17/05/2024 03:18
Getting your Trinity Audio player ready...

Desde el inhóspito paramo que como un espejismo se diluye confusamente con un zulo opositor, presentamos, desde las ruinas de nuestra civilización estas meditaciones crepusculares, por si pudieran servirnos para mantenernos en pie en medio de la disolución.

El hombre normal, aquel que entiende y atiende a la trascendencia inmanente, y se sabe heredero de una tradición sapiencial eterna y perene necesita más que nunca una doctrina de asalto. Ya nos dejó el maestro Evola un legado impagable, un “Cabalgar el Tigre” con unas orientaciones existenciales para la vida práctica. Poco o nada podemos aportar a lo que ya está escrito, no obstante, en la medida de nuestras posibilidades trataremos de exponer aquí algunas breves conclusiones sobre lo no pensado de lo escrito sobre un horizonte inexplorado.

El postmodernismo, el “Kali Yuga” parece estar en uno de sus momentos fuerza – puntos temporales fuertemente disolutivos –. El ciclo decadente como realidad es inevitable lo cual no disculpa de adoptar una adecuada posición espiritual. Las opciones en occidente de vivir una experiencia vital normal se están haciendo cada vez más difíciles si no imposibles, aquel que entienda que aun puede cumplir su papel existencial a través de una ética burguesa se engaña a si mismo, tanto como el que se aferra a los dogmas de un Dios muerto o fantasea con el aislacionismo religioso de las sectas.

Bajo nuestro punto de vista el hombre normal solo tiene una posibilidad legítima de enfrentarse a las fuerzas que diluyen su naturaleza: en primera instancia adquirir conciencia del mundo que transita y después forjar una doctrina de asalto.

La ética cristiana y la moral burguesa son residuos de un conservadurismo anacrónico que desde la transición ha tratado de defenderse erráticamente del ataque materialista de la modernidad. El problema fundamental de estas doctrinas es que no saben ni pueden contestar a la pregunta fundamental ¿defenderse de qué? Si la ética protestante es la fuente del liberalismo, y el liberalismo el padre del materialismo – sin desmerecer a los atomistas y a Epicuro – ¿Qué puede el cristianismo protestante contra sus vástagos?

LEER MÁS:  La realidad que hay detrás de la manipulación mediática. Por Carlos Ferrández López 

 Si bien el catolicismo quiso ser la defensa de lo “santo” terminó por rendirse a la disolución y esa doctrina aristotélico-tomista que fue la máxima expresión de la santidad en occidente ha terminado reducida a un platonismo increíble incluso para sus propios fieles, y la oración en una petición de bienes materiales a un dios-persona; siendo así no es de extrañar que cada día las iglesias estén más vacías, ya no sean un medio útil para reunirse con lo santo.

¿Cómo puede entonces el hombre normal forjar una doctrina de asalto? En nuestra opinión el camino empieza tomando conciencia de un deseo genuino: el deseo de Dios, y luego encomendando la vida a la búsqueda de lo santo, sin dogma ni fideísmo alguno. El deseo más profundo de la conciencia es conocer y unirse a Dios, o, dicho de otra forma: religarse – que quiere decir volverse a unir – y de ahí la palabra religión.

 Solo el que entiende que el sentido profundo de su existencia es Dios puede ocupar posición digna en esta experiencia consciente a la que llamamos vida. ¿por qué es Dios tan importante y necesario a la vez? Porque sin conciencia de Dios no hay posibilidad de defenderse espiritualmente contra el materialismo – entiéndase que no estamos hablando de un dios- persona si no de la misma realidad, aquello a lo que en oriente se llama el Dharma –. El despojado de Dios cae fácilmente en las fatuas excentricidades de la modernidad: Veganismo, feminismo, LGTBI; mientras que los abiertos a Dios suelen mantenerse ecuánimes ante las ideologías: la represión sexual, la discriminación sobre la mujer, y el daño a los animales son conductas intolerables, pero la deificación de la mujer, de la homosexualidad, y de los animales es a si mismo intolerable.

LEER MÁS:  ¿Sin límite en la lealtad? Por Jose Luis Díez

El hombre normal tiene que desenvolverse en un mundo que está en su contra desde su mismo nacimiento; la propia misión del hombre sobre el cielo y la tierra constituyen una transgresión moral “amarás a Dios sobre todas las cosas” “creced y multiplicaos” son premisas axiomáticas que constituyen una vulneración de las premisas necesarias en la lógica postmoderna.

En la vida práctica no queda más remedio que adoptar una postura intransigente ante la mediocridad de lo posmoderno a fuer de sustituir un transigir en las humillaciones por una digna conformidad con la naturaleza.

 Un hombre normal debe mantenerse firme ante la tormenta, o en palabras de Evola “en pie ante las ruinas”:

 ante el materialismo una espiritualidad vigorosa, ante la ideología política moderna un apoliticismo militante, ante la masculinización de lo femenino un celibato edificante.

Sin duda, la vía que proponemos implica graves renuncias a las lujuriosas promesas del mercado moderno: riqueza, sexo y libertad ilimitadas; pero una vez despierto el hombre se da cuenta de que esas promesas no son más que venenos que lo condenan a una vida profundamente infeliz.

Deshacerse de tales desviaciones suponen el principio de libertad espiritual que todo hombre normal necesita para emprender una seria “revuelta contra el mundo moderno”.