19/09/2024 18:37
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Entiendo por horda postmoderna una yuxtaposición de ideas asistemática – sin unidad, coherencia, y muchas veces antinómicas– que son la estética epistemológica de una sociedad en demolición: cientifismo teológico, racionalismo dogmático y sus engendros coadyuvantes: feminismo-ecologismo. Ideas que nos devuelven a la oscuridad de la caverna, a un estado de misticismo supersticioso administrado por chamanes disociativos e impulsados por jefes que tienen potestad sobre la vida de todos, nos despojan de personalidad convirtiéndonos en cosas en manos del poder. 

 

Esa horda alocada que vive en su jovialidad la virilidad del que acaba de descubrir el mundo sostiene sus mitos como solo estos son capaces de sostenerse, a través de la violencia institucionalizada que impone la fe a fuerza de exclusión política, es el supermito de la democracia -que nos hace libres y plurales–, y la diosa Una pero politeista, es a la vez absoluta y hegemónica, como si dijese: os doy a elegir el feminismo, pero de no tomarlo ateneros a las consecuencia, algo así como una vacuna voluntaria pero obligatoria; es la opción del esclavo que a pesar de todo puede elegir la muerte, en este caso la social, y sin sociedad el hombre no es hombre completo. 

 

Y en esa moral de esclavo uno puede tomar partido por los suyos o por el faraón, que para el caso en lo físico la penuria será la misma y sin pan nos quedamos todos, pero como no solo de pan vive el hombre, no hay cosa más ruin  que ser un perro agradecido, el mínimo a falta de recursos es conservar la dignidad. Pero la moral del “charnego” es un espejismo de poder, como si al admirar al faraón pudiera participar de sus efluvios divinos, escapar psicológicamente de la dominación participando de ella, y de facto se convierte en parte de de su emanación, una herramienta dirigida por el poder, un buen ciudadano, con bozal y vigilante de sus vecinos. 

 

Ahora los directores de la orquesta muy duchos en la ingeniería psíquica, aprovechan sus elementos para hacer de sus vasallos auténticos gallos de pelea. Si bien las personas poseemos conceptos fundamentales que nos hacen pensar la realidad de manera normativa – espacio, tiempo, cantidad, cualidad y otras categorías fundamentales– esos elementos del juicio sintético, la quiebra de lo que pensamos como normativo nos produce la necesidad de rechazarlo, así se explica el principio de la lógica aristotélica de no contradicción, y como es natural uno verá necesariamente falso lo que contradiga a esos principios constitutivos; como que un hombre es mujer en el mismo tiempo y lugar, porque son los límites de la conciencia las condiciones de su posibilidad misma. 

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Así los moralistas tienen una influencia fundamental en la comunidad, porque son ellos los que fijan la normatividad, en nuestro caso el legislador que codifica las máximas de conducta vigentes en la sociedad, pero los nuestros son positivistas, y no creen en la normatividad natural y espontanea, se piensan arquitectos de la moral, y terminan oprimiendo la contingencia natural a la que todos estamos llamados, la libertad como concepto fundamental, el paso del ser al deber ser, y ya sabemos al estado de terror que nos lleva la falacia naturalista.

 

Ahora esto bellacos, que son además morbosos, nos lazan amenazas veladas jugando con los términos, y parecen congraciarse con la ignorancia de sus administrados, como si el que la comunidad pasase por alto el sustrato último de sus consignas les recordase el poder que ostentan sobre ellos. Ahora nos dicen aquello de “nueva normalidad” para informarnos que nos aplican una nueva normatividad, porque esto último supone privar al pueblo de su soberanía.

 

Pero esto no es más que el último acto de la opera, porque para legislar no solo es necesario codificar la norma, vieja aspiración del positivismo jurídico y del monarca absoluto, si no que requiere de un proceso consuetudinario en el que los habitantes de un lugar y de un tiempo llegan a un acuerdo jurídico, a un pacto que se convierte en derecho por opinio iuris sirve necesitatis, es decir la conciencias de su obligatoriedad.

Los dirigentes positivistas –cualidad intrínseca del político racionalista liberal o comunitario– al advertir la necesidad de ese proceso consuetudinario, se ve obligado a difundir sus consignas a través de la propaganda, y así consigue que los simples mortales debatan sobre lo que en ese momento ha considerado el político, aunque hoy más bien el financiero de turno. Lo que llamamos debate político, o cuando escuchamos decir “ eso está o no está en el debate político” no es más que aquello que los capitalistas políticos o monetarios quieren que los medios de comunicación difundan en cada momento, la televisión, radio, redes sociales no son medios para acercarse a la realidad si no para alejarse de ella; ahora vivimos en un estado de histeria colectiva, en una enfermedad que desde luego está siendo una tragedia nacional, de la que ni vemos colas del hambre, ni ancianos muriendo sin dignidad, de la que la tasa de mortalidad es muy elevada si la comparamos con enfermedades de esta clase en los últimos tiempos; sin embargo los 100.000 abortos anuales en España parece, según los medios, un acontecimiento de lo más cotidiano de los que no merece ni una portada de periódico, cuando 100.000 abortos anuales en un país que se encuentra en un punto de no retorno en lo relativo al relevo demográfico debería ser la primera preocupación de los españoles, pero como en los telediarios no se habla de la patria esta no existe y su subsistencia es indiferente. 

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Así se implanta una moral para esclavo que acusa de fóbico al que transgrede la normatividad que le han inoculado: negacionista, tránsfobo, misógino, machista, facha y todas las lindezas que el buen ciudadano dedica al que pretende conservar su autonomía, sin darse cuenta que el mismo se ha convertido en comisario de la doctrina oficial del estado, que desarrollado una fobia a la transgresión de los mitos que sostiene, en una herramienta del sistema que se altera cuando se pone en duda el patriarcado o el animalismo, en un buen consumidor de plataformas de entretenimiento, de cantidades industriales de ropa hecha por mano esclava, de tecnología con hecha con el coltán que extraen niños hambrientos; le han despojado de su conciencia, se ha convertido en: un buen ciudadano.

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Carlos Ferrández López