03/05/2024 04:54
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Jueves Santo, donde se conmemora y se vive la institución de la Santa Eucaristía ¿Cuándo fue la última vez, carísimo lector, que pusiste el espíritu dispuesto a penetrar el misterio? ¿Cuándo fue la última vez que te preocupaste por la perfección que pide tener delante la sacra eucaristía? Estos versos que escribo son para ti, cristiano prudente, para que medites cómo acercarte y con ello, adorarle en verdad.

I. Es lo que no veo, y lo que no veo, Es

En el centro del altar sagrado,

brilla con resplandor divino,

el pan que por la fe es amado,

y se transforma en el cuerpo divino.

Este misterio, sublime y eterno,

instituido por Dios mismo,

es la Eucaristía, que, en su poder interno,

convierte el pan en su ser divino.

Es el milagro más grande,

que Jesús nos dejó en su amor,

y aunque el pan parezca insignificante,

es su cuerpo, alma y divinidad en su esplendor.

Oh santa Eucaristía, fuente de gracia,

en ti encontramos la vida eterna,

y aunque nuestra mente no lo abarca,

nuestra fe nos lleva a la luz suprema.

Los sacerdotes, en su ministerio,

son los ungidos por Dios para hacer

que este sacramento sea el testimonio,

de su amor, su gracia y su poder.

En la adoración de la hostia consagrada,

encontramos la paz, la fuerza y el amor,

y al alzar nuestras almas en la oración,

sentimos el abrazo del Salvador.

Oh santa Eucaristía, misterio de fe,

en ti encontramos el camino a la verdad,

y aunque en la apariencia el pan se ve,

en ti se encuentra la vida en plenitud y en claridad.

II. Transubstanciación, misterio de Fe

En el misterio de la Eucaristía,

se halla la transubstanciación,

que es la obra de la omnipotencia divina,

que hace posible la transformación.

El pan que veíamos con nuestros ojos,

no es ya lo que parecía ser,

pues la substancia ha cambiado en lo más hondo,

y el pan se convierte en Cristo, el Rey.

Pero los accidentes del pan siguen ahí,

como un signo visible para nuestra fe,

y así se puede ver el pan con los ojos,

y adorar a Cristo en el mismo ser.

Es un misterio que trasciende a la razón,

pues es el poder de Dios en acción,

y así nos hace creer con fe profunda,

que el pan es Cristo en su divina función.

Así que, en la Santa Eucaristía,

hallamos el misterio de la salvación,

pues el pan que comemos nos da la vida,

y el vino que bebemos nos da la redención.

III. La Hostia Sacra: Lo más sagrado en la tierra

 

La sagrada hostia, transformada en el cuerpo del Señor,

es lo más sagrado que en la tierra podemos encontrar,

pues en ella se hace presente el amor,

y se nos ofrece la vida que el mundo no puede dar.

En la transubstanciación, el pan se convierte en Dios,

y en la hostia consagrada, encontramos su presencia,

pues en ella se hace visible el amor que escondió,

y se nos brinda la gracia que nos lleva a su esencia.

Por eso que, en la hostia bendita,

se encuentra el misterio de la fe más sublime,

y aunque nuestra razón no lo interpreta,

en ella se encuentra el amor que todo lo redime.

Es el alimento del alma y del corazón,

que nos lleva a la comunión con el Creador,

y aunque sea un misterio que escapa a la razón,

en ella se encuentra el amor que nos da su calor.

Por eso, la sagrada hostia es el tesoro más valioso,

que en la tierra podemos encontrar,

pues en ella se encuentra el amor glorioso,

que nos ofrece la vida eterna sin cesar.

Oh sagrada hostia, misterio de amor,

en ti encontramos la fuente de la verdad,

y aunque nuestra mente no pueda abarcar tu esplendor,

en ti se encuentra el amor que nos da la eternidad.

  1. IV. El Altar en la Misa: Un Lugar de Sacrificio

 

El altar en la misa no es una mesa común,

para la cena que el hombre suele compartir,

sino un altar para el sacrificio del Señor,

que, por amor a nosotros, quiso su vida entregar.

No es una mesa para banquetear,

ni un lugar para charlar en la amistad,

sino un altar donde se hace presente el amor,

y se ofrece a Dios el sacrificio de la humanidad.

Es en el altar donde se hace presente la cruz,

y se renueva el sacrificio de Jesús en la cruz,

ofreciendo al Padre su cuerpo y su sangre en la Eucaristía,

para nuestra salvación y para nuestra vida.

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Por eso, el altar es el lugar más sagrado de la iglesia,

donde se hace presente el amor de Dios,

y donde se encuentra la gracia que nos enriquece,

y nos lleva a la comunión con nuestro Señor.

En el altar, no hay comida para saciar el hambre terrena,

sino la Eucaristía para saciar el hambre del alma,

y aunque nuestra mente no lo comprenda,

en el altar encontramos la vida que nos calma.

Oh altar sagrado, misterio de amor,

en ti encontramos el sacrificio de la cruz,

y aunque parezca un signo sin sabor,

en ti se encuentra la vida que nos conduce a la luz.

  1. V. El Peligro de Profanar el Altar de la Misa

 

¡Oh, cuán grande es la profanación,

de aquellos que al altar se acercan en la vanidad,

y lo llenan de bailes, aplausos e instrumentación,

sin tener en cuenta su gran santidad!

Es un sacrilegio ante los ojos de Dios,

profanar el lugar donde se renueva el sacrificio de Jesús,

con actos que no le son propios,

y que deshonran al Señor que nos dio la luz.

El altar es el lugar donde se ofrece la vida,

donde se renueva el sacrificio de la cruz,

y aunque nuestra mente no lo entienda bien,

en él encontramos la paz que nos da Jesús.

Pero, aquellos que profanan el altar con bailes y ruido,

no respetan la santidad de la casa de Dios,

ni comprenden el misterio que se celebra en ese sitio,

ni sienten el amor que nos da el Señor Jesús.

El altar no es un lugar para la vanidad y el bullicio,

sino para la oración y la adoración,

y aquellos que no lo comprenden, hacen un gran vicio,

y deshonran a Dios con su profanación.

Por eso, que se oiga nuestra voz,

y que el respeto al altar sea siempre primordial,

pues en él encontramos el amor que nos da la paz,

y en él se celebra el sacrificio del Señor celestial.

¡Oh, Señor, perdona a los que no comprenden,

y hazles ver la santidad del altar de la misa,

para que tu amor en ellos se extienda,

y puedan así encontrar la paz que en el mundo no existe!

  1. VI. Exhortación a los malos sacerdotes

¡Oh, sacerdotes, cuya misión es llevar a los fieles al Señor,

que permiten en la Misa actos propios de la fiesta y la diversión,

no permitáis que, en la casa del Señor,

se profane la Eucaristía con tanta frivolidad y afición!

El altar es el lugar donde se celebra el sacrificio del Señor,

y no puede ser un escenario de la diversión y la alegría,

pues es allí donde se renueva el amor,

que por nosotros Cristo derramó en su agonía.

¿Cómo podéis permitir que en la Misa haya tanta distracción,

con música, baile y risas que nada tienen que ver con el Señor,

cuando el objetivo de la Eucaristía es la comunión,

con el amor de Cristo que nos lleva a la salvación y al honor?

La Misa es un encuentro con el Señor,

donde se adora y se rinde culto a su presencia real,

y no puede ser un lugar de fiesta y diversión,

que sólo aleja al hombre de su destino celestial.

¡Oh, sacerdotes, enmienden vuestras acciones,

y haced que la Misa sea una fiesta de amor,

donde se encuentre la verdadera alegría,

que nos da Cristo en la comunión!

Que el altar sea un lugar de adoración,

donde el hombre encuentre su paz y su razón,

y que no permitáis que se profane con la diversión,

que nada tiene que ver con el Señor y su salvación.

Enseñad a los fieles la santidad de la Misa,

y haced que comprendan su misterio y su amor,

para que en ella encuentren la verdadera alegría,

que nos lleva al cielo y al trono del Señor.

VII. Exhortación a los malos coros y cantores de la Iglesia

¡Oh coros de la iglesia, cuya misión es elevar al Señor,

en vez de cantar himnos sacros, tocan música mundana,

no deshonréis la Casa del Señor,

con vuestra música mundana y profana!

El canto sagrado es una forma de adorar al Señor,

y no puede ser remplazado por música mundana,

pues es en la Misa donde se renueva el amor,

que por nosotros Cristo derramó en su agonía.

¿Cómo podéis tocar y componer música profana,

cuando el objetivo del canto es elevar al Señor,

y no complacer a los hombres con su vana,

y a veces inmoral, música y su sabor?

El canto sagrado es una oración cantada,

y no puede ser remplazado por música profana,

pues es en la Misa donde se encuentra la verdad,

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y donde la música sacra nos lleva al amor y al perdón.

¡Oh coros de la iglesia, enmienden vuestras acciones,

y haced que el canto sea una oración de amor,

donde se encuentre la verdadera adoración,

que nos lleva al cielo y al trono del Señor!

Que vuestros cantos sean una alabanza al Señor,

y no un espectáculo mundano y profano,

que sólo aleja al hombre de su destino celestial,

y lo lleva a la perdición y al pecado humano.

Enseñad a los fieles la santidad del canto sagrado,

y haced que comprendan su misterio y su amor,

para que en él encuentren la verdadera adoración,

que nos lleva al cielo y al trono del Señor.

VIII. Prepararse para la Santa Comunión: Base de la Perfección Cristiana

¡Oh, hermanos míos, escuchad mi súplica!

Que cada semana nos preparemos para la santa comunión,

porque es la base de la perfección cristiana y la santidad,

y nos lleva al amor y a la paz del Señor.

No podemos acercarnos al altar sin preparación,

pues la santa comunión es el sacramento de amor,

donde se renueva la pasión de nuestro Redentor,

y se nos da el alimento que nos lleva al cielo y al amor.

Que cada semana nos preparemos para este momento,

en el que Cristo se hace presente en el pan y el vino,

y nos da su cuerpo, alma y divinidad por alimento,

para que nuestra alma se llene de amor y se fortalezca en el camino.

Que nuestra semana esté llena de oración y penitencia,

de obras de amor y caridad hacia nuestros hermanos,

para que nuestra alma esté en perfecta sintonía con la ciencia,

y estemos preparados para el momento más sagrado y solemne.

Que nuestra mente y corazón estén libres de todo pecado,

para que podamos acercarnos al altar con pureza y devoción,

y recibir el cuerpo y la sangre del Señor como su regalo divino,

para que nuestro camino hacia la santidad sea el de la perfección.

Que cada semana sea una oportunidad para acercarnos al Señor,

y para prepararnos para el momento más sagrado de nuestra vida,

para que podamos recibir la santa comunión con amor,

y nuestra alma sea fortalecida y llena de gracia y bendición divina.

Que cada semana nos preparemos para este momento solemne,

y que la santa comunión sea la base de nuestra perfección,

para que nuestra alma sea elevada hacia la santidad eterna,

y nuestra vida sea un testimonio de amor y devoción.

  1. IX. Comprensión sin adoración, no es lo que pide Dios

La Eucaristía es el misterio más grande

que en nuestra fe podemos encontrar,

pues en un trozo de pan transformado,

se halla presente el Dios de la verdad.

No es fácil comprender su dimensión,

ni el alcance de su divinidad,

pues, aunque nuestra mente lo intenta,

alcanzarlo es imposibilidad.

Mas no es la comprensión lo principal,

sino la adoración que hay que ofrecer,

pues si no se adora, poco importa,

y si se comprende, poco se puede hacer.

La Eucaristía es para adorarla,

por encima de cualquier otra acción,

pues quien la adora con corazón puro,

se acerca a la perfección.

Así que no busquemos comprenderla,

como si fuera un problema de ciencia,

sino adoremos con fe y humildad,

y ganaremos la santa recompensa de la santidad.

  1. X. Oración de fe en la transubstanciación

Alma mía, oh alma mía,

escucha el llamado de la fe,

lo que ves no es lo que parece,

sino el cuerpo de Cristo en la Eucaristía.

Ese pan que ante tus ojos ves,

no es pan, sino el Señor Jesús,

que se entrega por ti en la cruz,

y se ofrece a ti en su santa mes.

Y ese vino que bebes en la copa,

no es vino, sino su sangre pura,

que derramó en la cruz por tu alma oscura,

para darte vida y salvar tu alma.

Así que, alma mía, despierta,

y cree con fe en la santa Eucaristía,

y adora al Señor en la hostia sagrada,

y verás la luz en medio de la noche incierta.

Y no temas si tu razón no entiende,

pues es el misterio de la transubstanciación,

que transforma lo que parece en ficción,

en el cuerpo, alma y divinidad de quien todo lo sostiene.

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