01/05/2024 12:19

Todo ser humano normal, bien constituido para desenvolverse en asuntos sociales y morales, sabe que su responsabilidad está subordinada al conocimiento y respeto de las leyes naturales; y por sano instinto, dentro incluso de su posible ignorancia, se convierte en garantizador del orden natural de las cosas, de la armonía de la naturaleza en su conjunto. Así pues, su primer deber, consiste en apreciar y someterse a las leyes que sigue el universo, estudiando y venerando, como manantial de todos los demás deberes, las que conforman la naturaleza humana.

Y si por negligencia, descuido o porque sus acciones son contrarias a dichas leyes, ha ignorado o ignora esa tarea, se le ha de castigar por atentar contra el género humano. Porque si el mundo está ordenado tal como viene mostrándose a lo largo de la historia, será por algo, y desnaturalizar al ser humano y desordenar el orden natural de las cosas sólo puede sembrar la confusión y el caos. Es necesario aceptar esa inercia universal y alentar el albedrío individual que hacen entendible el gran teatro de la vida.

Y esta responsabilidad que se exige a todo individuo, más aún debe requerirse a aquellas personas a quienes las circunstancias han deparado la gobernanza de la ciudadanía, que deben basar su forma de actuación pública y su doctrina en el providencialismo, respetuosos con un código de valores humanista y defendiendo y enalteciendo la justicia, la libertad y la razón. Actuación ésta que se halla en las antípodas de la patrocinada por los dirigentes contemporáneos, empeñados en instituir y fomentar el libertinaje, la corrupción, el abuso y la desnaturalización de la humanidad.

Es cierto que, muy a menudo, la humanidad se ha visto sojuzgada por malos príncipes y aprovechados poderosos que han tenido por deuda los bienes, la sangre y la vida de súbditos y ciudadanos, convencidos de que, perdiéndolas por ellos, les pagan un gravamen, como clientes suyos que son, y no que se entregan, cuando hay que hacerlo, en actos libres y generosos en favor del bien común o para sostener a los gobernantes ejemplares.

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Pero que la injusticia de los jerarcas sea, con raras excepciones, una constante histórica no debe llevar al aherrojado a la sumisión. Ante un caso dado, ante una situación decisiva para la supervivencia individual y para la dinámica universal, como es la ocasión, es obligado adoptar una resolución pragmática y sobre todo moral, porque se haya comprometida la responsabilidad personal y genérica y porque ha de prevalecer la idea de la naturaleza humana por encima de toda aberración, aun cuando esa idea se limite a saber que, siendo todos de la misma especie, existen unos dirigentes dispuestos a desarreglar la naturaleza y a destruir parcialmente la especie por puro egoísmo, haciendo a los demás lo que ellos no quieren que los demás les hagan.

Como estamos moralmente seguros de que el inquilino de Moncloa, esbirro de los señores del Imperio Profundo, es un usurpador y un falso presidente, nos sentimos autorizados en conciencia a desobedecer y a no respetar a quien figurando como gobernante que ha jurado fidelidad a unos deberes actúa en realidad como jabalí por viñedo o como zorro entre rebaño. Y si no podemos erradicarle por las buenas de su trono monclovita, la tarea ciudadana, lejos de dedicarla a tertulias estériles y a especulaciones abstractas, como los canonistas, consistirá en resistir a la acción destructiva de este diantre servidor de las tinieblas, rechazando diaria y firmemente toda colaboración, incluso indirecta, con él y con sus cómplices y votantes. Cada uno desde donde le toque y con sus propias fuerzas y medios.

Viendo en los debates parlamentarios cómo los peperos, los de la pesoe y los restantes frentepopulistas ponen en marcha el ventilador de los detritus y se arrojan a la cara, jactanciosos e impunes, sus latrocinios y crímenes, hasta el más tonto se percata, si quiere, de la aberrante realidad: en mano de qué cínicos, de qué tramposos, de qué raza de víboras están los españoles de bien. De una gentuza que jamás podrá decir ni hacer cosas buenas siendo corrupta de alma, de raíz. Porque, como leemos en los Evangelios, de lo que rebosa el corazón, habla la boca.

En fin, la moral se sustenta en la ciencia de la naturaleza humana, y ha pervivido a lo largo de la historia, porque el ser humano libre de adoctrinamientos capitalsocialistas, no ha ignorado nunca su propia naturaleza y ha tratado siempre de perfeccionarla aplicándose al estudio de sí mismo. Esa es la labor encomendada al pueblo sano, hoy, y a sus líderes, si los hay: guardarse de estos falsos profetas, que envuelven sus palabras, actos y agendas con vestidos de ovejas, siendo hienas babeantes. Esa es la única y digna ocupación de los espíritus libres: consagrarse a extirpar política y socialmente a la elite globalista, a los potentados financieros internacionales y a sus sicarios, y acabar con su cultura de la muerte y con su arrogante tiranía.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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