser estrenada. Entonces porque el tirano Nerón, uno de los personajes de la obra, podía provocar las iras de las «autoridades competentes». Ahora, porque el tirano Nerón es «demasiado blando». Son las paradojas de un país que vive bajo el reinado permanente de la improvisación y de los extremismos.

Porque la verdad es que aquí o no se tiene ninguna libertad o se quiere toda la libertad.

  1. ¿Hasta qué punto cree que los hábitos adquiridos durante el mandato de Franco pueden obstaculizar la consolidación de la democracia en España? ¿Es optimista o pesimista con respecto a dicha consolidación? 

No quiero extenderme en esta cuestión. Ya he dicho líneas arriba que, desgraciadamente, veo el panorama difícil y por tanto con pesimismo. Lo cual no quiere decir que no confíe en una de esas reacciones sorprendentes y salvadoras de este pueblo español de mis amores. En cualquier caso el destino tiene la palabra.

 (Mañana: las respuestas de don Blas Piñar)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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