07/05/2024 01:51
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Toda causa tiene su efecto (consecuencia); todo efecto es causa, a su vez, de otro efecto. No existe causa incausada, salvo Dios, causa de todo sin causa previa y, por descontado, causa de todo los efectos. Parto de esta reflexión tomista –de Santo Tomás de Aquino-, para establecer la cadena de causas que han generado el tinglado en el que nos encontramos, comiéndolo y bebiéndonoslo los españoles, por mor del ejercicio del derecho de voto que nos garantiza nuestro Estado social y democrático de derecho. Así pues, lo que está acaeciendo en nuestra Patria –con mayúscula-, es consecuencia (efecto) de nuestras personales, individuales e intransferibles decisiones derivadas del derecho a decidir. No hay otro agente moral más que nosotros mismos, a nivel singular y social o grupal, que pueda explicar el borde del precipicio al que hemos llegado. Somos autores de nuestros actos, de los que siempre derivan consecuencias, en este caso perniciosas, perjudiciales, nocivas y absolutamente contraproducentes.

Cuando acudimos, o no, a depositar nuestra papeleta en las urnas, debemos ser conscientes de la altísima responsabilidad y enorme compromiso que, en ese instante, estamos adquiriendo con nuestra Patria –con mayúscula-, con nuestro pueblo y, sin la menor duda, con nosotros mismos. La soberanía reside en el pueblo, es decir, corresponde a todos los españoles. De este principio derivan todos los poderes del estado: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Por tanto, es la causa de los efectos mencionados. Votar no es un juego sin sentido, cobra una dimensión fundamental generando efectos deseables, o indeseables, como son las circunstancias en las que nos hayamos.

Sin embargo, pese a la responsabilidad y el compromiso ejercido, el pueblo español no es más que el primer responsable con sus elecciones efectuadas. A partir de aquí –antes incluso- entran en juego los intereses partidistas de las diversas formaciones políticas proclamadas como representantes y, por tanto, depositarias de la soberanía popular en ellas confiada. Los electores deberían asumir este deber y la obligación del derecho disfrutado. Se convierten en causa de la configuración del poder legislativo, inspirador del poder ejecutivo y del judicial. Los segundos autores morales del pifostio nacional que nos azota son, a todas luces, los partidos políticos con sus respectivos programas, principios, voluntades de poder y líderes y escuderos designados. Y ellos, consecuencia de todo lo anterior, son la causa de los desvaríos, delirios y disparates con los que nos desayunamos cada jornada.

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Pero sigamos avanzando en la cadena de causas y efectos. Las formaciones aclamadas en las urnas, una vez configurado el poder legislativo, inician una ronda de negociaciones y contactos para formar el poder ejecutivo, es decir, para configurar el gobierno del todavía Reino de España. Designan interlocutores, jefes de filas y líder aspirante a tales menesteres que, sin ser ninguna broma de mal gusto, tienen en sus manos el porvenir de España y el futuro de los españoles. Por esto precisamente hay que ser muy consciente, sensato y formal a la hora de escoger colores, siglas y programas. Hacerlo de manera ligera y superficial nos lleva a tener representantes insensatos, irresponsables e informales, muchos de ellos conscientes, otros plenamente consecuentes con lo que defienden, plantean y defienden en las diferentes mesas de diálogo y negociaciones abiertas. Así, llegamos al tercer nivel de autoría moral del drama político existencial que nos está diezmando en nuestros presupuestos de credibilidad, fiabilidad, veracidad y confiabilidad como estado, como nación, como país y como Patria –con mayúscula-. Para mí la Patria supera el sentido de nación, estado o, despectivamente, de país.

Elegidos nuestros próceres patrios en sus respectivos escaños, sus señorías se convierten en súbditos de sus respectivos virreyes (líderes) que se disputan el Reino de España, vendiéndose al mejor postor que les permita encumbrarse como jefe de gobierno acompañado de su mesnada (Consejo de Ministros) al jefe de filas correspondiente. En este reducido grupo –auténtica casta-, se toman decisiones, supuestamente amparadas por las leyes aprobadas en el Parlamento, aunque sea por la puerta de atrás, sin luz, menos aún taquígrafos, con las que operar y cumplir con los pactos y acuerdos de investidura. Y en España somos muy desgraciados, pues nuestros destinos están en manos de políticos sin escrúpulos para lo malo y, por el contrario, con demasiados reparos para lo bueno, en el sentido colectivo y común, por descontado. Nuestra casta política y nuestros ilustres dignatarios son una autentica plaga de proporciones bíblicas, causante de tantos duelos y quebrantos, de tanto desatino y desvarío.

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Profanada la división de poderes desde el ejecutivo, que también desluce al poder legislativo, el supuesto estado social y de derecho estalla por los aires. Consecuencia: chantajes de las minorías, secuestro del poder ejecutivo, presidencialismo, desdoro y violación del poder judicial, burla al Jefe del Estado –el rey-, deshonra del pueblo español, política de trueques y refriegas, indulto a los delincuentes y así, un larguísimo etcétera que define a un estado prostituido desde sus cimientos.

Nuestro ejecutivo, efecto del desmoronamiento moral de altísimas instituciones representativas de la soberanía popular, es causa y refuerzo del narcisismo delirante de nuestro ínclito presidente de gobierno. Su cualidades y sus defectos quedan reflejados a través de sus actos. No hay más que decir. Se convierte en causa causada del desastre, ruina, desgracia y calamidad que nos paporrea, fustiga y vapulea repetida y reiteradamente.

Autores morales, causas y efectos a la vez, son el pueblo soberano, los próceres designados, el ejecutivo proclamado y el jefe laureado.

¿Cuál es esa primera causa? Lamento ser categórico, pese al romanticismo de los fervientes constitucionalistas, defensores de la Carta Magna del 78. Sí queridos lectores, este es el marco que dibuja los límites, permitiendo que hayamos llegado a la abatimiento actual, auténtica paradoja de lo que prescribe y dicta. Un desviacionismo intolerable e inaceptable. Se ha convertido en un instrumento manipulable al servicio de espurios intereses partidistas. Un ordenamiento ordenado y orquestado que ha permitido llegar a tamaña debacle nacional. Es el origen del mal, aunque causa primera, pero no incausada. De este punto nos ocuparemos con mayor detenimiento en futuras entregas. Correrán los ríos de tinta.

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Geppetto

Nuestro derecho a decidir , dice Vd?
A decidir que?
Porque las alternativas son mierda o mas mierda y si encima a los votantes les ha gustado el sabor…nada que hacer

Aliena

Se ha señalado con gran acierto cuál ha sido la «causa primera», lo que no es demasiado frecuente ( ese halo casi mágico que envuelve a la dichosa Carta otorgada… ) Ardo en deseos de conocer la causa de la causa; confío en que no se demore mucho.

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