22/11/2024 08:35
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No es novedad decir que el actual matrimonio de conveniencia de la izquierda con la homosexualidad es solo de anteayer. Los amos del circo democrático vieron que el obrero de toda la vida no daba más de sí como peón de la revolución y empezaron a agitar a otros colectivos (así les llaman) más corrosivos. Entre ellos están los homosexuales, que ya empiezan a ser superados por los transexuales en el escalafón de minorías destructivas a utilizar.

Pero, si no es novedad, sigue siendo interesante hacer un repaso al tratamiento histórico de la sodomía por la izquierda. En este caso se trata unas novelas cortas protagonizadas por “invertidos” (así les llamaban).

Las novelas son unas curiosidades de desigual interés literario, desde el ínfimo al comendable. En el medio podemos poner Una pobre vida, de Eduardo Zamacois, un autor de vida más novelesca que su abundante producción escrita. El texto se puede leer aquí (Una pobre vida). En la introducción a esa edición nos dejan cosas como esta:

… tras el golpe fascista contra la República española y la subsiguiente guerra civil, a pesar de su avanzada edad, marchó al frente, escribiendo una serie de crónicas decididamente en defensa del gobierno legítimo y contra los alzados.

En efecto, en la Guerra Civil Zamacois se dedicó a la propaganda roja, hasta que la cosas se puso demasiado fea incluso para “compañeros de viaje” como él y se largó dejándoles la papeleta a aquellos obreros a quienes habían calentado la cabeza él y otros como él. En la wikipedia nos ponen este párrafo que ilustra dónde le apretaba el zapato a este sujeto:

Los patriotas que, exponiéndose a morir, vivificaron el actual movimiento salvador no deben avergonzarse de nada de lo que hayan hecho. También en la Revolución francesa se cortaron muchas cabezas y, sin embargo, de aquella tragedia plagada de crímenes surgieron triunfantes los «Derechos del Hombre». ¿Y quién negaría que tamaña conquista vale infinitamente más que las cabezas segadas en la plaza de la Greve por el genio igualador del progreso? El pueblo contraatacó justamente a los oligarcas que, disponiendo de todo -o de casi todo- aún deseaban más. La plutocracia militarista y vaticanista, insatisfecha de sus fueros, pretendía dominar dictatorialmente, implantar los jornales miserables de otros tiempos, apoderarse de las conciencias, hacer de cada ciudad un presidio. Y el proletariado se rebeló y fusiló a sus victimarios, y dando fin cruento de ellos vengó, en parte, la hecatombe de Asturias. Y ahora España -la España laboriosa y libre, la España que quiere aprender a leer para ser dueña de sus destinos- renace con aliento inmortal porque al «señorito» inútil, rutinario, putero, borracho y chulón, lo ha matado «el hombre».

¿Lo creería quien lo escribía? Ponerse con los alzados en la revolución de Asturias contra el gobierno legítimo de la república y con aquel “gobierno legítimo” y contra la Cruzada Nacional a los dos años es una manifestación palmaria de la doble moral del individuo.

Una pobre vida es una novela corta y folletinesca. Zamacois empezó precisamente dedicándose al género llamado galante, al que la novela pertenece de alguna manera. La calidad literaria de la obra en cuestión es más baja que mediocre. Solo he aguantado los dos primeros capítulos, el comienzo de los siguientes y el final. Unas calas bastan para ver el estilo de la obra, que está dirigida obviamente a un lector pedestre (que también tiene derecho a leer, claro está).

Ejemplos de la caracterización y adjetivación toscas y estereotipadas:

En la penumbra amodorrante del aula resonó la voz por igual meliflua y despótica —voz de jesuita— del padre Casiano, que decía…

Con torpe disimulo —a los doce años, hasta los futuros políticos, llamados a ser notabilidades en el arte de mentir, disimulan mal—, el pequeño señor Velasco dio un llamativo rodillazo a Ramoncito Hidalgo, el camarada que tenía a su izquierda, para que le apuntase.


Su voz monótona, ecuánime, correspondía bien a la frialdad y descarnada amarillez de su cara, y una y otra armonizaban con aquella semioscuridad entumecedora del salón, que hilaba sin cesar sobre los cerebros de la muchachería las telarañas invisibles del sueño.

Y del tono pretencioso y pontificante en que cae a veces:

Planteándose estas interrogaciones, que han servido de fundamento o punto de arranque a varias escuelas filosóficas, el inocente se trataba con rigor excesivo. Nadie, al bordear lo que Dante llamó nel mezzo della vita, es como hubiera querido ser, sino como las circunstancias le permitieron ser; de donde los deterministas concluyen que es en los padres en quienes, con mayor rigor y justicia, los delitos de los hijos debieran castigarse.

Esboza también una especie de teoría psicoanalítica para explicar la homosexualidad:

En su deseo de hacer de él «un joven perfecto», y no satisfecha con enumerarle los atroces castigos en la otra vida reservados a los hijos desobedientes, [la madre] solía zurrarle con unas correas. De este modo quebrantó los resortes, no muy fuertes, de su carácter y extirpó de su alma hasta las raicillas más hondas de la voluntad. Fue una amputación perseverante, minuciosa, inquisitorial, que no perdonó nada. Manso, dulce, callado, abúlico, pronto siempre a doblegarse, el desdichado muchacho quedó al fin roto moralmente, y blando, omiso y manejable por dentro como un trapo.

Y así todo. La trama es bastante simple. Como creo que no hay riesgo de que nadie lea el libro por ella, la expongo: Tras un capítulo introductorio sobre la vida de estudiante, vemos al joven, que ha heredado el título de Conde del Zafiro, en el Cuerpo diplomático, muy bien considerado. Trata de esquivar las relaciones personales, para que no se sospeche; cambia de lugar varias veces, pero en Buenos Aires acaba casándose. La esposa acepta la situación, pero quiere tener un hijo, así que buscan el padre ideal. La cosa acaba en una especie de menage a trois, con el señor conde cuidando de los hijos como una madre. Un final feliz después de todo.

El asunto que más llama la atención de estas novelas es que la homosexualidad sea criticada como error de la naturaleza, consecuencia de una niñez y educación problemáticas, y sobre todo como un vicio social asociado a las clases altas. En este caso vemos que se trata de un aristócrata, la situación de repite en otras dos novelas. La izquierda (los amos de la izquierda, no los obreretes) ha pasado de vender la sodomía como vicio burgués a usar a gays y a la otra fauna arcoiris como cuña de trasformación (en realidad de destrucción) social. Estas novelas son la mejor prueba. Unos ejemplos:

Para mejor encubrir su desgracia se manifestaba callado, reflexivo y de cortas palabras.

 

El inaudible error fisiológico que acongojaba a Hidalgo


… la sucia desviación de sus instintos.


La muerte le parecía menos cruel que la confesión de su dolencia, la única que no sugiere piedad.

.. estaba cierto de que de todas las deformidades morales era la suya la peor, y la consideraba como la sumidad de lo malo porque su misma esterilidad la hacía antinatural, ya que la Naturaleza, en su ansia infinita de fecundación, hasta cuando mata y destruye procrea.


Desgracia, sucia desviación, dolencia, deformidad moral, antinatural… actualmente se pierde el trabajo por mucho menos. De hecho, ya no se atreven a hablar así ni desde los púlpitos…

A pesar de la crítica de la homosexualidad, Zamacois no maltrata al personaje:

Con qué derecho las gentes sanas me escarnecerían?… Nadie de buen corazón se burla de los enfermos, y menos de los incurables. Eso soy yo, un enfermo; la Humanidad debía mirarme como mira a los leprosos, a los cancerosos, a los tísicos, a los locos, a los jorobados, a los enanos, a los ciegos… a todos los «sin remedio»,


Un degenerado como yo es para los hombres que se casan una lección de moral. Porque yo les diría a cuantos me befan: la salud de que ustedes disfrutan no significa que moralmente sean mejores que yo, porque esa salud no es obra suya, sino de sus padres, que acertaron a procrearles bien. Yo nada malo hice: he sido estudioso, terminé una carrera, aprendí a ganar noblemente mi vida. A nadie hice llorar, y no me reprocho ningún acto contrario a mi dignidad; por regenerarme lo intenté todo; lo vituperable, por consiguiente, que subsista en mí, no es obra mía.

—¡Padre!… ¿Por qué me hiciste así? ¿Cómo te expusiste a engendrar un hijo hallándote en un momento de abatimiento, de extenuación… tal vez de borrachera?… ¡Querer respetar tu memoria!… ¡¡Imposible!!… Pues no fue la vida, sino el dolor, el oprobio y la muerte lo que me diste. Yo soy un ser híbrido, un ente grotesco y maldito. Todos los hombres pueden hablar de sus amores menos yo; si lo hiciese, la gente, escandalizada, me increparía, me lapidaría… Las mujeres me están vedadas, los hijos también.

En efecto, así es (y así debe de ser: se odia el pecado y se compadece y disculpa al pecador). En todo caso, la descalificación moral de la sodomía del progresista Zamacois es tajante.

 

* * * * *

 

La introducción al libro de Zamacois nos puso sobre la pista de otras tres novelas del mismo tema y de la misma época.

Una de ellas es una novelucha corta, Las «locas» de postín:

… una obra intrascendente, escrita con la única pretensión de divertir a base de caricaturizar hasta el ridículo a los homosexuales burgueses de su tiempo, tema que conocía bien el autor, ya que él mismo era un notorio «invertido».

En efecto. Se puede ojear aquí: Álvaro Retana – Las Locas de Postín | PDF (scribd.com) [requiere registro, primer mes gratis, se puede dar uno de baja en cualquier momento]. El protagonista es también un aristócrata. Unos ejemplos.

Caracterización y ambiente (la versión de Scribd es un escaneo bastante chapucero y como no se puede copiar texto pego capturas de pantalla):

 

Clasificación de “locas”:

 

Los anfibios son los que hacen a carne y a pescado, imagino. En fin, ínfima literatura. Las otras dos novelas, de mayor calidad, las repasaremos en la segunda parte

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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