02/05/2024 18:59
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«La Congregación para la Doctrina de la Fe ya se ha pronunciado. Ahora continuará el diálogo». El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, respondió así a las preguntas de los periodistas sobre la bendición de parejas homosexuales aprobada por el Sínodo de la Iglesia alemana.

El purpurado señaló que algunas decisiones tomadas en Alemania no están en línea con la doctrina actual de la Iglesia y que se debe trabajar hacia una vía sinodal de la Iglesia universal para tomar decisiones para toda ella.

En relación a las bendiciones de parejas homosexuales, recordó el Responsum del Dicasterior de Doctrina de la Fe sobre el asunto, y añadió

«Una sola iglesia no puede tomar una decisión como ésta, que concierne a la Iglesia universal. Se necesita tiempo para el diálogo. En la Iglesia siempre ha habido posiciones diferentes, a veces contrapuestas. Ahora todo esto confluirá en el camino sinodal».

Lo que no queda claro es qué entiende el cardenal por diálogo y confluencia. Es bien sabido para los que profesan la fe católica en su integridad que hay cuestiones que no las puede tomar ni una iglesia local o nacional ni toda la Iglesia en su conjunto, pues el Magisterio no está por encima de la Revelación (Biblia y Tradición), sino a su servicio y bajo su autoridad (Dei Verbum 10).

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José Ignacio Herrera Badía

Homosexualidad = pecado.

Hakenkreuz

La Santa Iglesia Católica Apostólica es la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre Verdadero, Segunda persona de la Santísima Trinidad, su Fundador sobre la persona de su Apóstol San Pedro. No es la «Iglesia» de una turba u otra, de una ideología política u otra, de una facción u otra, de un cardenal o grupo de cardenales, de un papa, etc. Es la IGLESIA DE DIOS TODOPODEROSO, indestructible pase lo que pase. Nadie puede destruir la Santa Iglesia Católica, se empeñe lo que se empeñe en ello. Es imposible.

La Santa Iglesia Católica Apostólica, Esposa de Cristo y Cuerpo Mïstico, independientemente de quienes sean sus miembros consagrados o no consagrados, todos ellos bautizados, aunque pecadores, NO puede tomarse la subjetiva prerrogativa de contradecir y descalificar a su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, así como a sus Apóstoles, Padres, santos y santas. Atar y desatar solo atañe a los siete Sacramentos.

La Santa Iglesia Católica Apostólica, única que rinde culto a Dios, no a ídolos, NO puede excluir la Revelación que el mismo Dios Hijo o Dios Espíritu Santo Paráclito le ha transmitido, concretamente 1 Co 6, 9-11, que excluye de la comunión a todos los contumaces pecadores (es decir, los que no se arrepienten por su ciega soberbia y no aceptan la gracia redentora y salvadora del Señor, Infinitamente Misericordioso que nunca desprecia un corazón arrepentido y contrito) con unas determinadas características, entre ellas: impuros, adúlteros, afeminados y homosexuales. Por todo ello, una bendición de tales personas implica una herejía de excomunión como la de Lutero o Calvino. No se puede bendecir el pecado.

La Santa Iglesia Católica Apostólica debe tener muy presente la advertencia que el Espíritu Santo transmite por medio del Apóstol amado San Juan y del Apóstol de los gentiles San Pablo en Rm 1, 24-32 (donde califica de reos de muerte no solo a quienes practican tales cosas, sino a los que no practicándolas, las promueven y animan. Esto incluye a votantes de partidos pro lgtbi, lo reconozcan o nieguen con soberbia) y, más contundente aún, Ap 21,8.

La Santa Iglesia Católica Apostólica tiene el deber en sus miembros, consagrados y no consagrados, de no perder una sola ocasión de animar a la conversión (incluso utilizando medios como Ñtvespana.com) aceptando a Jesucristo en nuestros corazones, de animar al arrepentimiento y la contrición, a la penitencia y a la vida en Cristo, incluso a los adúlteros, impuros, homosexuales, etc., para la salvación eterna de sus almas, debe animarles a cambiar de vida del único modo que pueden hacerlo, invitándoles a pedirle a Dios la gracia de superar el pecado, exhortarles e incluso advertirles de las consecuencias de ser soberbio y rechazar la conversión, que acarrea las penas del infierno. Pero el paso lo debe dar el pecador según su libre albedrío. A nadie se le puede obligar a querer a Dios, lo que implicaría no ofenderle gravísimamente con esos pecados. Y la soberbia ciega y hace muy difícil la salvación al sujeto.

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