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Esta es la vigesimoprimera parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Empezamos nuevo capítulo: 11. El renacer: Largo Caballero y la solución plebiscitaria para España (1945-1946). Queda solo este y el Epílogo de Aróstegui.

Largo Caballero recupera su actividad política y los caballeristas se hacen con los restos reconciliados del partido. Como la cabra tira al monte, el oportunista incorregible Caballero volvió al pasteleo de la cooperación con los republicanos, incluso los monárquicos juanistas:

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y de su cautiverio hasta su muerte seis meses después de regresar a París, Francisco Largo Caballero iba a estar presente en todos los movimientos y las turbulencias del exilio español en un momento tan crucial y decisivo para la situación española como el que siguió a la victoria de los aliados en 1945.

Caballero declaró de inmediato que en el cautiverio, y más aún en el tiempo vivido ya entre sus libertadores soviéticos —parte de la primavera y el verano de 1945—, había escrito y reflexionado sobre España

la unidad de las fuerzas en el exilio era clave en la lucha contra Franco. A la consecución de esa unidad dedicaría una notable actividad no exenta de contradicciones y de contradictores.

la solución pasaba por una etapa de transición seguida de una decisión del pueblo español expresada en un plebiscito. De esa visión y esa política pervivieron algunas notas para el futuro, mientras que otras no resistieron el cambio ineluctable de época que fue contemporáneo de la desaparición de quien las formulara.

Tras los respectivos Congresos de partido y sindicato, asambleas que eran reconocidas por todos como la vía normalizada para la superación de las viejas y persistentes divisiones, los organismos directivos de ambas entidades socialistas establecidos en Toulouse y controlados, en general, por antiguos caballeristas aunque con presencia de otras fracciones, empezaban en 1945 a ser reconocidos mayoritariamente como legítimos y únicos en los diversos ámbitos del exilio de Europa, América y África del Norte.

… Si se comparan los primeros y los últimos tiempos del exilio, puede ya observarse un notable cambio en el pensamiento de Caballero sobre el caso español y sus posibles desembocaduras.

la República de los años treinta le parecía difícilmente recuperable, no solo por su derrota, sino también porque su tiempo había pasado; la Constitución de 1931 se había quedado vieja. No es que hubiese perdido su fe en la República, diría, sino en el régimen de 1931. De forma que, comentaba, si hubiese que manifestar algo como deseo de futuro estaba dispuesto a gritar «República, República», pero antes que eso «Libertad, Libertad».

A fines de septiembre se produjo ya una entrevista con Miguel Maura en París, de cuyo contenido se hizo eco el importante periódico mexicano Excelsior[11]. La prensa mexicana decía que Caballero y Maura habían estado de acuerdo en ideas —que de hecho se debían a Maura— sobre la transición del régimen de Franco a uno nuevo que, efectivamente, tuvieron gran eco. Maura, comerciante de calcetines a la sazón, pero atento a los problemas españoles, seguía siendo un hombre de ideas algo peregrinas y la solución que planteaba ahora era cuando menos pintoresca. De la entrevista publicada se deducía que propugnaba como tránsito hacia otro régimen político en España «un gobierno neutro integrado por republicanos y monárquicos», de forma que mientras que «para forzar al falangismo» se contaría con militares, clero y banca, a los que daría garantías la representación monárquica, esas mismas garantías al proletariado se las darían republicanos y socialistas. Un «triunvirato de generales» podría asegurar el tránsito entre Franco y el nuevo Gobierno. Habría luego elecciones generales.

Es decir, tratan de volver al circo democrático como si no hubiera pasado nada. En todo caso, Caballero no suscribe la propuesta de Maura, pero esta entrevista le lleva a un enfrentamiento personal con su incondicional Llopis, que acaba distanciándose de él:

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La escena de la víspera me produjo profunda impresión. Pero Caballero ya no era Caballero. Me convencí. Los sufrimientos, la edad, los falsos halagos, le habían trastornado. La enfermedad postconcentracionaria era una realidad.

Más sobre el pasteleo -con republicanos y también con los comunistas- con vistas a comenzar de nuevo:

… empezaron a hacerse notar también en el ambiente las primeras ideas transicionistas y transaccionistas con respecto al cambio de régimen en España,

pacto circunstancial con monárquicos y derechistas con el fin de reemplazar la dictadura actual de Franco con un órgano o instrumento de gobierno que se encargara del poder durante un período transitorio que culminaría con la celebración de un plebiscito o elecciones nacionales».

… se impone inevitablemente, con absoluta independencia de nuestra voluntad, un período intermedio que sucederá a la caída de Franco». Parecía, pues, que el antiguo comunista Bullejos era otro de los convertidos ya a la idea «transicionista».

… le confiesa a Wenceslao Carrillo[22], no le resultó nada fácil a su vuelta «estrechar la mano de Dolores Ibárruri, de Amaro del Rosal y de otras personas». Y, a mayor abundamiento, añade también a su viejo correligionario el siguiente amargo párrafo: «Me ha resultado particularmente triste y doloroso dejar que me saludara y saludar a mi vez a su hijo Santiago»…

… la adscripción de Caballero a supuestas posiciones procomunistas llevó en el mes de octubre de 1945 al más duro y penoso incidente de todos: la ruptura de Luis Araquistáin con aquel de quien se suponía, y se ha seguido suponiendo, que fue mentor teórico durante mucho tiempo…

[Para Araquistáin]: Es imposible toda colaboración leal o normal con el estado ruso y sus órganos, los partidos comunistas creados a este fin en los demás países… Si Inglaterra y los Estados Unidos nos ven pactar con los comunistas, es decir, indirectamente con la Unión Soviética y si, como algunos quieren en Méjico, damos entrada en nuestro gobierno a uno o dos ministros comunistas, los dos gobiernos y la inmensa mayoría de los dos pueblos anglosajones se harán las reflexiones siguientes…

… Aseguraba Araquistáin haber cavilado mucho buscando posibles explicaciones de esa conducta [de Caballero] … porque así «Rusia nos reconocerá en seguida y nos devolverá pronto lo que quede de algo que le dejamos en depósito», aludiendo al oro transferido por el Gobierno Largo Caballero. En definitiva, Araquistáin no encontraba una explicación verosímil a la actitud de Caballero.

 

Si las posiciones y relaciones de Caballero en lo que se refiere a la integración de los comunistas produjeron las controversias relatadas, otra línea, que de alguna manera tenía también relación con el presupuesto de la unidad de la oposición a Franco, fue la que le llevó a ciertos contactos con los monárquicos juanistas, los partidarios de la restauración inmediata de la Monarquía en España.

 

… en estos últimos meses de su vida no cerró la puerta ni excluyó de sus perspectivas cualquier solución que representase una eliminación del régimen de Franco, políticamente consensuada y popularmente aceptada, que no descartaba siquiera el regreso de la Monarquía.

 

En definitiva, ello era un adelanto de la política que poco tiempo después llevaría Indalecio Prieto a sus últimas consecuencias al protagonizar el pacto de 1948 entre el socialismo y las fuerzas monárquicas[34].

Las entrevistas de Largo Caballero e Hipólito Finat y Rojas, marqués de Carvajal, agente de don Juan, tuvieron lugar en la primera quincena del mes de enero de 1946, pero Caballero nunca reveló su contenido, ni siquiera a Prieto, al que sin embargo, como veremos, sí señalaría que poseía información de primera mano sobre el asunto monárquico aunque sin revelar su fuente.

… inviabilidad de cualquier solución que no fuese la monárquica, vista con simpatía por Inglaterra y que habría de llevarse a cabo mediante un golpe de Estado preparado y perpetrado por las principales figuras del Ejército. «Don Juan no quiere la corona si no es con un régimen de libertad y democracia», dijo. Tal proyecto no podría comenzar, añadió, si la clase obrera se colocaba frente a él.

… hoy, después de todo lo vivido, con la experiencia que el haber participado en todos los acontecimientos más importantes de los últimos años de nuestra historia me ha dado, si hay en nuestro país una Monarquía que promete la libertad a la clase obrera y que, efectivamente, se la da, no volverá a conspirar para traer una República. Claro que todo esto es muy difícil. Sin embargo, si Don Juan y ustedes logran de verdad gobernar en régimen de libertad política ya saben cómo pienso.

… en los últimos días de noviembre o primeros de diciembre, Caballero pergeñó por vez primera, como hemos dicho, sus «Once Puntos», en los que se formulaba un plan para la transición en España y que son expresión de un programa de acción antifranquista.

 

Los Once Puntos proponían el abandono del gobierno por Franco, un gobierno de transición, un plebiscito sobre el nuevo régimen y asamblea constituyente. Hasta el PCE se sumó:

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Tan sorprendente cambio hacia un nuevo frente político por parte del PCE no dejó de impresionar en todos los medios del exilio. Aunque el texto pareciera pretender otra cosa, se trataba, sencillamente, de sumarse a la idea plebiscitaria abandonando la postura de mantenimiento de la República a ultranza.

Los grupos «antiplebiscitarios», por tanto, se reducían ya a «los republicanos, el grupo anarquista de García Oliver y los negrinistas». Ello en México, porque en Europa había que sumar la pasiva actitud de los miembros de las Ejecutivas del PSOE y la UGT de Toulouse, que «parecen sumidos en un letargo mental bien en desarmonía con los acontecimientos»[78]. Pero pronto los de Toulouse acabarían por aceptar al menos la solución plebiscitaria aun sin propugnarla.

La actividad de Caballero en estos últimos meses de su vida insistiría en el tema plebiscitario, sin ocuparse prácticamente de ningún otro.

Los once puntos tienen la misma estación de término que la Transición, aunque esta fue hecha por postfranquistas en vez de antifranquistas. Pero el objetivo fue el mismo: volver a las andadas. La Transición retrasó el reloj de la historia no a la República de los años 30, sino a la Restauración de 1874, un siglo exacto. Y es lo que ha sucedido, en la actualidad estamos como en los años 20 del siglo XX, con un régimen que es puesto otra vez en cuestión y se percibe como un final de época. No sé si este paralelismo ha sido avistado por algún historiador. Avistado y desarrollado, claro está.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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