05/10/2024 23:31
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La primera y segunda partes de esta serie están aquí. Como indicado, la selección de textos trata de resumir la narración histórica. Si he omitido algo especialmente importante, se agradece un aviso. 

El capítulo tercero se titula Una orquesta mal avenida y trata de la coalición de derechas. Las derechas se dividían en republicanos independientes de derechas, restos del partido Radical, la CEDA, que no era republicana sino posibilista, y los monárquicos y tradicionalistas, que eran antirepublicanos. Además estaban la Lliga en Cataluña y el PNV en las Vascongadas. La Falange y otros grupos no contaban electoralmente. 

El dilema de la CEDA era aliarse o con los republicanos de derechas o con los monárquicos. Era difícil ir con los últimos porque rechazaban la constitución republicana de plano: 

[Calvo Sotelo] formulaba unas exigencias que, como bien sabía, planteaban graves problemas a los cedistas: pedía que el frente electoral antirrevolucionario lo integraran solo estos, los monárquicos y los independientes, pero «nada de partido radical». Y además, confirmaba que ya no era posible hacer campaña para revisar la Constitución: la de 1931 estaba «cancelada» y era necesaria una «nueva».

… el mismo 26 de diciembre se producía una entrevista entre Miguel Maura y Gil-Robles cuyo objetivo era extender la coalición a los republicanos conservadores, si bien las diferencias entre ambos no eran menores.

… todavía a mediados de enero la CEDA mantenía dos ideas inamovibles: ni bloque monárquico-cedista ni acuerdo con los «portelistas».

Esa era la situación cuando, el domingo 12 de enero, Calvo Sotelo pronunció un discurso que supuso un importante escollo. Como venía siendo costumbre, el extremismo del líder monárquico exasperó a Gil-Robles.

Y tercero, la ruptura entre Gil-Robles y Calvo Sotelo se consumó de forma irreversible, y la sustitución de este por Goicoechea facilitó la alianza puramente electoral entre cedistas y monárquicos. 

Finalmente, desautorizado el órdago monárquico, los medios moderados interpretaron que la CEDA había robustecido la opción legalista. El Sol venía asegurando desde días antes que Gil-Robles «está resuelto a gobernar con la República y no quiere que nada estorbe esta aspiración de su partido». Y La Vanguardia consideraba «innegable que con su actitud de hoy el señor Gil-Robles fortalece su posición política dentro de la República». 

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Así que al final la CEDA se alía con los republicanos de derechas, incluso de centro:

Y Maura, siempre dado a un cierto sensacionalismo, aseguraba: «Yo, que asistía a esta reunión como republicano […] he salido satisfecho y más entusiasta del bloque electoral que nunca. He visto en el señor Gil-Robles […] un marcado espíritu liberal.

… los monárquicos, como reconocía La Nación tras el jarro de agua fría que había supuesto la ratificación del acuerdo entre cedistas y republicanos, si bien admitían con resignación evidente que «en las circunstancias actuales es necesario llegar a inteligencias con los menos peligrosos», querían, en directa alusión a los cedistas, «proclamar también a voces que no se puede ser monárquico de corazón y republicano de conducta, sino que todos los que se llamen republicanos no son nuestros afines, y que todos los que piensen en monárquico y actúan en republicano […] ocasionan también un enorme estrago al interés supremo de la Patria».

Durante la primera semana de febrero Gil-Robles decidió, finalmente, desdecirse de sus propias palabras y aceptar acuerdos puntuales en algunas provincias con candidatos portelistas.

Unas horas más tarde, el mismo Lerroux señalaba a los periodistas que, dada la actitud de otros partidos republicanos hacia la «extrema izquierda», él ya no podía mantener su posición de «centro» y se inclinaría resueltamente «hacia la derecha». En los días posteriores quedaba confirmada esa postura: en una nueva reunión de la comisión electoral se decidía hacer público que los radicales se incorporaban al frente contrarrevolucionario, validando las negociaciones mantenidas hasta entonces entre Alba y Gil-Robles.

En esas negociaciones, nada pesó Falange. Los de Primo de Rivera podrían haber colocado algún candidato siempre que hubiesen contado con la benevolencia de los cedistas. Pero eso no ocurrió, primero porque Falange se enfrentaba al recelo de estos últimos, después de haberse pasado el último año criticando la política posibilista y denunciando, incluso en fecha tan tardía como el 19 de diciembre de 1935, la falta de «audacia» del líder cedista. Y segundo, porque los falangistas aspiraron a dirigir un concierto electoral en el que no podían actuar sino de teloneros. De hecho, no llegó a haber representantes de Falange en las negociaciones de los líderes conservadores, aunque Primo de Rivera visitó varias veces a Gil-Robles, quien llegó a ofrecerle hasta tres actas, incluido un puesto seguro para él en Salamanca. Pero el líder de Falange rechazó la oferta.

Y llama la atención, también, que pese a lo que reiteradamente se ha deducido de la propaganda japista, especialmente del eslogan de «¡A por los trescientos!», los candidatos presentados por la CEDA no llegaron a 200, quedando en una proporción inferior a 0,4 candidatos por escaño. En realidad, en aquel complejo panorama de alianzas, parece evidente que la derecha católica aspiraba a acrecentar algo el grupo parlamentario conseguido en 1933, pero, sobre todo, acompañarlo de más de un centenar de diputados republicanos de centro-derecha, con el que asegurar la estabilidad de un futuro Gobierno liderado por Gil-Robles.

 

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Es un capítulo relativamente corto, porque la coalición es mucho menos pintoresca que la del Frente Popular, iniciada por republicanos “burgueses” que se creían los propietarios de aquella “república de trabajadores” y acabaron como patéticos compañeros de viaje de los comunistas, y como cómplices y encubridores de sus múltiples y horribles crímenes. 

 

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Colaboraciones de Carlos Andrés
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