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(Paulina cubre su cuerpo con dos toallas rojas. Una la lleva atada a la cintura y le cubre hasta los pies. La otra la lleva sujeta al tórax y le cubre los pechos y el pelo lo lleva atado en un moño arriba).
PAULINA: Buenas tardes, Paul. Hoy estoy de desastre y tendrás que hacer una obra maestra para ponerme a tono. Me duele todo el cuerpo, pero especialmente la espalda, la cintura y los muslos. Apenas si puedo moverme sin dolor.
(El Negro no contesta pero se va hacia ella y suavemente la acerca a la mesa-camilla y la obliga a tumbarse boca abajo y cuan larga es. Luego le sugiere con señales que debe quitarse la toalla que lleva atada al tórax. Él acerca una silla taburete y comienza a darle masajes por la espalda, entre «ayes» de dolor. A pesar de ello sigue hablando con Madame Juliette, la Marquesa de Pissa).
PAULINA: Juliette, te lo aseguro no hay nadie como los italianos haciendo el amor. Felice me vuelve loca y me hace cosas que a ningún otro hombre se le ocurre hacérmelas… Y eso que hoy ¡el pobre!, estaba tan nervioso que apenas si podía quitarse el miedo de su cabeza. Este hombre si se va de París, te lo aseguro, se muere. Claro que al final ha acabado rindiéndose a mis pies. Conmigo no pueden ni los italianos.
JULIETTE: ¡Ay, Paulina, que brutas eres! No cambiarás en tu vida, ni siquiera sabiendo lo que ahora te juegas. Te lo vuelvo a decir y te lo repito, no te enfrentes a tu hermano, el Primer Cónsul es demasiado poderoso y cuando da una orden es una orden.
PAULINA: Claro, porque los demás, todos se hincan de rodillas ante él y sólo saben halagarle… ¡Pues yo no le voy a halagar!… Si él es el Primer Cónsul y el máximo poder de Francia yo soy la reina de mi cuerpo y en mi cuerpo sólo mando yo.
JULIETTE: Por supuesto, tú serás la reina de tu cuerpo, pero en Francia manda él y si ha decidido echar de Francia a tu Compositor no habrá quien lo pare.
PAULINA: Bueno, eso ya lo veremos. Ahora quiero que envíes con urgencia dos servidores de los nuestros a casa de Madame Tallien y a casa de mi hermano Luciano. Y ponles una nota diciéndoles que tengo urgencia de hablar con ellos, que les espero, y si puede ser, esta misma tarde o noche… ¡Oh, Paul, me estás haciendo mucho daño! (El Negro detiene la acción de sus manos y con gestos le indica que tiene que descubrir su cintura y sus muslos para mover sus músculos. Paulina obedece y con la ayuda de Paul va subiendo y bajando la toalla que cubre esa parte de su cuerpo y le permite que sus manos hagan su trabajo)
JULIETTE: ¿A la Tallien?
PAULINA: Si, si a la Tallien… La condesa será lo que es, la celestina de París y tendrá la fama que tiene, pero no olvides que es la mejor amiga de Josefina, su más intima amiga y confidente… por algo vivieron juntas en prisión la etapa del terror y estuvieron a punto de perder la cabeza. Hay cosas que atan para toda la vida.
JULIETTE. Si, Paulina, tu dirás lo que quiera, pero no olvides que Bonaparte, tu hermano, le ha prohibido la entrada en las Tullerias e incluso le ha prohibido también a Josefina que la vea.
PAULINA. Lo sé, pero esa «zorra» y la «vieja» se saltan a la torera las órdenes de mi hermano, ya sabes que en materia de mujeres mi hermanito es un bobo y Josefina le tiene embaucado. ¡Ohhh Paul me estas destrozando mis muslos!… y no me destroces mis muslos que son mi mejor arma de batalla.
JULIETTE. Y a tu hermano Luciano ¿Por qué quieres verle?
PAULINA. Amiga mía, porque Lucian es de los que no se han hincado de rodillas y me interesa saber su opinión sobre mi músico y la orden de expulsión. Ya sabes que Napoleone le ha prohibido que se case con su novia americana…
ESCENA SEIS
(En ese momento entra la sirvienta Carlota y dice)
LA SIRVIENTA. Perdonad Señora, Madame Tallien esta fuera y pide verla.
PAULINA. ¿Madame Tallien?…. ¡Qué barbaridad, ni que hubiese estado oyéndonos!… Pero, mira, mejor así; mejor que ella venga a que yo la llame. Sí, sí Carlota, hacedla pasar… Me interesa saber a qué viene, aunque me lo imagino, detrás de ésta seguro que está la vieja».
(En ese momento entra Madame Tallien en escena. Se trata de una mujer muy guapa, muy elegante y viste muy provocadora)
MADAME TALLIEN: ¡Oh, mi querida Paulina, perdonad que me haya presentado sin avisaros, no sabía que estabais en vuestra hora de masajes! También a ti te saludo, querida Juliette.
PAULINA. Mi querida Teresa, no tengo nada que perdonaros, mi casa es vuestra casa y siempre seréis bien recibida. Sois vos la que tenéis que perdonarme a mí por recibiros así.
MADAME TALLIEN. ¡Oh, no Paulina!… en realidad me alegro, tenía ganas de conocer a vuestro Negro, en la Corte se habla mucho del Negro que la bella Paulina se ha traído de Haití.
PAULINA. Está bien, mi querida Teresa, pero después de la paliza que le ha dado a mis músculos «mi Negro» no tengo más remedio que bañarme. Así que si no os importa aquí os quedáis mientras con mi querida Juliette.
(Y mientras dice esto se baja de la camilla y cubriéndose se va hacia la puerta del dormitorio, acompañada del Negro que la sigue dos pasos atrás)
MADAME TALLIEN. ¡Qué barbaridad! ¡Cómo está el Negro!…. ¡Qué hombre!
JULIETTE. Si, Teresa la verdad es que Paul es un bello ejemplar de su raza… aunque el pobre es sordomudo.
MADAME TALLIEN. ¿Y eso que importa?… Lo que importa es su cuerpo, qué hombros, qué brazos, qué piernas, qué boca…
JULIETTE. No sigas, no sigas Teresa, que vas a llegar donde no debes.
MADAME TALLIEN:¡Oh Juliette, ya me gustaría, ya me gustaría!… aunque solo fuese por una noche. Porque si lo que he visto es como es no quiero ni pensar cómo será lo que no se ve.
JULIETTE. Pues, me parece que va a ser que no, porque Paul es exclusivo de Paulina.
MADAME TALLIEN. Oye, mi amiga ¿estuviste tú con Paulina en Haití?
JULIETTE. Pues sí, estoy con ella desde que llegó a París con la familia.
MADAME TALLIEN. Debió ser terrible aquello ¿verdad?… una isla de negros incultos debe ser un infierno.
JULIETTE. Pues no lo creas, porque allí no había sólo negros. Ten en cuenta que en las Américas hay ya muchos blancos y sobre todo muchos mestizos. ¡Y aquello es tan rico! Y ríete tú de los palacios de París, allá hay palacios que no tienen nada que envidiar ni siquiera a las Tullerias. Tal vez lo peor sea el clima, es un clima loco, a veces, en un mismo día, quema el sol como en el desierto y a los cinco minutos caen lluvias torrenciales.
MADAME TALLIEN. Por eso no me imagino yo a Paulina encerrada sin fiestas y mal vestida.
JULIETTE. ¿Qué dices, Teresa? Eso creíamos todos cuando íbamos en el barco, pero cuando llegamos allí nos encontramos con una Corte tan esplendorosa como la de Versalles. Los oficiales del ejército y los grandes terratenientes organizaban grandes fiestas la mayoría de las noches… y se hacían excursiones y días de campo y de playa.
MADAME TALLIEN. ¡Mondieu!, entonces Paulina se lo pasaría mejor que en París.
JULIETTE. Pues, y más siendo el general Lecler el jefe supremo. Paulina se hizo enseguida dueña de la situación y en pocos meses ya era como una Reina. A partir de ese momento «aquello» fue como una Corte europea.
MADAME TALLIEN. ¿Y Paulina se conformaba con el general Lecler?
JULIETTE: Al principio, sí… Luego surgieron algunos oficiales que la adoraban y la seguían como las moscas siguen a la miel.
MADAME TALLIEN. ¡Y ese cuerpo explosivo que Dios le ha dado!… ¿es verdad que en la travesía del Atlántico se pasaba los días tumbada en cubierta tomando el sol totalmente desnuda?
JULIETTE. Sí, es verdad, ya sabes que Paulina es así, no le da importancia «al qué dirán» y se salta todas las normas sociales. Ya sabes, Teresa, «mi cuerpo es mío y yo hago con él lo que quiero».
(En ese momento entra en escena Paulina y su figura no puede ser más «haitiana». Cubre sus largos cabellos sujetos muy arriba y atados con una gran toalla y viste una especie de kimono oriental muy colorido que deja traslucir su cuerpo desnudo).
PAULINA. ¡Oh, Teresa, perdona, hoy necesitaba el baño más que ningún día!, menos mal que tengo a mi lado a Paul, «mi negro», como dices que le llaman las «cotorras» de la Corte de mi hermano al pobre diablo que me he traído del Nuevo Mundo.
MADAME TALLIEN. No te preocupes, mi querida amiga, Juliette y yo nos entendemos muy bien y no nos aburrimos.
PAULINA. (Mientras va a tumbarse a la «chaise longe»). Bueno, mi querida Teresa, ¿a qué se debe el honor de tu visita?
MADAME TALLIEN. Paulina, no puedes abandonarme. Mis reuniones sin tu presencia se apagan. Anoche mismo el general Lafayette se pasó todo el rato preguntando por ti, y Monsieur Ouvrad, y el duque de Abrantes, y hasta el Cardenal de Rohan, todos, todos preguntaban por ti… no olvides que tú eres ahora mismo la flor de los Bonaparte y no olvides que tu hermano Napoleón es el amo. Todos admiran tu belleza y todos hablan de tu inteligencia… ahora mismo eres la viuda de Francia… y sólo tienes 24 años.
PAULINA. Teresa, déjate de halagos y dime de verdad a qué has venido. O mejor, ¿quién te ha mandado que vengas?
MADAME TALLIEN. Está bien, Paulina, me he enterado del problema que tienes ahora mismo con tu «protegido», el compositor italiano, y sé la orden que le ha cursado mi amigo Fouché, el Ministro de la Policía.
PAULINA. Es un asunto personal.
MADAME TALLIEN. Ya lo sé, Paulina, pero «alguien» quiere ayudarte a resolver el problema.
PAULINA. ¿Alguien?, ¿qué alguien?… Habla claro, ¿ha sido esa «vieja» la que te ha pedido que vengas a verme? Estoy segura.
MADAME TALLIEN. Pues sí, no te engaño, Josefina me ha pedido que venga a sugerirte lo que debes hacer.
PAULINA. ¡Esa estéril no tiene que hacerme ninguna sugerencia!
MADAME TALLIEN. Paulina, no te obceques, en este caso Josefina quiere ayudarte, está de tu parte.
PAULINA. No me lo creo, Josefina sólo piensa en ella y en sus «niños». Pero, cuéntame, quiero reírme un rato.
MADAME TALLIEN. Paulina, Josefina te aconseja que en esta ocasión no debes enfrentarte a tu hermano, porque se ha propuesto acabar con el compositor y cuando al Primer Cónsul se le pone algo entre ceja y ceja es mejor cumplir sus órdenes. Te sugiere, si de verdad estás interesada por ese hombre, que le hagas desaparecer de París al menos una temporada…
PAULINA. ¿Sólo de París?
MADAME TALLIEN. Sí, sólo de París, porque según me ha dicho ya ha pactado con Fouché que le deje tranquilo en otro lugar de Francia… al menos, hasta que el Primer Cónsul se olvide de él. Sólo así, según Josefina, podrás detener el golpe y resolver tu problema.
PAULINA. (Tras una pausa prolongada, haciendo como que piensa). Bueno, bueno, no es mala idea, aunque venga de la «vieja». Pero el tema con mi hermano lo resolveré yo. No estoy dispuesta a que maneje mi vida como maneja la de los demás… Si yo no me meto en sus líos amorosos, que no se meta él en los míos.
MADAME TALLIEN. Eso es cosa vuestra Paulina. En fin, yo ya os he trasladado la sugerencia de Josefina… que hago mía también. Paulina, sé prudente y sobre todo astuta. No te enfrentes nunca con el Poder de frente.
PAULINA. Está bien, querida Teresa, y yo os agradezco vuestra sinceridad.
MADAME TALLIEN. ¿Acudiréis esta noche a mi «Salón»? os aseguro que os gustará, pues además de los habituales me han confirmado su presencia el pintor David, ya sabéis, el genio del retrato, el que ahora mimos está acabando uno que le ha hecho a vuestro hermano, el Primer Cónsul… y también estarán Madame Stael, y Chateaubriand, y el americano Benjamín Franklin.
PAULINA. Está bien, Teresa. Haremos lo posible por ir. Juliette me acompañará
MADAME TALLIEN: Pues, entonces hasta esta noche.
(Y con besos a las dos damas se retira y sale de escena)
PAULINA. (Al quedar a solas con Juliette) Bueno, Juliette ¿qué te ha parecido?
JULIETTE. Pues… yo creo que Teresa tiene razón, Paulina.
PAULINA. Sí, creo que es una inteligente sugerencia pero lo que no me gusta es que sea una idea de la vieja.
JULIETTE. No seas terca, me parece que en este caso Josefina te quiere ayudar de verdad.
PAULINA. Ya lo sé, aunque no sé porqué… claro que… (como pensando consigo misma) sí, ya sé porque… Josefina busca aliados.
JULIETTE. ¿Aliados? No sé qué quieres decir.
PAULINA. Vamos a ver Juliette, es un hecho que Josefina no puede tener hijos y ella sabe que mi hermano quiere tener un heredero a toda costa.
JULIETTE. ¿Y tú qué tienes que ver en eso?
PAULINA. Juliette, Josefina, que es muy lista, ve ya en el horizonte que si no le da un hijo a mi hermano antes o después se divorciará de ella y eso le debe estar quitando el sueño… y por eso busca aliados… ¿Qué mejores a liados que su propia familia?… esa quiere tenerme de su parte cuando llegue lo que ella teme.
JULIETTE. Pues muy bien. Aprovéchate y gánatela como aliada, porque me parece que el Primer Cónsul no se va a conformar con echar de Francia a tu músico.
PAULINA. ¿Qué quieres decir?
JULIETTE. Lo que oyes, estoy esperando que tu hermano te llame a las Tullerias o que de un momento a otro se presente aquí.
PAULINA. ¡Ah por mi estupendo!… yo no le temo… anda Juliette lo que haya de ser será, ahora vamos a arreglarnos que esta noche si me interesa acudir a la reunión de la Tallien. Quiero ver con mis propios ojos cómo va el mundo… y cómo va el Primer Cónsul!, ya sabes que en esas reuniones se habla de todo.
(Y ambas salen hacia las dependencias interiores)
ESCENA SIETE
(Al quedarse sola la escena entran Don Gabriel, el escritor y Marina, la secretaria, visten igual que la escena anterior)
ESCRITOR. Bueno, Marina ¿qué te ha parecido lo que hemos visto?
SECRETARIA. ¡Ah muy bien, don Gabriel está muy interesante!… la vida de esa mujer debió ser impresionante
ESCRITOR. ¿Sólo eso? ¿No te ha llamado la atención otra cosa?
SECRETARIA. Pues no sé a qué se refiere, aunque sí, me ha llamado la atención que Paulina este casi siempre ligera de ropa, demasiado desnuda.
ESCRITOR. ¿Desnuda?… si casi siempre esta vestida.
SECRETARIA. Sí, pero casi siempre con ropas trasparentes que dejan ver todo su cuerpo.
ESCRITOR. Sí, así era ella. Según sus biógrafos Paulina hasta recibía a sus invitados, metida en el baño, con su NEGRO al lado y casi desnuda.
SECRETARIA. Pero eso no le gustaría al público de hoy… y tal vez ni siquiera encuentre usted a una actriz que quiera interpretar ese papel.
ESCRITOR. Lo sé, pero no voy a ser yo más papista que el Papa. Bueno, aunque ya sabes que Roma mandó cubrir los desnudos que Miguel Ángel incluía en su «Juicio final». Yo no puedo «disfrazar» a Paulina Bonaparte de mujer recatada y virtuosa. Paulina fue como fue y yo no quiero cambiarla… Y ahí está mi dificultad. ¿Cómo reflejar a al verdadera Paulina si la visto como una monjita? Bueno, tampoco las chicas de hoy vestís como monjas… En fin, vamos a seguir, lo que no se es cómo, ¿tú qué harías? ¿Cómo vestimos a Paulina para ir a la «Reunión» de Madame Tallien? ¿Y de qué pueden hablar? ¿Y cómo debe ser la escena que la enfrenta a su hermano el ya poderoso Primer Cónsul?
SECRETARIA. Don Gabriel, usted es el autor.
ESCRITOR. Sí, ya lo sé, esa es mi obligación. Por tanto dejemos que mi imaginación sea la que resuelva. Tú y yo nos colocamos a un lado y observamos qué pasa. Tu escribe lo que se hable y anota lo que se vea y luego yo corrijo.
(Y ambos se apartan a un extremo del escenario y quedan como en la sombra)
ESCENA OCHO
(Al «apagarse» el escritor y la secretaria, entran Paulina y Juliette)
PAULINA. Ya es hora de arreglarnos. Avisa, pues a las servidoras.
(Juliette sale y enseguida entra con unas cuantas personas: el masajista Paul, la peluquera, la manicura, la depiladora, la perfumista y dos servidoras más. Paulina se tumba a lo largo en el «sillón largo» y comienza a desnudarse, en ese momento dos de las servidoras se sitúan delante y extienden una gran sabana blanca que la oculta de cualquier mirada.
El primero en actuar es el masajista, que cubre todo su cuerpo con una leche mezclada con almizcle chino, por ser, según los estetas de la Princesa, el que más mantiene perfumado el cuerpo… y después van haciendo su trabajo la manicura, la peinadora y la depiladora
Paulina mientras embellecen su cuerpo habla con Juliette)
PAULINA. Juliette, me gustaría que me hablases de Teresa. ¿Por qué tiene tanto éxito esta mujer? Creo que tú la conoces desde hace tiempo.
JULIETTE. Ah si, hace ya años, aunque mejor es no recordar donde y como la conocí…
PAULINA. ¿Y eso? No me intrigues
JULIETTE. Pues sí, es para no recordarlo… Veras, la conocí en «Las Carmes» el año 93, cuando nuestras cabezas estaban al borde de la guillotina. Teresa había sido detenida por orden expresa de Robespierre por haber ayudado a los realistas… Por cierto, que con ella estaba Josefina, la que hoy es primera Dama de Francia. Eran muy amigas.
PAULINA. ¿Y cómo se salvaron? Porque de «Las Carmes» se iba directamente a la guillotina.
JULIETTE. Pues todo tiene una explicación. Teresa, incluso en contra de las normas revolucionarias, escribió una carta al ciudadano radical Jean Labert Tallien, entonces mano derecha de Robespierre, en la que le rogaba no por su vida sino pidiéndole que castigara a su marido, a quien culpaba de su detención y prisión («Ciudadano, no le pido nada para mi, sólo le suplico que castigue al traidor de mi marido», decía, si no recuerdo mal)… Y fue aquella carta la que provocó que el ciudadano Tallien fuera a visitarla a «Las Carmes» y fue verla y prendarse de ella. Así que, incluso enfrentándose a Robespierre, consiguió sacarla y más tarde hacerla su esposa. Fruto de ese matrimonio nació una hija, que no era su primer hijo, porque ya había tenido otro con su primer marido.
PAULINA. Pero ¿cuántos maridos ha tenido esta mujer?
JULIETTE. De momento dos.
PAULINA. ¿De momento?
JULIETTE. Sí, porque como ya es público ahora se la ve mucho con el banquero Ouvrad y ese tiene tanto dinero que no creo que se le escape.
PAULINA. ¿Y habiendo tenido ya dos hijos está tan guapa?
JULIETTE. Y porque no te hablo de sus amantes. ¿Sabes que cuando pasó el terror se lio con Barrás, el que mandaba en el Directorio?
PAULINA. ¿Con Barrás…? Pero, ¿no dicen que Barrás con quien estuvo liado fue con Josefina?
JULIETTE. Pero, es que hubo un tiempo que fue amante de las dos. Mira, Josefina se salvó de la guillotina gracias a él. También gracias a él me salvé yo.
PAULINA. Oye ¿y por qué le tiene mi hermano tanta inquina a la Tallien?
JULIETTE. No sé, tal vez porque fue ella la que la que le regaló un par de pantalones, cuando era un general sin sueldo, para que se quitara los que llevaba rotos.
PAULINA. No, yo creo que viene por lo otro, porque considera que la casa de Teresa más que un Palacio parece un burdel.
JULIETTE. Sí, puede que tengas razón, porque de las «noches» de tertulia que se celebran en su casa salen muchos amores y amoríos.
PAULINA. Bueno, ya está bien. Ahora voy a ponerme el vestido que voy a llevar esta noche.
JULIETTE. Vale, yo te espero aquí.
PAULINA. Y tú ¿no te arreglas?
JULIETTE. Sí, pero yo tardo dos minutos… y mientras aprovecharé a tus servidores para que me arreglen el pelo y las uñas.
(Y Paulina no tardó en salir con el vestido que había elegido. Un vestido de seda, color arena del desierto, muy transparente, aunque cubierto con mariposas del mismo color que ocultaban sus partes más femeninas, muy escotado y muy ajustado por arriba y con mucho vuelo de cintura para abajo y un cinturón haciendo juego y apretado bajo sus senos… y sobre el vestido se había puesto una túnica con capucha abierta y color granate)
JULIETTE. (Tras despedir a los servidores). ¡Oh Paulina, estas preciosa! ¡Dios, esta noche arde Paris!
PAULINA. ¿Tú crees?
JULIETTE. Claro que lo creo, no habrá otra más guapa que tu… Aunque, me parece algo exagerado, se te ve todo.
PAULINA. ¿Y qué?… ya sabes que mi cuerpo es mío.
JULIETTE. Ya, ya, pero no me digas que no es provocador.
PAULINA. Claro que lo es, pero precisamente eso es lo que quiero, provocar a las cotorras de la Corte
JULIETTE. No sé, no sé… No creo que al primer Cónsul le encante tu vestido.
PAULINA. Mejor, ja, ja, ja… es a mi hermanito a quien, especialmente, quiero provocar.
ESCENA NUEVE
(En ese momento entra Carlota la sirvienta y dice)
CARLOTA. Señora, el ciudadano Luciano Bonaparte esta aquí y pide verla.
PAULINA. ¡Luchiano, sí, sí, que pase enseguida!
(Sale la sirvienta Carlota y entra Luciano Bonaparte. Es un hombre de apenas 30 años y muy italiano de presencia, pelo rizado, muy moreno, ojos negros y mediana estatura)
PAULINA. (Yéndose hacia él y abrazándole y besándole) ¡Oh, Luchiano, que alegría, cuánto me alegra verte!
LUCIANO. ¡Dios, Pauletta, que bella estás! ¡Qué digo bella, eres Venus en carne mortal!
PAULINA. Anda, no seas halagador, soy la de siempre.
LUCIANO. No, cada día que pasa estas más guapa… y con ese vestido, ¡Dios! Si te ve el primer Cónsul así te envía a Córcega de inmediato. Bueno, creo que querías verme ¿Qué le pasa a mi hermanita preferida?
PAULINA. Sí, tengo que hablar contigo, pero antes permíteme que te presente a Juliette, es mi amiga del alma.
LUCIANO. Sí, la conozco, creo que me la presentó un día el ciudadano Barrás.
(Se acerca y le da dos besos)
PAULINA. ¡Oh, Luchiano, necesito tu consejo!… Creo que nuestro hermano está muy enfadado conmigo.
LUCIANO. A ver ¿qué le habrás hecho tu, mi hermanita rebelde, al «Gran Corso», el nuevo Dios de Francia?
PAULINA. Yoo, yo nada. Estoy viviendo un romance con un compositor italiano y por lo que se ve, le ha caído tan mal, o habrá sido la «vieja» la que le ha malmetido, que ya ha dictado su expulsión fulminante de Francia y eso me preocupa, porque demuestra, una vez más, que nuestro hermano quiere dirigir nuestras vidas como si fuésemos simple peones de su gloria. Siempre con las mismas, siempre queriendo que me vista como él diga, que hable con quien diga, que me reúna con quien él diga o que ame al hombre que él diga… ¡Y eso no estoy dispuesta a soportarlo! Si Francia es su finca, mi cuerpo y mi persona son míos. No estoy dispuesta a ser una marioneta… Y en cuanto a la vieja, bien haría ella en tapar sus amoríos y sus derroches.
LUCIANO. ¡Oh, Pauletta, mi querida Pauleyta!… ¿Y qué me vas a decir a mi? ¿O es que no sabes que nuestras relaciones se han roto y que me tengo que marchar de Francia?
PAULINA. ¿Y eso? ¿Por qué?
LUCIANO. ¿Recuerdas las que tuve con él cuando me case con Cristina?, pues lo de ahora es peor. Me casé, sin su permiso, con Alexandrina y eso le ha enrabietado tanto que me ha exigido que me divorcie urgentemente de ella o de lo contrario me desheredará… Ja, ja, ja, ya ves… él que me lo debe todo ¿o acaso no fui yo quien le hizo Primer Cónsul el 18 de Brumario?
PAULINA. Eso es verdad. Pero ¿por qué no acepta a Alexandrina?
LUCIANO. Pues, porque según él no tiene alcurnia suficiente ni bienes económicos para ser un miembro más de su familia… está claro, Napoleone no sabe lo que es el amor. ¿Y cómo voy yo a separarme de Alexandrina si con ella tengo ya dos hijos y estamos muy enamorados?
PAULINA. Y ¿en qué habéis quedado?
LUCIANO. Yo no he dudado, le di un portazo y ya estoy preparándolo todo para irme con ella a Roma.
PAULINA. ¿A Roma? ¿Es qué no está aquí en París contigo?
LUCIANO. No, no le permitió entrar en Francia cuando supo que era mi mujer. Así que acordé con ella que permaneciera en Roma, donde tengo buenos amigos, entre ellos el Papa.
PAULINA. ¡Oh!, por lo que veo mi situación es muy parecida a la tuya, aunque afortunadamente con Felice no me he casado ni tengo hijos.
LUCIANO. Entonces, ¿qué piensas hacer?
PAULINA. Ay, Luchiano, por eso quería tu consejo. ¿Qué debo hacer?
LUCIANO. ¿Desde cuándo no le ves?… porque yo, en tu caso, lo primero que haría sería hablar con él y decirle la verdad, que estás enamorada.
PAULINA. Pero, hermano, el caso es que yo no estoy enamorada, que para mi Felice sólo es un hombre más. A mí lo que me molesta es tener que hacer lo que él diga.
LUCIANO. Entonces, haz lo que yo, habla con el ciudadano Primer Cónsul y dile que si expulsa de Francia a tu hombre te vas con él… tal vez porque eso le hará mediar, ya sabes que él te adora y que tu siempre has sido para él algo más que una hermana.
PAULINA. Bueno, así lo hare. Nos tenemos que ir. Esta noche vamos al salón de la Tallien y ya llegamos tarde.
LUCIANO. ¿A casa de la Tallien? ¡Uh, como se entere, y se enterará, nuestro hermanito te fulmina! ¿O no sabes que hasta a su amadísima Josefina le ha prohibido hablar o verse con la Tallien?
PAULINA. Si, lo sé, pero a mí no me importa, yo voy adonde yo quiero y hare siempre lo que quiera
LUCIANO. Entonces, no te quejes… anda, si no te importa voy a acompañaros, tengo que hablar con el Banquero, y sé que Ouvrard está últimamente muy ligado con la Tallien
PAULINA. ¿Ligado?… si ya tienen hasta un hijo… anda, vamos.
(Y los tres, Paulina, Juliette, que ha permanecido todo el rato en silencio, y Luciano salen de escena.)
ESCENA DIEZ
(Nada más salir Paulina y sus acompañantes y tras un apagón de luz entra por la puerta contraria la doncella Carlota, seguida por el sirviente Charles, que le persigue con una botella en la mano y algo ebrio)
CHARLES. ¿Por qué me huyes, Carlota mía?… Si yo te amo mas que ha mi vida… ¡Eres las más guapa del mundo! ¡Yo sólo quiero subirte al cielo!
CARLOTA. No, Charles… y además estas bebido
CHARLES. ¿Y cómo quieres que esté Pauletta mía?… si me tienes que ardo, si ya no puedo vivir sin ti… si tu cuerpo me atrae como un imán.
CARLOTA. Pues, yo no te quiero… yo solo quiero que seamos amigos.
CHARLES. ¿Amigos? ¿Tú crees que con esos labios, esa boca y ese cuerpo que tienes se puede ser solo amigo? ¡Ven a aquí, mi Pauletta que yo te voy a enseñar lo que es la amistad!
(Y mientras dice esto se abalanza sobre ella y ambos caen sobre la «silla larga» el asiento preferido de Paulina, la Señora de la casa)
CARLOTA. ¡No, Charles! ¡No quiero hacer nada contigo, y menos borracho como estas!
CHARLES. Pues, eso lo arreglo yo ahora mismo (y sin más tira la botella y la abraza)
(En ese momento entran por la puerta del dormitorio de la Señora Francois y otra mujer, ambos semidesnudos)
FRANÇOIS. Charles, Charles ¿Qué vas a hacer?
CHARLES. ¡Francois, calla y vete de aquí! ¡No lo estropees!
FRANÇOIS. Anda, mi joven amigo, no seas bárbaro… las cosas no se hacen así
CHARLES. ¿Y cómo quieres que lo haga si ella no quiere?
FRANÇOIS. Con amor, muchacho, con amor. A las mujeres hay que conquistarlas con amo.
CHARLES. Anda, viejo cascarrabias, vete y déjame que termine mi trabajo.
CARLOTA. Ja, ja, ja… (Y mientras ríe se escapa de debajo del musculoso y joven Charles y de un salto se separa y comienza a bailar la danza de los siete velos. Al comenzar a escucharse la música entran en escena otras dos parejas y todos hacen un corro alrededor de la bailarina)
CHARLES. ¡Oh, Pauletta mía, eres divina! ¡Qué cuerpo, dios que cuerpo!
(Así hasta terminar la danza de los siete velos de carlota. Entonces, sin decir palabra la bailarina coge de la mano al joven Charles y casi desnuda como esta lo arrastra hasta el dormitorio de la señora Paulina. Al salir ambos François y los demás abren una botella de ron y van bebiendo en corro)
FRANÇOIS. Amigos miso, esto hay que celebrarlo. ¿Por qué solo los señores van a poder disfrutar de la vida y lo pobre s nos tenemos que limitar a servir? (Y grita) ¡¡¡VIVA EL AMOR!!!
TODOS. ¡¡¡ VIVA EL AMOR!!! (Y todos salen de escena)
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