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Desde principios de este año, la Francia de Emmanuel Macron es un país hecho a medida para el lobby LGTB. El 31 de enero se aprobó una ley, que contó con el apoyo de todos los partidos políticos presentes en la Asamblea Nacional, incluida la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que prohíbe que cualquier individuo u organización ejerza presión sobre una persona para que tenga una sexualidad heterosexual, incluida la presión ejercida por los padres sobre sus hijos. En este último caso, los jueces pueden decidir “sobre la retirada total o parcial de la patria potestad”, es decir, unos padres pueden perder la custodia de sus hijos si los animan a mantener una sexualidad heterosexual. Por el contrario, la ley no persigue a aquellos que alienten a los niños a seguir una sexualidad alternativa ni a llevar a cabo un cambio de sexo.
Siguiendo la estela política del Macronismo, en febrero, el Tribunal de Apelación de Toulouse reconoció a un hombre de unos cincuenta años como “madre”, y no como “padre”, a pesar de concebir a su hijo de manera natural con sus órganos sexuales masculinos. El tribunal acordó que el hombre podría ser etiquetado como la “segunda madre” porque se considera una “mujer transgénero” y había registrado su “cambio de sexo” en el Registro Civil. La sentencia, como recoge el periódico Liberation en su artículo “Victoria para Claire”, ha sido considerada como un gran avance para los derechos fundamentales de los LGBT+.
La simpatía de los liberales de Macron por el movimiento LGBT se dejó sentir también durante la Marcha del Orgullo de París, celebrada el 25 de junio, en el que participó una carroza del grupo europeo Renew Europe, al que pertenecen los eurodiputados macronistas. Pero el símbolo más claro del compromiso de Emmanuel Macron con la causa LGBT es su ministro de asuntos europeos, Clément Beaune, un activista de los “derechos LGBT” y un ferviente partidario de aplicar el mecanismo del Estado de Derecho contra Polonia y Hungría. Hace apenas unos días, el progresista Beaune se lamentaba en Twitter de que las refugiadas ucranianas no pudieran tener acceso al aborto y ofrecía el apoyo de Francia a las ONG que las ayudasen a abortar para “defender incansablemente los derechos de las mujeres”. Francia, como el resto de la UE, aún no ha ofrecido ninguna ayuda a Polonia y Hungría que han recibido más de 4 millones y medio de refugiados ucranianos.
Sin embargo, nunca es suficiente y, como todos los movimientos de la Revolución Woke, el LGBT está embarcado en una profunda radicalización. Como ya estamos viendo en el caso del feminismo, los que antes eran “oprimidos” pueden convertirse de un día para otro en “opresores” de una nueva minoría. Olivier Bault, en un artículo para Remix News, denunciaba esta semana la radicalización del movimiento LGBT y la aparición de un grupo llamado Orgullo Radical, que marchó el 19 de junio en París con eslóganes en los que pedían quemar viva a la policía (“¡100, 200, 300 grados! Esa es la temperatura adecuada para quemar a los policías”) y enjaular a los heterosexuales (“¡Heterosexuales al zoológico, liberad a los animales!”). Además de proclamar estas barbaridades, las diecinueve organizaciones detrás de la marcha abogaron por una manifestación “antirracista y antiimperialista” y “por los derechos de los migrantes”.
“Nosotros, personas LGBTQIA+ con identidades diversas y de diferentes comunidades, lanzamos el movimiento del Orgullo Radical el año pasado. Fuimos cerca de 30.000 personas LGBTQIA+ y aliados los que expresamos en las calles nuestros valores antirracistas y anticapitalistas. En vista del contexto político actual, este año hemos optado por plantear nuestras reivindicaciones antirracistas y antiimperialistas en favor de los derechos de los migrantes”.
Para Orgullo Radical, la organización Inter-LGBT que organiza las Marchas del Orgullo “es casi toda blanca”. Sin embargo, la discriminación contra los blancos ha estado también presente las Marchas del Orgullo tradicionales, como fue el caso de Dijon, en el que los organizadores denunciaron el “liberalismo gay blanco”, o de la segunda ciudad de Francia, Lyon. Por segundo año consecutivo el desfile fue segregado racialmente y la parte delantera de la marcha estaba reservada a los “racializados”, mientras que los blancos se situaban en la parte trasera. La explicación de la organización para esta discriminación es demencial: “Esto permite evitar ciertos problemas relacionados con la presencia de personas no concernidas y que estarían ubicadas en estos espacios: la invalidación de las experiencias vividas, la monopolización de la palabra, los comentarios y juicios intrusivos, las prácticas no adaptadas a las necesidades de las personas concernidas, etc. (…) Incluso si se siente que se es benévolo y se deconstruye sobre ciertos temas, existe la necesidad por parte de las personas afectadas de tener espacios reservados para sentirse libres de hablar, de organizar acciones, de exigir derechos. Además, el comportamiento opresivo no es necesariamente voluntario y consciente. Cuando se está en una posición de privilegio (blanco), no se percibe el mundo de la misma manera”
A pesar de la obsesión con los blancos, en Lyon y en otras ciudades de Francia algunos manifestantes fueron atacados por personas “de aspecto magrebí”. En el Orgullo Radical de París, los manifestantes con camisetas de “Yo soy Mila” también fueron atacados por otros activistas LGBT de origen magrebí. En 2020, Mila, una adolescente lesbiana, recibió decenas de miles de amenazas de muerte por criticar al Islam en las redes sociales. Tuvo que abandonar su instituto y desde entonces ella y su familia viven bajo protección policial. Su caso no es único y causó una gran conmoción. Curiosamente, las encuestas señalan que el partido más votado por los homosexuales en Francia es el de Marine Le Pen.
Las posturas de Orgullo Radical o de la marcha de Lyon pueden parecernos una mera anécdota, sin embargo, las declaraciones que hace unos pocos años eran consideradas radicales son hoy una realidad y reciben el apoyo de los medios de comunicación, grandes multinacionales e incluso de Disneyland París. La pregunta es: ¿Qué será lo siguiente?
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