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El final del siglo XX ha sido testigo del derrumbe de potentes doctrinas e ideologías como el liberalismo, el socialismo, el marxismo, el comunismo, la lucha de clases, etc…Sin embargo hay una doctrina, pese a todos estos cataclismos generalizados que se ha salvado de la quema y que, incluso, ha resultado reforzado. Se trata del nacionalismo.
Como si el cataclismo provocado en los últimos años no tuviera que ir con él, el nacionalismo, no solo se mantiene, sino que resurge con extraordinaria fuerza y vigor a lo largo y ancho de este mundo y al margen de culturas, avances tecnológicos, modelos de sociedad, o niveles de desarrollo económico.
Los intelectuales han sentido un desprecio hacia el nacionalismo que ha llevado a considerarlo como «una excrecencia molesta, una fiebre momentánea, cuando no la consecuencia del delirio de algunos locos peligrosos, o la obra del mismo Satán redivivo», según Jáuregui Bereciartu.
Y, sin embargo, el nacionalismo crece y se adapta pese a todas las circunstancias, en la medida en que hay grupos que se sienten acertada o equivocadamente sometidos a leyes ajenas y opresoras.
Por ello difícilmente puede justificarse esa actitud de desinterés que considera al nacionalismo como algo indigno de atención intelectual que vaya más allá de su rechazo a priori. Por otra parte, desde una óptica de patriotismo, resulta ilógico, además de injusto, considerar al nacionalismo como intrínseca y genéricamente perverso. Conviene recordar que las naciones inspiran sentimientos de apego y a veces de amor que conlleva un profundo sacrificio. Los productos culturales del nacionalismo expresan este amor muy claramente en miles de estudios y formas diferentes.
Al igual que otras manifestaciones intelectual y moralmente sospechosas, el nacionalismo ha llegado a jugar un papel histórico importante y positivo. Por ello, no basta con condenar el nacionalismo en términos abstractos y morales. Del mismo modo que para evitar inundaciones no se pretende acabar con la lluvia, sino que debe tratarse de establecer las correspondientes canalizaciones, presas, etc…, nuestra obligación como científicos sociales consiste en situar al nacionalismo en su contexto social, intentar descifrar su compleja naturaleza, tratar de separar y delimitar sus aspectos positivos con respecto a los negativos, y en última instancia, procurar establecer instituciones e instrumentos políticos que permitan regular y acomodar aquellas aspiraciones legítimas que, en numerosas ocasiones, se manifiestan de forma patológica a través de los nacionalismos.
En España, por primera vez en mucho tiempo, los vascos, catalanes y gallegos, disponen de un poder político propio. Sin embargo, después de cuarenta años de Estatutos las sociedades de estas regiones, especialmente la vasca y catalana siguen siendo una sociedad fracturada y, por tanto, muy conflictivas y crispadas, profundamente desgarradas y desestructuradas, hallándose sometidas a una grave crisis de identidad que está haciendo tambalearse el frágil y delicado equilibrio en el que se asienta y que pone en peligro su desarrollo futuro. No existen aquí diferencias cualitativas en estas tres comunidades, aunque si cuantitativas: en la comunidad catalana ya está el presente del nacionalismo más excluyente y desarrollado.
Al identificar lo vasco y catalán con el nacionalismo, desplazamos el vasquismo y catalanismo, concepto amplio en el que caben nacionalistas y no nacionalistas, por un concepto excluyente y exclusivo cual es el nacionalismo.
El catalanismo, el galleguismo y el vasquismo deben cumplir según Jáuregui- que lo indica exclusivamente para el último y yo lo generalizo- dos requisitos imprescindibles: capacidad para sostener un sistema democrático abierto, y capacidad para definir un interés común y avanzar hacia él con eficacia.
Por lo tanto, la construcción del vasquismo, galleguismo y catalanismo debe, cuando menos, cimentarse en los siguientes elementos:
1º.- En lo territorial, la consecución de un adecuado equilibrio entre la integración y el respeto a la pluralidad y autonomía de los diversos territorios.
2º.- En lo social, la promoción de la integración social a partir del reconocimiento de que existen culturas diferentes en los territorios.
3º.- En lo cultural, el mantenimiento y desarrollo de una identidad colectiva común pero plural, en la realidad de que existen dos o tres lenguas.
4º.- En lo político, el establecimiento de una estructura política capaz de garantizar a vascos, catalanes y gallegos su identidad, todo ello sin perjuicio de respetar el statu quo o relación institucional con el resto de España.
5º.- En lo económico, el logro de una competitividad internacional compatible con la autonomía territorial, siempre dentro del marco constitucional.
El vasquismo y el catalanismo en contra del nacionalismo obedecen a lógicas o principios diferentes. El objetivo último perseguido por éste puede resumirse en uno solo: la unificación en independencia de sus territorios. El límite formal lo constituye la Constitución de 1978. El límite real lo constituye la duda de que se vote a favor de la independencia en estos territorios, y que parte de ellos no quieran ser «tragados» por estas Comunidades como pueden ser las Provincias Vasconas francesas y Navarra -donde el nacionalismo es muy débil- en el caso de Vascongadas y el reino de Valencia, las Baleares y la parte francesa de los llamados Países Catalanes en el caso catalán. La unificación de esas integraciones territoriales no puede basarse en el ethnos, que no existe diferenciado del resto de España, sino en el demos. De ahí la postura de los nacionalistas en pos de un referéndum.
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