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Esta es la cuarta parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

Carta quinta: La dictadura de Primo de Rivera

Aquí tenemos la explicación ramplona de Largo Caballero sobre el “advenimiento” (uso la palabra que esta gente usa para el golpe del 14 de abril) de la dictadura de Primo de Rivera:

Es sabido que no dio el golpe de Estado por las exageraciones catalanistas, ni por la exhibición de banderas separatistas, no. El golpe lo dio para salvar a la monarquía borbónica representada por don Alfonso XIII. El general Pavía mató la República del 70; el general Prim nos importó una monarquía extranjera; el general Primo de Rivera salvó al rey del conflicto de Anual; el general Franco y otros generales asesinaron la República del 14 de abril de 1931. Así, los militares españoles han ido haciendo la historia de España a su manera. ¿Qué de extraño tiene que en el extranjero se designe a España como el país de los pronunciamientos?

Se olvida de todos los alzamientos y asonadas de los espadones liberales a lo largo y ancho del s. XIX, que no cuentan para esta tropa ya que para ellos están en el lado bueno de la historia.

El asunto interesante de esta carta son las explicaciones con que Largo Caballero justifica la colaboración con aquella dictadura. No cabe esperar una justificación elaborada de este sindicalista autodidacta. Ya dijimos cuando repasamos el libro de Aróstegui sobre este personaje que se trata de un oportunista que colaboraba con el régimen -cualquier régimen- hasta que se podía levantar contra él para derribarlo. Los obreros como él eran los portadores de la objetividad histórica así que no tenían que rendir cuentas de sus actuaciones porque, a tuerto o a derecho, ellos hacían la historia.

Por eso, más que las explicaciones, lo interesante en este caso es su exposición del enfrentamiento de las dos facciones del PSOE: Prieto y de los Ríos, socialistas liberales, no querían colaborar con la Dictadura, mientras que Largo caballero y la facción obrerista no veía mayor problema. En la exposición de esta controversia, Largo caballero, incapaz de distanciarse de ella para tratar de ser objetivo, descalifica a los dos personajillos (realmente lo eran en diminutivo).

Se anunció la creación de una Asamblea Corporativa consultiva. Indalecio Prieto —perito en crear conflictos al Partido— emprendió una campaña contra la Unión General diciendo que no debía formar parte de dicha Asamblea. Ignoro, aunque lo dudo, que Prieto estuviese afiliado a alguna de las Secciones de la Unión. El afán de notoriedad le impulsaba a combatir un propósito inventado por su imaginación, puesto que nadie había pensado en semejante cosa.

[Indalecio Prieto] afiliado al Partido Socialista, actuaba como un aerolito por todos los espacios políticos.

Con esa propaganda de Prieto, ayudada por el seráfico santo laico antimarxista don Fernando de los Ríos, se creó un ambiente contra las Ejecutivas de la Unión y del Partido que, para no dar un espectáculo nada edificante, no contestaban defendiéndose como era su derecho, esperando que se resolviera el asunto en los Congresos y sufriendo hasta las calumnias de la publicación «Hojas Libres» editada en Francia por los señores Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset, que estaban emigrados.

La dictadura abrió las puertas del Consejo a la representación corporativa libremente elegida por las corporaciones. Esto no es tampoco democracia pura, pero era un progreso respecto de lo anterior; era un avance político, y es por esto que la Unión y el Partido aceptaron tener representación en aquel organismo, como la tenía en el Consejo de Trabajo, Junta de Aduanas y Valoraciones, Oficina Internacional del Trabajo y otros.

El Partido y la Unión sostenían el criterio de siempre: el de aceptar representación en los cuerpos consultivos que no sustituyesen al Parlamento y a condición de que sus representantes fuesen designados por los propios trabajadores.

La disposición de reforma del Consejo de Estado autorizaba al Instituto de Reformas Sociales a nombrar un Vocal obrero. Los representantes de las organizaciones obreras no estuvieron conformes con tal forma de designación

…. me eligieron a mí para representarlos.

Prieto y De los Ríos hicieron campaña, en el Ateneo y en la Academia de Jurisprudencia contra el acuerdo de las Ejecutivas. «Hojas Libres», con datos suministrados por Prieto, persistió en sus diatribas.

Prieto demostró su ignorancia y mala fe sosteniendo que esos cargos no debían ser aceptados, porque los nombramientos habían de hacerse por el rey y con su firma;

Los Congresos aprobaron la conducta de las Ejecutivas del Partido y de la Unión, censurando implícitamente a Prieto y De los Ríos. Pero Indalecio tenía la obsesión de actuar en todo lo que fuese contra sus correligionarios, la disciplina del Partido y la de la Unión. A la vuelta de la emigración, de los señores Unamuno y Ortega y Gasset, republicanos antisocialistas. Prieto les ofreció un banquete en Irún, cosa que no hubiera hecho con correligionarios suyos. ¡Era natural, él había sido su inspirador en ciertas campañas!

había de asistirse de uniforme y con condecoraciones, o bien de traje de etiqueta. Esto me molestó y decidí plantear la cuestión al Presidente doctor Cortezo. Éste, en tono irónico, me contestó: «Si usted entiende que el traje de albañil es de etiqueta, puede asistir con él». Me recordó la entrevista que en el pasado tuve con el Gobernador de Madrid. No hice más consultas, y me dispuse a cumplir con el deber. Asistí a la sesión inaugural con traje de americana. Entré en el salón de espera inmediato al de sesiones, y me encontré a los otros Consejeros vestidos con uniformes militares, de frac, de gentiles hombres con la llave en el trasero… ¡aquello parecía un baile de máscaras!

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En la mesa presidencial había un Cristo y unos Evangelios. Todos juraron ante ellos, menos yo, que prometí. Terminada la ceremonia recibí felicitaciones de algunos colegas, diciéndome que había hecho bien rompiendo con la tradición; ellos mismos se reían de verse con tales disfraces. En reuniones posteriores algunos asistieron con traje de calle. El General Weyler fue alguna vez con pantalón de pana, que utilizaba para montar a caballo. Esta mutación de trajes me recordaba cuando Pablo Iglesias entró por primera vez en el Parlamento con capa y sombrero flexible, rompiendo con la costumbre de acudir, con traje de etiqueta y sombrero de copa.

Los créditos para la guerra de Marruecos; la renovación del convenio con la Compañía Trasatlántica, los contratos con la Compañía Arrendataria de Tabacos, la modificación de la Ley de reclutamiento y otros muchos problemas importantes, me ofrecieron ocasión de exponer el criterio socialista. En el Boletín de la Unión General daba cuenta de mi gestión, y además se discutía en Comités Nacionales y Congresos. Tuve la sorpresa de recibir un B.L.M. del Secretario de Alfonso XIII invitándome a asistir a un baile en Palacio. Agradecí la atención y rehusé la invitación muy cortésmente. Ni estábamos en Inglaterra, ni formábamos parte del Partido Laborista Inglés.

Pues eso, Largo Caballero se manifestó siempre como un oportunista en política. En todo caso, queda de manifiesto que aquella dictadura trató de forma muy deferente a los representantes de los obreros.

Carta sexta: En el mundo sindical internacional

Aquí trata Caballero su participación en congresos obreros internacionales. En 1918, la UGT lo eligió Secretario General. Poco después es enviado a la conferencia de la Oficina Internacional del Trabajo, creada tras el Tratado de Versalles, en Berna:

Era la primera vez que salía al extranjero, desconociendo idiomas. ¿Qué iba a hacer? ¿Negarme a ir? Hubiera sido mal principio para que la Unión llegase adonde se proponía. Tenía que aceptar, aun a riesgo de verme ante grandes dificultades.

En Sete dormí en un vagón abandonado en una vía muerta; no tenía cristales ni puertas, y estaba lleno de gente durmiendo en el suelo. En las estaciones no se encontraba nada para comer.

Berna estaba nevada y con una temperatura de veinticinco grados bajo cero. En la Conferencia comprendí lo que se trataba con dificultad, pero no dejé en ridículo la representación que llevaba. Coleccioné todos los documentos; los traje a España y, con ayuda de un diccionario, confeccioné la Memoria en que daba cuenta de mi gestión.

 

Tiene su mérito.

En el mes de julio del mismo año asistimos Besteiro y yo al Congreso de Amsterdam para constituir la Federación Sindical Internacional, a la cual ha pertenecido la Unión General hasta la guerra mundial de 1939-1945.

Fui nombrado delegado obrero a la Conferencia de Washington. Me acompañaron en concepto de asesores técnicos Luis Araquistain y Fernando de los Ríos. Llegamos a América del Norte en octubre de 1919. La Conferencia de Berna se celebró en febrero; la de Ámsterdam en julio y la de Washington en octubre del mismo año. ¡Magnífico comienzo de vida internacional!

Se nombró Secretario General a Albert Thomas, de nacionalidad francesa, exministro de la guerra del 14-18; hombre de gran talento, espíritu organizador y de capacidad de trabajo sin igual. Las delegaciones de España le dieron su voto.

En la Conferencia fue acordada, en principio, la jornada de ocho horas.

El barco estuvo a la deriva tres o cuatro días, sin que pudiéramos saber concretamente por qué; lo que sí supimos fue el gran peligro pasado. Ya antes Araquistain y yo caímos en Washington dentro de un ascensor desde varios pisos de altura saliendo ilesos, no obstante que hubo algunos heridos.

Carta séptima: La mutualidad obrera y el socialista

Una noble iniciativa:

… la Mutualidad Obrera —éste fue el nombre que pusimos a la Cooperativa— se defendía, pero sin ninguna perspectiva para el futuro. Circuló el rumor de su disolución, y en una asamblea en la que se creía que iba a extendérsele el acta de defunción, se me nombró Presidente. No era la primera vez que se me encargaba de resucitar entidades casi agonizantes, cuya vida era precaria, teniendo la fortuna de sacarlas del estado en que se hallaban. La primera medida tomada fue la de elevar la cuota de 1,75 a dos pesetas. Todos sabían que esto podía ser su salvación, pero nadie se atrevía a proponerlo y defenderlo.

Para mí la Mutualidad era como una hija, a la que hubiera salvado la vida, y, efectivamente, así fue, pues La Mutualidad Obrera adquirió un desarrollo importantísimo; era la mejor y la de más crédito de su clase.

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Fue mejorado el servicio de enterramiento, destinando coches especiales de cuatro caballos exclusivamente para la Mutualidad Obrera. Es bien sabido que en aquella época los coches fúnebres arrastrados por dos caballos eran considerados como de la última categoría, y es muy humano que hasta en el último trance los supervivientes se sientan picados por un poco de vanidad. Un coche con cuatro caballos, ya tenía alguna categoría.

… la Mutualidad Obrera la considero en primer término; por ser única en sus fines y en la que miles de familias obreras encontraron su tranquilidad y garantías en lo que respecta a verse atendidos con solicitud e interés en los casos desgraciados de enfermedad y defunción de cualquier miembro de la familia.

Esta entidad creada con tantos cuidados y sacrificios ha sido incautada por los elementos falangistas, y no sería extraño que se atribuyera su creación al funesto caudillo Francisco Franco.

Ya estaban instaladas las Sociedades Obreras en su propia Casa del Pueblo, Piamonte 2, y en el patio cubierto de cristales se instaló un Café que regía y administraba la Cooperativa, y que servía de lugar de tertulias, pero donde nunca se sirvieron bebidas alcohólicas ni se jugó a ninguna clase de juegos.

Establecimos el restaurante con toda clase de comidas, incluso el clásico cocido madrileño, a precios económicos y raciones abundantes, a fin de facilitar a los trabajadores alimentos sanos sin tener que acudir a la taberna, o que su compañera tuviese que llevárselos al taller o a la obra recorriendo grandes distancias.

 

Al vernos obligados a abandonar Madrid, la Cooperativa tenía una vida floreciente. ¿Qué habrán hecho de ella los franquistas?

 

Interesantes pinceladas: coches fúnebres de cuatro caballos para los obreros porque los de dos caballos no eran de suficiente categoría; compañera por esposa (suena mejor que “pareja” en todo caso), y taberna obrera si alcohol ni juegos. El ambiente de Madrid cuando los rojos “se vieron obligados a abandonarlo” está retratado en Las últimas banderas y era más que deprimente. Es imposible que pudiera haber una cooperativa floreciente, porque los rojos no tenían ya nada que incautar, solo había miseria.

Un asunto curioso: Largo Caballero fue consejero del Banco de España cuando este era un banco privado. Unos pocos años después, su ministro de economía, Negrín, asaltaría la caja y se llevaría sus reservas de oro, unas de las más importantes del mundo.

Don Cesáreo del Cerro fue un comerciante del ramo de curtidos con cuyo comercio había realizado una fortunita. Este señor simpatizaba con las ideas socialistas y con las sociedades de trabajadores…

Al fallecer se vino en conocimiento de que en su testamento cedía su fortuna a la Casa del Pueblo. Tal fortuna consistía en una buena cantidad de acciones del Banco de España y una hermosa casa en la calle de Carranza, 20

Al renovarse los cargos, (…) [fui] yo elegido Presidente de la Casa del Pueblo y representante de la Institución Cesáreo del Cerro en el Consejo de Administración del Banco de España.

 

Sobre «El Socialista», semanario del Partido Socialista Obrero Español:

Así fue, en síntesis, cómo el Partido Socialista Obrero Español llegó a tener casa e imprenta propia para su periódico.

Con gran sentimiento no asistí a la inauguración de la imprenta. Ya había dimitido la presidencia del Partido por culpa de Indalecio Prieto, y no tuvieron la atención de invitarme al acto, como tampoco a Enrique de Francisco.

Al final de la guerra, los falangistas se han apoderado de la Gráfica Socialista y la siguen explotando; así como —según me han informado— las damas de Falange se han apoderado de la Mutualidad Obrera, con lo cual, sin esfuerzo ni estipendio, se encuentran con dos entidades importantísimas. ¡Al fin y al cabo es la misión del régimen: los holgazanes, aprovechándose del esfuerzo de los trabajadores!

 

Pues anda que no incautaron (y destruyeron) los suyos y sus amigos imprentas y propiedades del enemigo… Lo digo y lo repito: lo peor de esta gente soez, ruin y malandrina no es que predique la guerra de clases, sino que ni siquiera se dignan conceder derechos de beligerancia al adversario.

Paco, J*D*T*. El acento en la última vocal.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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