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Seguramente no exista en el mundo una pintura como el Guernica, con tanto calado simbólico o repercusión política, ni que genere mayor idolatría. Tampoco hay otra que infunda tanto temor ni que disuada tan eficazmente de toda crítica.

Es evidente que la carga moral e ideológica presente o atribuida a la obra en cuestión prima sobre cualquier análisis o valoración técnica o estética de la obra. Y, aunque en las artes plásticas, esta prevalencia del mensaje –y/o su emisor– sobre cualquier otra consideración podría asumirse como esencialmente anómala, postergar o –incluso– anular la misma cualidad plástica de la obra pictórica, desde hace tiempo, ya no es excepcional.

La intención –cuando la intención es políticamente “correcta”– prima, hasta el punto de redefinir el mismo concepto de belleza. Como expresó perfectamente el crítico estadounidense Arthur Coleman Danto a propósito de las Elegías de Motherwell a la segunda república, el compromiso político con el bando “correcto” de la guerra civil española era lo único determinante; el factor decisivo para una evaluación positiva:

“[…] descubrí que las Elegías –a su muerte, Motherwell había pintado más de 170– eran artísticamente excelentes no sólo porque eran bellas sino porque su belleza era un acierto artístico. Quiero decir que, cuando capté su pensamiento, comprendí que su belleza era interna a su significado.”[1]

Poco importaba que las Elegías de Motherwell fueran obras abstractas, realizadas en serie y sin cuidado, como admite el mismo filósofo:

 “Todas las Elegías son composiciones en blanco y negro de gran formato, con algún punto ocasional en rojo u ocre. Generalmente presentan dos o tres óvalos negros intercalados con anchas barras verticales. Se pintaron libremente y con bastante urgencia: da la impresión de que la pintura negra fue arrojada sobre ellas, con algunas salpicaduras y goteos adicionales.”[2]

Sin embargo, para Danto, la invocación del espíritu que las animaba hacía admirables aquellas manchas. Remedando el tópico habitual en torno al Guernica, lo importante no era en absoluto la forma sino “la expresión”: “Las severas formas negras, sin embargo, dan, en efecto, la impresión de ser figuras informes en un paisaje roto, que por fuerza tiene que ser una escena de sufrimiento. Las obras, sin embargo, son incuestionablemente bellas, como corresponde al estado de ánimo anunciado por su título: elegías.”[3]

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¡Qué pensamiento tan aplastante! ¡Cuánto rigor académico! ¡¿Pero qué construcción conceptual y gramatical es esa, plagada de fórmulas adversativas, mezcla absurda de presuntas matizaciones y autoafirmaciones?! Y cuán curiosa, por cierto, la coincidencia compartida con otro académico de postín, Juan Pablo Fusi, en el uso de la muletilla “en efecto”[4], esa fórmula vacía con la que se anima el escritor pretendiendo reforzar sus ideas con el aval de una confirmación externa inexistente.

Sin embargo, lo que en condiciones mínimamente normales denotaría una preocupante negligencia en la articulación argumentativa –digna de una crítica severa–, no es denunciado ni combatido por nadie en el ámbito universitario. Y razonamientos susceptibles de ser catalogados como producto de la más absoluta indigencia intelectual, pasan por respetables, solventes e inatacables.

La impunidad alimenta la impunidad y, sin duda, la construcción mencionada es la de alguien que hace tiempo se sabe impune para ejercer su proselitismo desde el púlpito de su cátedra. Circunstancia nada excepcional en el ideológicamente homogéneo ámbito universitario o entre las llamadas “élites intelectuales”, como reconoce el mismo Danto: “La nuestra es, cada vez más, la era del comisario. El propio comisario ha dejado de ser alguien que, etimológicamente, se cuidaba del arte –en inglés, comisario es curator–, para convertirse en alguien cuya imaginación ostenta por derecho propio un papel artísticamente activo: un espíritu emprendedor que crea discurso con las exposiciones y busca mejorar la conciencia cultural general […]”[5]

De hecho, tal afirmación sólo verifica la pulsión totalitaria encerrada en el afán por monopolizar la cultura, manifiestada en fórmulas o etiquetas como “arte comprometido” o “políticamente correcto”.

En este sentido, atiéndase a la innecesaria confesión de Ángeles González Sinde, ex-ministra socialista bajo el gobierno del resucitador de la guerra civil y responsable de la ley de memoria histórica, José Luis Rodríguez Zapatero. La nueva presidenta del Patronato del Reina Sofía, a propuesta del Ministerio de Cultura, afirmaba en una entrevista el 4 de julio de 2020: “Este museo lleva tiempo intentando ser más que un depósito de pintura y escultura. Es un centro que dialoga con la sociedad, que genera y emite información.” [6]

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¿Se puede reconocer de forma más clara la función de este centro cultural como plataforma propagandística? Un museo que es más que un museo recuerda, sin mucho esfuerzo, a aquel club de fútbol autodefinido, con razón, como mes que un club.

¿Acaso creemos que la ley de memoria histórica no responde al interés de una ideología concreta y su naturaleza totalitaria?

Volviendo a Danto:

“Tras la muerte de Franco, el gobierno español honró a Motherwell por haber mantenido el único estado anímico moralmente aceptable durante los años de la dictadura, una clase de memoria moral perdurable […]”[7]

Una explicación elocuente del espíritu que anima las leyes de memoria histórica y, ahora, “democrática”. No en vano, el objeto de las Spanish Elegies “es hacerle sentir al espectador una emoción adecuada por una forma de vida política caída muchos años atrás, que muchos esperaban que sería bella de haber sobrevivido y prevalecido.”[8]

Generaciones de profesores, durante décadas, han venido “haciendo sentir” a sus alumnos “la emoción adecuada” ante el Guernica o ante las Elegías. Postración convertida en rito de paso obligado para millones de niños y adolescentes a los que se ha enseñado a apreciar “el símbolo” por encima de la pintura. De una pintura que no comprenden y que no se atreven a despreciar, siquiera interiormente, por miedo y por costumbre.

[1] Danto, Arthur Coleman. El abuso de la belleza (2003), Editorial Planeta S.A. – Paidós, Barcelona, 2011, p. 163.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ver El malestar de la modernidad. Editorial Biblioteca Nueva S.L. – Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, 2004.

[5] Danto. Op. Cit., p.175.

[6] Antonio Lucas. El Mundo, Papel del sábado, hoja nº 40, Madrid, 4 de julio de 2020.

[7] Danto. Op. Cit., p.164.

[8] Ibíd., p.177.

Robert Motherwell, elegy nº110 . Elegía a la República Española CX

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Santiago Prieto