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Mateo, (7:15) nos advierte que nos guardemos de los falsos profetas, y en el versículo 16 que a estos por sus frutos –digamos sus obras– los conoceremos. No es la primera vez que hablo de los obispos españoles reunidos en conferencia y no para bien. Lo siento mucho pero sus frutos, sus obras, son dicho suavemente, manifiestamente mejorables. En este caso, por omisión, por un silencio atronador.
La Iglesia española, por boca de la burocracia episcopal que la preside, está silente. Lleva silente muchos años y trabaja lo mínimo imprescindible en la guarda y la instrucción de sus fieles. Su fiel infantera de antaño deserta del sacerdocio y las oficinas de reclutamiento vacías. Los fieles ya no acuden a los templos, hartos de oir monsergas acomodaticias a los poderes de turno.
Su silencio es atronador. Atronador ante todos los desvaríos, los muchos desvaríos, mentiras, traiciones, indecencias legislativas y atropellos a las libertades ciudadanas y las suyas propias de este infame gobierno, pero no sólo de este. Pero, quien calla, consiente. Son cómplices, activos o pasivos, me da igual, de todos los atropellos perpetrados y, de seguir así, los que vengan a perpetrarse.
Los obispos españoles, la episcopalía, o la conferencia episcopal, como queramos llamarle, no ha abierto la boca, ni dicho ni mu, cuando el gobierno de Sánchez, con diurnidad, alevosía y televisiones montó la profanación de una tumba que contenía los restos de una persona fallecida hace 47 años, de un general que les libró de su extinción y que por el contrario les dio prerrogativas económicas y sociales a mansalva durante 35 años.
Callados, silentes. ¿Cambiaron justicia y verdad por denarios?, ¿los denarios de la X en la declaración de la renta por la cruz de la justicia y la verdad?, ¿acaso por el IBI de sus extensas, valiosas propiedades y tesoros? Nunca sabremos si fueron denarios o cobardía, o ambas cosas.
Callaron ante la flagrante violación de recinto sagrado de la Basílica del Valle, así como de los acuerdos del gobierno español con el Vaticano, haciendo una vergonzante dejación de sus funciones y deberes con un cobarde silencio.
Callaron ante la hediondez de las leyes socialistas y en menor medida del PP también. Ante la del aborto que legitima el asesinato del nasciturus a capricho de su engendradora y que descansa en el cajón de un ignominoso tribunal constitucional, prostituido por los partidos mayoritarios, como casi todo en aquello que ponen sus manazas.
Callaron ante la ley de eutanasia asesinando a quienes se ven en la antesala del más allá, de igual manera que callaron con los asesinatos de nasciturus.
Callaron ante las leyes sectarias de las llamadas de memorias histórica y democrática, como si no fuesen con ellos no siendo conscientes de qué coño van a poder hablar desde sus púlpitos.
Callaron ante las leyes de género que corroen los cimientos de la la persona, su espiritualidad, la familia y la verdad biológica, base y fundamento del matrimonio.
Callaron ante una ley educativa por la que el estado se apropia en exclusividad de las mentes de nuestros niños y jóvenes, les analfabetiza, limita sus conocimientos, abomina del mérito y el esfuerzo y les adoctrina.
Callaron y callan ante la ley llamada del «sí es sí» que desprotege a las mujeres porque minora las penas y acelera la puesta en la calle de enfermos agresores sexuales con conductas desviadas irrecuperables.
Callan ante la «ley trans» que aboca a adolescentes, sin posibilidad de consejo ni brazo protector alguno parental, médico o legal, a una existencia desgraciada de un buen puñado de personas que podrían haber superado una lógica ambiguedad, propia de la pubertad. Su secretario, en una malhadada intervención llegó a disculpar a la ministra en el berrido que ésta pronunció sobre unos supuestos derechos sexuales de los niños, antesala de una futura exculpación de la pederastia.
Callaron vergonzosamente renunciando a marcar el camino moral a sanitarios, médicos, educadores, juristas, en contra de las aberraciones que llenaran de frustración y desesperanza a muchos jóvenes a no mucho tardar. «Más le valdría si se colgara una piedra de molino al cuello y se arrojase al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños» … dejó dicho Lucas (17,2). Y ellos callaron y no denunciaron.
Tienen emisoras de radio y TV para todo, entretenimiento, publicidad, comunicadores vedettes, etc, menos para la finalidad a la que deben servir, soltando píldoras que, a manera de pellizquitos de monja, cada tres horas, llaman «líneas editoriales»que no son más que una sarta de opiniones inanes, melífuas y ambiguas.
Hay excepciones, versos sueltos que dicen ahora los cursis, grano entre tanta paja, pero llegados al colegio episcopal, el silencio es atronador. No es de extrañar cuando este colegio episcopal está además presidido por un obispo y una cúpula con veleidades vascas y catalanas secesionistas.
La cada vez más escasa feligresía asiste atónita al abandono doctrinal de su colegio de obispos, sintiendo desamparo de quienes debían ser guías en la oscuridad del descreimiento, de la religión que con base en la caridad y el amor al semejante contribuyó a conformar la civilización de occidente, hoy camino de la escombrera.
Hay ocasiones en que el silencio, aparte de atronador, es cómplice.
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¡Cuanta razón…!
Y, sin embargo, la «disciplina» obliga…como la obediencia a un mal capitán de compañia…