12/05/2024 05:13
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Permítame, amable lector, además de utilizar el plural mayestático, dos afirmaciones preliminares. Primera: Cuando los políticos al uso le ofrecen o dan algo es porque les interesa, y si a ellos les interesa, seguro que a usted no. Segunda: En un mundo que ha perdido el juicio y la vergüenza, las autoridades son las que más engañan a la ciudadanía. Pero no olvidemos que hablamos mal del mundo, sin reparar en que en él no hay otro mal sino nosotros mismos. Sí, nosotros, que no hemos dejado de elegir y reelegir a los canallas. Y seguiremos reeligiéndolos a pesar de sus crímenes.

Todo, pues, sigue igual que ayer. Y así seguirá, o aún peor. ¿Elecciones? De nada han de valer los nuevos comicios si no es nuestra fuerza la ley de la justicia. El Sistema ha hecho de los electores una masa débil, y lo débil se muestra siempre inútil. Eso somos actualmente, bultos inútiles que acechan a lo noble y excelente porque nos molestan y se oponen a nuestras obras; porque nos reprochan las infracciones de la ley; porque son censura viva de nuestras actitudes y pensamientos, y su sola idea nos mortifica.

Sólo tiene usted que salir a la calle, amable lector, y mirar en torno suyo. ¿Qué ve, sino monedas falsas que caminan a su lado y cogen con usted el mismo ascensor, estómagos con los que habla del tiempo, de la carestía de la vida, de los problemas comunitarios, de los engaños cotidianos que sufren por parte de «los otros»? ¿Qué ve, sino bultos con forma humana que seguirán votando a dementes, asesinos y ladrones con absoluta indiferencia, sin el menor remordimiento?

¿Elecciones? ¿Para qué? Ningún político nos habla del Sistema que nos atrapa, porque los políticos, hoy, forman parte de esa práctica opresora, gracias a la cual viven abusivamente, como ventajeros oficiales de un Estado corrupto, trazado a su imagen y semejanza. Ningún político, a pesar de su palabrería, desea que usted sea mejor persona, más cívica e independiente, más respetable y discreta. Al contrario, le quieren más ignorante y abyecto, cera blanda en sus manos, que su vida disuene de la prudencia y sus caminos sean muy distintos de los de la dignidad.

Le quieren cipayo, chismoso, delator, apátrida, libertino, que evite y odie a la aristocracia del espíritu, que, cuando usted vea al hombre esclarecido y venerable, repita la escena bíblica y, entre el resto del populacho, alce la voz para decir: ahí viene el soñador, probémosle con ultrajes y tortura para ver así cuál es su entereza y su paciencia, y, al cabo, matémosle para comprobar en qué quedan sus sueños y de qué materia estaban hechos.

¿Elecciones? Ocho de cada diez vecinos suyos, amable lector, repetirán el voto del oprobio, de la vileza, de la perversidad. Y ello será así porque los hombres, víctimas de su ruindad o de la tiranía, colocan al oro y al placer en sus altares contingentes, y los adoran como los dioses verdaderos. Porque a estos hombres, a estos electores, no les importa que el poderoso cometa un atropello y aún se pavonee; ni les importa que el humilde y prudente sufra una injusticia y tenga que excusarse, pagar multas o padecer cárcel.

Los clásicos nos enseñaron que era el silencio una especie de sabiduría, sin embargo, en estos tiempos el silencio de la gente de bien hace brillar a la ignorancia y al vicio. Ambos enmudecen a la verdad y disfrazan la perversión de generosidad. El caso, amable lector, es que nos encontramos en una de esas épocas en que la humanidad parece carecer de futuro, en el que los más avisados parecen sentir un muro de angustia alrededor, sin orillas ni regazos donde acogerse, abandonados por las instituciones, tanto temporales como salvíficas, desterrados a una esquina de un puerto imaginario, en espera del barco salvador que nunca llega porque no existe.

¿Entonces? Se me podrá, razonablemente, preguntar, ¿qué hemos de hacer? Mucho. Todo. Porque el rebelde, si quiere, es poderoso. Lo primero, adquirir la conciencia de que estamos aherrojados por culpa de una banda de forajidos vesánicos y delirantes; que estamos apresados a causa de la injusticia, de la violencia y del dinero. Lo segundo, ignorar y repudiar sus palabras y su propaganda; negar y denunciar sus doctrinas y sus delitos y apagar sus televisiones. Lo tercero, despreciar su parafernalia democrática y, para ello, lo más próximo es rechazar la escenografía de las urnas, dar plantón a ese ritual en el que prioritariamente se sustentan y con el que se justifican.

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Y a partir de ahí mantener una rebeldía firme, activa y cotidiana frente a sus agendas. ¿Se imaginan ustedes que, en esa vieja representación de décadas que llevan organizando los ventajeros, apareciera de improviso la escena de unos colegios electorales, ya que no incendiados ni destruidos, sí vacíos y menospreciados? Pero, ¿qué sé yo, que no sé nada? Desde mis escasísimas fuerzas, es difícil decir lo que en una revolución se debe o no se debe hacer, lo que se puede o no se puede hacer. Y mucho menos cuando la revolución no existe, y sólo existe -y en muy escaso número- el revolucionario. Pero sí se puede decir lo que un revolucionario no debe y no puede hacer.

No obstante, creo que no viene mal traer a colación la anécdota siguiente: un poeta novel le enseñó a Heine dos sonetos para que escogiera el mejor. Leyó Heine el primero y le dijo sin titubear: «El mejor es el otro». Pues bien, basta leer o escuchar los discursos y programas de los candidatos o partidos correspondientes que nos amenazan con su presencia, y lo que es peor, basta conocer su historia y su intrahistoria, para saber, sin necesidad de meditarlo un solo instante, que los mejores son los ausentes, los inexistentes. Porque la rebeldía -la posible solución- pasa hoy, prioritariamente, por dar esquinazo a las urnas.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Proby

Muy buen artículo, pero lo que plantea usted es una «etiopía», como decía el otro.
Y por cierto, ¿a qué se refiere con lo del «plural mayestático»? Si no recuerdo mal, el plural mayestático es nos y vos.

Aliena

Soberbio, excelente artículo. No sólo desgrana una verdad detrás de otra sino que está escrito de forma exquisita. Bueno, a decir verdad, no he conseguido localizar el plural mayestático anunciado y por el que se pedía perdón anticipadamente, pero tal vez sea deficiencia mía y, en cualquier caso, carece de importancia.

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