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Después de meses y meses de relatos distintos, y a menudo disparatados, para justificar la invasión de Ucrania, el presidente ruso, Vladimir Putin, señaló el pasado miércoles cuáles eran los objetivos de la “operación especial”. Durante una reunión con el Consejo Presidencial Ruso para el Desarrollo de la Sociedad Civil y los Derechos Humanos, el presidente ruso afirmó que la “operación especial” en Ucrania podría ser un “proceso largo” y que el resultado de este proceso no puede ser otro que la adquisición de nuevos territorios para Rusia. Es decir, no se trata de proteger a la población rusófona, ni de desnazificar Ucrania, ni de la OTAN, ni de los satánicos occidentales, no, se trata simple y llanamente de conquistar territorios. Se trata del viejo imperialismo ruso.
¿Qué necesita el Kremlin para prolongar la guerra? Más soldados. El gobierno ruso afirma que la mitad de los movilizados ya se encuentran en Ucrania y que 77.000 han sido desplegados en zonas de combate, por lo que, en palabras de Putin, “una nueva movilización no es necesaria”. No obstante, parece que se están dando los pasos para una nueva movilización. Según recoge el Conflict Intelligence Team (CIT), el Ministerio de Defensa ruso ya habría dado instrucciones a los comisariados militares regionales para comenzar el alistamiento y la lista de “reclutas” será preparada por el Departamento de Organización y Movilización entre el 12 de diciembre y el 1 de febrero de 2023. Sin embargo, a pesar de que los rumores son cada vez más insistentes, el secretario de prensa del Kremlin, Dmitry Peskov, negó el pasado 6 de diciembre que la segunda movilización estuviera sobre la mesa: “Hay muchos mensajes provocadores. Necesitamos centrarnos en la información proporcionada por el Ministerio de Defensa y el presidente”. El gobernador de la región de Pskov, Mikhail Vedernikov, corroboró las palabras del portavoz del Kremlin: “A día de hoy, la segunda oleada no está planeada”. Pero aunque los medios oficiales intentan controlar la información sobre la guerra y una segunda movilización, distintos canales de Telegram, tanto de la oposición como de los partidarios de la guerra, han señalado los pasos del Kremlin en ese sentido. Dados el escaso entusiasmo de la primera movilización y las noticias de soldados caídos en Ucrania apenas un mes después de ser movilizados, es decir, sin haber recibido siquiera una instrucción militar adecuada, parece poco probable que esta segunda movilización sea bien recibida por la sociedad rusa. En consecuencia, el Kremlin está tomando medidas para evitar protestas, como la prohibición por ley de las concentraciones en edificios gubernamentales, universidades, escuelas, hospitales, puertos, estaciones de tren, iglesias y aeropuertos.
Lo cierto es que ya se ha iniciado una movilización encubierta bajo la formación de unidades de defensa territorial ante la “supuesta amenaza” de una invasión ucraniana. Vyacheslav Gladkov, gobernador de Belgorod, y Roman Starovoyt, gobernador de Kursk, anunciaron la formación de una que ciudadana que “después de un proceso complejo de selección y entrenamiento de combate, asistirá a las fuerzas armadas en la defensa del territorio ruso”. Cabe esperar que una vez formadas, y ante la inexistente invasión, las milicias ciudadanas acaben convertidas en carne de cañón en Ucrania.
El otro gran problema del Kremlin para enfrentar una guerra prolongada es el de los graves problemas logísticos y de equipamiento de las fuerzas rusas. Unos problemas que, según Putin, “ya se han resuelto”, aunque esta afirmación olvida los daños que los HIMARS y la artillería ucraniana está causando en la logística rusa. En los últimos días el Ministerio de Defensa ruso ha hecho un esfuerzo propagandístico considerable, mostrando la llegada de tanques y material moderno al frente. En uno de ellos, una columna de tanques T90M era entregado a tropas de la Republica Popular de Lugansk bajo la bandera rusa y la hoz y el martillo. La entrega de estos tanques a tropas de la RPL, que con anterioridad habían recibido los viejos T62, sólo puede ser propaganda, salvo que no les queden más tropas a las que entregarlos. También se han publicado videos del entrenamiento de los reclutas movilizados en la República de Buriatia, en Sarátov y en Bielorrusia.
Según el Instituto de Estudio de la Guerra, toda esta campaña del Kremlin tendría como objetivo preparar a la población para una guerra larga y mostrar que todas las derrotas sufridas por Rusia, retiradas estratégicas en el argot del Kremlin, no impedirán la victoria final. La campaña de castigo contra la población civil ucraniana o la costosa batalla de Bakhmut son intentos de ofrecer victorias a una sociedad que sigue apoyando la guerra, pero con bastante menos entusiasmo que cuando los medios estatales auguraban de una victoria en semanas. Ante esta estrategia, parece claro que seguimos muy lejos de poder alcanzar un alto el fuego o unas negociaciones sinceras de paz. Respecto a las frecuentes amenazas del uso de armas nucleares por parte de Rusia, Putin reiteró que la doctrina nuclear rusa se basa en la autodefensa y afirmó que cualquier uso nuclear ruso sería de represalia. Putin también subrayó que Rusia no está “loca” y que es consciente del poder destructivo de las armas nucleares, pero que no las “empleará”.
Putin tampoco perdió la ocasión de compararse con Pedro el Grande, un personaje por el que siempre ha mostrado admiración y cuyo busto decora su despacho oficial, como ya hizo el pasado 9 de junio, en el 350 aniversario de la muerte del zar. Putin recordó que ahora Rusia controla el mar de Azov, el mismo territorio por el que combatió Pedro el Grande. Es la vuelta a la política imperialista de los zares y la Unión Soviética, que Catalina la Grande resumió en una frase: “La mejor manera de defender una frontera es ampliarla”. Una política de la que países como Polonia o los estados bálticos llevan alertando desde hace años, pero cuyas advertencias han sido ignoradas.
En 1698, los mosqueteros de Pedro I se rebelaron en Moscú. Sin embargo, los rebeldes fueron derrotados y torturados brutalmente por orden del zar, que ordenó construir 14 cámaras de tortura y que incluso torturó y mató personalmente a varios mosqueteros. Con la rebelión sofocada, el zar pudo expandir las fronteras del Imperio. Para Putin el resultado de esta guerra no puede ser otro salvo la anexión de nuevos territorios a Rusia y el control del mar de Azov, cueste lo que cueste. La pregunta es: ¿Se rebelarán los mosqueteros?
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EEUU debería haber aceptado la propuesta que hizo Putin, al principio de su mandato, para que Rusia se incorporara a la OTAN. Tener a las dos mayores potencias nucleares del planeta dentro de la alianza militar occidental habría servido para disuadir tanto a China como a Corea de Norte de cualquier aventurerismo; además, habría servido para evitar el actual conflicto en Ucrania porque este país se podría haber incorporado a la OTAN sin el veto de Rusia.
El rencor contra Rusia de la mayoría de los políticos norteamericanos, tanto demócratas como republicanos, está impidiendo la paz entre Occidente y Rusia y, al mismo tiempo, está poniendo al mundo ante el riesgo de que inicie una guerra nuclear. Europa está situada, geográficamente, entre las dos potencias nucleares y sería una víctima involuntaria de esa guerra; por esa razón, los Gobiernos europeos deben hacer de intermediarios entre EE.UU, y Rusia para que termine de una vez la desconfianza que se generó entre estos dos paises durante los 40 años de la Guerra Fría.
Qué pena que al comentarista parezca importarle tan poquito como a la OTAN el «imperialismo» marroquí que también pretende ampliar su territorio… a nuestra costa.