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Edvins Snore es graduado en Ciencias Políticas y doctor en Historia de Ucrania, y diputado en el Saeima (parlamento de Letonia) desde 2014 por el partido Alianza Nacional (Nacionālā Apvienība). En 2008 escribió y dirigió el documental The Soviet History (La Historia Soviética) sobre los crímenes cometidos en la Unión Soviética. La película destaca la Gran Purga, el Holomodor, el pacto Ribbentrop-Molotov y la colaboración nazi-soviética, la masacre de Katyn y las deportaciones masivas al GULAG. También denuncia la actitud de Rusia ante su pasado. El documental está disponible (en inglés y con subtítulos en inglés)
En 2016 dirigió otro documental, The Unknown War: Baltic Resistance (La guerra desconocida: Resistencia báltica) sobre la guerra de guerrillas contra los ocupantes soviéticos en los países bálticos.
Su película recibió muchos premios en distintos países, como Letonia, Estonia, Alemania o Ucrania. Sin embargo, fue duramente criticada en Rusia. En mayo de 2008, durante una manifestación convocada bajo el lema “¡No permitamos que reescriban la historia!”, se quemó una efigie suya frente a la embajada letona en Moscú. Le han llamado propagandista y fascista, e incluso un historiador ruso, Alexander Dyukov, dijo que quería matarle después de ver su película. Aparte de esta reacción furibunda, ¿ha habido alguna respuesta académica a lo que mostró en la película?
Se publicó un libro en Rusia «THE SOVIET STORY — Механизм лжи» («La Historia Soviética – Una sarta de mentiras»). Fue un intento de rebatir los argumentos proporcionados en la Historia Soviética. Algunos historiadores rusos han criticado la película en conferencias históricas celebradas en Rusia, pero en general su reacción ha sido emocional y no académica. Sin embargo, en el Oeste la película es muy utilizada en círculos académicos. Ha sido introducida en el currículum escolar en varios países (por ejemplo, Eslovaquia o Letonia) y ha sido muy proyectada en universidades tanto de Europa como de América.
Los rusos fueron las primeras víctimas del comunismo. No obstante, según una encuesta realizada el año pasado en Rusia, un 70% de los entrevistados creen que Stalin tuvo un papel positivo en la historia del país, e incluso un 46% considera justificadas las víctimas del estalinismo. ¿Cómo es posible que los rusos desconozcan tanto de su propia historia?
En realidad, en un principio el pueblo ruso se opuso mucho a los comunistas. La escala de su resistencia fue enorme. Solo la Rebelión de Tambov (1920-1923) involucró a cientos de miles de personas. Fue una guerra en toda regla contra su propio pueblo, en la que el Ejército Rojo empleó los métodos más atroces, como el gas venenoso y la toma y ejecución de rehenes. Millones sufrieron la represión y pasaron por el sistema de campos de concentración del GULAG. Como consecuencia del terror soviético, lo mejor de la sociedad fue aniquilado; asesinado o encarcelado. No tuvieron hijos, o si los tuvieron acabaron en orfanatos del estado. Las mejores condiciones de supervivencia fueron para los que trabajaban en el sistema represivo: guardias de los campos del GULAG, miembros del KGB/NKVD, etc. La sociedad actual rusa está formada en gran medida por sus descendientes. No condenan a Stalin y a sus crímenes porque eso significaría condenar a sus propios abuelos, que fueron quienes los cometieron.
El Holomodor, la muerte por hambre de millones de ucranianos, sigue siendo discutido. El mes pasado el embajador ruso en Polonia, Serguei Andreyev, declaraba en el diario Rzeczpospolita que la hambruna en Ucrania se debió al mal tiempo y a la mala política agraria, y que el termino Holomodor es político y promovido por los nacionalistas ucranianos. Es evidente que la guerra en el este de Ucrania influye en este tipo de declaraciones, pero ¿por qué Rusia no ha querido reconocer nunca la motivación política detrás de la hambruna?
Porque ese reconocimiento implicaría que los soviéticos fueron tan malos como los nazis. La Rusia actual no es capaz de reconocer eso, incluso a pesar del hecho de que los soviéticos mataron a más gente que los nazis. También está probado que Stalin exterminó personas no solo en base a su clase social sino por su etnia, igual que los nazis. Miles de letones, polacos o coreanos, fueron asesinados en la URSS a finales de los 30 solo porque pertenecían a un determinado grupo étnico.
El hecho de que Stalin utilizó el hambre como un arma es también muy conocido. El bloqueo de Berlín (1948/49) fue un ejemplo clásico. Se cerraron las fronteras y se detuvieron los suministros de alimentos para que la población pasase hambre y finalmente se rindiese. El plan de Stalin en Berlín fracasó debido al puente aéreo de los americanos. Pero en Ucrania tuvo éxito, porque no hubo nadie que acudiera en ayuda de los ucranianos. Siete millones de personas murieron de hambre y tuvo un enorme impacto sobre la nación ucraniana.
Otro asunto controvertido es el pacto germano soviético, el pacto Ribbentrop-Molotov. La firma de este acuerdo y la partición de Polonia es un hecho histórico, y su documental insiste en la estrecha colaboración entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética. ¿Cómo es posible que ahora se pretenda culpar a Polonia del inicio de la segunda guerra mundial?
Estoy de acuerdo, es alucinante. Es como culpar a los judíos por el Holocausto. No oirás nada parecido en el mundo civilizado. Pero el presidente Putin es otro asunto. Procede del KGB y, como vemos, no parpadea cuando alguien tiene que ser envenenado. Puede volar edificios de apartamentos en Moscú (1999) para señalar con el dedo a los chechenos y crear una excusa para una guerra. Nombra un país en Europa que haga algo parecido. Pero Rusia bajo Putin es diferente.
Por eso, no es una declaración sorprendente que Putin culpe a los polacos, la primera nación que combatió a los nazis, de instigar la guerra. Tampoco me sorprendería si mañana acusa a Finlandia de atacar a la Unión Soviética en 1939.
En Europa oriental hay numerosos monumentos dedicados al Ejército Rojo. Algunos son monumentos a sus soldados caídos, otros celebran una “liberación” que fue el inicio de una dictadura comunista. En Polonia se aprobó una ley en 2017 para retirar todos estos monumentos. En Riga conozco el obelisco soviético, aunque no sé si existen más monumentos en el resto de Letonia. ¿Qué cree que hay que hacer con ellos?
Los monumentos que conmemoran al Ejército Rojo deben ser retirados y los cementerios ser dejados en paz. Debemos hacer lo mismo que hicieron los polacos. De hecho, es cuando menos extraño que en la plaza desde la que se deportaba personas a Siberia haya un monumento conmemorando al Ejército Rojo que hacía posible esas deportaciones. No está bien.
Uno de los líderes comunistas españoles de nuestra guerra civil, Valentín González, El Campesino, abandonó España para refugiarse en la URSS. Terminó encarcelado y huyó del paraíso socialista. Posteriormente escribió un libro “Yo escogí la esclavitud”, en el que un antiguo miembro del NKVD le confiesa que en nombre del comunismo ha matado a mucha gente y que antes no le pesaban porque creía haber matado por una causa justa, por un mundo mejor. ¿La utopía conduce al genocidio?
La utopía comunista ciertamente sí. No conozco ningún país comunista que haya funcionado sin el asesinato en masa. La Unión Soviética, Cuba, Camboya, Corea del Norte; los campos de concentración y las matanzas fueron comunes en todos ellos. Sin violencia el comunismo simplemente no funciona. Incluso en teoría es una DICTADURA, la dictadura del proletariado. Por definición no puede ser voluntario o basado en el libre albedrío. Es impuesto.
Los pueblos y naciones que no han experimentado el paraíso comunista pueden ser engañados a creer que la idea es buena. Pero no lo es.
En España, nuestro gobierno socialista-comunista está preparando una ampliación de la infame ley de memoria histórica. Pretenden prohibir cualquier opinión “a favor del régimen de Franco”, en la práctica perseguir a todo aquel que no esté de acuerdo con la nueva historia oficial. Rusia ha anunciado un instituto de la verdad histórica para dar su versión correcta de la historia, blanqueando al comunismo y al Ejército Rojo. Parece que ser historiador se está convirtiendo en una profesión de riesgo. ¿Qué opina de estas leyes y ministerios de la verdad?
Creo que es un error. La libertad de expresión es el núcleo de la democracia occidental. Recuerdo mis días de escuela, cuando la historia blanqueada y los temas prohibidos eran algo normal en la Unión Soviética. Había una historia en casa y otra historia oficial en la escuela. Puedo decir por experiencia propia que esto no fue muy efectivo y que hizo más daño que bien al régimen. Nadie creía al régimen, incluso si ocasionalmente contaba una verdad.
En su película advertía de una posible deriva fascista y xenófoba de Rusia. Sin embargo, doce años después nos encontramos con una Rusia que se dice defensora de la patria o la iglesia ortodoxa, y al mismo tiempo defiende el legado soviético y recurre cada vez más a la dialéctica de tiempos pasados, “la guerra contra Ucrania es una lucha contra el fascismo”. ¿Hacia dónde cree qué se encamina Rusia?
A la desintegración. La regla de la historia es que todos los imperios terminan. Los europeos dejaron de existir en el siglo 20. En Rusia este proceso está en marcha con un antes y un después en 1917 y 1991. Bajo el liderazgo de Putin, Rusia ha ido a la guerra con sus hermanos eslavos, los ucranianos, algo impensable hace 10 años. Ahora es una realidad. Ha perdido Ucrania y probablemente perderá Bielorrusia pronto. Creo que no pasará mucho tiempo antes de que la Federación Rusa se deshaga. Ya hay protestas en Siberia y en el Este, donde la población vive en la pobreza mientras todos sus recursos naturales les son arrebatados por un Moscú colonial. No es un modelo sostenible y el pueblo no lo tolerará por mucho tiempo una vez que Putin se haya ido.
Su película está dedicada a los 20 millones de personas asesinadas en la Unión Soviética. ¿Cree que algún día se hará justicia a todas estas víctimas?
Si. Estoy seguro de que un día se hará justicia.
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