21/11/2024 17:00
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Se nos ha vendido la democracia como el mejor sistema entre todos los sistemas políticos. La democracia como paraguas que da cobijo a todos sin distinción alguna, en la que desaparecen las desigualdades y en la que la participación del ciudadano es el motor de su libertad individual y colectiva. Que podemos cambiar gobiernos a través del voto individual para cambiar o redirigir la política general, y que, en general, es el modelo que elimina la posibilidad de que se llegue a la corrupción. Nada más lejos de la realidad.

Willard Motley, escritor americano de raza negra, escribió la novela titulada Pescamos toda la noche, publicada por Planeta en mil novecientos sesenta y dos, novela que leí con catorce o quince años y que aún conservo. Esta novela detalla el mecanismo de las elecciones norteamericanas, y en uno de sus capítulos describe cómo ante unas elecciones primarias, comenzaron los periódicos del Partido Republicano a atacar al candidato demócrata, afirmando que este era el hombre de paja de una organización corrupta. Pero este mismo Partido Republicano no dudó en prestar votos al mismo candidato demócrata que atacaba para evitar que el candidato demócrata independiente (independiente del verdadero Poder) ganara. En estas artimañas no participa el ciudadano de a pie, pues realmente ignora cómo su libertad -supuesta-, es utilizada y condicionada.

Lo que he relatado es una forma de corrupción. Corrupción en la que vivimos desde hace décadas y que hemos normalizado. Pero esta corrupción en España no es nada nueva, pues ya en el año 1850, Donoso Cortés, parlamentario conservador de Don Benito (Badajoz) enjuiciaba así la situación de España: “….el hecho hoy dominante en la sociedad española es la corrupción que está en la médula de nuestros huesos; la corrupción está en todas partes; nos entra por todos los poros; está en la atmósfera que nos envuelve; está en el aire que respiramos”. Si hiciera acto de presencia Donoso Cortés en la España de hoy (evitamos ir a Europa) encontraría cambios en la técnica pero no en la línea de actuación de los políticos y de la sociedad.

Cuando el ministro del PSOE, Solchaga, decía -más o menos- que en España se puede hacer uno rico rápidamente, lo que ocultaba es que para alcanzar esa riqueza material se ha de pasar por encima del estado de conciencia de cada uno. Que para yo enriquecerme otro tendría que empobrecerse en lógica consecuencia de un equilibrio social y económico. Que ese enriquecimiento podía y puede ser obtenido no a través del trabajo y del esfuerzo propio, sino a través del estado de esclavitud en la que ha de caer el otro.

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La corrupción no es solo económica, sino social y política. Corrupción cuando las reglas que regulan el juego de la convivencia se alteran unilateralmente, y lo que es peor, de manera arbitraria. Cuando esto ocurre esa pretendida democracia desaparece, y lo que es peor, se convierte en antinacional, en algo indeseable para la Patria. Hemos visto la corrupción en los partidos políticos, de manera especial en los dos grandes partidos que vienen intercambiándose en un bipartidismo, y partidos que por este condicionante debían haberse extinguido y totalmente desaparecido. Y uno de estos partidos, el PSOE, encargado del pretendido gobierno español, encabezado por su Secretario General y Presidente del Gobierno de España, olvidando de lo que es legítimo, que es el respeto a la Ley, este PSOE como digo, va a cambiar un artículo de la Ley Orgánica del Poder Judicial para poder renovar el Tribunal Constitucional, renovación que no tiene otra finalidad que introducir en dicho órgano a sus dos candidatos.

Modificar una norma para obtener un fin concreto para un hecho y un momento histórico concreto, no deja de ser también un acto corrupto. El artículo que se pretende modificar es el 599.1.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que recoge la elección de los dos magistrados del Tribunal Constitucional correspondiente al Consejo General del Poder Judicial por mayoría de tres quintos. El apartado de este artículo ha sido modificado hasta en tres ocasiones, tanto por el PP como por el PSOE, según las circunstancias que pudieran beneficiarles, con lo que la acusación del señor Patxi López lanzada al PP de ser antidemocrático, antisistema y sin sentido de Estado, puede y debe dirigírsela a su propio partido, dado aquí no puede salvarse nadie, pues ambos olvidan al administrado cuando les interesa y quieren, terminando por ser tan antinacionales como la pretendida democracia que representan.

Autor

Luis Alberto Calderón
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