21/11/2024 15:05
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Sería interesante contar el número de veces que los representantes del Partido Socialista y de Unidas Podemos han manifestado durante la última década, tanto en el Gobierno como en la oposición, su intención de derogar la reforma laboral de 2012. En su interpretación maniquea de la realidad no era extraño que acusaran a quienes no les respaldasen de ser cómplices de la patronal, los recortes y los privilegios de los ricos. Por eso viene bien hacer un poco de memoria en estos momentos, cuando la reforma de la reforma laboral de 2012 está a la vuelta de la esquina y sin que se hable para nada de la reforma zapaterista de 2010, algo a lo que Unidas Podemos renunció al poner las posaderas de sus ministros en las poltronas ministeriales.

Hubo un tiempo en que acusaron a Ciudadanos de ser el partido neoliberal por excelencia, prácticamente el representante institucional del Ibex-35. Ese mismo partido es quien podría aportar los apoyos necesarios para que la reforma de Yolanda Díaz, que cuenta con el visto bueno de la patronal, salga adelante sin necesidad de más partidos, especialmente de la izquierda secesionista. Pero al sector de Unidas Podemos no le gusta nada la posibilidad de que una reforma laboral de la que tanto presumen, y en la que se sostienen las esperanzas futuras de aumentar su representación institucional, salga adelante con el respaldo parlamentario de un partido al que han acusado de ser el mal absoluto y no con el visto bueno de aquellos a quienes tienen por gente respetable y progresista. Lo cierto es que de estar en el pellejo de Yolanda Díaz también me preocuparía que los posibles votantes pensasen que se les está tomando por imbéciles.

Parece ser que, entre otros aspectos, los críticos con la reformilla de Yolanda Díaz instan a recuperar los 45 días por despido improcedente como indemnización, la prioridad de los convenios de sector sobre los convenios de empresa y una mayor dificultad a la hora de despedir. En resumen, lo que en su momento proponía el primer Podemos, el aspirante a partido populista y menos contagiado por el virus posmoderno woke. Hay algo entre los críticos, no obstante, que llama poderosamente la atención: Bildu acordó en mayo de 2020 su apoyo a la reforma laboral del Gobierno de Pedro Sánchez. Es posible que los herederos políticos de ETA aleguen que la reforma final no es la firmada hace casi dos años, pero durante todo este tiempo no hemos dejado de ver acercamientos de terroristas a las cárceles vascas. ¿Hay motivos para sospechar que Bildu se la ha jugado al Gobierno de coalición progre? Todo apunta que sí. Otra posibilidad, nada descartable por otra parte, es que el Gobierno de Pedro Sánchez alcanzara un acuerdo oculto al público con Bildu sobre los presos etarras y lo manifestaran a la opinión pública camuflado como un acuerdo por la derogación de la reforma laboral de 2012. En cualquier caso, nos encontramos con más traiciones al pueblo español por parte de los gobernantes de turno.

¿Y qué hay de los demás representantes de la oposición? El Partido Popular parece empeñado en votar en contra simplemente por su papel de oposición, aunque algo se ha rumoreado sobre sectores internos que ven la reforma de Yolanda Díaz como aceptable, sin duda por el respaldo patronal. Ciudadanos, como ya apuntamos, parece empeñado en apoyarla, para disgusto de la señora que presume de pedigrí comunista y podría ver promulgado su proyecto gracias al partido de la mochila austriaca. Y Vox guarda un curioso silencio para ser un partido aspirante a representar a la España que madruga y llevaría dos semanas sin pronunciarse sobre un asunto de candente actualidad, limitándose en su momento a pedir una reducción en las afiliaciones de la Seguridad Social y a restringir la inmigración. Lo que pueda pasar de aquí a unos días, cuando se debata en el Congreso, aún no está claro pero todo apunta a que el Gobierno, al menos el sector de Unidas Podemos, tendrá que tragarse el sapo de Ciudadanos, ya que la prioridad de Pedro Sánchez y su corte de palanganeros es que los números cuadren y puedan presumir, ante la Unión Europea y ante sus electores, de una promesa dudosamente cumplida.

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Autor

Gabriel Gabriel