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Artículo publicado en «Informaciones”, 26 noviembre 1.966

 

Hay que dejar paso a la emoción y reflexionar después. Sólo de esta forma pueden hacerse observaciones y tomarse decisiones sensatas, aunque muchas veces -la mayoría-, se identifiquen con aquellas que ha­bíamos apuntado o adoptado en el momento pasional.

Escuchar en directo un discurso de Franco predispone, inclu­so a los temperamentos más fríos y a los hombres más escépticos, a una expectación en la que se mezclan el respeto y la curiosidad. Acudir al acto solemne en que se sabe han de ser decisivas las palabras e histórica la decisión, conmueve de antemano. Por ello, el Palacio de las Cortes es­pañolas, el pasado día 22, rebosaba de Procuradores y espectadores. Y por eso, también, la calle, el pueblo, la nación entera, y, de rechazo, la opinión y los medios informativos de la mayoría de los países, estaban atentos y anhelantes, dispuestos a oír y a transmitir lo que por uno u otro medio llegaba a sus oídos.

Nadie puede negar que había, junto con un clima de inquietud y de incertidumbre, un claro y último instinto popular que tranquilizaba. Franco no se encasillaría en una fortaleza conservadora, pero Franco tampoco daría un salto en el vacío.

Por patriotismo, experiencia de gobierno, razones temperamentales y conocimiento de los hombres, era de presumir que, no obstante amarguras y sinsabores, Franco pondría en la redacción del proyecto de ley orgánica del Estado, su tesón y su inalterada paciencia para equilibrar, pensándolo todo; pasado y futuro; unidad de doctrina y contraste de pareceres; autoridad y continuidad en el ejecutivo y participación del pue­blo en la tarea legislativa; reconocimiento de lo mucho realizado y reconocimiento de lo mucho que aún queda por hacer; recuerdo del trance agónico en que fue necesario decir ¡basta! y desvelamiento de licencias consentidas que han permitido descubrir a los enemigos de la paz; manifestación explícita de que no estamos en período constituyente y manifestación sincera de que -con el curso del tiempo y los cambios de coyuntura- son y pueden ser necesa­rios perfeccionamientos y retoques legislativos,

Al escuchar a Franco, pensaba que iba exponiendo mi propio pun­to de vista, lo que he dicho y escrito en ocasiones diversas: unidad sin uniformidad y diversidad sin dispersión; política sin partidos, pero ordenada concurrencia de criterios dispares; permanencia e inalterabilidad de los Principios y, por ser leal a ellos, en conciencia, análisis crítico de las solu­ciones de gobierno y formulación pública de programas y de medidas que de conformidad con tales Principios contribuyen a la perfección de la Comunidad; descubrimiento e implantación de una fórmula política nuestra, apoyada en el sentido cristiano de nuestra tradición y en el espíritu de la revolución na­cional; instauración de un orden social y político que permanezca, no solo al faltar el hombre que ha sido esencialmente su artífice, sino las genera­ciones que le han secundado en la guerra y en el logro de una paz que quere­mos irreversible; advertencia de las encrucijadas en acecho y a los demonios familiares, y alusión a las fuerzas amadas como garantía contra la torpe promiscuidad de los perturbadores.

A Franco, y a la unidad moral de los españoles, nos preocupan muy poco las palabras. Nos importan los hechos. El balance, incluso para los que hemos tenido que adoptar posturas adversas ante determinadas actitudes o medidas de gobierno, es positivo, tan positivo que el pueblo de buena gana firmaría una letra en blanco y «sine die”, sino fuera porque la vida tiene fin, y su prórroga, en condiciones de eficiencia, no está en nuestras manos.

De aquí la constante y prudente preocupación del Jefe del Es­tado por arbitrar un organismo que asegure la sucesión en la alta magistratura y la vigencia, no obstante el tránsito, de la doctrina del Movimiento.

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Todo esto es lo que los españoles, con nuestro voto, debemos, con una palabra tan larga como difícil, institucionalizar: la fe, la unidad, la disciplina. Sin ello, el propio Franco lo ha dicho paladinamente, falla­rán las soluciones, las fórmulas de sucesión y el sistema político, comprometiendo el porvenir y neutralizando, al caer en la inanidad, la inefica­cia y el desorden, lo que hemos conquistado hasta la fecha.

Franco ha puesto la letra de la Ley. Pero la ley, aún aprobada por el referéndum, no será bastante. Es preciso ponerle la música, y esa música hemos de ponerla los españoles, con la idea bien clara y precisa de que nuestro pueblo intuyó hace treinta años una nueva era, que ahora, reflexivamente, está dispuesta a continuar, sin arrogancias, pero sin temores.

 

 

Autor

REDACCIÓN