27/04/2024 08:37
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Hace ya mucho tiempo, tantas décadas como las que cuenta la nefasta y nefanda Transición, que los escándalos de la clase política dejaron de ser excepcionales para convertirse en el síntoma de la profunda metamorfosis que el Sistema estaba generando al amparo de la Constitución del 78 y de su consiguiente democracia. Los más avisados, en la más absoluta soledad, han venido advirtiendo desde entonces que lo fundamental no estaba tanto en los vicios en sí, como en los atropellos a la legalidad y a la razón.

El peligro se hallaba en las causas más que en los efectos, es decir, en las manipulaciones y adaptaciones, según la conveniencia de los poderes oscuros y de sus subordinados, de todas las reglas sociales, políticas, económicas, educativas y culturales, prostituyéndolas.

Los crímenes, abusos y perversiones cometidos por los lóbis oligárquicos, por los funcionarios y por su cohorte de asesores, amiguetes y cuñaos, contratados con dinero público en beneficio privado, no han sido sino la consecuencia de una maniobra supranacional concebida para quebrar las tradiciones y para frenar el impulso logrado tras el franquismo, primero, y para degradar e inmovilizar finalmente a la nación.

El tiempo, como no podía ser menos, ha dado la razón a aquellos francotiradores que advirtieron, inútilmente, de tal estrategia y de sus derivaciones y frutos. Ahora, esos escasos emboscados, estigmatizados por los demócratas de toda la vida, nos advierten de que la batalla no es sólo ni, sobre todo, contra los peones, sino que ha de darse con una perspectiva más amplia, atacando por elevación a los puestos de mando internacionales desde donde se pergeñan las órdenes que transgreden no ya la legalidad jurídica, también las leyes naturales y la propia naturaleza del ser humano.

La atención hay que ponerla hoy en las esferas de poder plutocrático empeñadas en transformar el mundo para su provecho, a costa de unas multitudes previamente embrutecidas y desarraigadas. Un poder que se ha adueñado de la propaganda, de la legislación y de la fuerza, adquiriendo así el principio de impunidad que desnivela ante la Justicia a los demiurgos respecto del ciudadano común.

Cuando en incontables ocasiones y a pesar de las desinformaciones y silencios mediáticos, se han puesto a disposición de los jueces y de la opinión pública las pruebas documentales de tantos y tantos abusos, fraudes, chantajes, latrocinios y crímenes cometidos por el poder, lo lógico era pensar que una mayoría social iba a mostrarse congruente ante los hechos, castigando, electoralmente, al menos, a los culpables. Si no por moralidad, sí al menos por interés utilitario, porque nada hay tan necio como engordar a quien te maltrata y humilla. Tan necio ni tan vil.

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Pero los numerosísimos comicios habidos hasta la fecha, donde se ha planteado por activa y pasiva la posibilidad de demostrar que nos hallamos en una sociedad razonable, consciente de la realidad y, por ende, democrática, han demostrado lo contrario. Han corroborado que España se halla en manos de los déspotas y habitada por una plebe a imagen y semejanza de sus victimarios. Por eso, sin evidencias de variaciones en este desolador paisaje social, ante unas nuevas elecciones el diagnóstico sólo puede ser pesimista.

Por ello, la Transición, de la mano de la Constitución del 78, pasará a la Historia de España como el período en que, pese a quedar desenmascarados los traidores y los criminales, confiados en su jactanciosa inmunidad, no pasó nada, porque todos, salvo los cuatro irredentos de siempre, ensalzaron el crimen y la traición manteniendo a sus protagonistas en el poder.

Hace falta tener un espíritu canalla para, después del compendio de atrocidades en que se ha venido asfixiando la patria, después del listado de horrores que la ensangrientan y humillan, cometidos por las oligarquías y por su caterva de bubosos; después de miles de asesinatos, de perversiones, de fraudes, de evasiones tributarias, de chantajes y de miles de millones de robados al común, esos cuatro rebeldes se topen con la indiferencia de unos burros de reata, ansiosos de ofrecer, una vez más, el trono a sus abusadores y asesinos.

La cuestión, pues, no es que se convoquen elecciones para volver a cubrir las apariencias, la cuestión es que, tras ellas, la cúpula de poder permanecerá intacta y el Sistema saldrá más refrendado y fortalecido. Porque lo que hace de la Transición uno de los períodos históricos de mayor corrupción en la historia universal contemporánea no es la terrible cantidad de delitos cometidos durante su vigencia por los dirigentes, sino la abyección e ignorancia de unas instituciones venales y de un electorado que se muestra a gusto y feliz bajo las botas de quienes le esquilman y pisotean.

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La sumisión institucional y ciudadana ante el crimen, su domesticación y su complicidad, es lo que ha convertido a la Transición en una época ignominiosa. A cada régimen le corresponde un marbete para diferenciarlo o calificarlo de los restantes períodos históricos. A este de la Transición, que cojeó desde sus inicios, aún le falta una etiqueta contundente que le defina. No es fácil encontrar un rótulo expresivo y terminante para nombrar resumidamente un tiempo tan sucio y contrahecho, de tullidos morales, en el que la sangre y la corrupción, desbordándose profusamente por campos y ciudades no hizo pestañear a nadie, salvo a los cuatro negacionistas, incordiantes e incorrectos de siempre.

Por eso, hablar de democracia en España y emplazar al común a nuevas y esperanzadoras elecciones es engañar al personal. El respeto a la ley es el fundamento en que se sostiene la democracia. Un Estado de derecho es aquel en el que las leyes, razonables y justas, deben cumplirse al margen de lo que resulte de su aplicación. Y dígame usted, amable lector, qué gobernante, qué representante institucional, poniendo por delante su firme e inequívoca rebeldía contra el demencial Sistema que nos ultraja, aboga hoy por el respeto a las leyes razonables y justas en nuestra humillada patria.

 

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Surreal

Y todo ello sin que aquí se diga que todos los cabeza de partido parlamentario están en el ajo de los fraudes electorales. Aquí no se suman los votos transparentemente como dice la ley (y si esto se denuncia con pruebas se desestima la denuncia) sino que, además, los del los partidos mayores del gobiernOposición ellos tienen todas las actas y podrían comprobar que la suma de los votos no coincide con las sumas que Indra dice haber hecho opacamente. Todo ello saben mantenerlo oculto porque les va la vida en ello

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