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Podría decirse que una de las características de nuestra época es que todos los temas se están polarizando ideológicamente, y la creciente división entre “de algún lugar” y “de cualquier lugar” tampoco perdona al arte. La nueva serie de Amazon, “Los anillos del poder”, que narra el final de la segunda era de la Tierra Media y, por tanto, sirve como una especie de precuela de “El señor de los anillos” de Tolkien, no es, por supuesto, una excepción.
Tolkien era, como él mismo admitió abiertamente en entrevistas y cartas, casi la forma más pura de un conservador anglosajón (católico). Con su amor entusiasta por la historia de la vieja Europa del noroeste, su compromiso inquebrantable con el cristianismo, su profundo apoyo a las comunidades solidarias establecidas y, finalmente, su sensibilidad estética altamente matizada e idealista, Tolkien encarna casi lo contrario de todo lo que es políticamente deseable y apropiado hoy en día. Sin embargo, o tal vez por estas mismas razones, su obra es hoy más popular que nunca, llenando, por así decirlo, el enorme vacío que queda en el corazón de muchos europeos después de que su civilización haya ido perdiendo su alma.
Entonces, ¿cómo aprovechar el potencial económico de la obra de Tolkien sin seguir su espíritu? Amazon nos muestra el camino: su nueva serie se basa superficialmente en el marco proporcionado por Tolkien en las pocas páginas de El Silmarillion y en los apéndices, pero con la ayuda de innumerables personajes y argumentos reinventados los hincha hasta convertirlos en un monstruo de 50 horas, y llena la historia resultante, totalmente nueva, de atmósferas y estados de ánimo que a menudo son todo lo contrario de lo que el autor apreciaba tanto.
Banalidad más efectos especiales
Estéticamente bastante lograda aquí y allá (lo que seguramente se debe al ilustrador de fantasía John Howe), la trama, un tanto impersonal, se limita aquí a un esquema cliché de atropello y fuga con personajes de madera de elfos, enanos y hobbits, creados como después de pasar una mala noche jugando al juego de mesa “Das Schwarze Auge”, y un diálogo vergonzosamente rígido, una mezcla que deja al espectador sin ganas de averiguar lo que sucede a continuación. Si no fuera por la introducción, podría confundirse con un juego como ‘La rueda del tiempo’ o ‘Las crónicas de Shannara’ o incluso ‘Dragones y Mazmorras’; es más, incluso ‘Juego de Tronos’ tiene más personalidad.
A esta aparente incapacidad para contar una historia sin ahogarla en efectos especiales y clichés hay que añadir una profunda incomprensión, si no desprecio, por la especificidad de la obra de Tolkien. No sólo la mayoría de los guionistas se describen abiertamente como liberales de izquierda, sino que aquí y allá uno se encuentra con la vergonzosa exigencia de que cada época debe ofrecer su “propia versión” de Tolkien y que cualquier interferencia con el espíritu y el contenido no sólo es permisible, sino completamente deseable y justificada. En principio, esto no tendría nada de malo, al fin y al cabo, los grandes mitos tienen sus múltiples variantes y han sido revisados y modificados muchas veces (el propio Tolkien también lo hizo), pero aquí se trata de una transformación a traición en algo completamente diferente.
Paridad para elfos, enanos y hobbits
Es evidente que los productores quieren someter la obra de Tolkien, que sólo puede entenderse y transmitirse en absoluto en el contexto de la tradición occidental, combinarla y trascenderla conscientemente, a una especie de globalización forzada y, por supuesto, al típico “pensamiento único correcto” de la actualidad. El resultado son absurdas paridades políticamente correctas para elfos, enanos, humanos y hobbits; así que tenemos, sin excepción, personajes masculinos débiles, indecisos o intrigantes y, por supuesto, un montón de “mujeres duras e independientes” – y sólo podemos esperar a que el rey Ar-Pharazôn sea retratado como un populista de derechas y Elendil como un antifascista de izquierdas…
Por otro lado, ese clamor por un “Tolkien para nuestros tiempos” es fundamentalmente deshonesto, ya que la ideología woke subyacente no se ve a sí misma como una entre muchas escuelas de igual valor, sino que se estiliza como el pináculo moral de la historia del mundo, mientras que cualquier visión anterior (o competidora) del hombre, el mundo y Dios es desacreditada como anticuada, de derecha, peligrosa, patriarcal, tóxica, ofensiva, etc. En resumen, no reconoce ni practica el tipo de tolerancia de los modos de representación anteriores que exige radicalmente para sus propias posiciones.
Puede sonar al límite de lo aceptable, pero por muy surrealista, absurda, forzada, ridícula y técnicamente desastrosa que sea la adaptación cinematográfica de El Señor de los Anillos, realizada en la decadente URSS en 1991, a pesar de sus evidentes carencias, respira más amor por la pureza e inocencia de la obra de Tolkien que este brebaje de Amazon, que omite lo más básico de Tolkien….
Publicado en Tysol.pl
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