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Entrevista de Mariann Öry, para el Magyar Hírlap, con Marion Maréchal, directora del Instituto Francés de Sociología, Economía y Ciencias Políticas (ISSEP) y exdiputada del Rassemblement National, presidido por su tía Marine Le Pen. Marion Maréchal, asistió a la Cumbre Demográfica de Budapest, donde fue recibida por el primer ministro húngaro Viktor Orbán y otros participantes.
¿Cuál es la misión del ISSEP y por qué se fundó?
El sistema educativo francés ha perdido el rumbo en dos sentidos. La primera es pedagógica, porque la educación general está desapareciendo y los estudiantes no están suficientemente involucrados. La segunda es ideológica: el terrorismo intelectual, el sectarismo. Intelectualmente, los estudiantes son rehenes de las ideologías LGBT, de género y woke. No se tolera el pluralismo intelectual, los profesores son apartados si cuestionan esa dirección. Nuestro instituto pretende proteger el pluralismo y evitar que estas ideologías letales se afiancen en la educación. Queremos ofrecer una educación basada en las expectativas y la excelencia que prepare a los estudiantes para las exigencias de hoy. Queremos crear una nueva élite que sirva a los intereses nacionales y europeos.
¿Qué daño hace a la educación este terrorismo intelectual y especialmente la ideología de género?
Está muy extendida entre los jóvenes y ya está presente en las escuelas primarias y secundarias. Según una encuesta reciente, el treinta por ciento de los adolescentes de entre trece y diecisiete años no se identifican ni como mujeres ni como hombres. Ya hay intelectuales que se posicionan, movimientos que se oponen, pero la presión es muy fuerte. Los que luchan contra la ideología de género son llamados homófobos.
En los últimos años se ha hablado mucho de que la inmigración está cambiando la sociedad francesa. ¿Cuáles son sus perspectivas para las próximas décadas?
Durante mucho tiempo, Francia estuvo excepcionalmente bien situada en términos de natalidad gracias a una generosa política familiar, que se fue desmantelando poco a poco, sobre todo con el presidente socialista François Hollande. Esto se debe en parte a que, según las directrices de las Naciones Unidas, el descenso de la población debe abordarse mediante la sustitución de la misma. Un tercio de los niños que nacen hoy en Francia son de origen extranjero, y eso sin contar la tercera y cuarta generación de inmigrantes. Ya hay muchos distritos y barrios en los que las personas de origen inmigrante son mayoría, y suelen tener muchos más hijos. Se prevé que las proporciones en las grandes ciudades podrían invertirse en cuarenta años, siendo la mayoría de los habitantes inmigrantes. Así que también es un problema de identidad, cultura y civilización. He venido aquí precisamente porque me interesan mucho las políticas a favor de la natalidad del gobierno de Viktor Orbán.
¿Tiene Francia aún la posibilidad de invertir esta tendencia?
Si queremos tener éxito, tenemos que reducir drásticamente la inmigración. Según las cifras de hace dos años, hubo cuatrocientos diez mil cruces de frontera en un solo año, tantos como la población de Niza. Solo durante la presidencia de Emmanuel Macron entraron dos millones de inmigrantes. Y no estamos hablando de la migración en general, sino específicamente de los musulmanes del norte de África, del Magreb. Tanto a nivel europeo como nacional, hay que eliminar los incentivos a la inmigración. En definitiva: ¡nunca es tarde para intentarlo!
Una serie de atentados terroristas ha demostrado que muchos jóvenes inmigrantes de tercera generación no reconocen la ley francesa e incluso odian a Francia. ¿Se puede combatir esto mediante la educación?
Hay dos posibles respuestas a este problema. La primera es la seguridad: desmantelar las mezquitas y los clubes culturales y deportivos que propagan esas opiniones y se dirigen a los jóvenes musulmanes, y cortar su apoyo financiero, que a menudo procede de Qatar, Arabia Saudí o incluso Turquía. El hecho de que los tunecinos franceses voten a partidos islamistas en su propio país es una señal de alarma. La otra respuesta es cultural, porque no podemos luchar contra una identidad, una ideología, si no la oponemos a otra. Otro problema es la desaparición del antiguo papel de la Iglesia católica en la conservación del patrimonio cultural. Hungría, por cierto, está dando un buen ejemplo en este ámbito.
El presidente Macron hizo campaña recientemente en Marsella y prometió luchar contra la delincuencia. ¿Qué credibilidad tiene?
Hay una inseguridad general y estructural en Francia debido a los problemas de inmigración e integración. Cuando se acercan las elecciones, el gobierno hace muchos anuncios sobre la policía. Pero de lo que realmente deberíamos hablar es del sistema judicial, de la ideología izquierdista de los jueces, de las cárceles superpobladas, de los juicios largos, de los vacíos legales. Hay que construir más cárceles y confrontar a los jueces con la realidad, con la experiencia de los policías sobre el terreno. Resulta divertido que el ministro de Justicia fuera aplaudido por los presos cuando visitó una cárcel.
¿Qué espera de las elecciones presidenciales del próximo año?
Es difícil de predecir porque aún no se han anunciado oficialmente todos los candidatos a la presidencia. Marine Le Pen y Emmanuel Macron se enfrentarán probablemente en la segunda vuelta, pero el publicista de derechas Éric Zemmour, que ha centrado su campaña en las cuestiones de identidad, islam e inmigración, podría alterar el equilibrio de fuerzas. Desgraciadamente, el apoyo a Macron sigue siendo fuerte, especialmente entre los votantes centristas de más edad que están contentos con su gestión de la epidemia. Macron está haciendo una campaña hábil, enviando mensajes a diferentes estratos del electorado, no de manera uniforme, sino según sus intereses. Las elecciones parlamentarias serán sin duda interesantes, ya que es poco probable que su partido obtenga la mayoría.
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