08/05/2024 23:49
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Aunque nunca hayan leído a Baltasar Gracián y ni siquiera sepan quien fue, los políticos de la casta, más aún con las elecciones a la vista, son capaces de parafrasear al filósofo aragonés. Dispuestos a engañar a toda una nación por codicia, por mandato de los amos y por el mero gusto de hacer mal, estos matreros siempre han sabido o, al menos, intuido, que «los pervertidos son los abundantes, los ignorantes son los muchos, los necios son los infinitos; y así el que los tenga a ellos de su parte, ése será señor de un mundo entero».

En una democracia falsa, donde todo es trampa, las elecciones no pueden ser veraces, sino un engaño más. Un trámite para asentar más aún a los tramposos. Por eso, lo que está en juego hoy no es lo que la democracia y su casta partidocrática decida, sino aquello otro que subyace en sus ocultaciones. El debate auténtico se sitúa en la obligada denuncia a las agendas globalistas que las oligarquías financieras y sus esbirros están imponiendo al margen de la voluntad popular.

La falta de transparencia en este aspecto crucial que hoy por hoy se ventila lleva a un radical distanciamiento entre el mundo de la política y el de los ciudadanos. Y como consecuencia de la fractura que se produce surge el desconcierto, la desconfianza y, con esta de la mano, la certidumbre de una imperdonable traición.

Cuando a la opinión pública le consta que no recibe los servicios, la administración, la dedicación ni la protección que sus impuestos y su condición merecen; cuando en función de la identidad ideológica, de la venalidad o de la perversión de quienes le gobiernan, los asuntos comunes se resuelven siempre en favor del poder, la sociedad entra en un desorden de conceptos y prioridades que acaban insensibilizándola o envileciéndola. Y si las fuerzas políticas de un país no comprenden o desprecian la dimensión de estas cuestiones, la obligación de la ciudadanía es acusarlas y expulsarlas.

Tras 45 años de vigencia puede atestiguarse que la Constitución de 1978 fue una respuesta histórica y concluyente que ha resultado negativa y frustrante para el progreso de España y de los españoles. Una componenda para retroceder hasta las angustiosas y amenazadoras fechas previas a la Cruzada Nacional, una transacción para cuestionar, primero, y destruir, después, los logros del franquismo. Para pasar de un régimen patriótico y unificador, autoritario en lo político, a una democracia antiespañola y disolvente.

La Constitución del 78, en definitiva, fue el instrumento necesario utilizado por los traidores y por los enemigos de España para destruir a la nación y desunir y enfrentar a sus ciudadanos. De dicha Constitución democrática, preñada de minas hispanófobas, de ambigüedades y sutilezas al servicio de arbitrarios y socavadores, brotaron unas derechas y unas izquierdas intrigantes y sórdidas, adversarias y hostiles, que han venido actuando en función de resentimientos, codicias, falsos apriorismos y dictámenes despóticos.

Es incuestionable que las izquierdas y derechas democráticas han incurrido en vicios morales gravísimos, abandonando a sus representados en manos de la oligarquía depredadora y aprovechándose ellas mismas de tal desleal actuación. Las izquierdas frentepopulistas representadas por el PSOE, acompañadas por sus concubinas de la derecha, encarnadas en el PP, no es que, contra lo que se suele escribir y creer, hayan cometido errores. No; lo que han venido desarrollando con indudable habilidad, durante estos diez últimos lustros, es una cadena de aciertos en aras de sus proyectos ideológicos, de sus apetitos de venganza y de sus intereses particulares y partidistas.

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Pero si a la derecha sólo le han estimulado la codicia y el poder, despreciando para ello todo lo relativo al bien común y a la patria, las izquierdas, además, se han distinguido siempre por su insubsistente jactancia intelectual, de la mano de la cual se han arrogado la legitimidad para cometer sin autocrítica toda clare de atrocidades.

Según este derecho del que se han apropiado pueden impunemente ofender y devastar a sus oponentes y a la propia patria, mentir siempre y con toda la boca, esquilmar al pueblo y ciscarse en la soberanía popular, apoderarse del Estado, aliarse con los enemigos de la nación, promover o colaborar con todo tipo de prohibiciones, de enfrentamientos domésticos y de confrontaciones bélicas exteriores bajo la piel de dialogantes y pacifistas, destruir a la humanidad con un relato buenista y filantrópico, cometer, en fin, todo tipo de badajadas y de crímenes.

La derecha pusilánime, acomodaticia, meapilas, hipócrita y taimada, siempre apátrida en el pensamiento de sus próceres y siempre, también, sectaria en el de sus seguidores, no ha dudado en ir de la mano con los matones, sañudos y execrables victimarios de las izquierdas, facilitando, aceptando y promoviendo sus inquinas. De modo que la fobia cainita de unos ha sido suscrita por la irrelevancia intelectual e ideológica de los otros, desmintiéndose a sí mismos desde el punto de vista de sus falsos discursos, programas y juramentos o promesas, y estableciendo en España la obscena cultura del delito y del pecado, ese voluntario y atroz propósito de ir contra las leyes naturales, humanas y divinas.

Porque en aras de ese proyecto falaz nacido con la Constitución del 78, derechas e izquierdas han ido mimetizando su actuación mediante un aciago bipartidismo bendecido por el Sistema y por esa tramposa y sacralizada democracia cocinada por los déspotas a mayor gloria de sus opulentas haciendas y de sus ofensivas enseñanzas. De ahí que nuestra Carta Magna simbolice la deslealtad y sea la fuente de todos los males, el sustento y el pretexto del que se vale la clase política para ejercer su sistemática depredación, enajenando al Estado y poniéndolo a su particular servicio,

Gracias, pues, a este bipartidismo antiespañol, España se ha diluido en intereses ajenos, en compartimientos corruptos, en soez hedonismo, en confusión y en desesperanza. España, bajo las izquierdas y derechas democráticas, nacidas al amparo de una Constitución maleable, a la medida de sus destructores, está hoy desahuciada. No es necesario indagar mucho para palpar el conflicto en el que se debate, las hostilidades que sufre y la corrupción que le corroe, la amarga desmoralización y la terrible indiferencia que le agrieta.

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España tiene hoy un gravísimo problema moral que gracias a la estrategia de sus políticos le ha llevado a alimentar a lo peor de sus demonios, a lo más cenagoso del separatismo, a multiplicar las ayudas a los invasores, a diversificar las facilidades a los delincuentes, a subvencionar la proliferación de perversiones, a ofrecer solidaridad y comprensión a los desacreditadores de la lengua común y a compartir ideas y proyectos con quienes avivan el fuego de ese remedo anacrónico que conocemos como Leyenda Negra.

Pero acontece que la ciudadanía, anclada en ese fondo marino plagado de monstruos que es hoy nuestra vida social, cultural y política, se encuentra dispuesta una vez más a premiar con su voto a los responsables de su postración. Porque la moderación se ha confundido con la parálisis, el dinamismo ha desaparecido al hilo del fanatismo y el cerebro ha sido sustituido por la víscera. Además de que las urnas se hallan sometidas al control de los tramposos, y de que las redes clientelares, tras casi cincuenta años de abusos y subsidios, integran en su seno a millones de electores, ávidos de las migajas del Sistema.

De esta manera, el juego o la farsa constitucional y democrática, creada por los bipartidistas y sus cómplices se mantendrá vigente y la frustración nacional persistirá. Sin opciones políticas (¿VOX?) capaces de superar la atmósfera de inmoralidad impuesta ni de organizar una vigorosa batalla cultural y una decidida vertebración nacional, sin instancias justas e integradoras, condiciones indispensables para que no salte por los aires el esfuerzo de cuarenta años de esfuerzo y de progreso previos a la nefasta y nefanda Transición, proseguiremos por este camino hacia la nada, sin saber qué nos pasa y si nos pasa algo, sombras tumbales que han abandonado toda inclinación a la prudencia y a la dignidad, ajenas al meritorio afán de encontrarse a sí mismas y forjar un recto futuro para unos hijos que ya tampoco se quieren tener.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Geppetto

Gane quien gane en las próximas elecciones la politica española no va a cambiar en lo fundamental.
Si gana el PP los españoles tendrán que apretarse el cinturon porque el PP subirá los impuestos, bajara las pensiones y en nombre de la moderación no tocara ni una letra de las leyes ideologicas socialistas
Y si gana el Psoe seguiremos derivando hacia el foro de Sao Paulo para matar España

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