04/05/2024 16:54
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Esta es la octava parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí.

7. ¿Revolución?, ¿qué revolución? (1933-1936)

El título de este capítulo es inquietante. Aróstegui se refiere a la Revolución de Asturias, que tuvo lugar en esos años y que hace todo lo posible por minimizar, hasta prácticamente negarla. La cita que escoge para encabezar el capítulo parece contradecir esa negación, a pesar de la naturalidad con la que Aróstegui la deja caer:

[Los obreros] todos, absolutamente todos, han terminado ya con el mito republicano. Todos entienden que ya no queda otro camino que seguir sino el de ir adelante hasta establecer en nuestro país la República socialista.

Esta cita es de noviembre del 33 (solo llevaban dos años de república, con los propios socialistas en el gobierno). Caballero, que estaba en el gobierno (insistimos), se refiere a la revolución socialista. Y nótese la manía que tienen todos estos sindicalistas de declararse los representantes de “todos, absolutamente todos” los obreros, no solo de los que están al pago de sus cuotas sindicales.

Aróstegui muestra pronto que le resulta difícil el asunto. Así arranca, achicando espacios:

El período que transcurre entre septiembre de 1933, al producirse la crisis de la colaboración socialista en el Gobierno republicano, y el final de la guerra civil de 1936-1939 es el más complejo y conflictivo de la historia del socialismo español en el siglo XX.

En efecto, es complejo y conflictivo y, sobre todo, el que más incomoda a los memorialistas, porque pone de manifiesto que estamos ante un partido golpista y con unos dirigentes insolventes y sin principios. El PSOE es, junto con la masonería, la desgracia histórica de España. La masonería es buena para Inglaterra -como advirtiera el Caudillo-, el socialismo no es bueno para nadie (aunque es natural alegrarse de que un país enemigo se ponga a jugar al socialismo).

Tras la separación gubernamental de 1933, vendría el más agitado período de la historia socialista y sin duda de más difícil interpretación, caracterizado por la siempre tan tratada, y problemática, radicalización caballerista. La cuestión básica es, nada menos, el exacto significado histórico de esa llamada «radicalización», cuyas interpretaciones no han podido ser más diversas: ¿una decidida, pero más que nada retórica, desviación izquierdista de ciertos líderes en el seno del socialismo?, ¿un «seguidismo» de la radicalización misma de las masas obreras insatisfechas con la marcha de la República?, ¿una real alternativa revolucionaria obrera a la anterior estrategia de alianza con la pequeña burguesía?, ¿un intento de defensa insurreccional de una República amenazada por la llegada al poder de un sedicente centro republicano en alianza con la no republicana CEDA?, ¿una respuesta a la amenaza del fascismo?, o bien ¿no más que una nueva expresión del lenguaje de la «táctica», en una línea que arrastraba claras continuidades, fundamentada en la necesidad de mantener la hegemonía entre las fuerzas del obrerismo? De todas ellas existen ejemplos no escasos.

Muchas preguntas se hace Aróstegui, y da pocas respuestas. Nos dice que valen todas las hipótesis, incluida la de que la “radicalización” se hizo en defensa de la República o en respuesta a la amenaza del fascismo. Esas dos malas excusas, en particular, ofenden a la inteligencia del lector. En todo caso, el multiplicar las hipótesis cuando un asunto aprieta, es un socorrido procedimiento retórico (oscurecer las aguas para hacerlas más profundas), para dejar las cosas sin explicar y seguir adelante.

el punto central y culminante de este ciclo político fue la insurrección de octubre de 1934. La insurrección, que en nuestro lenguaje de hoy en modo alguno puede confundirse con la revolución, aunque lo fuera en el de entonces, tuvo profundas consecuencias.

Desde ahora puede señalarse que la estrategia de la insurrección, que dejaba a un dirigente como Besteiro, según sus propias palabras, no solo perplejo sino anonadado, se basó, en el fondo, en una completa quimera tanto en su concepción como en su realización, y mostraba a qué puntos de utopía podía llevar la búsqueda de aquella República social que dijo perseguir Largo Caballero en pleno desarrollo de la vorágine.

Aróstegui rebaja la revolución a “insurrección” y después busca la exculpación alegando que fue una “quimera”, “utopía”… La quimera está en las cuentas que echaron, pero los preparativos no fueron un sueño ni una quimera, y la muerte y destrucción que sembraron tampoco. No fue una revolución consumada -afortunadamente-, pero se intentó (y después se declaró que se volvería a intentar). Por lo demás, todo el socialismo es una quimera, pero eso no elimina la responsabilidad de quien lo predica, ni los más de cien millones de muertos que tiene en el haber. El resultado de aquella revolución fracasada fueron más de mil muertos y el centro de la ciudad de Oviedo destruido.

El PSOE empieza a cambiar ya en otoño del 32, al años y medio de vida de la República:

… la preocupación y la decepción por la creciente resistencia a los programas de reformas puestos en marcha por la República habían empezado a manifestarse en los órganos de dirección de los socialistas, tanto en el Partido como en el sindicato, tiempo antes de que se manifestasen en el Congreso de 1932.

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Entrados en el año 1932, los obstáculos a la labor socialista en el Gobierno de la República no cedieron, sino todo lo contrario, concentrándose cada vez más en la obra del Ministerio de Trabajo.

 

El delegado Muñoz aclaró y mantuvo sensatamente sus declaraciones: «Que la gente inconsciente creía que en el momento de estar nuestros camaradas en los respectivos ministerios iba a estar todo solucionado y yo lo que he dicho y lo repito ahora es que la gente por falta de preparación se encuentra insatisfecha».

Los demagogos se sorprenden de que sus masas les exijan resultados…

La conmoción creada por los sucesos de Casas Viejas, el sucio juego que sobre ello se permitió la oposición para atacar al Gobierno[12], pasó a primer plano en ese momento junto con la obstrucción parlamentaria.

El “juego sucio” fue la exigencia de responsabilidades por la oposición. La expresión “obstrucción parlamentaria” se comenta por sí misma. Se trata simplemente de la oposición del partido Radical, mayoritario en la Cámara, que exigió al gobierno explicaciones y responsabilidades por los sucesos. La oposición está precisamente para eso en las repúblicas “burguesas”.

Pasan unos meses de intenso politiqueo en la República; se baraja hasta un gobierno socialista. Al final hay un nuevo gobierno de Azaña, para impedir el paso a los Radicales.

En el 33 la desconexión del PSOE, viendo que aquello de la República no era jauja, es creciente. Atención a los razonamientos de Caballero:

La participación en la República se había realizado «para hacer un Código jurídico en nuestro país que nos permita poder llegar a nuestras aspiraciones sin violencias grandes, sin grandes derramamientos de sangre». Pretender, como lo hacían las derechas, que los socialistas fuesen a la oposición era una hipocresía; por tanto, la intención de estos era continuar en el poder. No se intentaría imponer una dictadura socialista, sino impedir la de la burguesía, la del fascismo; «ahí tenéis a Alemania». Pero no bastaría con la República burguesa; llegaría el momento en que el proletariado se convencería de que para su emancipación económica era precisa la «República Socialista», diría Caballero sin mayores concreciones.

Nadie podría pretender expulsar a los socialistas del poder, porque estaban dispuestos a conquistarlo por la vía constitucional, pero si se les expulsaba de ella «tendremos que conquistarlo de otra manera». Con estas palabras se alcanzó el clímax de aquel mitin. Las siguió una formidable ovación que duró muchos minutos, una ovación delirante, según la crónica de El Socialista.

No suena muy “democrático”. Tampoco este discurso del 12 de agosto de 1933, «Posibilismo socialista en la democracia», pronunciado en la Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas:

Yo, antes de la República, creí que no era posible hacer obra socialista en la democracia burguesa, y después de llevar veintitantos meses en el Gobierno de la República, si tenía alguna duda ha desaparecido. Hoy estoy convencido de que realizar obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible.

Aunque consiguiésemos todo el Poder la transformación no podría venir de la noche a la mañana. Hay un período de transición. Nos encontraríamos frente a todo el aparato del Estado y los cuerpos institucionales. Pero todo ello no nos arredraría; legalmente o no.

Eso lo habían dicho ya los maestros… Sobre todo Marx, en la Crítica del programa de Gotha. Ahora bien, sentenció: «Ese período de transición no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado»[32]. «No hay otro camino: o triunfa la clase capitalista o triunfa la obrera. Yo digo que la clase trabajadora tiene que disponerse para cuando el momento llegue».

Yo he tenido siempre fama de hombre conservador y reformista. Han confundido las cosas, las han confundido. El ser intervencionista en un régimen capitalista no quiere decir que sea conservador ni reformista. No, no; intervencionista he sido yo toda mi vida; pero eso dista mucho de lo otro.

 

El 8 de septiembre de 1933 cae el Gobierno de Azaña y salen los socialistas del poder. El presidente de la República encarga a Lerroux nuevo Gobierno «de concentración con ministros de los partidos de izquierda», que no lo consigue.

El PSOE baraja el asalto al poder sin más

Ante la gravedad de lo que había de discutirse y de las decisiones que había que adoptar, Fernando de los Ríos propuso que los intervinientes hiciesen constar a qué fuerzas y a qué número de militantes representaban realmente. En apoyo de ello, Caballero hizo entonces una observación de fondo de gran alcance: la constancia de tal representatividad era importante porque se recibían muchos telegramas desde diferentes núcleos socialistas «que el que más suavemente [lo hace] aconseja que nos apoderemos del Poder».

Allí se manifestaron opiniones tan confrontadas como las de quienes pedían «energía para la acción» (Asturias), «no tener tolerancia con los gobernantes actuales, yendo al asalto del Poder por los medios que sean» (Extremadura), o la que aseguraba que «la gente habla… del asalto al Poder… en los núcleos (sic) políticos» (Madrid). Había quien entendía que era «llegado el momento en que el Partido ha de tomar una resolución para encauzar los problemas y llegar a una solución» (Sevilla), que «los socialistas han de luchar de una manera abierta en contra del Gobierno» (Navarra), el que hablaba de «actuar en el sentido político que se estime más beneficioso para nuestros ideales» (Aragón), que «no debemos dejarnos arrebatar las conquistas de carácter social que hemos conseguido por medio del Gobierno» (Valencia) o, en fin, los que pensaban que eran posibles y deseables nuevas coaliciones electorales.

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Concluye Aróstegui:

La idea, pues, sostenida por una legión de tratadistas, de que la posición radical del socialismo, nada minoritaria como vemos, fue producto de la pérdida de las elecciones posteriores y hechura de las ideas caballeristas, queda claramente desmentida.

 

Pues más a mi favor… Queda concluido que el PSOE ha sido un partido de demagogos y oportunistas, unos auténticos trileros de la política que cambian la carta en cuanto ven la oportunidad.

Alcalá Zamora intenta entonces un gobierno de Diego Martínez Barrio, del Partido Radical, a la izquierda de Lerroux.

Descabalgados del Gobierno, las llamadas de Caballero a la revolución se aceleran. Mitin del 20 de octubre del 33 en el cine Europa:

…. los asistentes corearon ya la expresión «¡Viva el Lenin español!».

 

Hay que conquistar el Poder. ¿Por medio de las elecciones, repito? Sea. ¿Que no es posible hacerlo?, ¿que se nos cierran las puertas?, ¿que no se cumplen las leyes?, ¿que se pisotea la Constitución? Ah, entonces nosotros tendremos que pensar en que no renunciamos a nuestro derecho de emanciparnos económicamente, ocurra lo que ocurra, como tendrá que ocurrir, si no habrá otro remedio.

Pero antes que nada se iría a la lucha legal contra la «amalgama antimarxista». Señalaba entonces que si tal amalgama perdía las elecciones era posible que hiciese algo extralegal. «Si se sale de la ley nos saldremos nosotros también».

El 8 de noviembre, en Don Benito:

Aceptamos y propugnamos un período de transición durante el cual la clase obrera, con todos los resortes del Poder político en sus manos, realiza la obra de la socialización y del desarme económico y social de la burguesía [Muy bien]. Eso es lo que nosotros llamamos la dictadura del proletariado, hacia la cual vamos [Formidable ovación y vivas al Lenin español]. Y ese período de transición desembocará luego en el Socialismo integral.

«Vamos legalmente hacia la evolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente».

El fascismo como excusa (Aróstegui en ningún caso dice que el fascismo español era una quimera, que lo era):

El «fascismo» estaba detrás de toda la política de las derechas. Por tanto, «contra la amenaza fascista, la insurrección». A fines de octubre, Luis Araquistáin pronunciaría en la Casa del Pueblo madrileña su importante discurso sobre «El hundimiento del socialismo alemán», que era una firme llamada de atención sobre el fascismo. Esa llamada se hizo común en los mítines.

«¿Por qué ha adoptado usted esa posición francamente revolucionaria?», la respuesta fue: «Porque las derechas lo han querido. Ellas nos han llevado a la lucha en este terreno. Yo respondo con ello al ideal socialista y me atengo a la experiencia de los años de ministro. La lucha se ha planteado esencialmente entre marxistas y antimarxistas».

En este caso, los vivas al Lenin español se produjeron nada más dirigirse Caballero al estrado para empezar su discurso. Este comenzó aquí con una declaración de enorme impacto en el sentimiento político de las masas: [los obreros], todos, absolutamente todos, han terminado ya con el mito republicano. Todos entienden que ya no queda otro camino que seguir sino el de ir adelante hasta establecer en nuestro país la República socialista.

La aclamación al Lenin español siguió produciéndose en los mítines siguientes, entre entusiasmo creciente…

 

Aclaración de Caballero:

He observado que los trabajadores, en mi presencia, han dado vivas al Lenin español. Yo tengo que manifestar que los primeros que me denominaron así fueron nuestros enemigos. Comprenderéis que no lo decían con buena intención. Por consiguiente, no debéis imitarles. En nuestro partido no hay personas. No hay más que ideas. Si hay algún Lenin español será todo el Partido Socialista, no un hombre solo. Porque si se extiende la creencia de que un hombre solo lo va a hacer todo, contribuiremos a crear un mesianismo peligroso.

Sigue una disquisición sobre el origen de la expresión. Otros lo atribuyen a los comunistas. En todo caso, a pasar de que repudiara e apelativo en una ocasión, dado que las ovaciones se repitieron mucha veces, es obvio que Caballero lo dejó correr.

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