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Los hombres somos testigos y protagonistas de la Historia a pesar de no ser del todo conscientes de ello la mayoría de las veces. Esto es lógico, la sucesión vertiginosa de hechos políticos que tienen impacto en lo cotidiano -aunque no se perciban claramente por el fragor de la lucha diaria, por la supervivencia en esta fase de interregno que vivimos- no nos permiten tomar conciencia suficiente de ello. Sin embargo así es.
Estos tiempos aciagos me traen a la mente el título del último libro del profesor Alberto Bárcena que no deja de ser adecuado y premonitorio, lamentablemente: La pérdida de España. ¿Es este el período de pérdida de un pueblo, una nación o de una identidad como la española o hispana? ¿Será también el fin de los principios y valores del ser de millones, que aún no se resignan a desaparecer en el magma del multiculturalismo uniforme del globalismo? Todo parece indicar que vamos por ese camino, de manera inexorable. Afortunadamente aún tenemos la Historia, la nuestra, la verdadera, que nos alecciona y nos muestra el camino a seguir aunque sea largo y tortuoso.
España ya se perdió alguna vez o así lo pareció durante siglos, sin embargo resurgió de sus cenizas y la Providencia le deparó el destino más promisorio de todos y del que muy pocos han tenido la fortuna de formar parte. El ejemplo de esto fue el largo y duro periodo llamado Reconquista o Restauración del Reino Visigodo de Toledo, del Reino perdido. Hispania, la patria visigoda, se perdió después de los reinados de Vitiza y Rodrigo con la invasión musulmana del 711. Fue el desastre más absoluto para los herederos de Roma y la Cristiandad europea, es decir del mundo civilizado conocido por entonces. Esos tiempos hoy cuesta comprenderlos ya que la mentalidad moderna es muy diferente a la visión del mundo que se tenía por entonces. Sin duda fue una terrible y auténtica derrota que marcó un antes y después, no solo para Hispania sino para toda la Cristiandad. Fue la pérdida de la Patria que por entonces tenía un significado de mayor peso al que puede tener hoy en día.
Esa patria, San Isidoro de Sevilla la definió en sus Etimologías y en sus Sentencias como “la entidad constituida por el territorio [regnum] y el pueblo (visigodo) [gens], que el rey [rex] gobierna y personifica”. A estos tres términos de rex, gens y regnum, podemos añadir los de la ecclesia y el exercitus, como componentes esenciales de la Hispania visigoda. Sin embargo en medio del desastre y la destrucción, un puñado de hombres movidos por su fe, tradición y cultura no se resignaron. Desde una posición de resistencia muy dura y difícil, completamente aislados en el norte de la península, plantaron cara y dieron batalla a un pueblo poderoso y muy superior en número, ajeno a su fe y con una cultura incompatible con la heredada de Roma y Cristo.
Allí apareció casi providencialmente Pelayo, quien inició el resurgir visigodo en la batalla de Covadonga. Él fue el jefe de la milicia a cargo del rey Rodrigo, un espatario, un auténtico godo, quien junto a unos pocos valientes que le siguieron, encarnó la continuidad de la patria perdida. La gens visigoda y su exercitus se unieron a Pelayo como el sucesor legítimo. Después de ser elegido rey, según los preceptos jurídicos visigodos y legitimados por la religión cristiana, Pelayo se convirtió en el nuevo Rex Gothorum, poseedor por legado del Imperium legítimo para ello. Más tarde el reino asturiano, leonés y castellano continuaron con la tarea iniciada por esos pocos cristianos y patriotas dignos de ser así llamados.
Sabemos de ese período oscuro y de esos auténticos héroes, gracias a la Crónica Silense, Historia Silense o, más propiamente, Historia Legionense, que es una biografía inconclusa de Alfonso VI de León, escrita en latín en el primer tercio del siglo XII. En ella está implícita la idea de continuidad política de los reinos cristianos, con una patria visigótica perdida tras la invasión musulmana. Una Restauración de Hispania, de la Patria, la misma de la que por entonces hablaba San Isidoro de Sevilla, destacando el vínculo intrínseco que une al rey y a su pueblo.
Las cosas no pasan porque sí, ni siempre el enemigo está fuera y el victimario es extranjero. La sabiduría del santo sevillano no deja de sorprender hoy en día. La política decadente de Vitiza acarrea la pérdida moral de la gens visigoda. En la Historia legionensis, Vitiza es considerado como “un lobo entre las ovejas”, responsable de la invasión musulmana y la destrucción de la Patria. El rex, la gens, el exercitus, la ecclesia y el regnum hispánico terminaron con él y con el pacto con los moros.
Hubo también una perdida moral, el llamado Morbus Gothorum, o la lucha por el poder entre los linajes visigodos. El Morbus Gothorum se concreta aquí en la guerra interna entre los linajes de Vitiza y de Rodrigo, entre Vitiza y Godofredo, padre de Rodrigo, y luego entre Rodrigo y los hijos de Vitiza. Rodrigo destierra a los dos hijos de Vitiza y estos se alían al conde don Julián que ya estaba tramando la invasión mora. Esta acción de Julián y de los dos hijos de Vitiza acarrean la “perdición del reino de toda España” según la crónica. Después de la pérdida y la tragedia solo queda la fe y la lucha de unos pocos por la regeneración y restauración de la identidad y la patria.
Salvando las distancias, los hechos actuales tienen muchas similitudes con los vividos entre el 711 y 1492: pérdida de valores y moralidad, odios personales, venganza, traición, codicia y todo lo que ello conlleva cuando el único interés es el reemplazo de una civilización por otra degradada sin sacralidad, fronteras ni consanguinidad.
Nada ni nadie nos asegura que el desarrollo de los hechos culmine con una victoria de la Civilización Cristiana -o lo que quede en pie de ella- a corto plazo. La Tradición, del mejor legado de la Cultura Occidental y los principios de la Ley Natural, la Religión, la Patria y la Familia, son los objetivos a batir por los nuevos don Juliánes y los califas del nuevo orden mundial. Probablemente ya pasamos por el Guadalete del siglo XXI. Ante esto tenemos a la Historia como ejemplo y guía de supervivencia para estos tiempos de travesía en el desierto, esperando que en algún momento vuelva a caer Granada.
¿Estamos viviendo un período de perdida como ya lo hemos sufrido otras veces durante la Historia? Probablemente así sea porque así lo parece. El mal y la oscuridad son poderosos, destruyen, someten y corrompen muy fácilmente. No descansan jamás y sus secuelas y consecuencias suelen dejar marca pero no son eternas, tienen un principio y un fin. Al Final de los Tiempos el bien y la luz triunfan. Los Textos Sagrados y los hombres de fe están estarán ahí para demostrarlo finalmente.
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